PARA EL VIII CONGRESO DEL PARTIDO
COMUNISTA RUSO

(MOSC�, MARZO DE 1919)

Entrevista con los representantes de la prensa

No podr�, por desgracia, asistir en persona al Congreso del Partido, cuya importancia ser� capital y en cuyo trascurso se discutir� sobre todo la actividad del departamento militar.
No creo que el programa del partido sea pretexto para divergencias y debates apasionados. Desde luego, el proyecto de programa no carece de defectos. Pero pienso que este problema ser�, en conjunto, resuelto. Acaso sea necesario aclarar tal o cual f�rmula.
Los asuntos inherentes a la organizaci�n pueden suscitar en el congreso debates m�s amplios y opiniones m�s encontradas. Diversos medios del partido, y no de los menores, ponen de manifiesto cierto descontento a prop�sito de la actividad del aparato central del partido.
Los camaradas se quejan de la falta de direcci�n sistem�tica de las instancias centrales, de una desigual distribuci�n de las fuerzas del partido, etc.
En todo caso estimo indispensable destacar que buena parte de las cr�ticas formularlas a este respecto van demasiado lejos.
En circunstancias hist�ricas sin parang�n, nuestro partido, el partido de la clase obrera, se ha visto obligado a resolver problemas de importancia mundial. Al mismo tiempo, y en funci�n de las modificaciones de la situaci�n mundial, se ha visto compelido a cambiar su propia l�nea de conducta; por supuesto, no en lo que concierne a los principios, sino en sentido operacional, de "maniobra", diremos. Ala debido pasar de la ofensiva a un provisional repliegue; ha debido despistar al adversario m�s poderoso del momento, tanto en pol�tica interior como en pol�tica exterior; ha debido concentrar todas sus fuerzas y toda su atenci�n en uno u otro de sus objetivos, y as� por el estilo. Estimo que este aspecto de la conducta de la pol�tica del partido ha quedado asegurado y que nuestro partido ha salido con honor de las peores dificultades. Precisamente la escala gigantesca de los acontecimientos ha engendrado cada vez nuevas combinaciones de condiciones o agrupamientos pol�ticos, haciendo as� extremadamente dif�cil todo verdadero trabajo sistem�tico relativo a la estimaci�n real del conjunto de fuerzas del partido y a la justa distribuci�n en los diferentes sectores de la actividad.
El verano �ltimo, por ejemplo, cuando nuestra situaci�n militar se deterior� en grado sumo, el partido envi�, por iniciativa del Comit� Central, a millares de sus mejores militantes a todos los frentes. Resulta evidente que tal apretujamiento de las fuerzas del partido era imposible de realizar dentro de un orden cabal, con una estimaci�n correspondiente de la condici�n y la capacidad de cada militante visto por separado. Sin embargo, las circunstancias mismas nos obligaban a actuar de esa manera.
En el curso de los diecisiete meses de su existencia, la Rep�blica Sovi�tica comenz� por ensancharse; luego se contrajo, para nuevamente agrandarse en seguida. Claro est� que ning�n Comit� Central estaba en condiciones de prever tales cambios. Esas modificaciones se efectuaban con una cadencia r�pida y ten�an consecuencias directas sobre la organizaci�n: durante, el primer per�odo asistimos a una diseminaci�n espont�nea de las fuerzas del partido por toda la extensi�n del territorio aumentado de la Rusia sovi�tica; luego se produjo una concentraci�n igualmente espont�nea de esas fuerzas dentro de los l�mites de la Gran Rusia, antes de esparcirse despu�s, con igual rapidez, en el conjunto de las regiones liberadas. Durante este �ltimo per�odo la distribuci�n de las fuerzas del partido ya se llevaba a cabo de un modo mucho m�s sistem�tico.
Por �ltimo hay que tomar en cuenta, adem�s, un factor al que los camaradas de provincia tienen con suma frecuencia tendencia a olvidar. En el curso del primer per�odo del r�gimen sovi�tico pudo observarse un impulso muy importante del separatismo espont�neo. Los comit�s ejecutivos locales y las organizaciones del partido, �ntegramente absorbidos por la urgencia de sus nuevas tareas locales, se desvincularon casi por completo del centro; estaban muy poco preocupados por establecer relaciones con nosotros, y a veces hasta se inclinaban a considerar como un obst�culo toda intervenci�n de las instancias superiores.
Mucha energ�a se derroch� entonces para establecer el m�nimo de vinculaciones entre el centro y la periferia a fin de enderezar estructuras centralizadas m�s o menos eficaces.
Con posterioridad al desenlace de la crisis, vimos c�mo en ciertos c�rculos del partido se pon�a de manifiesto el fen�meno contrario. En diversas partes se comenz� a exigir del centro mucho m�s que lo que estaba realmente en condiciones de suministrar. Y los camaradas, al no lograr conducir con acierto los asuntos corrientes en virtud de su gran complejidad y de su novedad, acusaban a voz en cuello a las instancias dirigentes de no proporcionar instrucciones. No dudo que el Congreso aportar� una soluci�n pr�ctica a estos problemas y resolver� todos los asuntos relacionados con ellos.
Tambi�n el problema militar es candente. Lamento sobremanera no poder asistir a los debates sobre este asunto: con el acuerdo del Comit� Central, vuelvo a partir para el frente. Sin embargo, no tengo la menor inquietud en cuanto a la probable decisi�n del partido con respecto a la construcci�n futura del ejercito.
Forzados por las circunstancias, hemos sido obligados a concentrar en el departamento militar nuestras m�s importantes fuerzas, a los mejores militantes de nuestro partido y una gran parte de las posibilidades materiales del pa�s. Gracias al trabajo intensivo llevado a cabo bajo la permanente presi�n de las circunstancias, hemos acumulado una gran experiencia en el campo de la construcci�n del ej�rcito.
Gran n�mero de camaradas estimaban al principio que habr�a que poner en pie un ej�rcito con forma de destacamentos de guerrilleros s�lidamente organizados. Tal era la opini�n m�s ampliamente difundida despu�s de la ruptura de las negociaciones de Brest-Litovsk. Los sostenedores de este punto d� vista se basaban en el hecho de que no ten�amos ni el tiempo, ni los medios materiales, ni el cuerpo de mandos indispensable para montar un ej�rcito centralizado.
El trabajo comenz�, no obstante, en otra direcci�n. Los destacamentos de guerrilleros fueron provisionalmente trasformados en un tel�n detr�s del cual se daba comienzo a un ej�rcito centralizado.
Despu�s de algunos meses de esfuerzos y fracasos, y gracias a una gran concentraci�n de sus fuerzas, el partido logr� dar vida real a este asunto.
La oposici�n a la integraci�n de los especialistas militares era fuerte, y hasta cierto punto se alimentaba con justa raz�n de hechos innegables: durante el per�odo de nuestros fracasos en el exterior, la mayor�a de los especialistas militares descuidaban su tarea, cuando no se pasaban directamente al enemigo.
El Comit� Central del partido consideraba, sin embargo, que era un fen�meno pasajero y que, si resolv�amos los otros problemas, podr�amos subsiguientemente compeler a los especialistas militares a trabajar de una manera apropiada.
Los hechos nos han dado la raz�n. En los frentes hemos puesto en pie ej�rcitos con estructuras de direcci�n y mando centralizadas; hemos pasado de la retirada a la ofensiva, y del fracaso a �xitos notables.
Innumerables militantes del partido, se�alables entre los m�s serios y responsables, se dirig�an al frente como adversarios declarados de nuestro sistema militar, en particular en lo atinente a la integraci�n de los oficiales de carrera en puestos superiores: al cabo de algunos meses de trabajo se trasformaron en ardorosos partidarios de nuestro sistema. Personalmente no encuentro ninguna excepci�n.
Por supuesto, entre los camaradas que part�an para el frente hab�a muchos elementos dudosos, aventureros, incluso, que hab�an llevado la voz cantante en la retaguardia; habi�ndose infiltrado con ayuda de medias verdades o de mentiras en las filas del partido, luego intentaban en el frente manejar a los dirigentes y a los comandantes militares.
Al tropezar entonces con un r�gimen severo y a veces hasta con medidas directas de represi�n, esos elementos gritaban desde luego su descontento respecto de nuestro r�gimen militar. Era, claro est�, una minor�a, pero sus cr�ticas alimentaban el descontento de algunos c�rculos del partido respecto del departamento militar.
Las causas del descontento son no obstante m�s profundas. Actualmente el ej�rcito devora fuerzas y medios enormes, en directa violaci�n de las leyes y los intereses de la actividad de los otros campos. Los camaradas que trabajan en el Ej�rcito Rojo bajo la constante presi�n de sus necesidades y sus exigencias ejercen a su vez una presi�n, que a veces adquiere formas agudas, sobre los funcionarios y las autoridades de los dem�s departamentos. Por su parte, �stos responden con una reacci�n exacerbada.
La guerra es asunto serio y dif�cil, sobre todo cuando la lleva un pa�s agotado que acaba de vivir una revoluci�n y asigna a la clase obrera tareas inmensas en todos los terrenos. El descontento, provocado por el hecho de que el ej�rcito y la guerra explotan y agotan el pa�s, busca un derivativo y a menudo no llama a la puerta justa. Como nos resulta imposible negar la necesidad del Ej�rcito Rojo y la inevitabilidad de una guerra que nos ha sido impuesta, corre por nuestra cuenta emprenderla contra los m�todos y el sistema.
A pesar de ello, ya no queda vestigio del problema de principio anteriormente planteado a ra�z de los destacamentos de guerrilleros dirigidos por obreros revolucionarios sin la participaci�n de los especialistas militares y con exclusi�n de toda tentativa de poner en pie estructuras gubernamentales y centralizadas de mando para el conjunto de los ej�rcitos en todos los frentes.
A este respecto, la cr�tica formulada en la resoluci�n del Comit� Regional de Ural se vuelve absolutamente in�til, desacertada e informe y se resume -perd�neseme la expresi�n- en un ladrido desprovisto de importancia.
Por supuesto -dicen-, los especialistas militares nos son necesarios, pero en la medida de lo posible debemos actuar como si no los necesit�ramos. Tenemos que crear -a�aden- nuestro propio personal rojo de mando. �Como si el departamento militar no se estuviera ocupando en ello!
Ser�a bueno que el Congreso preguntara al Comit� Regional de Ural el n�mero exacto de oficiales rojos que ha formado, cu�l es el porcentaje de comunistas entre los oficiales rojos de Ural, cu�ntas unidades han sido formadas por el Comit� Regional de Ural y cu�l es su superioridad frente a los dem�s regimientos rojos fundados en otras regiones. Por mi parte, les aseguro que no se ver�a la menor diferencia.
En reiteradas oportunidades he formulado a los camaradas cr�ticos "de izquierda" la siguiente proposici�n: "Si consideran que nuestro m�todo de formaci�n es malo, organicen una divisi�n de acuerdo con sus m�todos, elijan su cuadro de mando y dennos parte de su experiencia en el campo pol�tico; el departamento militar pondr� a disposici�n de ustedes todos los medios indispensables."
Ni que decir que semejante experiencia, aun cuando fuera exitosa, no tendr�a fuerza de demostraci�n, pues al tratarse de una sola divisi�n claro est� que es m�s que posible seleccionar con esmero tanto los soldados como los comandantes. En todo caso una experiencia como esa les permitir�a sin duda a los cr�ticos aprender algo.
Por desgracia no se ha encontrado a nadie entre ellos que responda a nuestro llamado, y la cr�tica se desliza de un asunto a otro, conservando su car�cter irascible sin dejar de hallarse en el vac�o.
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