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Le�n Trotsky
Escritos sobre Espa�a

La revoluci�n espa�ola y sus peligros

Kadikei, 28 de mayo de 1931
[Versi�n al castellano de Andreu Nin. Ruedo Ib�rico, 1971. Digitalizaci�n: Germinal]


La revoluci�n espa�ola avanza. En el proceso de lucha crecen tambi�n sus fuerzas internas. Pero al mismo tiempo crecen igualmente los peligros. Hablamos, no de los peligros que tienen su origen en las clases dominantes y en sus servidores pol�ticos republicanos y socialistas. Estos son enemigos declarados; nuestra misi�n con respecto a ellos es perfectamente clara. Pero hay otros peligros interiores.

Los obreros espa�oles miran con confianza a la Uni�n Sovi�tica, hija de la Revoluci�n de octubre. Este estado de esp�ritu constituye un capital precioso del comunismo. La defensa de la Uni�n Sovi�tica es el deber de todo obrero revolucionario. Pero no se puede permitir que se abuse de la confianza de los obreros en la revoluci�n de octubre para imponer a los mismos una pol�tica que se halla en contradicci�n fundamental con todas las experiencias y las ense�anzas de octubre.

Hay que decirlo claramente; hay que decirlo de un modo tal que lo oiga la vanguardia del proletariado espa�ol e internacional: la revoluci�n proletaria de Espa�a se halla amenazada de un peligro inmediato por parte de la direcci�n actual de la Internacional Comunista. Toda revoluci�n, incluso la que nos inspire m�s esperanzas, puede ser aniquilada, como lo ha demostrado la experiencia de la revoluci�n alemana de 1923, y, de un modo m�s elocuente, la experiencia de la revoluci�n china de 1925-1927. Tanto en un caso como en otro, la causa inmediata del desastre fue la direcci�n err�nea. Ahora le ha llegado el turno a Espa�a. Los dirigentes de la Internacional Comunista no han aprendido nada de sus propios errores o, lo que es peor, para cubrir los errores precedentes se ven precisados a justificarlos. En todo lo que depende de ellos, preparan a la revoluci�n espa�ola la misma suerte de la revoluci�n china.

En el transcurso de dos a�os se desorient� a los obreros avanzados con la desventurada teor�a del "tercer per�odo", que ha debilitado y desmoralizado a la IC. Finalmente los dirigentes se batieron en retirada. Pero, �cu�ndo? Precisamente en el momento en que la crisis mundial marcaba un cambio radical de la situaci�n y daba a la luz las primeras posibilidades de una ofensiva revolucionaria. Los procesos interiores de Espa�a se desarrollaban, entre tanto, de un modo imperceptible para la IC. Manuilski declaraba -�y Manuilski desempe�a hoy las funciones de jefe de la IC!- que los acontecimientos de Espa�a no merec�an ninguna atenci�n.

En nuestro estudio La revoluci�n espa�ola y la t�ctica de los comunistas, escrito antes de los acontecimientos de abril, e anticip�bamos que la burgues�a, adorn�ndose con todos los matices del republicanismo, salvaguardar�a con todas sus fuerzas, y hasta el �ltimo instante, su alianza con la monarqu�a. "Es verdad que no est� excluida la circunstancia -dec�amos- de que las clases poseyentes se vean obligadas a sacrificar a la monarqu�a para salvarse ellas mismas (ejemplos: �Alemania!)." Estas l�neas sirvieron de pretexto a los estalinistas naturalmente despu�s de los acontecimientos- para hablar de un pron�stico falso (1). Un agente que no ha previsto nunca nada, pide a los otros no pron�sticos marxistas, sino previsiones teos�ficas, para saber qu� d�a y en qu� forma se producir�n los acontecimientos; es as� como los enfermos ignorantes y supersticiosos exigen milagros de la medicina. La previsi�n marxista consiste en ayudar a orientarse en el sentido general del desarrollo de los acontecimientos ya interpretar sus "sorpresas". El hecho de que la burgues�a espa�ola se haya decidido a separarse de la monarqu�a se explica por dos razones igualmente importantes. El desbordamiento impetuoso de la c�lera popular impuso a la burgues�a la tentativa de hacer servir de mingo a Alfonso, odiado por el pueblo. Pero esta maniobra, que tra�a aparejada consigo serios riesgos, le ha sido posible realizarla a la burgues�a espa�ola �nicamente gracias a la confianza de las masas en los republicanos y los socialistas ya que en el cambio de r�gimen no se ten�a que contar con el peligro comunista. La variante hist�rica que se ha realizado en Espa�a es, por consiguiente, el resultado de la fuerza de la presi�n popular, de una parte, y de la debilidad de la IC, de otra. Hay que empezar con la comprobaci�n de estos hechos. El principio fundamental de la t�ctica debe ser el siguiente: si quieres ser m�s fuerte no empieces por exagerar tus propias fuerzas. Pero este principio no tiene ning�n valor para los ep�gonos-bur�cratas. Si en v�spera de los acontecimientos, Manuilski (2) predec�a que o ocurrir�a nada serio al d�a siguiente del cambio de r�gimen, el irreemplazable P�ri, encargado de suministrar informaciones falsas sobre los pa�ses latinos, empez� a mandar telegrama tras telegrama, diciendo que el proletariado espa�ol apoyaba casi exclusivamente al partido comunista y que los campesinos espa�oles creaban soviets. La Pravda publicaba estas estupideces, complet�ndolas con otras sobre los "trotsquistas", que van a remolque de Alcal� Zamora, cuando la verdad es que �ste met�a y mete en la c�rcel a los comunistas de izquierda... En fin, el 14 de mayo, la Pravda publicaba un art�culo de fondo titulado "Espa�a en llamas", que pretend�a tener un car�cter program�tico y que representa la condensaci�n de los errores de los ep�gonos traducidos al lenguaje de la revoluci�n espa�ola.

�C�mo actuar ante las Cortes?

La Pravda intenta partir de la verdad indiscutible de que la propaganda abstracta es insuficiente: "El partido comunista debe decir a las masas lo que deben hacer hoy". �Qu� propone la propia Pravda en este sentido? Agrupar a los obreros "para el desarme de la reacci�n, para el armamento del proletariado, para la constituci�n de los comit�s de f�brica, para la introducci�n por iniciativa propia de la jornada de siete horas, etc�tera etc." Etc. etc., as� se dice textualmente. Las consignas enumeradas son indiscutibles, aunque se dan sin ninguna conexi�n interior y sin la consecuencia que debe desprenderse de la l�gica del desarrollo de las masas. Pero lo que es sorprendente es que el art�culo de la Pravda no diga ni una sola palabra sobre las elecciones a las Constituyentes, como si este acontecimiento pol�tico en la vida de la naci�n espa�ola no existiera o como si no tuviera nada que ver con los obreros. �Qu� significa este mutismo?

Aparentemente, la transformaci�n republicana se produjo, como es sabido, por mediaci�n de las elecciones municipales. Ni que decir tiene; son mucho m�s profundas las causas del cambio de r�gimen, de las cuales hemos hablado mucho antes de la ca�da del ministerio Berenguer. Pero la forma "parlamentaria" de la liquidaci�n de la monarqu�a ha servido enteramente los intereses de los republicanos burgueses y de la democracia peque�o burguesa. Actualmente hay en Espa�a muchos obreros que se imaginan que pueden resolverse las cuestiones fundamentales de la vida social con ayuda de la papeleta electoral. Estas ilusiones no pueden ser destruidas mas que por la experiencia. Pero hay que saber facilitar �sta. �C�mo? �Volviendo la espalda a las Cortes o, al contrario, participando en las elecciones? Hay que dar una respuesta.

Adem�s del art�culo de fondo citado, el mismo peri�dico publica un art�culo "te�rico" (n�meros del 7 y del 10 de mayo) que pretende dar un an�lisis marxista de las fuerzas internas de la revoluci�n espa�ola y una definici�n bolchevique de su estrategia. En dicho art�culo tampoco se dice una sola palabra a prop�sito de si se deben boicotear las elecciones o participar en las mismas. En general, la Pravda guarda silencio sobre las consignas y los fines de la democracia pol�tica, a pesar de que califique de democr�tica la revoluci�n. �Que significa este mutismo? Se puede participar en las elecciones, se puede boicotearlas. Pero, �se puede ignorarlas?

Con respecto a las Cortes de Berenguer, la t�ctica del boicot era enteramente justa. Se ve�a de antemano con claridad, que, o bien Alfonso conseguir�a adoptar nuevamente por un cierto periodo el camino de la dictadura militar, o bien que el movimiento desbordar�a a Berenguer con sus Cortes. En estas condiciones, los comunistas deb�an tomar sobre s� la iniciativa de la lucha por el boicot de las Cortes. Es precisamente lo que tratamos de hacer comprender con ayuda de los d�biles recursos que ten�amos a nuestra disposici�n (3).

Si los comunistas espa�oles se hubieran pronunciado oportuna y decididamente por el boicot, difundiendo en el pa�s incluso peque�as hojas sobre el particular, su prestigio en el momento de la ca�da del ministerio Berenguer habr�a aumentado considerablemente. Los obreros avanzados se hubieran dicho: "Esa gente es capaz de comprender las cosas". Por desgracia, los comunistas espa�oles, desorientados por la direcci�n de la IC, no comprendieron la situaci�n e iban a participar en las elecciones aunque sin convicci�n alguna. Los acontecimientos los desbordaron y la primera victoria de la revoluci�n no aument� la influencia de los comunistas.

Actualmente es el gobierno de Alcal� Zamora el que se encarga de la convocatoria de las Cortes Constituyentes. �Hay alg�n motivo para suponer que la convocatoria de estas Cortes ser� impedida por una segunda revoluci�n? De ning�n modo. Son perfectamente posibles poderosos movimientos de las masas, pero este movimiento, sin partido, sin direcci�n, no puede conducir a una segunda revoluci�n. La consigna de ese boicot ser�a en la actualidad una consigna de autoaislamiento. Hay que tomar una participaci�n activ�sima en las elecciones.

El cretinismo parlamentario de los reformistas
y el cretinismo antiparlamentario de los anarquistas

El cretinismo parlamentario es una enfermedad detestable, pero el cretinismo antiparlamentario no vale mucho m�s, como lo pone de manifiesto con claridad el destino de los anarcosindicalistas espa�oles. La revoluci�n plantea en toda su magnitud los problemas pol�ticos y, en su fase actual, les da la forma parlamentaria. La atenci�n de la clase obrera no puede dejar de estar concentrada en las Cortes, y los anarcosindicalistas votar�n "sigilosamente" por los republicanos e incluso por los socialistas. En Espa�a, menos que en ninguna otra parte, se puede luchar contra las ilusiones parlamentarias sin combatir al mismo tiempo la metaf�sica antiparlamentaria de los anarquistas.

En una serie de art�culos y cartas hemos demostrado la enorme importancia de las consignas democr�ticas para el desarrollo ulterior de la revoluci�n espa�ola. La ayuda a los parados, la jornada de siete horas, la revoluci�n agraria, la autonom�a nacional, todas estas cuestiones vitales y profundas est�n ligadas en la conciencia de la gran mayor�a de los obreros espa�oles, sin excluir a los anarcosindicalistas, con las futuras Cortes. En el periodo de Berenguer era necesario boicotear las Cortes de Alfonso en nombre de las Cortes Constituyentes revolucionarias. En la agitaci�n era necesario colocar desde el principio, en primer t�rmino, la cuesti�n de los derechos electorales. S�; �la cuesti�n prosaica de los derechos electorales! Ni que decir tiene que la democracia sovi�tica es incomparablemente superior a la burguesa. Pero los soviets no caen del cielo. Es preciso crecer para llegar a ellos.

Hay en el mundo gentes que se permiten llamarse marxistas y que manifiestan un espl�ndido desprecio por consignas tales como, por ejemplo, la del sufragio universal igual, directo y secreto para los hombres y las mujeres a Partir de los dieciocho a�os. Sin embargo, si los comunistas espa�oles hubieran lanzado a su tiempo esa consigna, defendi�ndola en discursos, art�culos y manifiestos, habr�an adquirido una popularidad enorme. Precisamente porque las masas populares de Espa�a est�n inclinadas a exagerar la fuerza creadora de las Cortes, es por lo que todo obrero consciente, todo campesino revolucionario quieren participar en las elecciones. No nos solidarizamos ni un instante con las ilusiones de las masas; pero lo que tienen de progresivo dichas ilusiones debemos utilizarlo hasta el fin; de lo contrario, no somos revolucionarios, sino unos despreciables pedantes. Aunque no sea m�s que porque la reducci�n de la edad electoral interesa vivamente a muchos millares de obreros, de obreras, de campesinos y campesinas. Y �a cu�les? A los j�venes, a los activos, a los que est�n llamados a realizar la segunda revoluci�n. Oponer estas j�venes generaciones a los socialistas que se esfuerzan en apoyarse en los obreros de m�s edad, constituye la misi�n elemental e indiscutible de la vanguardia comunista.

Es m�s. El gobierno de Alcal� Zamora quiere hacer aprobar una Constituci�n con dos c�maras. Las masas revolucionarias que acaban de derribar la monarqu�a y que est�n impregnadas de una aspiraci�n apasionada, aunque muy confusa todav�a, hacia la igualdad y la justicia, acoger�n con ardor la agitaci�n de los comunistas contra el plan de la burgues�a, consistente en colocar sobre la espalda del pueblo una "c�mara de se�ores". Esta cuesti�n particular podr� desempe�ar un papel enorme en la agitaci�n, crear grandes dificultades a los socialistas, sembrar la discordia entre los socialistas y republicanos, es decir, dividir, aunque no sea m�s que temporalmente, a los enemigos del proletariado y, lo que es mil veces m�s importante, establecer una l�nea divisoria entre las masas obreras y los socialistas.

La reivindicaci�n de la jornada de siete horas, lanzada por la Pravda, es muy justa, extraordinariamente importante e inaplazable. Pero, �se puede plantear esta reivindicaci�n de un modo abstracto, ignorando la situaci�n pol�tica y los fines revolucionarios de la democracia? Al hablar �nicamente de la jornada de siete horas, de los comit�s de f�brica y del armamento de los obreros, ignorando la pol�tica, sin mencionar ni una sola vez en sus art�culos las elecciones a Cortes, Pravda hace el juego al anarcosindicalismo, lo alimenta, lo cubre. Sin embargo, el joven obrero, al cual los republicanos y los socialistas privan del derecho al voto, a pesar de que la legislaci�n burguesa lo considera suficientemente maduro para la explotaci�n capitalista, o al cual se quiere imponer la segunda c�mara, en la lucha contra estas ignominias, querr� ma�ana volver la espalda al anarquismo y tender la mano hacia el fusil. Oponer la consigna del armamento de los obreros a los procesos pol�ticos reales que arrastran vigorosamente a las masas, significa aislarse de estas �ltimas y aislar a �stas de las armas.

La consigna de la autodeterminaci�n nacional reviste actualmente en Espa�a una importancia excepcional. Sin embargo, esta consigna se plantea tambi�n hoy en el terreno democr�tico. No se trata, evidentemente, para nosotros, de incitar a los catalanes ya los vascos a separarse de Espa�a, sino de luchar para que se les d� esa posibilidad si expresan ellos mismos esta voluntad. Pero, �c�mo determinarla? Muy sencillamente: mediante el sufragio universal, igualitario, directo y secreto de las regiones interesadas. Hoy no existe otro medio. M�s adelante, las cuestiones nacionales, lo mismo que todas las otras ser�n resueltas por los soviets, como �rganos de la dictadura del proletariado. Pero no podemos imponer los soviets a los obreros en cualquier momento. Lo �nico que podemos hacer es conducirlos hacia ellos. A�n menos podemos imponer al pueblo los soviets que el proletariado crear� �nicamente en el porvenir. Pero hay que dar una respuesta a las cuestiones de hoy. En el mes de mayo los municipios de Catalu�a fueron llamados a elegir sus diputados para la elaboraci�n de la Constituci�n catalana, es decir, para decidir su actitud hacia Espa�a. �Es que los obreros catalanes pueden mostrarse indiferentes ante el hecho de que la democracia peque�o burguesa, que, como siempre, se somete al gran capital, intente resolver la suerte del pueblo catal�n por medio de unas elecciones antidemocr�ticas? La consigna de la autodeterminaci�n nacional, sin las consignas de la democracia pol�tica que la completan y la concretan, es una f�rmula vac�a, o, lo que es mucho peor, un modo de enga�ar a la gente.

Durante un cierto periodo, todas las cuestiones de la revoluci�n espa�ola aparecer�n, en una u otra forma, a trav�s del prisma del parlamentarismo. Los campesinos esperar�n, con una tensi�n extrema, lo que digan las Cortes a prop�sito de la cuesti�n agraria. �No es f�cil comprender la importancia que podr�a tener en las condiciones actuales un programa agrario comunista sostenido desde la tribuna de las Cortes? Para esto son necesarias dos condiciones: hay que tener un programa agrario y conquistar un acceso ala tribuna parlamentaria. Ya sabemos que no son las Cortes las que resolver�n el problema de la tierra. Es necesaria la iniciativa audaz de las propias masas campesinas. Pero para una iniciativa semejante las masas tienen necesidad de un programa y de una direcci�n. La tribuna de las Cortes es necesaria a los comunistas para mantener el contacto con las masas. y de este contacto nacer�n los acontecimientos que desbordar�n las Cortes. En esto consiste el sentido de la actitud revolucionaria - dial�ctica hacia el parlamentarismo.

�C�mo se explica, entonces, el hecho de que la direcci�n de la IC guarde silencio sobre esta cuesti�n? Unicamente porque es prisionera de su propio pasado.

Los estalinistas rechazaron demasiado ruidosamente la consigna de la Asamblea Constituyente para China. El VI Congreso estigmatiz� oficialmente como "oportunismo" las consignas de la democracia pol�tica para los pa�ses coloniales. El ejemplo de Espa�a, pa�s incomparablemente m�s avanzado que China e India, pone al descubierto toda la consistencia de las decisiones del VI Congreso. Pero los estalinistas est�n atados de pies y manos. Como no se atreven a incitar al boicot del parlamentarismo, sencillamente se callan. �Que perezca la revoluci�n, pero que se salve la reputaci�n de infalibilidad de los jefes! (4)

�Cu�l ser� el car�cter de la revoluci�n en Espa�a?

En el art�culo te�rico citado m�s arriba, que parece escrito expresamente para embrollar los cerebros, despu�s de los intentos de definir el car�cter de clase de la revoluci�n espa�ola, se dice textualmente lo siguiente: "A pesar de todo esto (!), ser�a falso, sin embargo (!), caracterizar ya la revoluci�n socialista". (Pravda, 10 de mayo.) Esta frase basta para apreciar todo el an�lisis. �Es que hay alguien en el mundo -debe preguntarse el lector- capaz de creer que la revoluci�n espa�ola "en la etapa actual" puede ser considerada como socialista sin que corra el riesgo de ir a parar a un manicomio? �De d�nde ha sacado en general la Pravda la idea de la necesidad de semejante "delimitaci�n", y en una forma tan suave y condicional? "A pesar de todo esto ser�a falso, sin embargo..." Se explica esto por el hecho de que los ep�gonos han hallado, por desgracia suya, una frase de Lenin sobre la "transformaci�n" de la revoluci�n burguesodemocr�tica en socialista. Como no han comprendido a Lenin y han olvidado o deformado la experiencia de la revoluci�n rusa, han puesto en la base de los errores oportunistas m�s groseros la noci�n de la "transformaci�n". No se trata, ni mucho menos -dig�moslo inmediatamente-, de sutilezas acad�micas, sino de una cuesti�n de vida o muerte para la revoluci�n proletaria. No hace a�n mucho tiempo, los ep�gonos esperaban que la dictadura de Kuomintang se "transformar�a" en dictadura obrera y campesina, y esta �ltima en dictadura socialista del proletariado. Se imaginaban, adem�s -Stalin desarrollaba este tema con una profundidad particular -, que de una de las alas de la revoluci�n se ir�an desprendiendo poco a poco los "elementos de derecha", mientras que en la otra ala se ir�an reforzando los "elementos de izquierda". As� se ve�a el progreso org�nico de la "transformaci�n". Por desgracia, la magn�fica teor�a de Stalin-Mart�nov est� enteramente basada en el desprecio m�s absoluto hacia la teor�a de clases de Marx. El car�cter del r�gimen social, y, por consiguiente, de toda revoluci�n, est� determinado por el car�cter de la clase que detenta el poder. El poder no puede pasar de manos de una clase a las de otra mas que mediante un levantamiento revolucionario, y de ning�n modo mediante una "transformaci�n org�nica". Los ep�gonos pisotearon esta verdad fundamental, primero en China y ahora en Espa�a. Y vemos en la Pravda a los sabios cient�ficos ponerse los manguitos y colocar el term�metro bajo el sobaco de Alcal� Zamora, mientras reflexionan: �se puede o no se puede reconocer que el proceso de "transformaci�n" ha conducido ya la revoluci�n espa�ola a la fase socialista? y los sabios -rindamos justicia a su sabidur�a- llegan a la conclusi�n siguiente: No; por ahora a�n no se puede reconocer.

Despu�s de habernos dado una apreciaci�n sociol�gica tan preciosa, la Pravda entra en el terreno de los pron�sticos y de las directivas. "En Espa�a -dice- la revoluci�n socialista no puede ser la finalidad inmediata. La finalidad inmediata (!) consiste en la revoluci�n obrera y campesina contra los grandes terratenientes y la burgues�a." (Pravda, 10 de mayo). Es indudable que la revoluci�n socialista no es en Espa�a la "finalidad inmediata". Sin embargo, ser�a mejor y m�s preciso decir que la insurrecci6n armada con el objetivo de la toma del poder por el proletariado no es en Espa�a la "finalidad inmediata". �Por qu�? Porque la vanguardia diseminada del proletariado no arrastra a�n tras de s� a la clase, y �sta no arrastra tras de s� a las masas oprimidas del campo. En estas condiciones, la lucha por el poder ser�a aventurismo. Pero, �qu� significa en este caso la frase complementaria: "la finalidad inmediata es la revoluci�n obrera y campesina contra los grandes terratenientes y la burgues�a"? �Es decir, que entre el r�gimen republicano burgu�s y la dictadura del proletariado actual habr� una revoluci�n particular "obrera y campesina"? Adem�s, �es que esta revoluci�n intermedia, "obrera y campesina", particular en oposici�n a la revoluci�n socialista, es en Espa�a una "finalidad inmediata"? �Est�, pues, a la orden del d�a un cambio de r�gimen? �Por la insurrecci�n armada o por otro medio? �En qu� se distinguir� precisamente la revoluci�n obrera y campesina "contra los terratenientes y la burgues�a" de la revoluci�n proletaria? �Qu� combinaci�n de fuerzas de clase le servir� de base? �Qu� partido dirigir� la primera revoluci�n en oposici�n a la segunda? �En qu� consiste la diferencia de programas y m�todos de esas dos revoluciones? Buscaremos en vano una respuesta a estas preguntas. La confusi�n y el barullo mental est�n cubiertos por la palabra "transformaci�n". A pesar de todas las reservas contradictorias, esa gente sue�a en un proceso de tr�nsito evolutivo de la revoluci�n burguesa a la socialista, por una serie de etapas org�nicas que se presentan bajo distintos seud�nimos: Kuomintang, "dictadura democr�tica", "revoluci�n obrera y campesina", "revoluci�n popular", y en este proceso el momento decisivo en que una clase arrebata el poder a otra, se disuelve imperceptiblemente.

El problema de la revoluci�n permanente

La revoluci�n proletaria, claro est�, es al mismo tiempo una revoluci�n campesina; pero en las condiciones contempor�neas es una revoluci�n campesina fuera de la revoluci�n proletaria. Podemos decir a los campesinos con pleno derecho que nuestro fin es la creaci�n de una rep�blica obrera y campesina, de la misma manera que despu�s del levantamiento de octubre hemos dado el nombre de "gobierno obrero y campesino" al gobierno de la de la dictadura proletaria. Pero no oponemos la revoluci�n obrera y campesina a la proletaria, sino que, por el contrario, las identificamos. Es �sta la �nica manera justa de plantear la cuesti�n.

Aqu� chocamos de nuevo con el centro mismo de la cuesti�n de la llamada "revoluci�n permanente". En su lucha contra esta teor�a los ep�gonos han llegado hasta la ruptura completa con el punto de vista de clase. Es verdad que despu�s de la experiencia del "bloque de las cuatro clases" en China, se han vuelto m�s prudentes. Pero a consecuencia de esto se han embrollado a�n m�s y procuran con todas sus fuerzas embrollar a los dem�s.

Por fortuna, gracias a los acontecimientos, la cuesti�n ha salido de la esfera de los sabios ejercicios de los profesores rojos sobre los viejos textos. No se trata de recuerdos hist�ricos, ni de seleccionar extractos, sino de una nueva y grandiosa experiencia hist�rica que se desarrolla ante nuestros ojos. Aqu� dos puntos de vista son confrontados en el campo de la lucha revolucionaria. No se puede escapar a su control. El comunista espa�ol que no se d� cuenta a tiempo de la esencia de las cuestiones relacionadas con la lucha contra el "trotsquismo", se ver� te�ricamente desarmado ante las cuestiones fundamentales de la revoluci�n espa�ola.

�Qu� es la "transformaci�n" de la revoluci�n?

S�, Lenin propugn� en 1905 la f�rmula hipot�tica de la "dictadura democr�tica del proletariado y de los campesinos". De existir en general un pa�s en el cual pudiera esperarse una revoluci�n agraria democr�tica independiente anterior a la toma del poder por el proletariado, ese pa�s era precisamente Rusia, donde el problema agrario dominaba toda la vida nacional, donde los movimientos campesinos revolucionarios se prolongaban durante d�cadas, donde exist�a un partido agrario revolucionario con una gran tradici�n y una amplia influencia entre las masas. Sin embargo, aun en Rusia, no hubo sitio para una revoluci�n intermedia entre la burguesa y la proletaria. En abril de 1917 Lenin repet�a sin cesar, refiri�ndose a Stalin, Kam�rev y otros que se aferraban a la vieja f�rmula bolchevique de 1905: "No hay y no habr� otra "dictadura democr�tica" que la de Miliukov-Tseretelli-Chernov: la dictadura democr�tica es, por su esencia misma, una dictadura de la burgues�a sobre el proletariado; s�lo la dictadura del proletariado puede suceder a la "dictadura democr�tica". Quien invente f�rmulas intermedias es un pobre visionario o un charlat�n." He aqu� la conclusi�n que sacaba Lenin de la experiencia viva de las revoluciones de febrero y de octubre. Nosotros seguimos colocados sobre la base de esa experiencia y de esas conclusiones.

�Qu� significa, pues, en este caso, para Lenin la "transformaci�n de la revoluci�n democr�tica en socialista"?. Desde luego nada de lo que ven en su imaginaci�n los ep�gonos y razonadores hueros pertenecientes al grupo de profesores rojos. Hay que saber que la dictadura del proletariado no coincide, ni mucho menos de una manera mec�nica, con la noci�n de revoluci�n socialista. La conquista del poder por la clase obrera se produce en un medio nacional determinado, en un periodo determinado y para la soluci�n de cuestiones determinadas. En las naciones atrasadas dichas cuestiones de soluci�n inmediata tienen un car�cter democr�tico: liberaci�n nacional del yugo imperialista y revoluci�n agraria, como en China; revoluci�n agraria y de los pueblos oprimidos, como en Rusia. Lo mismo vemos actualmente en Espa�a, aunque en otra disposici�n. Lenin dec�a incluso que el proletariado ruso hab�a llegado en octubre de 1917 al poder, ante todo, como agente de la revoluci�n burgueso democr�tica. El proletariado victorioso empez� por la resoluci�n de los problemas democr�ticos, y, poco a poco, mediante la l�gica de su dominaci�n, enfoc� las cuestiones socialistas. S�lo doce a�os despu�s de su poder ha empezado a emprender seriamente la colectivizaci�n de la econom�a agraria. Es esto lo que Lenin calificaba de "transformaci�n" de la revoluci�n democr�tica en socialista. No es el poder burgu�s el que se transforma en obrero-campesino y luego en proletario, no; el poder de una clase no se "transforma" en poder de otra, sino que se arrebata con las armas en la mano. Pero despu�s que la clase obrera ha conquistado el poder, los fines democr�ticos del r�gimen proletario se transforman inevitablemente en socialistas. El tr�nsito org�nico y por evoluci�n de la democracia al socialismo es concebible s�lo bajo la dictadura del proletariado. He aqu� la idea central de Lenin. Los ep�gonos han deformado todo esto, lo han embrollado, falsificado, y ahora envenenan con sus falsificaciones la conciencia del proletariado internacional.

Dos variantes: el oportunismo y el aventurismo

Se trata -repit�moslo nuevamente- no de sutilezas acad�micas, sino de cuestiones vitales de la estrategia revolucionaria del proletariado. No es cierto que en Espa�a est� a la orden del d�a la "revoluci�n obrera y campesina". No es cierto que, en general, est� hoy a la orden del d�a en Espa�a una nueva revoluci�n, es decir, una lucha inmediata por el poder. No; lo que est� a la orden del d�a es la lucha por las masas, para libertarlas de las ilusiones republicanas y de su confianza en los socialistas, por su agrupamiento revolucionario. La segunda revoluci�n vendr�; pero ser� la revoluci�n del proletariado conduciendo tras de s� a los campesinos pobres. No habr� sitio para una "revoluci�n obrera y campesina" especial entre el r�gimen burgu�s y la dictadura del proletariado. Contar con una revoluci�n semejante y adaptar la pol�tica a la misma significa "kuomintanguizar" al proletariado, es decir, matar la revoluci�n.

Las f�rmulas confusionistas de Pravda abren dos caminos que fueron experimentados en China hasta sus �ltimas consecuencias: el camino oportunista y el camino de la aventura. Si hoy Pravda no se decide a�n a "caracterizar" la revoluci�n espa�ola como revoluci�n obrera y campesina, qui�n sabe si no lo har� ma�ana, cuando Zamora Chang Kai-Check sea reemplazado por el "fiel Van-Tan-Vei": en este caso el izquierdista Lerroux. �No dir�n entonces los sabios profesores -los Mart�nov, Kuusinen y C�a- que nos hallamos en presencia de una rep�blica obrera y campesina que hay que "sostener en tanto en que..." (f�rmula de Stalin en marzo de 1917) o sostenerla enteramente? (F�rmula del mismo Stalin con respecto al Kuomintang en 1925-1927.)

Pero hay tambi�n una posibilidad aventurista, que acaso responda a�n mejor al estado de esp�ritu centrista de hoy. El editorial de la Pravda dice que las masas espa�olas "empiezan asimismo a dirigir sus golpes, contra el gobierno." Sin embargo, �es que el partido comunista espa�ol puede lanzar la consigna del derrumbamiento del gobierno actual como una finalidad inmediata? En la sabia incursi�n de la Pravda se dice, como hemos visto, que la finalidad inmediata es la revoluci�n obrera y campesina. Si se entiende esta "fase" no en el sentido de la transformaci�n, sino en el derrocamiento del poder, aparece completamente ante nosotros la variante del aventurismo. El d�bil partido comunista puede decir en Madrid, como dijo (o como se le mand� que dijera) en diciembre de 1927 en Cant�n: "Para una dictadura proletaria, naturalmente, no estamos todav�a en saz�n; pero como hoy se trata de un grado intermedio, de la dictadura obrera y campesina, intentemos la insurrecci�n de aunque no sea m�s que con nuestras d�biles fuerzas, y acaso salga alguna cosa de ello." En efecto no es dif�cil prever que cuando se ponga de manifiesto el retraso criminal con que se ha obrado en el primer a�o de la revoluci�n espa�ola los culpables de esta p�rdida de tiempo empezar�n a azotar a los "ejecutores" y les empujar�n, acaso, a una aventura tr�gica por el estilo de la de Cant�n.

Las perspectivas de las "jornadas de julio"

�Hasta qu� punto es real este peligro? Es completamente real. Tiene sus ra�ces en las condiciones interiores de la revoluci�n misma, que revisten un car�cter particularmente amenazador a causa de los equ�vocos y de la confusi�n de los jefes. En la situaci�n espa�ola de hoy se oculta una nueva explosi�n de las masas que corresponde m�s o menos a aquellos combates de 1917 en Petrogrado, que han entrado en la historia con el nombre de "Jornadas de julio" y que no condujeron al desastre de la revoluci�n gracias a la justa pol�tica de los bolcheviques. Es necesario detenerse en esta cuesti�n candente para Espa�a.

Hallamos el prototipo de las "Jornadas de julio" en todas las antiguas revoluciones, empezando por la gran revoluci�n francesa, con distintos resultados, pero, como regla general, desdichadas y a menudo catastr�ficas. La etapa de este orden es inherente al mecanismo de la revoluci�n burguesa, en la medida en que la clase que se sacrifica m�s por el �xito de la revoluci�n y que deposita m�s esperanza en la misma, es la que obtiene menos de ella. La l�gica de este proceso es completamente clara. La clase poseyente, despu�s de haber obtenido el poder por el golpe de Estado, se inclina a considerar que por ello mismo la revoluci�n ha realizado ya �ntegramente su misi�n, y de lo que m�s se preocupa es de demostrar su buena conducta a las fuerzas reaccionarias. La burgues�a "revolucionaria" provoca la indignaci�n de las masas populares por las mismas medidas con las cuales se esfuerza en conquistar la buena disposici�n de las clases derribadas. La desilusi�n de las masas se produce muy pronto, antes de que su vanguardia se haya enfriado de los combates revolucionarios. El sector avanzado se imagina que con un nuevo golpe puede dar cima a lo realizado antes de una manera insuficientemente decisiva o corregirlo. De aqu� el af�n de una nueva revoluci�n sin preparaci�n, sin programa, sin tener en cuenta las reservas, sin pensar en las consecuencias. De otra parte, la burgues�a llegada al poder no hace m�s que vigilar el momento del empuje impetuoso de abajo para intentar arreglar definitivamente las cuentas al pueblo. Tal es la base social y psicol�gica de esa semirevoluci�n complementaria que, m�s de una vez en la historia, se ha convertido en el punto de partida de la contrarrevoluci�n victoriosa.

En 1848 las "Jornadas de julio" se desarrollaron en Francia en junio y tomaron un car�cter incomparablemente m�s grandioso y m�s tr�gico que en Petrogrado en 1917. Las llamadas "Jornadas de junio" del proletariado de Par�s hab�an nacido con una fuerza irresistible de la revoluci�n de febrero. Los obreros de Par�s, con los fusiles de febrero en la mano, no pod�an dejar de reaccionar ante las contradicciones existentes entre el programa pomposo y la realidad miserable, ante ese intolerable contraste que repercut�a cada d�a en sus est�magos y en sus conciencias. Sin plan, sin programa, sin direcci�n, las Jornadas de junio de 1848 no eran m�s que un reflejo potente e inevitable del proletariado. Los obreros insurreccionados fueron aplastados despiadadamente. Fue as� como los dem�cratas desbrozaron el camino al bonapartismo.

La explosi�n gigantesca de la Commune fue asimismo, con respecto al golpe de Estado de septiembre de 1870, lo que hab�an sido las Jornadas de junio con respecto a la revoluci�n de febrero de 1848. La insurrecci�n de marzo del proletariado parisi�n no ten�a nada que ver con el c�lculo estrat�gico, sino que naci� de una tr�gica combinaci�n de circunstancias, completada por una de esas provocaciones de que es tan capaz la burgues�a francesa cuando el miedo excita su mala fe. En la Commune de Par�s el proceso reflexivo del proletariado contra el enga�o de la revoluci�n burguesa se elev� por primera vez al nivel de revoluci�n proletaria, pero para ser echada abajo inmediatamente.

Hoy la revoluci�n incruenta, pac�fica, gloriosa (la lista de estos adjetivos es siempre la misma), en Espa�a prepara ante nuestros ojos sus "Jornadas de junio", si se toma el calendario de Francia, o sus "Jornadas de julio", si se toma el calendario de Rusia. El gobierno de Madrid, ba��ndose en frases que parecen a menudo una traducci�n del ruso, promete medidas amplias contra el paro forzoso y los latifundios, pero no se atreve a tocar ninguna de las viejas llagas sociales. Los socialistas de la coalici�n ayudan a los republicanos a sabotear los fines de la revoluci�n. El jefe de Catalu�a, de la parte m�s industrial y m�s revolucionaria de Espa�a, predica un reinado milenario sin naciones ni clases oprimidas, pero al mismo tiempo no hace absolutamente nada para ayudar al pueblo a liberarse, por lo menos, de una parte de sus cadenas m�s odiadas. Maci� se esconde tras el Gobierno de Madrid, el cual, a su vez, se esconde tras las Cortes Constituyentes. �Como si la vida se detuviera esperando esas Cortes! �Y como si no fuera evidente que las Cortes futuras no ser�n m�s que una reproducci�n ampliada del bloque republicano-socialista, que no tiene otra preocupaci�n m�s que la de que todo quede como antes! �Es dif�cil prever el incremento febril de la indignaci�n de los obreros y de los campesinos? La desproporci�n entre la marcha de las masas en la revoluci�n y en la pol�tica de las nuevas clases dirigentes es el origen de ese conflicto irreconciliable que, en su desarrollo ulterior, o dar� lugar ala primera revoluci�n, la de abril, o conducir� a la segunda revoluci�n.

Si el partido bolchevique se hubiera obstinado en considerar el movimiento de junio como "inoportuno" y hubiese vuelto la espalda a las masas, la semi insurrecci�n hubiera ca�do inevitablemente bajo la direcci�n espor�dica e incoherente de los anarquistas, de los aventureros, de los elementos que hubieran expresado de un modo ocasional la indignaci�n de las masas, y se habr�a visto ahogada en sangre por convulsiones est�riles. Pero, por el contrario, si el partido, poni�ndose al frente del movimiento, hubiera renunciado a su apreciaci�n de la situaci�n en su conjunto para deslizarse hacia las sendas de los combates decisivos, la insurrecci�n habr�a tomado un impulso audaz; los obreros y los soldados, bajo la direcci�n de los bolcheviques, se habr�an adue�ado temporalmente del poder en Petrogrado en el mes de junio, pero �nicamente para preparar luego el fracaso de la revoluci�n. S�lo la direcci�n acertada del partido de los bolcheviques evit� las dos variantes de ese peligro fatal en el sentido de las jornadas de junio de 1848 y de la Commune de Par�s de 1871. El golpe asestado en julio de 1917 a las masas y al partido fue muy considerable. Pero no fue un golpe decisivo. Las v�ctimas se contaron por decenas, pero no por decenas de miles. La clase obrera sali� de esa prueba no decapitada ni exang�e; conserv� completamente sus cuadros combativos, los cuales aprendieron mucho, y en octubre condujeron al proletariado a la victoria.

Precisamente desde el punto de vista de las "Jornadas de junio" constituye un terrible peligro la ficci�n de la revoluci�n "intermedia" que, seg�n se pretende, est� a la orden del d�a en Espa�a.

La lucha por las masas y las Juntas obreras

El deber de la Oposici�n de Izquierda consiste en poner de manifiesto, desenmascarar y condenar a la verg�enza eterna en la conciencia de la vanguardia proletaria, de un modo implacable, la f�rmula de una "revoluci�n obrera y campesina" particular, distinta de las revoluciones burguesa y proletaria. �No cre�is esto, comunistas de Espa�a! No es m�s que una ilusi�n y un enga�o. Es una trampa diab�lica que puede convertirse ma�ana en una soga para vuestro cuello. Reflexionad bien en las lecciones de la revoluci�n rusa y en las de los desastres de los ep�gonos. Ante vosotros se abre una perspectiva de lucha por la dictadura del proletariado. En nombre de esta misi�n deb�is agrupar a vuestro alrededor a la clase obrera y levantar a los millones de campesinos pobres para que ayuden a los obreros. Es �sta una labor gigantesca. Sobre vosotros, comunistas de Espa�a, recae una responsabilidad revolucionaria enorme. No cerr�is los ojos ante vuestra debilidad, no os dej�is enga�ar por las ilusiones. La revoluci�n no cree en las palabras, sino que somete todo aprueba, a la prueba sangrienta. S�lo la dictadura del proletariado puede derrocar la dominaci�n de la burgues�a. No hay, no habr�, ni puede haber, ninguna revoluci�n intermedia, m�s "simple", m�s "econ�mica", m�s accesible a vuestras fuerzas. La historia no inventar� para vosotros ninguna dictadura con descuento. El que os hable de ella os enga�a. Preparaos seriamente, con tenacidad, de un modo incansable, para la dictadura del proletariado.

Sin embargo, el objetivo inmediato que se plantea a los comunistas espa�oles no es la lucha por el poder, sino la lucha por las masas, y esta lucha se desarrollar� en el periodo pr�ximo sobre la base de la rep�blica burguesa y, en proporciones enormes, bajo las consignas de la democracia. El objetivo inmediato es, indudablemente, la creaci�n de Juntas obreras (soviets). Pero seria absurdo oponer las Juntas a las consignas de la democracia. La lucha contra los privilegios de la Iglesia y contra la dominaci�n de las Ordenes religiosas y de los conventos -lucha puramente democr�tica- condujo en mayo a una explosi�n de las masas que cre� condiciones favorables, desgraciadamente no utilizadas, para la elecci�n de diputados obreros. En la fase actual, las Juntas son la forma organizada del frente �nico proletario, para las huelgas, para la expulsi�n de los jesuitas, para la participaci�n en las elecciones a las Constituyentes, para el contacto con los soldados, para el apoyo al movimiento campesino. Es s�lo a trav�s de las Juntas, que engloban al n�cleo fundamental del proletariado, como los comunistas podr�n asegurar su hegemon�a entre el proletariado y, por consiguiente, en la revoluci�n. S�lo a medida que vaya aumentando la influencia de los comunistas sobre la clase obrera, las Juntas se convertir�n en �rganos de lucha por el poder. En una de las etapas ulteriores -no sabemos a�n cuando- las Juntas, como �rganos del poder del proletariado, se ver�n opuestas a las instituciones democr�ticas de la burgues�a. S�lo entonces llegar� la �ltima hora de la democracia burguesa.

En todos los casos en que las masas se ven arrastradas a la lucha, sienten invariablemente - no pueden menos de sentirla - la necesidad aguda de una organizaci�n prestigiosa que se eleve por encima de los partidos, de las fracciones y de las sectas, y que sea capaz de unir a todos los obreros en una acci�n com�n. Son precisamente las Juntas obreras elegibles las que deben presentar esta forma de organizaci�n. Hay que saber sugerir a las masas esta consigna en el instante oportuno, y momentos semejantes aparecen actualmente a cada instante. Oponer la consigna de los soviets, como �rganos de la dictadura del Proletariado, a la lucha real de hoy, significa convertir dicha consigna en un santuario ultrahist�rico, en un icono ultrarrevolucionario, que pueden adorar algunos devotos, pero que no puede nunca arrastrar a las masas revolucionarias.

La cuesti�n de los ritmos de la revoluci�n espa�ola

Pero �queda a�n tiempo para la aplicaci�n de una t�ctica acertada? �No es ya tarde? �No se han dejado pasar ya todos los plazos?

El determinar acertadamente los ritmos de desarrollo de la revoluci�n tiene una enorme importancia, si no para definir la l�nea estrat�gica fundamental, al menos para la definici�n de la t�ctica. Ahora bien, sin una t�ctica justa, la mejor l�nea estrat�gica puede conducir a la ruina. Naturalmente, es imposible prever los ritmos por un largo periodo. El ritmo debe ser comprobado en el curso de la lucha, sirvi�ndose de los s�ntomas m�s variados. Adem�s, en el curso de los acontecimientos, el ritmo puede cambiar bruscamente. Pero, a pesar de todo, hay que tener ante los ojos una perspectiva determinada, a fin de efectuar en la misma, en el proceso de la experiencia, correcciones necesarias.

La gran revoluci�n francesa emple� m�s de tres a�os para llegar al punto culminante: la dictadura de los jacobinos. La revoluci�n rusa condujo en ocho meses a la dictadura de los bolcheviques. Vemos aqu� una diferencia enorme de los ritmos. Si en Francia los acontecimientos se hubieran desarrollado m�s r�pidamente, los jacobinos no hubieran tenido tiempo para formarse, pues en v�speras de la revoluci�n no exist�an como partido. De otra parte, si los jacobinos hubieran representado una fuerza ya en v�speras de la revoluci�n, los acontecimientos indudablemente se habr�an desarrollado con m�s rapidez. Tal es uno de los factores que determina el ritmo. Pero hay otros que son acaso m�s decisivos.

La revoluci�n rusa de 1917 fue precedida de la revoluci�n de 1905, calificada de ensayo general por Lenin. Todos los elementos de la segunda y de la tercera revoluci�n fueron preparados de antemano, de manera que las fuerzas que participaron en la lucha avanzaban por un camino conocido. Esto aceler� extraordinariamente el periodo de ascensi�n de la revoluci�n hacia su punto culminante.

Pero as� y todo, hay que suponer que el factor decisivo en la cuesti�n del ritmo en 1917 fue la guerra. La cuesti�n de la tierra pod�a ser a�n aplazada por algunos meses, incluso acaso por algunos a�os. Pero la cuesti�n de la muerte en las trincheras no permit�a ning�n aplazamiento. Los soldados dec�an: "�Qu� necesidad tengo de la tierra si yo no estar� all�?" La presi�n de una masa de doce millones de soldados fue un factor que contribuy� extraordinariamente a acelerar la revoluci�n. Sin la guerra, a pesar del "ensayo general" de 1905 y de la existencia del partido bolchevique, el periodo preparatorio, prebolchevista de la revoluci�n, hubiera podido durar no ocho meses, sino acaso un a�o, dos y m�s.

El partido comunista espa�ol ha entrado en los acontecimientos en un estado de debilidad extrema. Espa�a no est� en guerra; los campesinos espa�oles no est�n concentrados por millones en los cuarteles y en las trincheras, ni se hallan bajo el peligro inmediato de exterminio. Todas estas circunstancias obligan a esperar un desarrollo m�s lento de los acontecimientos y permiten, por consiguiente, confiar en que se dispondr� de un plazo m�s largo para la preparaci�n del partido y la conquista del poder.

Pero hay factores que obran en el sentido opuesto y que pueden provocar tentativas prematuras de un combate decisivo que equivaldr�a al desastre de la revoluci�n: la ausencia de un partido fuerte aumenta la importancia de lo espont�neo en el movimiento; las tradiciones anarcosindicalistas obran en el mismo sentido; finalmente, la falsa orientaci�n de la IC abre las puertas a las explosiones de aventurismo.

La conclusi�n de estas analog�as hist�ricas es clara: si la situaci�n en Espa�a (ausencia de tradiciones revolucionarias recientes; ausencia de un partido fuerte; ausencia de la guerra) conduce a que el alumbramiento normal de la dictadura del proletariado se vea, seg�n todas las apariencias, prolongado por un plazo considerablemente m�s largo que en Rusia, existen, por el contrario, circunstancias que refuerzan extraordinariamente el peligro de un aborto revolucionario.

La debilidad del comunismo espa�ol, que es el resultado de la falsa pol�tica oficial, hace, a su vez, a este �ltimo extremadamente susceptible de asimilarse las conclusiones m�s peligrosas de las directivas falsas. Al d�bil no le gusta ver su propia debilidad, teme hallarse retrasado, se enerva y corre demasiado. En particular, los comunistas espa�oles pueden temer las Cortes. En Rusia, la Asamblea Constituyente, aplazada por la burgues�a, se reuni� despu�s ya del desenlace decisivo y fue liquidada sin esfuerzo. Las Cortes Constituyentes espa�olas se re�nen en una fase m�s pr�xima de la revoluci�n. En las Cortes, los comunistas, si en general logran ir all�, ser�n una minor�a insignificante. De esto puede nacer el pensamiento de intentar el derrocamiento de las Cortes lo m�s pronto posible, aprovech�ndose de cualquier ofensiva espont�nea de las masas. Semejante aventura no s�lo no resolver�a el problema del poder, sino que, por el contrario, se rechazar�a muy considerablemente la revoluci�n, la cual quedar�a seguramente con la columna vertebral rota. El proletariado podr� arrancar el poder de manos de la burgues�a s�lo a condici�n de que la mayor�a de los obreros tiendan a ello apasionadamente y de que la mayor�a explotada del pueblo tenga confianza en el proletariado. Es precisamente en la cuesti�n de las instituciones parlamentarias de la revoluci�n en la que los camaradas espa�oles deben fijarse, no tanto en la experiencia rusa cuanto en la de la gran revoluci�n francesa. La dictadura de los jacobinos fue precedida de tres parlamentos. Por estos tres pelda�os las masas se elevaron hasta la dictadura jacobina. Ser�a est�pido creer -como los republicanos y socialistas madrile�os- que las Cortes pondr�n efectivamente un punto a la revoluci�n. No; las Cortes no pueden hacer otra cosa que dar un nuevo empuje al desarrollo de la revoluci�n, asegurando al mismo tiempo una mayor regularidad del mismo. Semejante perspectiva es muy importante para la orientaci�n en el curso de los acontecimientos, para contrarrestar el enervamiento y el aventurismo.

Esto no significa, ni que decir tiene, que los comunistas deban desempe�ar el papel de freno de la revoluci�n, y, a�n menos, que deban desolidarizarse de los movimientos y de las acciones de las masas de la ciudad y del campo. Semejante pol�tica ser�a funesta para el partido, el cual debe conquistar a�n la confianza de las masas revolucionarias. Unicamente porque los bolcheviques dirigieron todos los combates de los obreros y de los soldados tuvieron en julio la posibilidad de evitar la cat�strofe de las masas.

Si las condiciones objetivas y la mala fe de la burgues�a hubieran impuesto al proletariado el combate decisivo en las condiciones desfavorables, los comunistas habr�an, naturalmente, encontrado su puesto en las primeras filas de los combatientes. Un partido revolucionario preferir� siempre exponerse a la destrucci�n, junto con su clase, que permanecer al margen predicando la moral y dejando a los obreros sin direcci�n bajo las bayonetas de la burgues�a. Un partido aplastado en la lucha penetrar� profundamente en el coraz�n de las masas, y tarde o temprano tomar� su desquite. Un partido que se retire en el momento de peligro no renacer� m�s. Pero los comunistas espa�oles no se hallan en general situados en esta alternativa tr�gica. Al contrario, hay todos los motivos para creer que la ignominiosa pol�tica del socialismo en el poder y la desorientaci6n lamentable del anarcosindicalismo impulsar�n cada vez m�s a los obreros hacia el comunismo, y que el partido -a condici�n de que tenga una pol�tica justa- dispondr� de tiempo suficiente para prepararse y conducir al proletariado a la victoria.

�Por la unidad de las filas comunistas!

Uno de los cr�menes m�s vergonzosos de la burocracia estalinista es la escisi�n sistem�tica de las filas comunistas, poco numerosas en Espa�a, escisi�n que no se deriva de los acontecimientos de la revoluci�n espa�ola, sino que les ha sido impuesta bajo la forma de directivas que se desprenden de la lucha de la burocracia estalinista por su propia conservaci�n. La revoluci�n crea siempre en el proletariado una fuerte corriente hacia el ala izquierda. En 1917 se fundieron con los bolcheviques todos los grupos y todas las corrientes que le eran espiritualmente afines, aunque en el pasado hubieran luchado contra el bolchevismo. El partido no s�lo creci� r�pidamente, sino que vivi� una vida interior de una extraordinaria turbulencia. Desde abril hasta octubre, y m�s tarde, durante los a�os de guerra civjl, la lucha de tendencias y de grupos en el partido bolchevique alcanza en algunos momentos una gravedad extraordinaria. Pero no se producen escisiones, ni tan siquiera exclusiones individuales. La presi�n poderosa de las masas cohesiona al partido. La lucha interna le educa, le aclara su propio camino. En esta lucha todos los miembros del partido adquieren una convicci�n profunda en el acierto de la pol�tica del partido y en la seguridad revolucionaria de la direcci�n. Es s�lo esta convicci�n de los bolcheviques de fila, conquistada en la experiencia y en la lucha ideol�gica, lo que da la posibilidad a la direcci�n de lanzar a todo el partido al combate en el momento necesario. y s�lo la convicci�n profunda del partido en el acierto de su pol�tica inspira a las masas obreras la confianza en el mismo. Grupos artificiales impuestos desde fuera; ausencia de lucha ideol�gica libre y honrada; aplicaci�n del calificativo de enemigos a los amigos; creaci�n de leyendas que sirven para la escisi�n de las filas comunistas. He aqu� lo que paraliza actualmente al partido comunista espa�ol. Este debe librarse de las tenazas burocr�ticas que lo condenan a la impotencia. Hay que agrupar las filas comunistas sobre la base de una discusi�n abierta y honrada. Hay que preparar el congreso de unificaci�n del partido comunista espa�ol.

La situaci�n se complica por el hecho de que no s�lo la burocracia estalinista oficial en Espa�a, poco numerosa y d�bil, sino tambi�n las organizaciones oposicionistas, que formalmente se hallan fuera de la Internacional Comunista -la Federaci�n catalana y el grupo aut�nomo de Madrid-, carecen de un programa de acci�n claro y, lo que es todav�a peor, est�n contaminados en una gran parte de los prejuicios que los ep�gonos del bolchevismo han sembrado con tanta abundancia durante estos �ltimos ocho a�os. Los oposicionistas catalanes no tienen la claridad necesaria en la cuesti�n de la "revoluci�n obrera y campesina", de la "dictadura democr�tica" y aun del "partido obrero y campesino". Esto redobla el peligro. La lucha por la reconstituci�n de la unidad de las filas comunistas debe ser combinada con la lucha contra la podredumbre ideol�gica y la falsificaci�n estalinista.

Es �sta la misi�n de la Oposici�n de Izquierda. Pero hay� que decir la verdad: �sta apenas ha iniciado a�n su tarea. Sabemos las condiciones dif�ciles en que se hallan nuestros compa�eros de ideas; persecuciones policiacas ininterrumpidas bajo Primo de Rivera, bajo Berenguer y bajo Alcal� Zamora. El compa�ero Lacroix, por ejemplo, sale de la c�rcel para volver a entrar en ella. El aparato de la IC, impotente en el terreno de la direcci�n revolucionaria, desarrolla una gran actividad en el de las persecuciones y de las calumnias. Todo esto dificulta extremadamente el trabajo. Sin embargo, �ste debe ser llevado a cabo. Hay que agrupar las fuerzas de la Oposici�n de Izquierda en todo el pa�s, fundar una revista y un bolet�n, agrupar a la juventud obrera, formar c�rculos y luchar por la unidad de las filas comunistas sobre la base de una pol�tica marxista justa.

Notas

1. Los que m�s se distinguen en este sentido son los estalinistas norteamericanos. Es dif�cil imaginarse hasta donde llega la vulgaridad y la estupidez de los funcionarios retribuidos y sin control alguno. [L.Trotsky]

2. Lo dicho por Manuilski en febrero de 1930 fue exactamente lo siguiente: "Los procesos de este g�nero [el proceso revolucionario espa�ol] desfilan sobre la pantalla hist�rica como un episodio que no deja rastros profundos en el esp�ritu de las masas trabajadoras, que no enriquecen en experiencia de lucha de clases. Una huelga parcial puede tener para la clase obrera internacional una importancia m�s sugestiva que cualquier "revoluci�n de g�nero espa�ol" que se efect�e sin que el Partido Comunista y el proletariado ejerzan un papel dirigente." [J.Andrade]

3. La Oposici�n de Izquierda no tiene prensa diaria. No hay m�s remedio que desarrollar en cartas privadas ideas que deber�an constituir el contenido de los art�culos cotidianos. [L.Trotsky]

4. El grupo italiano "Prometeo" (bordiguianos) niega en general las consigna democr�ticas revolucionarias para todos los pa�ses y todos los pueblos. Este doctrinarismo sectario, que coincide pr�cticamente con la posici�n de los estalinistas no tiene nada de com�n con la de los bolcheviques-leninistas. La oposici�n internacional de izquierda debe declinar todo asomo de responsabilidad por semejante infantilismo de extrema izquierda. Precisamente la experiencia actual de Espa�a atestigua que las consignas de la democracia pol�tica desempe�ar�n indudablemente un papel de una gran importancia en el proceso de derrumbamiento de la dictadura fascista. Entrar en la revoluci�n espa�ola o italiana con el programa de "Prometeo", es lo mismo que ponerse a nadar con las manos atadas a la espalda; el nadador que tal haga corre un riesgo muy considerable de ahogarse. [L.Trotsky]


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