"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No hab�a que olvidar que nosotros, los comunistas, �ramos los organizadores, s�lamente el armaz�n. He aqu� lo que no se pod�a olvidar un s�lo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga ser�a capaz de quebrantarnos" Alex�i Fi�dorov

Cap�tulo primero: EN VISPERAS DEL COMBATE parte 3 de 16

El st�rosta huy�. No consiguieron echarle el guante. En un cobertizo suyo encontraron cien sillas de montar, que los alemanes le hab�an dejado para que las guardara. Los guerrilleros hubieran podido llev�rselas —les habr�an venido bien en el destacamento—, mas, por hacer una de las suyas o por el despecho de que el st�rosta se hubiese largado, les prendieron fuego. A la gente le qued� una impresi�n de falta de seriedad de da�o in�til y hasta un poco obra de maleantes.

— �A qu� destruir sin motivo cosas �tiles? De no haber podido llev�rnoslas... �Ser� posible, camarada Fi�dorov que nos quedemos sin caballer�a? �Que sigamos dedic�ndonos a menudencias? A volar una moto en un Sitio, a cargarnos un alem�n en otro o, a lo mejor, a envenenar, en otra parte, a un perro polic�a, acontecimiento que celebraremos bebiendo unas copas y pensando: �qu� guerrilleros tan valientes Somos!

El que as� hablaba era un hombre serio, bigotudo, de unos cuarenta a�os. Estaba abriendo una zanja. Hinc� la pata en tierra, se limpi� las manos en los pantalones y continu�:

— F�jese, camarada Fi�dorov, c�mo vivimos, c�mo luchamos y en qu� confiamos. Vivimos a base de lo que tenemos enterrado en las zanjas. Hasta la harina la llevamos a la aldea pr�xima. Las mujeres, con la mejor voluntad del mundo, nos hacen pan, tortas y empanadas; todo lo que queramos. Pero, �y cuando se nos acabe la harina? ... �Se la vamos a pedir a las mujeres?

— �Qu� va a acabarse! —terci� optimista la cocinera—. Seg�n dicen, tenemos reservas... Oye, Kuzmich, �te dispones a pelear durante mucho tiempo?

- Si seguimos combatiendo as�, claro que quedar�n reservas... Pero, �para qui�n? A mi modo de ver, para los alemanes. Aunque son tontos, no querr�n aguantarnos mucho tiempo. Primero acabar�n con Balab�i, despu�s con K�zik, y m�s tarde la emprender�n con nosotros. �Sab�is cu�ntos destacamentos de castigo han llegado? A Pogoreltsi, todo un batall�n.

A la conversaci�n se sumaron unos cuantos hombres m�s, que acudieron desde diversos lugares. Estas cuestiones preocupaban a todos.

— �A qu� hablar de la harina y del tocino? �C�mo luchamos? ... Por ejemplo, �a qu� han ido ahora? Y menos mal si llegan a ver a los alemanes, si alcanzan a contemplarlos. Bueno, armar�n un peque�o tiroteo. O no har�n nada. Una simple excursi�n —dijo con rabia un ametrallador herido en ambas manos y solt� un escupitajo—. Los exploradores han informado que los alemanes estaban en Orlovka. �Pero de aqu� a all� hay quince kil�metros! Anda, rec�rrelos a pie, y adem�s, a la carrera, con el equipo completo y con el fusil ametrallador. Entre ida y vuelta hacen unas treinta verstas, y si vas por veredas y vericuetos, llegar�n a cuarenta: Y como resultado: tres alemanes muertos.

— Eso no es lo principal —rezong� de nuevo Kuzmich.

— �Y qu� es lo principal, entonces?

— �C�mo es que no lo sabes? —interrog� a su vez Kuzmich, admirado—. Todos lo saben. Lo principal es resistir. Cuando el Ej�rcito Rojo ataque, nosotros le ayudaremos desde aqu�. Ellos por el frente, y nosotros por la retaguardia. � La que se va a armar cuando empecemos! Debemos conservar las fuerzas. �Eso es lo principal!

— �Y piensas conservarte as� mucho tiempo?

— No s� si mucho o poco, pero siempre ser�n unos tres o cuatro meses. Hay que economizar v�veres. Si economizamos e implantamos el racionamiento, resistiremos.

— Espera, camarada —interrump� yo al que estaba hablando—. �Cu�nto crees que durar� la guerra? �Tres meses? �Y vosotros, qu� pens�is? —pregunt� volvi�ndome hacia los restantes.

Result� que los dem�s tampoco se dispon�an a combatir durante mucho tiempo. Uno fij� un plazo de ocho meses. Los dem�s se le echaron encima, tach�ndole de fantasioso.

Qued� de un lado, al menos de momento, la cuesti�n de lo que pas� con D�mchenko. La alarma de los plazos y por lo mismo del comportamiento y t�ctica, sobre la vida cotidiana y la llegada del invierno era algo m�s serio. Yo preguntaba y se me contestaba. Claro, tambi�n esperaban lo qu� yo dijera y no era dif�cil despistarse; pero esto no es propio de m�. S�lo puedo desconcertarme mentalmente. Pero intento no manifestarlo externamente. En mi vida a�n no ha sucedido el caso en que haya experimentado ante alguien cierta confusi�n o �nimo turbado. �C�mo poder establecer la duraci�n de lucha guerrillera, qu� orientaciones dar a la gente? Si en aquel momento hubiera dicho a los guerrilleros que la lucha en nuestras condiciones, separados del frente y en la retaguardia m�s profunda del enemigo, durar�a un a�o, no s�lo se me hubieran echado a re�r en la cara, sino la cosa hubiera podido acabar peor. Estoy seguro de que todo guerrillero me hubiera considerado un fatalista y posiblemente un dirigente in�til. �C�mo era concebible que el Ej�rcito Rojo no detuviera al enemigo en el plazo m�s breve y no pasara a la contraofensiva? �Un a�o era una locura! En estos refugios y caba�as, con unas reservas rid�culas de productos, unos fusiles polacos bastante malos y sin, ninguna conexi�n, un secretario de Comit� Regional, diputado del Soviet Supremo, una persona condecorada �y con esas historias! ... No expliqu� "historia" alguna y para ser sincero ni yo mismo ten�a la menor idea de cu�nto tendr�amos que resistir en realidad. Y dir� m�s, si alguno de los guerrilleros hubiera declarado que tendr�amos que luchar tres a�os, a esta persona la hubiera castigado al instante por ser un fatalista y no creer en la fuerza de nuestro pueblo, de nuestro ej�rcito.

As� que la cosa era resistir. Resistir un mes, dos, medio a�o, resistir como sea.

— �Y los jefes qu� dicen de esto? �Popudrenko?

— Dicen que el invierno quebrar� a los alemanes.

Pensando en lo que acababa de o�r, y despu�s de enjuiciar el comienzo del informe de Popudrenko y recordar la impresi�n que me dejara el destacamento de lchnia, comprend� que el mal principal radicaba precisamente en esa tendencia a "resistir".

Mas, al parecer, los propios guerrilleros empezaban a darse cuenta de que, actuando en grupos reducidos y dispersos incluso resistir ser�a imposible, que la t�ctica de los golpes peque�os, fortuitos y espont�neos era una t�ctica peligrosa.

Y como para confirmarlo, Popudrenko regres� de madrugada con las manos vac�as.

— Los alemanes iban en autos, y nosotros a pie —comentaban irritados los combatientes, calados hasta los huesos y muertos de cansancio—. �C�mo �bamos a darles alcance?

El mismo Popudrenko qued� descontento del resultado, aunque no quer�a reconocer abiertamente que la operaci�n hab�a sido mal pensada. Tambi�n estaba disgustado consigo mismo. Luego de echar un trago para matar las penas, se tumb� a mi lado, diciendo que iba a dormir.

— �Ah, Alex�i Fi�dorovich! —dijo un minuto m�s tarde, ech�ndose a re�r de mala gana—. Yo cre�a que, con la bebida, me iba a quedar dormido, pero ni por esas, �ni con alcohol!. Algo no marcha aqu�, Alex�i Fi�dorovich. Es preciso cambiar algo.

Yo tambi�n pensaba en ello. Dije sinceramente a Nikol�i Nik�tich que estimaba equivocada la conducta seguida hasta entonces por el mando del destacamento. No hab�a que disgregar las fuerzas, sino agruparlas. Uno a uno, nos destrozar�an antes de que nos di�semos cuenta de ello. Un destacamento numeroso podr�a emprender operaciones importantes, aniquilar guarniciones enemigas y atacar a los alemanes sin limitarse a permanecer a la defensiva.

Al principio, para no despertar a los camaradas, habl�bamos en voz baja. Pero el tema era de tan candente actualidad, que, sin darnos cuenta, fuimos subiendo de tono, y pronto advertimos que nos estaban escuchando todos cuantos all� se alojaban. Y como en los catres estaban acostados la totalidad de los miembros del Comit� Regional, result� una continuaci�n espont�nea de la reuni�n de la ma�ana.

As�, con la luz apagada y sin levantarse, intervinieron Kapr�nov, N�vikov y Dneprovski, a quien tambi�n hab�amos incluido en el Comit� Regional.

Era evidente que un peligro muy grave nos amenazaba. En realidad, nuestro destacamento estaba cercado por los alemanes y los magiares. No es que hubiesen formado una l�nea continua de frente, pero, en un radio de treinta y cuarenta kil�metros de nosotros, en casi todas las cabezas de distrito y pueblos hab�a guarniciones alemanas; en algunos lugares, el enemigo estaba concentrando ya unidades especiales para la lucha contra los guerrilleros.

El punto m�s pr�ximo era Pogoreltsi, donde d�as antes se hab�a alojado un destacamento de castigo, cuyos efectivos llegaban a un batall�n, aproximadamente. Los exploradores del adversario ya tanteaban el bosque, y todos los d�as amenazaban al destacamento de Pereliub.

— Balab�i ha pedido ayuda a Loshakov —explic� Kapr�nov—, pero �ste le ha contestado: "Eso no es asunto nuestro, arregl�roslas vosotros mismos". Y Balab�i no tiene m�s que veintisiete guerrilleros.

La mayor�a de los camaradas reconoci� la necesidad de que se fusionaran todos los destacamentos disgregados por el bosque de Reiment�rovka. Tambi�n Popudrenko estuvo de acuerdo, y una vez llegado a esa decisi�n, no vacil� m�s; no era de esos. Sin perder tiempo, levant�se, encendi� la l�mpara y escribi� una orden para que los jefes de todos los destacamentos se presentasen por la ma�ana en el Estado Mayor.

Repito: el propio Popudrenko se sent� a la mesa y se puso a escribir. En el refugio no estaba Kuznetsov. El jefe del Estado Mayor no estaba entre los dirigentes. Era una situaci�n absurda, completamente anormal. Por todo se notaba que, a pesar de discutir cuestiones serias en este "Comit� Regional clandestino yaciente", algo se quedaba sin salir. Sobre la cabeza pend�a un peso. Todos esperaban que yo preguntara d�nde est� el aut�ntico jefe del Estado Mayor nombrado a�n en Chern�gov y enviado de antemano al bosque, es decir D�mchenko. Pero yo no lo pregunt�. �Esta actitud fue meditada o instintiva? Ahora, al cabo de muchos a�os, parecer�a una astucia m�a. Pues no, s�lo intentaba evitar complicaciones in�tiles.

Se dar�n cuenta de que de los plazos de nuestra dislocaci�n en el bosque tampoco se hablaba de momento en el Comit� Regional. �Qu� pasaba entonces? Pasaba que los guerrilleros de fila trataban problemas reales, m�s importantes en todos los sentidos que los que trat�bamos nosotros, los jefes y dirigentes.

Las cosas no eran del todo as�. Todo a su tiempo. No hay que olvidar que tanto D�mchenko como Kuznetsov que es el que lo hab�a sustituido eran tan s�lo jefes del Estado Mayor del destacamento, y nada m�s. En cambio, yo era el jefe del Estado Mayor del movimiento guerrillero de la regi�n. Los destacamentos eran muchos. Y no pod�a dejar de pensar en ellos. Sobre su aislamiento y sobre todo lo que de esto se deriva.

Popudrenko escrib�a, nosotros o�amos c�mo cruj�a su pluma. Murmuraba el bosque. Soplaba el viento, sobre el refugio resonaban las gotas de lluvia que penetraban en �l a trav�s del techo.

�As�, es c�mo �bamos a vivir, as� tendr�amos que luchar?

La cuesti�n no ten�a importancia. La cosa no est� en cu�les son las condiciones de vida de los combatientes y de los jefes en �poca de guerra. Los refugios no pueden ser confortables. Y en invierno no s�lo no habr� confort sino ni siguiera calor. Esto lo entend�an todos, y todos estaban dispuestos a aguantarlo. La cuesti�n era otra, era por qu� hac�amos esto. La guerra es la guerra. La guerra se define por la acci�n, por los avances y la lucha. Por una lucha meditaba y con sus fines propios. Un ciudadano es capaz de soportar no pocas dificultades si es para un futuro avance o para la victoria.

— �Qu� opinas, acceder�n a fusionarse? —pregunt� yo distray�ndome ex profeso de mis pensamientos.

— Pero si ellos mismos sue�an con eso, Alex�i Fi�dorovich —contest� sin pensarlo dos veces Popudrenko.

* * *

Despu�s de pasar la noche casi sin dormir, llegu� a la conclusi�n de que ten�a que hablar con Popudrenko cara a caray sin dilaci�n.

Cay� nieve. Se dibujaron los senderos de los guerrilleros, de refugio en refugio, hacia los puestos de guardia, la cocina y los almacenes. Por los senderos deambulaban gentes, y cada uno se deten�a no s�lo a saludar, todos ten�an algo qu� decirse, algo qu� preguntar. Quedarse los dos solos en el refugio del Estado Mayor quer�a decir que hab�a que alejar a los dem�s con alg�n pretexto y por lo mismo poner al descubierto que Popudrenko y Fi�dorov se re�nen para tener una conversaci�n secreta, para decidir alg�n asunto y aclarar sus relaciones. En tiempos de paz, en el Comit� Regional e incluso en cualquier otra instituci�n del Partido o de los Soviets, es completamente natural que dos cuadros cierren la puerta de su despacho. �C�mo hacerlo aqu�, en el campamento, para que nuestro aislamiento no suscite comentarios y juicios innecesarios?

— Nikol�i Nik�tich —dije en el tono m�s tranquilo posible—, da orden de ensillar dos caballos, vamos a inspeccionar los puestos de guardia.

En un tiempo buen jinete, hac�a unos veinte a�os que yo no montaba.. Mientras busqu� el destacamento adelgac� y me estir�, pero de todos modos segu�a siendo un hombre de peso. Nos trajeron los caballos: a Nikol�i Nik�tich su potro bayo y a m� uno tordo y corpulento. Era intranquilo y asustadizo. Me miraba de reojo y resoplaba, notaba que me acercaba a �l inseguro. Los all� reunidos me miraban con atenci�n. Algunos con una sonrisa, otros escurtadores, pregunt�ndose qu� tal se las arreglar� este Fi�dorov.

Ten�a ganas, claro, de asombrar a la gente con movimientos �giles y ligeros. Pero yo mismo not� que no me saldr�an. Por lo general, la persona que aprende una vez a nadar, ir en bicicleta o montar a caballo nunca se olvida de ello. Primero se sentir� inseguro, si le faltan fuerzas sus movimientos no ser�n hermosos, no flotar�, no echar� a cabalgar... A m� me resultar�a agradable saltar con gallard�a sobre la silla. Pero el tordo era alto, los estribos recogidos, habr�a que bajarlos... De pronto se me ocurri�: da igual que se r�an de m�, que entiendan que en realidad quiero comprobar mis posibilidades, resucitar mis facultades de montar. Adem�s era un motivo para estar solos.

— A ver, por favor, Nikol�i Nik�tich, ay�dame.

Popudrenko se acerc� con una sonrisa y me sujet� del codo. Con dificultad llegu� a alcanzar el estribo, me agarr� de la silla, di un salto y al instante me deslic� al suelo.

— �Diablos! Hace mil a�os que no monto a caballo. Vamos, otra vez.

Y de nuevo sin lograr mi objetivo, provoqu� la risa general.

— Bueno, probar� solo. Si�ntate en tu potro —le dije a Nikol�i Nik�tich.

En realidad, despu�s de estos dos intentos comprob� que mis viejos h�bitos del ej�rcito no me hab�an abandonado. Nikol�i Nik�tich salt� sobre su potro mir�ndome con ojos cr�ticos. Forzando toda mi voluntad, me obligu� a alzarme hasta la silla. No me sali� del todo mal. Tens� las riendas y espole� el caballo. Inclinado hacia adelante grit� al asombrado Popudrenko:

— �A ver si me coges!

La gente se alz� en gritos. Alguien hasta se puso a aplaudir. Primero march� por el sendero, pero despu�s dobl� hacia el bosque cubierto de nieve no pisada, di una vuelta, me dej� ver por el p�blico y de nuevo march� hacia el bosque. Por suerte, el caballo estaba bien instruido y obedec�a bien las �rdenes del jinete. Todos los caballos notan a quien llevan.

 

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