Textos sobre arte, cultura y literatura

La intelligentsia y el socialismo

Articulo a prop�sito del libro de Max Adler Socialismus und Intellektuellen (Viena, 1910), publicado en la revista Sovremienni Mir en 1910 por Trotsky.


Hace diez, e incluso seis o siete a�os, los partidarios de la escuela sociol�gica subjetiva rusa (los �socialistas revolucionarios�) habr�an podido emplear con resultados satisfactorios para su causa el �ltimo folleto del fil�sofo austr�aco Max Adler. Pero en los �ltimos cinco o seis a�os hemos vivido una �escuela sociol�gico� tan s�lidamente objetiva y sus lecciones han marcado nuestro cuerpo con cicatrices tan expresivas, que ni la exaltaci�n m�s elocuente de la intelligentsia, aunque proceda de la pluma �marxista� de Max Adler, puede salvar al subjetivismo ruso. Todo lo contrario: el mismo destino de los subjetivistas rusos es un argumento de primera clase contra los argumentos y deducciones de Max Adler.

Tema del folleto: las relaciones entre la intelligentsia y el socialismo. Para Adler este tema es materia de an�lisis te�rico y adem�s un problema de conciencia. Pretende convencer. En ese folleto, cuyo origen fue un discurso para un auditorio de estudiantes socialistas, Adler gasta una convicci�n fogosa. Su esp�ritu de proselitismo inunda el folleto, imprimiendo un sello particular incluso a ideas que ni siquiera pueden pretender el marchamo de novedad. El af�n pol�tico por atraer la intelligentsia a la ideolog�a del autor, de conquistarla para el socialismo cueste lo que cueste, predomina sobre el an�lisis social, comunicando al folleto un tono peculiar y determinando sus partes d�biles.

�Qu� es la intelligentsia? Adler no da, por supuesto, una definici�n moral de este concepto, sino social; seg�n �l no se trata de una orden cuya cohesi�n arranque de la unidad de un voto hist�rico, sino de una capa social que comprende todos los g�neros de profesiones intelectuales. Por dif�cil que sea trazar la l�nea divisoria n�tidamente entre trabajo �manual� e �intelectual� los rasgos sociales generales de la intelligentsia aparecen claros sin necesidad de posteriores investigaciones detalladas. Estamos ante toda una clase -para Adler, ante un grupo �interclasista�, aunque en esencia esto d� igual- en el marco de la sociedad burguesa. Y Adler se plantea as� el problema: �Qui�n o qu� tiene m�s derecho al alma de esta clase? �Qu� ideolog�a le corresponde obligatoriamente, en virtud de] car�cter mismo de sus funciones sociales? Adler responde que el colectivismo. Pero la intelligentsia europea en el mejor de los casos, cuando no es abiertamente enemiga de las ideas del colectivismo, se mantiene al margen de la vida de las masas obreras y de sus luchas, que no le producen ni fr�o ni calor. Adler no cierra los ojos ante estos hechos, pero exclama: �No puede ser! No hay suficientes fundamentos objetivos para que sea as�. Adler arremete de forma decidida contra los marxistas que niegan la existencia de condiciones generales capaces de determinar la afluencia masiva de los intelectuales al socialismo. En el pr�logo escribe: �Hay causas suficientes -no puramente econ�micas, sino en otras esferas- que pueden influir en la masa de la intelligentsia, es decir, independientemente de su situaci�n vitalmente proletaria, como motivaciones id�neas para vincularlas al movimiento obrero socialista. S�lo es preciso iniciar a la intelligentsia en la esencia de este movimiento y de su propia situaci�n social...� �Cu�les son esas causas? Adler dice: �Dado que la intelligentsia incluye entre sus condiciones vitales la intangibilidad y, m�s a�n, la posibilidad de desarrollo de los intereses espirituales, el inter�s te�rico tiene una importancia capital, al lado del econ�mico. Por eso, si la base de uni�n de la intelligentsia con el socialismo hay que buscarla sobre todo fuera de la esfera econ�mica, es tanto por las condiciones ideol�gicas espec�ficas del trabajo intelectual como por el contenido cultural del socialismo�. Independientemente del car�cter de clase de todo el movimiento ( �puesto que s�lo �ste es el camino! ), con independencia de su actual fisonom�a pol�tico-partidaria ( �puesto que s�lo �ste es el medio! ), el socialismo, por su propia esencia, como ideal social universal, significa la liberaci�n de toda suerte de trabajo intelectual cualesquiera que sean las limitaciones y los obst�culos hist�rico-sociales. Esta promesa es el puente ideol�gico por el que la intelligentsia europea puede y debe pasar al campo socialdem�crata.

Ese es el punto de vista central de Adler, que dedica el folleto entero a desarrollarlo. El vicio esencial de esta �ptica se ve en seguida: su ahistoricidad. En efecto, las bases generales en que se apoya Adler para marcar el paso de la intelligentsia al campo del colectivismo existen hace tiempo y act�an tenazmente. Sin embargo, en ninguno de los pa�ses europeos se produce esa afluencia masiva de la intelligentsia a la socialdemocracia. Por supuesto, Adler lo ve con igual claridad que nosotros. Pero �l nos propone que veamos la raz�n por la que la intelligentsia permanece totalmente ajena al movimiento obrero: que la intelligentsia no comprende el socialismo. Y en cierto sentido tiene raz�n. Pero en ese caso, �c�mo podemos explicarnos esa terca incomprensi�n y a un mismo tiempo la comprensi�n de otras muchas cosas sumamente complejas? La cosa est� clara: no se debe a la debilidad de la l�gica te�rica de la intelligentsia, sino a la fuerza de los momentos irracionales de su psicolog�a clasista. El mismo Adler lo apunta y el cap�tulo �Los l�mites burgueses de la comprensi�n� es uno de los mejores del folleto. Pero considera, tiene la esperanza, est� convencido -y en esto el predicador se superpone al te�rico que la socialdemocracia europea terminar� venciendo los momentos irracionales de la psicolog�a de los trabajadores intelectuales cuando reestructure la l�gica de las llamadas que les dirige. La intelligentsia no comprende al socialismo porque �ste, d�a a d�a, se presenta ante ella con su prosaica fisonom�a de partido pol�tico, de uno m�s entre tantos otros. Si el socialismo le presentara su aut�ntica faz como movimiento cultural universal, la intelligentsia no podr�a dejar de reconocer en �l sus esperanzas y aspiraciones mejores. Esto es lo que supone Adler.

No vamos a examinar por el momento si en realidad son, para la intelligentsia como clase, m�s poderosas las puras exigencias culturales (desarrollo de la t�cnica, de la ciencia, del arte) que las sugestiones de clase de la familia, la escuela, la iglesia, el estado y, por �ltimo, que la voz de las inclinaciones lucrativas. Pero aun admitiendo bajo condici�n que la intelligentsia es ante todo una corporaci�n de sacerdotes de la cultura que simplemente no han sabido comprender hasta el d�a de hoy que la ruptura socialista con la sociedad burguesa es el mejor modo de servir a los intereses de la cultura, admiti�ndolo queda en pie con toda su fuerza el siguiente problema: �es capaz la socialdemocracia europea, como Partido, de proponer a la intelligentsia en el aspecto te�rico y moral algo m�s demostrativo o m�s sugerente que lo que hasta ahora ha ofrecido?

El colectivismo viene desde hace varios decenios llenando el mundo entero con el fragor de su lucha. En este tiempo, millones de obreros se han organizado en agrupaciones pol�ticas, sindicales, cooperativas, etc. Toda una clase se alz� desde el fondo de su existencia e interrumpi� en el santuario m�s sagrado, la pol�tica, considerada hasta entonces como derecho exclusivo de las clases poseedoras. D�a a d�a, la prensa socialista -te�rica, pol�tica, sindical- revisa los valores burgueses, tanto los grandes como los peque�os, desde la �ptica de un mundo nuevo; no hay cuesti�n alguna de la vida social (matrimonio, familia, educaci�n, escuela, iglesia, ej�rcito, patriotismo, sanidad p�blica, prostituci�n) sobre la que el socialismo no haya enfrentado sus concepciones a las concepciones de la sociedad burguesa. El socialismo se expresa en todos los idiomas de la Humanidad civilizada. En sus filas trabajan v luchan personas de distinta formaci�n intelectual de temperamentos distintos" de distinto pasado, con relaciones sociales y costumbres vitales tambi�n distintos. Y si, pese a todo, la intelligentsia �no comprende� al socialismo, si todo lo anterior no basta para darle la posibilidad de infundirle la decisi�n de comprender el significado hist�rico-cultural del movimiento mundial, �no debemos llegar a la conclusi�n de que las causas de tal incomprensi�n fatal tienen que ser muy profundas y que es enga�arse el intento de superarlas mediante argumentos te�ricos?

Esta idea aparece con mayor nitidez a la luz de la historia. La afluencia mayor de intelectuales al socialismo tuvo lugar en la primera fase de la existencia del Partido, cuando se encontraba a�n en la infancia. Es lo que ocurri� en todos los pa�ses europeos. Esta primera oleada trajo consigo los te�ricos y pol�ticos m�s eminentes de la Internacional. Cuanto m�s creci� la socialdemocracia europea, cuando m�s se agruparon las masas obreras a su alrededor, con tanta mayor debilidad -de manera tanto absoluta como relativa- se produjo el flujo de elementos frescos de la intelligentsia. Leipziger Volkszeitung busc� en vano, durante mucho tiempo, mediante anuncios en los peri�dicos, un redactor con t�tulos acad�micos. De lo que se deduce la siguiente conclusi�n que se opone al pensamiento de Adler: cuanto m�s definidamente exterioriz� el socialismo su contenido, cuando m�s accesible se hizo para todos y cada uno la comprensi�n de su misi�n hist�rica, tanto m�s decididamente se apart� la intelligentsia de �l. Ello no quiere decir que el socialismo la asust� por s� mismo; en cualquier caso, resulta evidente que en los pa�ses capitalistas europeos se tuvieron que producir determinados cambios sociales profundos que dificultaron tanto la confraternizaci�n de acad�micos y obreros como facilitaron la comuni�n de los obreros con el socialismo.

�De qu� clase fueron estos cambios?

Del seno del proletario llegaron Y siguen llegando a la socialdemocracia individuos, grupos y capas, los m�s inteligentes. El crecimiento de la industria y el transporte no hace sino acelerar el proceso. Con la intelligentsia se produce un fen�meno de orden distinto. El fuerte desarrollo capitalista de los �ltimos decenios obtiene para s� los mejores elementos de esa clase. Las fuerzas intelectuales mejor dotadas, aquellas que poseen imaginaci�n e iniciativa, son absorbidas de forma irreversible por la industria capitalista -monopolios, empresas ferroviarias, bancos-, que pagan el trabajo organizativo con sumas escandalosas. Incluso para el servicio del Estado s�lo quedan personas de segunda categor�a; de ah� que las oficinas, gubernamentales, al igual que las redacciones de peri�dicos de todas las tendencias, se quejen de insuficiencia de �personal�. S�lo quedan los representantes de la intelligentsia semiproletaria, siempre en aumento, que no puede escapar a una existencia eternamente dependiente, e insegura en el terreno material. Como en la gran maquinaria de la cultura realizan funciones parciales, secundarias y poco atractivas, esos intereses culturales puros que Adler menciona no tienen sobre ellos imperio suficiente como para inducir por s� solos sus simpat�as pol�ticas hacia el socialismo.

A todo esto se a�ade la circunstancia de que para el intelectual europeo, cuyo paso ideol�gico al campo socialista no est� excluido, apenas existen esperanzas de ejercer una influencia personal en las filas del proletariado. Cuesti�n que tiene una relevancia importante. El obrero pasa al socialismo como part�cula de la totalidad, al lado de su clase, de la que no puede salir. Se da en �l entonces una satisfacci�n por su vinculaci�n moral con la masa, v�nculo que le hace m�s fuerte y seguro de s� mismo. El intelectual se adhiere al socialismo rompiendo su cord�n umbilical de clase -se adhiere como individuo, como persona- e inevitablemente busca ejercer un ascendiente personal. Tropieza entonces con obst�culos que ir�n aumentando con el tiempo. En la actualidad cada ne�fito encuentra construido en los pa�ses de Europa occidental el colosal edificio de la democracia obrera. Miles de obreros, segregados autom�ticamente por su clase, constituyen un aparato compacto, a cuya cabeza est�n veteranos meritorios, autoridades reconocidas, jefes de fila que son ya hist�ricos. S�lo una persona excepcionalmente dotada puede esperar en estas condiciones la conquista de un puesto dirigente; y ese individuo, en lugar de saltar por sobre el abismo de un campamento que le resulta extra�o, seguir� naturalmente la l�nea de la menor resistencia, que le lleva al reino de la industria o al servicio del Estado. Por eso en la actualidad existe una especie de barrera entre la intelligentsia y el socialismo; a todo ello se suma adem�s el mismo aparato de la organizaci�n socialdem�crata que provoca contra �l el descontento de la intelligentsia te�ida de socialismo -de la que exige disciplina y autolimitaci�n-, bien por su �oportunismo�, bien, por el contrario, por su excesivo �radicalismo�, conden�ndole al papel de espectador inconformista cuyas simpat�as oscilan entre el anarquismo y el nacional-liberalismo. Simplicissimus es su bandera ideol�gica suprema. El fen�meno, con variantes y grados diversos, se repite en todos los pa�ses europeos. Por otro lado, es un p�blico excesivamente caprichoso, e incluso podr�a decirse que excesivamente c�nico, como para que el esclarecimiento pat�tico de la esencia cultural del socialismo pueda conquistar su alma. Solamente unos pocos �ide�logos� -y tomo este t�rmino en el sentido bueno y en el malo- son capaces de alcanzar las convicciones socialistas llevados por el pensamiento te�rico puro y partiendo de las exigencias cient�ficas o t�cnicas. E incluso �stos, por regla general, no ingresan en la socialdemocracia, permaneciendo la lucha de clases del proletariado en su conexi�n interna con el socialismo como un libro guardado bajo siete llaves.

Adler est� en lo cierto cuando afirma que no se puede atraer a la intelligentsia al colectivismo con el programa de las reivindicaciones materiales inmediatas. Lo cual no significa que no sea posible atraer a la intelligentsia en su conjunto por alg�n otro medio, ni tampoco que los intereses materiales inmediatos y las conexiones clasistas de la intelligentsia no puedan resultar para ella m�s convincentes que todas las perspectivas hist�rico-culturales del socialismo.

Si dejamos a un lado la capa de la intelligentsia que sirve directamente a las masas obreras -m�dicos de los medios obreros, abogados laboralistas, etc., que por lo general son los representantes menos sobresalientes de estas profesiones-, la parte m�s relevante e influyente de la intelligentsia vive a cuenta del beneficio industrial, de la renta agraria y del presupuesto del Estado, en situaci�n de subordinaci�n directa o indirecta de las clases capitalistas o del Estado capitalista. Esta dependencia material, en abstracto, s�lo excluye la acci�n pol�tica combativo en las filas enemigas, sin excluir siquiera la libertad espiritual respecto a la clase de los esclavizadores. Pero en la pr�ctica no ocurre as�. Precisamente el car�cter �espiritual� del trabajo de la intelligentsia crea inevitablemente v�nculos espirituales entre ella y la clase poseedora. Los directores de f�brica y los ingenieros que asumen obligaciones administrativas se encuentran por necesidad en permanente enfrentamiento con los obreros, contra los cuales se ven obligados a defender los intereses del capital. Es evidente que sus emociones y concepciones terminan por adaptarse a tales funciones. El m�dico y el abogado, pese al car�cter m�s independiente de su trabajo, necesitan el contacto psicol�gico con su clientela. Si un montador puede, d�a tras d�a, instalar l�neas el�ctricas en las habitaciones de los ministros, de los banqueros y sus queridas, y seguir siendo el mismo, no es �se el caso del m�dico, que tiene que encontrar en su alma y en su voz notas que entonen con las simpat�as y costumbres de los ministros, de los banqueros y de sus queridas. Y este contacto no se produce s�lo en las altas esferas de la sociedad burguesa. Las sufragistas londinenses cuando requieren a un abogado para que las defiendan, le invitan a que sea sufragista. El m�dico que trata a las familias de los oficiales de Berl�n, o a los tenderos �socialcristianos� de Viena, el abogado que gestiona los asuntos de sus padres, hermanos y parientes no puede permitirse f�cilmente el lujo de interesarse por los proyectos culturales del colectivismo. Todo esto puede decirse igualmente de escritores, pintores, escultores, artistas de manera aunque no tan directa e inmediata s� inevitable. Ofrecen al p�blico sus producciones o sus personas y dependen de su aprobaci�n y de su bolsa; en forma abierta o enmascarada subordinan su creaci�n al �gran monstruo� al que desprecian: la burgues�a. El destino de los j�venes alemanes -que, entre par�ntesis, est�n todos calvos ya- es la prueba mejor. El caso de Gorki, explicable por las condiciones de la �poca que fueron quienes le educaron, es la excepci�n que confirma la regla: la incapacidad de Gorki para adaptarse a la degeneraci�n antirrevolucionaria de la intelligentsia le priv� de su �popularidad� en corto plazo de tiempo...

Aqu�: tenemos de nuevo la profunda diferencia social entre las condiciones del trabajo manual y las del intelectual. El trabajo manual esclaviza los m�sculos, agota el cuerpo y, sin embargo, es incapaz para someter el pensamiento del obrero. Tanto en Suiza como en Rusia, las medidas de control sobre �l ejercidas resultaron ineficaces. El trabajador intelectual, en cambio, es m�s libre f�sicamente. El escritor no est� obligado a levantarse a toque de sirena, ni el m�dico tiene un vigilante a sus espaldas, ni los bolsillos del abogado son registrados a la salida del Tribunal. Si no tienen que vender su fuerza bruta de trabajo, la tensi�n de sus m�sculos, se ven, en cambio, obligados a vender toda personalidad humana a trav�s de la conciencia, no del temor. En fin, ellos mismos no quieren, ni pueden, reconocer que su frac profesional no es m�s que un traje de presidiario bien cortado.

En �ltima instancia parece que ni el propio Adler est� contento con su f�rmula abstracta -y en el fondo idealista- de la relajaci�n rec�proca entre intelligentsia y socialismo. No se dirige en sustancia en su propaganda a la clase de trabajadores intelectuales que desempe�an determinadas funciones en la sociedad capitalista, sino a la generaci�n joven de esa clase, que se encuentra en la fase de preparaci�n para el futuro papel, al estudiantado. As� lo corrobora adem�s de la dedicatoria de su librito a la �Uni�n libre de los estudiantes socialistas de Viena�, el car�cter mismo de este folleto-discurso, su tono pat�tico, agitador y predicador. No tiene sentido tampoco semejante discurso ante un auditorio de profesores, abogados, escritores, m�dicos... Se le atragantar�a desde las primeras palabras. Por eso, el propio Adler, en funci�n del material humano con el que tiene que trabajar, limita su tarea (el pol�tico corrige la f�rmula de te�rico), en fin, se trata de una lucha para influir en el estudiantado.

La Universidad es la �ltima fase de la educaci�n estatalmente organizada de los hijos de la clase poseedoras y dominantes, de igual modo que el cuartel es la instituci�n educativa final de la generaci�n joven de obreros y campesinos. El cuartel educa las costumbres psicol�gicas de subordinaci�n y disciplina necesarios para las funciones sociales propias de los mandos subalternos. La Universidad, en principio, prepara para funciones de administraci�n, direcci�n y poder. Desde este punto de vista incluso las corporaciones estudiantiles alemanas conforman una instituci�n clasista original, creadora de tradiciones que vinculan a padres e hijos, fortalecen el esp�ritu nacionalista, inculcan costumbres necesarias en el medio burgu�s y abastecen en �ltima instancia de cicatrices en la nariz o debajo de la oreja como se�al de adscripci�n a la raza dominante. Para el partido de Adler el material humano que pasa por el cuartel es incomparablemente m�s importante que el que pasa por la Universidad, es comprensible. Pero en determinadas condiciones hist�ricas -precisamente en las condiciones de r�pido desarrollo industrial que proletariza la composici�n del ej�rcito, como ocurre en Alemania- el Partido a�n puede decirse: �No me meto en el cuartel; basta con que acompa�e al joven obrero hasta el umbral y con recibirlo cuando lo cruce de nuevo licenciado. No me abandonar�, ser� m�o�. Por lo que a la Universidad respecta, el Partido, si quiere realizar una labor propia que influya en la intelligentsia, tiene que decirse exactamente lo contrario: �S�lo aqu� y ahora, cuando el joven se halla emancipado hasta cierto punto de su familia y cuando todav�a no es prisionero de su situaci�n social, puedo esperar atraerle a mis filas. Ahora o nunca.�

En la clase obrera la diferencia entre �padres� e �hijos� es simplemente de edad. En la intelligentsia, adem�s de cronol�gica es social. El estudiante, en contraste con su padre y tambi�n con el joven obrero, no cumple funci�n social alguna, ni siente sobre �l la dependencia inmediata del capital o del estado y -por lo menos objetivamente, ya que no subjetivamente- es libre para discernir el bien del mal. En este per�odo todo hierve en �l, sus prejuicios clasistas a�n no est�n madurados ni tampoco sus inclinaciones ideol�gicas, los problemas de conciencia poseen especial fuerza, su pensamiento se abre por vez primera a grandes generalizaciones cient�ficas y lo extraordinario es para �l casi una necesidad fisiol�gica. Si el colectivismo es por regla general capaz de conquistar su conciencia, lo es ahora debido precisamente al noble car�cter cient�fico de su fundamentaci�n y el contenido cultural universal de sus objetivos, y no como cuesti�n prosaica de �cuchillo y tenedor�. En este �ltimo punto, Adler est� en lo cierto.

Pero tambi�n aqu� tenernos que detenernos una vez m�s ante los hechos escuetos. No s�lo la intelligentsia europea en su conjunto, tambi�n su brote estudiantil muestra decididamente ninguna inclinaci�n por el socialismo. Entre el partido obrero y la masa estudiantil hay un muro. Explicar semejante hecho s�lo por los defectos de la propaganda, que no sabe abordar a la intelligentsia por el lado id�neo -Adler se pierde en esta explicaci�n-, equivale a ignorar toda la historia de las relaciones entre estudiantado y �pueblo�, equivale a ver en el estudiantado una categor�a intelectual y moral, y no un producto hist�rico-social. Cierto que la dependencia material de la sociedad burguesa se expresa en el estudiantado s�lo de manera indirecta, a trav�s de la familia, y por eso d�bilmente. Pero, en cambio, en el estudiantado se reflejan, igual que en una c�mara de resonancia, a todo volumen los intereses y aspiraciones sociales generales de las clases entre las que es reclutado. En el curso de su historia, tanto en sus mejores momentos heroicos como en las fases de agon�a moral completa, el estudiantado europeo no fue m�s que el bar�metro sensible de las clases burguesas. Se hizo ultrarrevolucionario, confraterniz� sincera y honradamente con el pueblo cuando la sociedad burguesa no ten�a m�s salida que la, revoluci�n. Sustituy� en la pr�ctica a la democracia burguesa cuando la mezquindad pol�tica de �sta no la permiti� ponerse a la cabeza de la revoluci�n, como ocurri� en 1848 en Viena. Pero el estudiantado ametrall� a los obreros en junio de ese a�o de 1848, en Par�s, cuando la burgues�a y el proletariado se encontraban enfrentados a un lado y otro de las barricadas. Tras las guerras bismarkianas, de la unificaci�n alemana y del apaciguamiento de las clases burguesas, el estudiante alem�n se dio prisa en moldearse en esa figura rebosante de cerveza y vanidad que junto a la del oficial prusiano ilustra de forma permanente las p�ginas sat�ricas. En Austria el estudiantado se convirti� en representante del exclusivismo nacional y del chovinismo, cuando la lucha de las distintas naciones de este pa�s por influir en el poder estatal se agudiz�. Y no hay duda de que en todas estas metamorfosis hist�ricas, incluso las m�s desagradables, el estudiantado puso de manifiesto sentido pol�tico, capacidad de sacrificio e ideales combativos; esas cualidades con las que tan en�rgicamente cuenta Adler. Aunque s�lo sea porque el filisteo normal de los a�os treinta y cuarenta no pon�a en peligro la desfiguraci�n de su rostro por lo problem�tica noci�n del �honor�, cosa a la que su hijo se lanzaba con pasi�n. Los estudiantes ucranianos y polacos demostraron recientemente en Lvov no s�lo que saben coexistir con cada tendencia nacional y pol�tica hasta sus �ltimas consecuencias, sino ofrecer el pecho a las balas de las pistolas. El pasado a�o, los estudiantes alemanes de Praga arrostraron todas las violencias de la multitud, manifest�ndose por las calles para reforzar su derecho a tener corporaciones alemanas. En este caso el �idealismo� combativo -en muchos casos puro machismo- no es peculiar de la clase ni de la idea, sino de la edad. En cambio, el contenido pol�tico de ese idealismo viene determinado en su totalidad por el genio de las clases de que deriva el estudiantado y a las que vuelve. Lo cual es natural e inevitable.

Despu�s de todo, puesto que todas las clases poseedoras env�an a sus hijos a la Universidad, si el estudiantado se convirtiera aqu� en tabla rasa, sobre la que el socialismo pudiera escribir sus t�tulos, �qu� quedar�a de la heredabilidad clasista y del pobre determinismo hist�rico?

Nos queda ahora esclarecer un aspecto del problema que habla tanto a favor como en contra de Adler.

En su opini�n se puede atraer a la intelligentsia al socialismo, pero s�lo anteponi�ndole como primer piano la meta final del movimiento en todas sus dimensiones. Adler reconoce, sin embargo, como es l�gico, que la meta final aparece con mayor nitidez y en toda su extensi�n a medida que se realiza la concentraci�n industrial, la proletarizaci�n de las capas intermedias, la profundizaci�n de los antagonismos de clase. Independientemente de la voluntad de los jefes pol�ticos y de la diferente t�ctica nacional, la �meta final� aparece con mayor nitidez en Alemania que en Austria o en Italia. Pero este proceso social -la agudizaci�n de la lucha entre el trabajo y el capital- obstaculiza el paso de la intelligentsia al Partido del trabajo. Los puentes entre las clases quedan destruidos y hay que saltar a trav�s del foso que d�a a d�a se ahonda. Por eso al mismo tiempo que las condiciones que facilitan objetivamente la penetraci�n te�rica en la esencia del colectivismo, aumentan los obst�culos sociales para la uni�n pol�tica de la intelligentsia con el ej�rcito socialista. El paso al socialismo en los pa�ses avanzados, de intensa vida social, no es un fruto de la especulaci�n, sino un acto pol�tico, y la voluntad social domina sobre la raz�n te�rica. Lo cual significa que en �ltima instancia cada d�a es m�s dif�cil ganar a la intelligentsia; hoy es m�s dif�cil que ayer y ma�ana ser� m�s dif�cil que hoy.

Sin embargo, en este proceso tambi�n hay su �ruptura de continuidad�. La actitud de la intelligentsia respecto al socialismo, que nosotros hemos caracterizado como alejamiento creciente a medida que crece el socialismo, puede y debe alterarse radicalmente como secuela de un giro pol�tico objetivo que altere de manera fundamental la correlaci�n de fuerzas sociales. En cualquier caso, en las opiniones de Adler es cierto que la intelligentsia no tiene inter�s, directo e incondicional, por la conservaci�n de la explotaci�n capitalista, sino un inter�s indirecto, a trav�s de las clases burguesas, dado que materialmente depende de �stas. Podr�a pasar al colectivismo si tuviera la posibilidad de contar con la verosimilitud de su victoria inmediata, si ante ella apareciera no como el ideal ajeno, de otra clase, sino como una realidad pr�xima, palpable; por �ltimo, y �sta no es la menor de las condiciones, si la ruptura pol�tica con la burgues�a amenaza a cada intelectual con graves consecuencias materiales y morales. Para la intelligentsia europea tales condiciones s�lo pueden ser creadas por el poder pol�tico de la nueva clase social; de modo parcial pueden crearse en la fase de la lucha directa e inmediata por ese poder. Sea cual fuere el alejamiento de la intelligentsia europea de las masas obreras -y este alejamiento ir� aumentando, sobre todo en los pa�ses de capitalismo reciente, como Austria, Italia, los Balcanes, etc.-, resulta veros�mil que en la �poca de la reestructuraci�n social la intelligentsia pase antes que otras clases intermedias a las filas de los partidarios del nuevo r�gimen. Prestar�n as� un gran servicio las cualidades sociales que la diferencia de la peque�a burgues�a comercial, industrial y campesina; su conexi�n profesional con las ramas culturales del trabajo social, su capacidad para la generalizaci�n te�rica, la flexibilidad y agilidad de su pensamiento, en resumen, su intelectividad. Situada ante el hecho ineluctable del paso de todo el aparato social a nuevas manos, la intelligentsia europea sabr� convencerse de que las condiciones creadas no s�lo no la lanzan al abismo, sino que, todo lo contrario, abren posibilidades ilimitadas a la aplicaci�n de sus fuerzas t�cnicas, organizativas y cient�ficas; de su seno sabr� sacar esas fuerzas incluso en el primer per�odo, el m�s cr�tico, cuando el nuevo r�gimen tenga que vencer grandes dificultades t�cnicas, sociales y pol�ticas.

Pero si la conquista misma del aparato social dependiera de la adhesi�n previa de la intelligentsia al Partido del proletariado europeo, las cosas no ir�an nada bien para el colectivismo. Como hemos tratado de demostrar, el paso de la intelligentsia a la socialdemocracia en el marco del r�gimen burgu�s se hace cada vez menos posible, a medida que el tiempo pasa, frente a las esperanzas que Adler tiene.
 

Carta al acad�mico Pavlov

 Honorabil�simo Ivan Petrovich:

 Perd�neme que con la presente carta me permita venir a arrancarle de sus trabajos, de una importancia excepcional.

Presentar� como excusa que su tema, aunque abordado como diletante, tiene en mi opini�n una relaci�n directa con la teor�a fundada por usted. Se trata de las relaciones rec�procas entre la teor�a psicoanal�tico de Freud y la teor�a de los reflejos condicionados.

Durante los varios a�os de mi estancia en Viena, me code� bastante con los freudianos; le�a sus trabajos y frecuentaba incluso sus reuniones. En su forma de abordar los problemas sicol�gicos siempre me sorprendi� el hecho de que iban de un realismo psicol�gico a un an�lisis casi literario de los fen�menos ps�quicos.

En el fondo, la teor�a psicoanal�tico est� basada en el hecho de que el proceso psicol�gico representa una superestructura compleja fundada sobre procesos psicol�gicos, respecto a los cuales se halla subordinado. El lazo entre los fen�menos ps�quicos �superiores� y los fen�menos fisiol�gicos �inferiores� permanece, en la aplastante mayor�a de los casos, subconsciente y se manifiesta en los sue�os, etc.

Su teor�a de los reflejos condicionados, en mi opini�n, engloba la teor�a de Freud como un caso particular. La sublimaci�n de la energ�a sexual -tema favorito de la escuela freudiana- es una creaci�n que descansa en las bases sexuales de los reflejos condicionados, n + 1, n + 2 y siguientes.

Los freudianos se parecen a personas que miran en un pozo profundo y bastante turbio. Han dejado de creer que ese pozo es un abismo (el abismo del �alma�), ven o describen el fondo fisiol�gico y construyen toda una serie de hip�tesis ingeniosas e interesantes, pero arbitrarias desde el punto de vista cient�fico, sobre las propiedades del fundo, al determinar la naturaleza del agua en el pozo.

La teor�a de los reflejos condicionados no se contenta con m�todos semicient�ficos y �semiliterarios�, con observaciones hechas de arriba abajo, sino que desciende hasta el fondo y vuelve experimentalmente hacia lo alto.

27 de septiembre de 1923

El materialismo dial�ctico y la ciencia (La continuidad de la herencia cultural)

 Discurso pronunciado el 17 de septiembre de 1925, ante el Congreso de Mendeleyev, por Trotsky como presidente del Consejo t�cnico y cient�fico de la Industria.

 Vuestro Congreso se re�ne durante las fiestas de celebraci�n del segundo centenario de la fundaci�n de la Academia de Ciencias. Las relaticiones entre este Congreso y la Academia se refuerzan todav�a m�s por el hecho de que la ciencia qu�mica rusa no es de las que menos fama ha conseguido para la Academia. Parece indicado plantear a estas alturas la siguiente pregunta: �Cu�l es el sentido esencial de las fiestas acad�micas? Poseen un significado que va mucho m�s all� de las simples visitas a los museos y teatros y la asistencia a banquetes. �C�mo podemos percibir este significado? No s�lo en el hecho de que sabios extranjeros -que han tenido la amabilidad de aceptar nuestra invitaci�n- hayan podido comprobar que la revoluci�n en vez de destruir las instituciones cient�ficas las ha desarrollado. Esta evidencia comprobada por los sabios extranjeros tiene un sentido propio. Pero el significado de las fiestas acad�micas es mayor y m�s profundo. Lo dir� como sigue: el nuevo Estado, una sociedad nueva basada en las leyes de la revoluci�n de Octubre, toma posesi�n triunfalmente a los ojos del mundo entero de la herencia cultural del pasado.

Puesto que de pasada me he referido a la herencia, debo aclarar el sentido en que empleo este vocablo para evitar cualquier equ�voco. Ser�amos culpables de desacato al futuro, m�s querido para todos nosotros que el pasado, y ser�amos culpables de desacato hacia el pasado, que en muchos aspectos lo merece profundo, si habl�semos tontamente de la herencia. No todo en el pasado es valor para el futuro. Por otro lado, el desarrollo de la cultura humana no viene determinado por la simple acumulaci�n. Ha habido per�odos de desarrollo org�nico, y tambi�n per�odos de riguroso criticismo, de filtraci�n y de selecci�n. Ser�a dif�cil decir cu�l de esos per�odos ha terminado siendo m�s fruct�fero para el desarrollo general de la cultura. De cualquier modo, vivimos una �poca de filtraci�n y selecci�n.

La jurisprudencia romana estableci� ya en la �poca de Justiniano la ley de la herencia inventariada. Respecto a la legislaci�n prejustiniana, seg�n la cual el heredero ten�a derecho a aceptar la herencia siempre que asumiera la responsabilidad de las obligaciones y deudas, la herencia inventariada otorg� al heredero cierta posibilidad de elecci�n. El Estado revolucionario, representante de una nueva clase, es una especie de heredero inventarial respecto a la cantidad de cultura acumulada. Permitidme que diga con franqueza que no todos los quince mil vol�menes publicados por la Academia durante sus dos siglos de existencia figurar�n en el inventario del socialismo. Hay dos aspectos, de m�rito igual a todas luces, en las contribuciones cient�ficas del pasado que ahora son nuestras y que nos hacen sentir orgullo. La ciencia, en su totalidad, ha estado dirigida hacia la adquisici�n del conocimiento de la realidad, hacia la b�squeda de las leyes de la evoluci�n y hacia el descubrimiento de las propiedades y cualidades de la materia a fin de dominarla. Pero el conocimiento no se desarrolla entre las cuatro paredes de un laboratorio o una sala de conferencias. De ning�n modo. Ha sido una funci�n de la sociedad humana que reflejaba su estructura. La sociedad necesita conocer la naturaleza para subvenir a sus necesidades, al tiempo que exige una afirmaci�n de su derecho a ser lo que es, una justificaci�n de sus instituciones particulares; antes que nada, de las instituciones de dominaci�n de clase del mismo modo que en el pasado ped�a la justificaci�n de la servidumbre, de los privilegios de clase, de las prerrogativas mon�rquicas, de la exceptuaci�n nacional, etc. La sociedad socialista acepta agradecida la herencia de las ciencias positivas dejando a un lado, como tiene derecho por la selecci�n inventarial, todo cuanto es in�til para el conocimiento de la naturaleza; y no s�lo eso, sino tambi�n todo cuanto justifique la desigualdad de clases y toda especie de falsedades hist�ricas.

Todo nuevo orden social no se apropia de la herencia cultural del pasado en su totalidad, sino seg�n su propia estructura. As�, la sociedad medieval, encorsetada por el cristianismo, recogi� muchos elementos de la filosof�a cl�sica, pero subordin�ndolos a las necesidades del r�gimen feudal y convirti�ndolos en escol�stica, esa �criada de la teolog�a�. De manera similar, la sociedad burguesa recibi� el cristianismo como parte de la herencia de la Edad Media, pero lo someti� a la Reforma... o a la Contrarreforma. Durante la �poca burguesa el cristianismo fue barrido en la medida en que lo necesitaba la investigaci�n cient�fica, por lo menos dentro de los l�mites que requer�a el desarrollo de las fuerzas productivas.
La sociedad socialista, en su relaci�n con la herencia cient�fica y cultural, mantiene en general, en un grado much�simo menor, una actitud de indiferencia o de aceptaci�n pasiva. Se puede decir a este respecto: mientras mayor es la confianza que deposita el socialismo en las ciencias dedicadas al estudio directo de la naturaleza, mayor es su desconfianza cr�tica cuando se aproxima a aquellas ciencias y pseudociencias que est�n �ntimamente ligadas a la estructura de la sociedad humana, a sus instituciones econ�micas, a su estado, leyes, �tica, etc. Estas dos esferas no est�n separadas, por cierto, por una muralla impenetrable. Pero al mismo tiempo es un hecho incontrovertible que la herencia en aquellas ciencias que no ata�en a la sociedad humana, sino que se ocupan de la �materia� -las ciencias naturales en el sentido amplio de la palabra, y la qu�mica por su puesto-, es de un peso incomparablemente mayor.

La necesidad de conocer la naturaleza viene impuesta a los hombres por la necesidad de subordinar la naturaleza a s� mismos. Cualquier desviaci�n en este terreno de las relaciones objetivas, determinadas por las propiedades de la materia misma, las corrige la experimentaci�n pr�ctica. S�lo esto libra seriamente a las ciencias naturales, a la investigaci�n qu�mica en particular, de las distorsiones intencionadas, no intencionadas y semideliberadas, y contra las falsas interpretaciones y falsificaciones. Sin embargo, la investigaci�n social dedic� primeramente sus esfuerzos hacia la justificaci�n de la sociedad surgida hist�ricamente, a fin de preservarla contra los ataques de las �teor�as destructoras�, etc. De aqu� emana el papel apolog�tico de las ciencias sociales oficiales de la sociedad burguesa y �sta es la raz�n por la que sus resultados son de escaso valor.

Mientras la ciencia en su conjunto se mantuvo como una �criada de la teolog�a� s�lo subrepticiamente pod�a producir resultados valiosos. Este fue el caso en la Edad Media. Como qued� se�alado, fue durante el r�gimen burgu�s cuando las ciencias naturales disfrutaron de la posibilidad de un amplio desarrollo. Pero la ciencia social se mantuvo como criada del capitalismo. Tambi�n esto es verdad, en gran proporci�n, por lo que ara�e a la psicolog�a, que une las ciencias sociales con las ciencias naturales; y a la filosof�a, que sistematiza las conclusiones generalizadas de todas las ciencias.

He dicho que la ciencia oficial ha producido poco de valor. Esto se manifiesta muy bien por la incapacidad de la ciencia burguesa para predecir el ma�ana. Hemos observado esta situaci�n en la primera guerra mundial imperialista y sus consecuencias Lo hemos visto tambi�n en la revoluci�n de Octubre. Lo vemos actualmente en la completa impotencia de la ciencia social oficial para medir en su justo valor la situaci�n europea, sus relaciones con los Estados Unidos de Norteam�rica y con la Uni�n Sovi�tica; en su incapacidad para sacar conclusiones respecto al porvenir. Sin embargo, el valor de la ciencia reside precisamente en esto: conocer a fin de prever.

La ciencia natural -y la qu�mica ocupa uno de los lugares m�s importantes en este terreno- constituye indiscutiblemente la m�s valiosa porci�n de nuestra herencia. Su Congreso se realiza bajo la bandera de Mendeleyev, que fue y sigue siendo el orgullo de la ciencia rusa.

Hay una diferencia en el grado de previsi�n y de precisi�n alcanzado por las diversas ciencias. Pero por la previsi�n -pasiva, en algunos casos, como en la astronom�a, activa como en la qu�mica y en la ingenier�a qu�mica-, la ciencia es capaz de cortejarse a s� misma y justificar su finalidad social. Un hombre de ciencia puede no estar preocupado en absoluto por la aplicaci�n pr�ctica de su investigaci�n. Mientras mayor sea su alcance, mientras m�s audaz sea su vuelo, mientras mayor sea su libertad de las necesidades pr�cticas diarias en sus operaciones mentales, tanto mejor. Pero la ciencia no es una funci�n de los hombres de ciencia individuales; es una funci�n social. La valorizaci�n social de la ciencia, su valoraci�n hist�rica, queda determinada por su capacidad para incrementar el poder del hombre y para armarlo con el poder de prever los acontecimientos y dominar la Naturaleza. La ciencia es un conocimiento que nos dota de poder. Cuando Leverrier, sobre la base de las �excentricidades� de la �rbita de Urano, dedujo que deb�a existir un cuerpo celeste desconocido que �perturba� el movimiento de Urano; cuando, sobre la base de sus c�lculos puramente matem�ticos, pidi� al astr�nomo alem�n Galle que localizara un cuerpo que vagaba sin pasaporte por los cielos en tal o cual direcci�n, y Galle enfoc� su telescopio en esa direcci�n y descubri� al planeta llamado Neptuno, en ese momento la mec�nica celeste de Newton celebr� una gran victoria.

Esto ocurr�a en el oto�o de 1846. En el a�o 1848 la revoluci�n se esparci� como un viento arremolinado a trav�s de Europa, demostrando su influencia �perturbadora� en los movimientos de los pueblos y de los Estados. En el per�odo intermedio, entre el descubrimiento de Neptuno y la revoluci�n de 1848, dos j�venes eruditos, Marx y Engels, escrib�an El Manifiesto comunista, en el cual no s�lo predec�an la inevitabilidad de acontecimientos revolucionarios en un futuro pr�ximo, sino que analizaban por adelantado sus fuerzas componentes, la l�gica de sus movimientos, hasta la victoria inevitable del proletariado y el establecimiento de la dictadura del proletariado. No ser�a superfluo en absoluto yuxtaponer este pron�stico con las profec�as de la ciencia oficial de los Hohenzollern, los Romanov, Luis Felipe y otros, en 1848.

En 1869, Mendeleyev, sobre la base de sus investigaciones y reflexiones acerca del peso at�mico, estableci� su ley peri�dica de los elementos. Al peso at�mico, como criterio m�s estable, Mendeleyev lig� una serie de otras propiedades y caracter�sticas, arregl� los elementos en un orden definido y entonces, a trav�s de este orden, revel� la existencia de cierto desorden, a saber, la ausencia de ciertos elementos. Estos elementos desconocidos o unidades qu�micas, como las denomin� en cierta ocasi�n Mendeleyev, de acuerdo con la l�gica de esta �ley� deber�an ocupar lugares espec�ficos vac�os en ese orden. A esta altura, con el gesto autoritario de un investigador que conf�a en s� mismo, golpe� a una de las puertas de la Naturaleza hasta ahora cerrada, y desde dentro una voz respondi�: ��Presente!� En realidad, tres voces respondieron simult�neamente, pues en los lugares indicados por Mendeleyev se descubrieron tres nuevos elementos denominados posteriormente galio, escandio y germanio.

�Triunfo maravilloso del pensamiento, anal�tico v sint�tico! En sus Principios de Qu�mica, Mendeleyev caracteriza en forma v�vida el esfuerzo cient�fico creador, compar�ndolo con el establecimiento de un puente que cruza un barranco: no es necesario descender al barranco y fijar soportes en el fondo; s�lo se requiere levantar una base en un lado y en seguida proyectar un arco exactamente delineado, que encontrar� apoyo en el lado opuesto. Algo an�logo ocurre con el pensamiento cient�fico. S�lo puede reposar sobre la base gran�tica de la experimentaci�n; pero sus generalizaciones, como el arco de un puente, pueden levantarse sobre el fundo de los hechos a fin de que luego, en otro punto calculado previamente, pueda encontrar a este �ltimo. En esta etapa del pensamiento cient�fico, cuando una generalizaci�n se convierte en predicci�n -y cuando la predicci�n es verificada triunfalmente por la experiencia- en ese momento, el pensamiento humano disfruta invariablemente su m�s orgullosa y justificada satisfacci�n. As� ocurri� en qu�mica con el descubrimiento de nuevos elementos sobre la base de la ley peri�dica.

La predicci�n de Mendeleyev, que produjo m�s tarde una profunda impresi�n sobre Federico Engels, fue hecho en el a�o 1871, esto es, el a�o de la gran tragedia de la Comuna de Par�s, en Francia. La actitud de nuestro gran qu�mico hacia este acontecimiento puede caracterizarse por su hospitalidad general hacia la �latinidad�, con sus violencias y revoluciones. Como todos los pensadores oficiales de las clases dominantes no s�lo de Rusia y de Europa, sino de todo el mundo, Mendeleyev no se pregunt� a s� mismo: �cu�l es la fuerza realmente directora que hay tras de la Comuna de Par�s? No vio que la nueva clase que crec�a en las entra�as de la vieja sociedad se manifestaba all� ejerciendo en su movimiento una influencia tan �perturbadora� sobre la �rbita de la vieja sociedad como la que ejerc�a el planeta desconocido sobre la �rbita de Urano. Pero un desterrado alem�n, Carlos Marx, analiz� en ese entonces las causas y la mec�nica interna de la Comuna de Par�s y los rayos de su antorcha cient�fica penetraron en los acontecimientos de nuestro propio Octubre y los iluminaron.

Desde hace ya largo tiempo hemos considerado innecesario recurrir a una sustancia m�s misteriosa, llamada flogisto, para explicar las reacciones qu�micas. En realidad, el flogismo no serv�a sino como generalizaci�n para ocultar la ignorancia de los alquimistas. En el terreno de la fisiolog�a ha pasado ya la �poca en que se sinti� la necesidad de recurrir a una sustancia m�stica especial, llamada la fuerza vital y que era el flogisto de la materia viva. En principio tenemos bastantes conocimientos de qu�mica y de f�sica para explicar los fen�menos fisiol�gicos. En la esfera de los fen�menos de la conciencia no necesitamos ya por m�s tiempo una sustancia denominada alma que en la filosof�a reaccionaria desempe�a el papel del flogisto de los fen�menos psicof�sicos. Para nosotros la psicolog�a es, en �ltimo an�lisis, reducible a la fisiolog�a, y esta �ltima, a la qu�mica, mec�nica y f�sica. En la esfera de la ciencia social (es decir, el alma) es mucho m�s viable que la teor�a del flogisto. Este �flogisto� aparece con diversas vestiduras, era disfrazado de �misi�n hist�rica�, ora de �car�cter nacional�, ora como la idea incorp�rea de �progreso�; ora en forma de sedicente �pensamiento cr�tico�, y as� sucesivamente, ad infinitum. En todos estos casos se ha tratado de encontrar una sustancia suprasocial que explique los fen�menos sociales. Casi es ocioso repetir que estas sustancias ideales no son sino ingeniosos disfraces para ocultar la ignorancia sociol�gica. El marxismo rechaz� las esencias suprahist�ricas, as� como la fisiolog�a ha renunciado a la fuerza vital, o la qu�mica al flogisto.

La esencia del marxismo consiste en esto, en que enfoca a la sociedad concretamente, como sujeto de investigaci�n objetiva, y analiza la historia humana como se har�a en un gigantesco registro de laboratorio. El marxismo considera la ideolog�a como un elemento integral subordinado a la estructura material de la sociedad. El marxismo examina la estructura de clase de la sociedad como una forma hist�ricamente condicionada del desarrollo de las fuerzas productivas. El marxismo deduce de las fuerzas productivas de la sociedad las relaciones mutuas entre la sociedad humana y la naturaleza circundante, y �stas, a su vez, quedan determinadas en cada etapa hist�rica por la tecnolog�a del hombre, por sus instrumentos y armas, por sus capacidades y m�todos de lucha con la Naturaleza. Precisamente esta aproximaci�n objetiva confiere al marxismo un poder insuperable de previsi�n hist�rica.

Consid�rese la historia del marxismo aunque s�lo sea en la escala nacional rusa. Seguida no desde el punto de vista de nuestras propias simpat�as o antipat�as pol�ticas, sino desde el punto de vista de la definici�n de la ciencia de Mendeleyev: �Conocer para poder prever y actuar.� El per�odo inicial de la historia del marxismo en suelo ruso es la historia de una lucha por establecer un pron�stico sociohist�rico correcto contra los puntos de vista oficiales gubernamental y de oposici�n. En los primeros a�os del ochenta, la ideolog�a oficial exist�a como una trinidad representada por el absolutismo, la ortodoxia y el nacionalismo; el liberalismo so�aba de d�a en una asamblea de zemstvos (es decir), en una monarqu�a semiconstitucional, mientras que los narodniki (populistas) combinaban d�biles fantas�as socializantes con ideas econ�micas reaccionarias. En esa �poca el pensamiento marxista predijo no solamente la obra inevitable y progresiva del capitalismo, sino tambi�n la aparici�n del proletariado, que desempe�ar�a un papel hist�rico independiente, tomando la hegemon�a en la lucha de las masas populares; y que la dictadura del proletariado arrastrar�a tras de s� al campesinado.

La diferencia que hay entre el m�todo marxista de an�lisis social y las teor�as contra las cuales luch� no es menor que la diferencia que hay entre la ley peri�dica de Mendeleyev con todas sus modificaciones posteriores, por un lado, y las elucubraciones de los alquimistas por otro.

�La causa de la reacci�n qu�mica reside en las propiedades f�sicas y mec�nicas de los componentes. � Esta f�rmula de Mendeleyev es de car�cter completamente materialista. En lugar de recurrir a alguna fuerza supermec�nica o supraf�sica para explicar sus fen�menos, la qu�mica reduce los procesos qu�micos a las propiedades mec�nicas y f�sicas de sus componentes.

La biolog�a y la fisiolog�a se hallan en una relaci�n an�loga respecto de la qu�mica. La fisiolog�a cient�fica, esto es, la fisiolog�a materialista, no exige una fuerza vital supraqu�mica especial (a la que se refieren vitalistas neovitalistas) para explicar los fen�menos que se desarrollan en su campo. Los procesos fisiol�gicos son reducibles en �ltimo an�lisis a procesos qu�micos, as� como estos �ltimos a procesos mec�nicos y f�sicos.

La psicolog�a se relaciona en forma an�loga con la fisiolog�a. No por nada la fisiolog�a ha sido llamada la qu�mica aplicada de los organismos vivos. As� como no existe ninguna fuerza fisiol�gica especial, tambi�n es igualmente verdadero que la psicolog�a cient�fica, es decir, la psicolog�a materialista, no tiene necesidad de una fuerza m�stica -el alma- para explicar los fen�menos de su incumbencia, sino que halla que son reducibles en �ltimo an�lisis a fen�menos fisiol�gicos. Esta es la escuela del acad�mico Pavlov; �ste considera lo que se denomina alma como un sistema complejo de reflejos condicionados, cuyas ra�ces residen totalmente en los reflejos fisiol�gicos elementales que, a su vez, radican, a trav�s del potente stratum de la qu�mica, en el subsuelo de la mec�nica y de la f�sica.

Lo mismo puede decirse de la sociolog�a. Para explicar los fen�menos sociales no es necesario aducir alguna especie de fuente eterna, o buscar su origen en otro mundo. La sociedad es el producto del desarrollo de la materia primaria, como la corteza terrestre o la ameba. De esta manera, el pensamiento cient�fico con sus m�todos corta, como un diamante, a trav�s de los fen�menos complejos de la ideolog�a social, en el lecho de roca de la materia, sus elementos componentes, sus �tomos, con sus propiedades f�sicas v mec�nicas.

Naturalmente esto no quiere decir que cada fen�meno de la qu�mica puede ser reducido directamente a la mec�nica, y menos a�n que cada fen�meno social sea directamente reducible a la fisiolog�a y luego a las leyes de la qu�mica y de la mec�nica. Puede decirse que �ste es el supremo fin de la ciencia. Pero el m�todo de aproximaci�n continua y gradual hacia este objetivo es enteramente diferente. La qu�mica tiene su manera especial de enfocar a la materia; sus propios m�todos de investigaci�n, sus leyes propias. Lo mismo que sin el conocimiento de que las reacciones qu�micas son reducibles en �ltimo an�lisis a las propiedades mec�nicas de las part�culas elementales de la materia, no hay ni puede haber una filosof�a acabada que una todos los fen�menos en un solo sistema; por otra parte, el mero conocimiento de que los fen�menos qu�micos se hallan radicados en la mec�nica y en la f�sica no proporciona en s� la clave de ninguna reacci�n qu�mica. La qu�mica tiene sus propias claves. Se puede elegir entre ellas s�lo por la generalizaci�n y la experimentaci�n, a trav�s del laboratorio qu�mico, de hip�tesis y teor�as qu�micas.

Esto es aplicable a todas las ciencias. La qu�mica es un poderoso pilar de la fisiolog�a, con la cual est� directamente relacionada a trav�s de los canales de la qu�mica org�nica y fisiol�gica. Pero la qu�mica no es un sustituto de la fisiolog�a. Cada ciencia descansa sobre las leyes de otras ciencias s�lo en lo que se llama la instancia final. Pero al mismo tiempo, la separaci�n de las ciencias unas de otras est� determinada, precisamente, por el hecho de que cada ciencia abarca un campo particular de fen�menos, es decir, un campo de complejas combinaciones de fen�menos elementales tales que se requiere un enfoque especial, una t�cnica de investigaci�n especial, hip�tesis y m�todos especiales.

Esta idea parece tan incontestable por lo que se refiere a las ciencias matem�ticas y a la historia natural, que insistir en ello ser�a lo mismo que forzar una puerta abierta. Con la ciencia social ocurre algo diferente. Naturalistas extraordinariamente ejercitados que en el terreno, digamos, de la fisiolog�a no avanzar�an un paso sin tomar en cuenta experimentos rigurosamente comprobados, verificaciones, generalizaciones hipot�ticas, �ltimas verificaciones y otras medidas m�s, se aproximan a los fen�menos sociales mucho m�s audazmente, con la audacia de la ignorancia, como si reconocieran t�citamente que en esta esfera extremadamente compleja de los fen�menos basta con tener s�lo vagas tendencias, observaciones diarias, tradiciones familiares y aun un acervo de prejuicios sociales comunes.

La sociedad humana no se ha desarrollado de acuerdo con un plan o sistema dispuesto previamente, sino emp�ricamente, a trav�s de un largo, complicado y contradictorio batallar de la especie humana por la existencia, y luego, por conseguir un dominio cada vez mayor sobre la Naturaleza. La ideolog�a de la sociedad humana se form� como un reflejo de esto y como instrumento en este proceso, tard�o, inconexo, fraccionario, en forma, por decirlo as�, de reflejos sociales condicionados que en el �ltimo an�lisis son reducibles a las necesidades de la lucha del hombre colectivo contra la Naturaleza. Pero llegar a juzgar las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad humana fund�ndose en sus reflejos ideol�gicos, o sobre la base de lo que se llama opini�n p�blica, etc., equivale casi a formarse un juicio sobre la estructura anat�mica y fisiol�gica de un lagarto en funci�n de sus sensaciones cuando se halla calent�ndose al sol o cuando sale arrastr�ndose de una grieta h�meda. Es bastante cierto que hay un lazo muy directo entre las sensaciones de un lagarto y su estructura org�nica. Pero este lazo es objeto de investigaci�n por medio de m�todos objetivos. Hay una tendencia, sin embargo, a llegar a ser de lo m�s subjetivo en los juicios sobre la estructura y las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad humana en t�rminos de lo que se da en llamar conciencia de la sociedad, esto es, su ideolog�a contradictoria, desarticulada, conservadora y no verificada. Desde luego que estas comparaciones pueden herirnos y suscitar la objeci�n de que la ideolog�a social se halla, despu�s de todo, en un plano m�s alto que la sensaci�n de un lagarto. Todo ello depende de la manera en que se aborde la cuesti�n. En mi opini�n, no hay nada parad�jico en aseverar que de las sensaciones de un lagarto se podr�a, si fuera posible enfocarlas debidamente, sacar conclusiones mucho m�s directas por lo que concierne a la estructura y la funci�n de sus �rganos que en lo que concierne a la estructura de la sociedad y su din�mica a partir de tales reflexiones ideol�gicas como, por ejemplo, los credos religiosos, que ocuparon una vez y a�n contin�an ocupando un lugar tan destacado en la vida de la sociedad humana; o a partir de los c�digos contradictorios e hip�critas de la moralidad oficial; o finalmente, por las concepciones filos�ficas idealistas que a fin de explicar los procesos org�nicos complejos que ocurren en el hombre, tratan de colocar la responsabilidad en una esencia sutil, nebulosa, llamada alma y dotada de las cualidades de impenetrabilidad y eternidad.

La reacci�n de Mendeleyev a los problemas de la reorganizaci�n social fue hostil y aun despreciativo. Sosten�a que desde tiempos inmemoriales nada hab�a resultado de esta tentativa. En vez de eso, Mendeleyev esperaba un futuro m�s feliz que surgir�a por medio de las ciencias positivas y sobre todo de la qu�mica, que revelar�a todos los secretos de la Naturaleza.

Es interesante yuxtaponer este punto de vista al de nuestro notable fisi�logo Pavlov, que opina que las guerras y las revoluciones son algo accidental, resultado de la ignorancia del pueblo y que piensa que s�lo un profundo conocimiento de la �naturaleza humana� eliminar� tanto las guerras como las revoluciones.

Puede colocarse a Darwin en la misma categor�a. Este bi�logo altamente dotado demostr� c�mo una acumulaci�n de peque�as variaciones cuantitativas produce una �cualidad� (calidad) biol�gica enteramente nueva v con esta prueba explic� el origen de las especies. Sin tener conciencia de ello, aplic� de este modo el m�todo del materialismo dial�ctico a la esfera de la vida org�nica. Aunque Darwin no estaba informado en filosof�a, aplic� brillantemente la ley hegeliana de la transici�n de la cantidad a la calidad. Al mismo tiempo descubrimos muy a menudo en este mismo Darwin, para no mencionar a los darwinistas, tentativas profundamente ingenuas y anticient�ficas para aplicar las conclusiones de la biolog�a a la sociedad. Interpretar los antagonismos sociales como una �variedad� de la lucha biol�gica por la existencia es como buscar s�lo mec�nica en la fisiolog�a de la c�pula.

En cada uno de estos casos observamos un �nico e id�ntico error fundamental: los m�todos y logros de la qu�mica o de la fisiolog�a, violando todos los m�todos cient�ficos, son transplantados al estudio de la sociedad humana. Un naturalista apenas podr�a aplicar sin modificaci�n las leyes que gobiernan el movimiento de los �tomos al de las mol�culas, regidas por otras leyes. Pero muchos naturalistas tienen una posici�n completamente diferente hacia la sociolog�a. Muy a menudo desde�an la estructura hist�ricamente condicionada de la sociedad en beneficio de la estructura anat�mica de las cosas, la estructura fisiol�gica de los reflejos, la lucha biol�gica por la existencia. Por supuesto, la vida de la sociedad humana, entretejida por las condiciones materiales, rodeada por todos lados de procesos qu�micos, representa, en s� misma y en �ltima instancia, una combinaci�n de procesos qu�micos. Por otra parte, la sociedad est� constituida por seres humanos cuyo mecanismo fisiol�gico se puede reducir a un sistema de reflejos. Pero la vida social no es un proceso qu�mico ni fisiol�gico, sino un proceso social conformado por leyes propias, sujetas a su vez a un an�lisis sociol�gico objetivo cuyo an�lisis deber�a ser: conseguir la capacidad de prever y de gobernar el destino de la sociedad.

En sus comentarios a los Principios de Qu�mica, Mendeleyev dice: �Hay dos fines b�sicos o positivos en el estudio cient�fico de los objetos: el de la predicci�n y el de la utilidad... El triunfo de las previsiones cient�ficas tendr�a poco significado si no condujeran en �ltima instancia a una utilidad directa y general: la previsi�n cient�fica basada en el conocimiento dota al poder�o humano de conceptos mediante los cuales se puede dirigir la esencia de las cosas por el canal deseado.� Y m�s adelante a�ade con cautela: �Las ideas religiosas y filos�ficas han prosperado y desarrollado durante millares de a�os; pero las ideas que rigen las ciencias exactas capaces de predecir se han producido s�lo durante unos pocos siglos recientes, abarcando por ello esferas limitadas. No han transcurrido todav�a dos siglos desde que la qu�mica forma parte de esas ciencias. Ante nosotros hay muchas cosas por deducir de ellas por lo que concierne a predicci�n y utilidad.�

Estas palabras llenas de cautelas, �sugeridoras�, son notables en labios de Mendeleyev. Su sentido velado se dirige claramente contra la religi�n y la filosof�a especulativa, a las que compara con la ciencia. Seg�n dice, las ideas religiosas han prevalecido durante miles de a�os y son escasos los beneficios que de ello ha sacado la Humanidad; con vuestros ojos, en cambio, pod�is ver la contribuci�n de la ciencia en un breve per�odo de tiempo y juzgar sus beneficios. Tal es el indiscutible contenido del pasaje anterior incluido por Mendeleyev en uno de sus comentarios e impreso en caracteres m�s peque�os en la p�gina 405 de sus Principios de Qu�mica. �Dimitri Ivanovich era un hombre cauteloso y rehu�a cualquier querella con la opini�n p�blica!

La qu�mica es una escuela de pensamiento revolucionario, y no precisamente por la existencia de una qu�mica de explosivos. Los explosivos no siempre son revolucionarios. Sobre todo, porque la qu�mica es la ciencia de la transmutaci�n de los elementos; es enemiga de todo el pensamiento conservador o absoluto que est� encerrado en categor�as inm�viles.

Resulta instructivo que Mendeleyev, al sentirse naturalmente bajo la presi�n de la opini�n p�blica conservadora, defienda el principio de estabilidad e inmutabilidad en los grandes procesos de la transformaci�n qu�mica. Este gran hombre de ciencia insisti�, incluso con terquedad, en el tema de la inmutabilidad de los elementos qu�micos y en la imposibilidad de su transmutaci�n en otros. Necesitaba encontrar antes s�lidas bases de apoyo. Dec�a: �Yo soy Dimitri Ivanovich y usted Iv�n Petrovich. Cada uno de nosotros tiene su propia individualidad; lo mismo ocurre con los elementos.�

Mendeleyev atac� m�s de una vez la dial�ctica menospreci�ndola. Pero no entend�a por dial�ctica la de Hegel o Marx, sino el arte superficial de jugar con las ideas, que es a medias sofista y a medias escolasticismo. La dial�ctica cient�fica abarca los m�todos generales de pensamiento que reflejan las leyes del desarrollo. Una de esas leyes es el cambio de la cantidad en calidad. La qu�mica arranca sus ra�ces m�s profundas y esenciales de esa ley. Toda la ley peri�dica de Mendeleyev se basa en ella, al deducir diferencias cualitativas en los elementos de las diferencias cuantitativas de los pesos at�micos. Engels vio la importancia del descubrimiento de los nuevos elementos de Mendeleyev desde este punto de vista precisamente. En el ensayo El car�cter general de la dial�ctica como ciencia, escrib�a:

�Mendeleyev demostr� que en una serie de elementos relacionados, ordenados por sus pesos at�micos, hay algunas lagunas que indican la existencia de elementos no descubiertos hasta ahora. Describi� con anterioridad las propiedades qu�micas generales de cada uno de estos elementos desconocidos y predijo, de modo aproximativo, sus pesos relativo y at�mico y su lugar at�mico. Mendeleyev, aplicando de forma inconsciente la ley hegeliana de la conversi�n de la cantidad en calidad, descubri� un hecho cient�fico que por su audacia puede ponerse junto al descubrimiento del planeta desconocido Neptuno por Leverrier calculando su �rbita.�

Aunque posteriormente modificada, la l�gica de la ley peri�dica demostr� ser m�s poderosa que los l�mites conservadores en que quiso encerrarla su creador. El parentesco de los elementos y su metamorfosis mutua pueden considerarse emp�ricamente comprobados desde el momento en que fue posible dividir el �tomo de sus componentes con la ayuda de los elementos radiactivos. �En la ley peri�dica de Mendeleyev, en la qu�mica de los elementos radiactivos, la dial�ctica celebra su propia victoria deslumbrante!

Mendeleyev no pose�a un sistema filos�fico acabado. Quiz� ni siquiera tuvo deseos de tenerlo, pues le habr�a enfrentado inevitablemente con sus propias costumbres y simpat�as conservadoras.

En Mendeleyev podemos ver un dualismo en cuestiones b�sicas del conocimiento. Podr�a parecer que se orientaba hacia el �agnosticismo�, cuando declaraba que la �esencia� de la materia permanecer�a siempre m�s all� del alcance de nuestro conocimiento, por ser ajena a nuestro esp�ritu y conocimiento (�). Pero casi al mismo tiempo nos da una f�rmula notable para descubrir que de un solo golpe acaba con el agnosticismo. En la nota citada, Mendeleyev dice: �Acumulando de forma gradual su conocimiento sobre la materia, el hombre adquiere poder sobre ella, y puede aventurar, tambi�n en funci�n del grado en que lo hace, predicciones m�s o menos precisas, comprobables por los hechos, y no se divisa un l�mite al conocimiento del hombre y su dominio de la materia. �Resulta evidente que si en s� mismo no hay l�mites para el conocimiento y el poder del hombre sobre la materia, tampoco hay una �esencia� imposible de conocer. El conocimiento que nos dotan la capacidad de predecir todos los cambios posibles de la materia, y del poder necesario para producir estos cambios, agota de modo efectivo la esencia de la materia. La llamada �esencia� incognoscible de la materia no es entonces sino una generalizaci�n debida a nuestro conocimiento incompleto de la materia. Es un seud�nimo de nuestra ignorancia. La definici�n dual de la materia desconocida, de sus propiedades conocidas, me recuerda la burlesca definici�n que dice que un anillo de oro es un agujero rodeado de metal precioso. Evidentemente, si llegamos a conocer el metal precioso de los fen�menos y conseguimos darle forma, podemos permanecer indiferente respecto al �agujero� de la sustancia; y hacemos de ello un divertido presente a los fil�sofos y te�logos arcaicos.

Pese a sus concesiones verbales al agnosticismo (�esencia incognoscible�), Mendeleyev es, aunque inconsciente, un dial�ctico materialista en sus m�todos y en sus realizaciones en el terreno de la ciencia natural, especialmente en la qu�mica. Pero su materialismo aparece ante nuestros ojos tras una coraza conservadora que proteg�a su pensamiento cient�fico de conflictos demasiado agudos con la ideolog�a oficial. Lo cual no significa que Mendeleyev creara artificialmente un caparaz�n conservador para sus m�todos; el mismo estaba atado a la ideolog�a, oficial y por eso sent�a una aprensi�n �ntima a tocar el filo de navaja del materialismo dial�ctico. No ocurre lo mismo en la esfera de las relaciones sociol�gicas. La tiran de la filosof�a social de Mendeleyev era de �ndole conservadora, pero de cuando en cuando entre sus hilos teje notables conjeturas materialistas por su esencia y revolucionarias por su tendencia. Pero al lado de estas conjeturas hay errores de bulto, y �qu� errores!

S�lo se�alar� dos. Mendeleyev, rechazando todos los planes o pretensiones de reorganizaci�n social por ut�picos y �latinistas�, imaginaba un futuro s�lo mejor en el desarrollo de la tecnolog�a cient�fica. Ten�a una utop�a propia. Seg�n �l, habr�a d�as mejores cuando los gobiernos de las grandes potencias del mundo pusieran en pr�ctica la necesidad de ser fuertes y llegaran entre s� al acuerdo de eliminar las guerras, las revoluciones y los principios ut�picos de anarquistas, comunistas y otros �pu�os belicosos�, incapaces de comprender evoluci�n progresiva que se realiza en toda la Humanidad. En las Conferencias de La Haya, Portsmouth y Marruecos pod�a percibiese la aurora de esta concordia universal. Esos ejemplos son los errores m�s graves de este gran hombre. La historia someti� la utop�a social de Mendeleyev a tina prueba rigurosa. De las Conferencias de La Haya y Portsmouth derivaron la guerra ruso-japonesa, la guerra de los Balcanes, la gran matanza imperialista de las naciones y una aguda decadencia de la econom�a europea; y de la Conferencia de Marruecos brot� la repugnante carnicer�a de Marruecos, que recientemente ha sido ultimada bajo la bandera de la defensa de la civilizaci�n europea. Mendeleyev no vio la l�gica interna de los sucesos sociales, o mejor dicho, la dial�ctica interna de los procesos sociales, y fue incapaz por ello de prever las secuelas de la Conferencia de La Haya. Como sabemos, en la previsi�n reside sobre todo el inter�s. Si rele�is lo que escribieron los marxistas sobre la Conferencia de La Haya en aquellos d�as, os convencer�is f�cilmente de que los marxistas previeron correctamente sus consecuencias. Por eso, en el momento m�s cr�tico de la historia demostraron tener pu�os belicosos. Y de hecho no hay por qu� lamentar que la clase que se levanta en la historia, armada de una teor�a correcta del conocimiento y de la previsi�n social, demuestre finalmente que estaba armada de un pu�o suficientemente belicoso para inaugurar tina nueva �poca de desarrollo humano.

Permitidme que cite ahora otro error. Poco antes de su muerte, Mendeleyev escribi�: �Temo sobre todo por el destino de la ciencia y la cultura y por la �tica general bajo el �socialismo de Estado�.� �Eran fundados sus temores? Hoy d�a, los estudiosos m�s avanzados de Mendeleyev han comenzado a ver con claridad las vastas posibilidades que para el desarrollo del pensamiento cient�fico y t�cnico-cient�fica ofrece el hecho de que este pensamiento est�, por decirlo de alguna manera, racionalizado, emancipado de las luchas internas de la propiedad privada, porque ya no tiene que someterse al soborno de los poseedores individuales, sino que trata de servir al desarrollo econ�mico de las naciones como una unidad total. La red de institutos t�cnico-cient�ficos que ahora establece el Estado es s�lo un s�ntoma material a escala reducida de las posibilidades ilimitadas que se han derivado de ello.

No cito estos errores para estigmatizar el gran nombre de Dimitri Ivanovich. La historia ha dictaminado su fallo sobre los principales puntos de la controversia y no hay motivo para reiniciarla. Pero perm�taseme a�adir que los mayores errores de este gran hombre contienen una importante lecci�n para los estudiosos. Desde el campo de la qu�mica s�lo no hay salidas directas ni inmediatas para las perspectivas sociales. Es preciso el m�todo objetivo de la ciencia social. Este es el m�todo del marxismo.

Si un marxista intentase convertir la teor�a de Marx en una llave maestra universal e ignorar las dem�s esferas del conocimiento, Vladimir Ilich le habr�a insultado con el expresivo vocablo de �komchvantsvo�, comunista fanfarr�n. Lo cual, en este caso espec�fico significar�a: el comunismo no es un sustitutivo de la qu�mica. Pero el teorema inverso tambi�n es verdadero. El intento por descartar al marxismo, en base a que la qu�mica (o las ciencias naturales en general) pueden resolver todos los problemas, no es m�s que una �fanfarroner�a qu�mica� espec�fica (komchvantsvo) que por lo que a la teor�a se refiere no es menos err�nea y por lo que a los hechos afecta no es menos pretencioso que la fanfarronada comunista.

Mendeleyev no aplic� m�todo cient�fico al estudio de la sociedad y su desarrollo. Como escrupuloso investigador que era, se verificaba una vez y otra a s� mismo antes de permitir que su imaginaci�n creadora diera un salto en el plano de las generalizaciones. Mendeleyev sigui� siendo un empirista en los problemas pol�tico-sociales, combinando las conjeturas con una visi�n heredada del pasado. S�lo debo a�adir que la conjetura fue realmente de Mendeleyev cuando se relacion� directamente con los intereses cient�ficos industriales del gran hombre de ciencia.

El esp�ritu de la filosof�a de Mendeleyev pudo ser definido como un optimismo t�cnico-cient�fico. Mendeleyev orient� ese optimismo, que coincid�a con la l�nea de desarrollo del capitalismo, contra los narodnikis, liberales y radicales, contra los seguidores de Tolstoi y, en general, contra todo retroceso econ�mico. Mendeleyev confiaba en la victoria del hombre sobre las fuerzas de la Naturaleza. De ah� su aversi�n al maltusianismo, rasgo notable de Mendeleyev. En todos sus escritos, bien los de ciencia pura, bien los de divulgaci�n sociol�gica, bien los de qu�mica aplicada, lo resalta. Mendeleyev salud� con efusi�n el hecho de que el aumento anual de la poblaci�n rusa (1,5 por 100) fuese mayor que la media mundial. Los c�lculos seg�n los cuales la poblaci�n mundial alcanzar�a los 10.000 millones en ciento cincuenta o doscientos a�os no le preocup�, escribiendo: �No s�lo 10.000 millones, sino una poblaci�n muchas veces mayor tendr�a alimento en este mundo no s�lo mediante la aplicaci�n del trabajo, sino tambi�n por el persistente incentivo que rige el conocimiento. El temor a que falte alimento es, en mi opini�n, un puro disparate, siempre que se garantice la comuni�n activa y pac�fica de las masas populares. �

Nuestro gran qu�mico y optimista industrial habr�a escuchado con poca simpat�a las recientes declaraciones del profesor ingl�s Keynes, que durante los festejos acad�micos nos dijo que deber�amos preocuparnos por limitar el aumento de la poblaci�n. Dimitri Ivanovich la habr�a contestado con su vieja observaci�n: ��Quieren los nuevos Malthus detener este crecimiento? En mi opini�n, cuantos m�s haya tanto mejor.�

La agudeza sentenciosa de Mendeleyev se expresaba frecuentemente con este tipo de f�rmulas deliberadamente simplificadas.

Desde ese mismo punto de vista del optimismo industrial, Mendeleyev abord� el gran fetiche del idealismo conservador, el denominado car�cter nacional. Escribi�: �En cualquier parte donde la agricultura predomine en sus formas primitivas, una naci�n es incapaz de un trabajo continuado y permanentemente regular: s�lo podr� trabajar de manera arbitraria y circunstancial. Queda patente esto con toda claridad en las costumbres, en el sentido de que existe una falta de ecuanimidad, de calma, de frugalidad; en todo hay inquietud y predomina una actitud de dejadez acompa�ada por extravagancia, hay taca�er�a o despilfarro. Cuando al lado de la agricultura se ha desarrollado la industria fabril en gran escala, puede verse que, adem�s de la agricultura espor�dica, hay una labor continua, ininterrumpida, de las f�bricas: ah� se consigue entonces una apreciaci�n justa del trabajo, y as� sucesivamente.� En estas l�neas es importante la consideraci�n del car�cter nacional no como elemento primordial fijo, creado de una vez por todas, sino como producto de condiciones hist�ricas y, dicho con mayor precisi�n, de las formas sociales de producci�n. Este, aunque sea parcial s�lo, es un acercamiento a la filosof�a hist�rica del marxismo.

Mendeleyev considera el desarrollo de la industria como el instrumento de la reeducaci�n nacional, la elaboraci�n de un car�cter nacional nuevo, m�s equilibrado, m�s disciplinado y m�s autorregulado. Si comparamos el car�cter de los movimientos campesinos revolucionarios con el movimiento proletario y, sobre todo, con el papel del proletariado en Octubre y en la actualidad, la predicci�n de Mendeleyev queda iluminada con suficiente nitidez.

Nuestro industrioso optimista empleaba igual lucidez al hablar de la eliminaci�n de las contradicciones entre la ciudad y el campo, y cualquier comunista suscrib�a sus opiniones al respecto. Mendeleyev escribi�: �El pueblo ruso ha comenzado a emigrar a las ciudades en masa... En mi opini�n es un disparate total luchar contra este desarrollo; el proceso se terminar� s�lo cuando la ciudad por una parte se extienda de tal modo que incluya m�s partes, jardines, etc.; es decir, cuando la finalidad de las ciudades no sea s�lo hacer la vida lo m�s saludable que se pueda, sino cuando provea tambi�n de espacios abiertos suficientes no s�lo para los juegos de los ni�os y el deporte, sino para toda clase de esparcimientos, y cuando, por otra parte, en las aldeas y granjas, etc., la poblaci�n no urbana se extienda de tal forma que exija la construcci�n de casas de varios pisos, lo cual crear� la necesidad de servicios de aguas, de alumbrado p�blico y otras comodidades de la ciudad. En el transcurso del tiempo, todo esto conducir� a que toda �rea agr�cola (poblada con suficiente densidad de habitantes) llegue a estar habitada, con las casas separadas por las huertas y los campos necesarios para la producci�n de alimentos y con plantas industriales para la manufactura y la modificaci�n de estos productos.�

Mendeleyev ofrece aqu� un testimonio convincente en favor de las viejas tesis socialistas: la eliminaci�n de las contradicciones entre la ciudad y el campo. Pero no plantea en esas l�neas la cuesti�n de los cambios en la forma social de la econom�a. Cree que el capitalismo conducir� autom�ticamente a la nivelaci�n de las condiciones urbanas y rurales mediante la introducci�n de formas de habitaci�n m�s elevadas, m�s higi�nicas y culturales. Ah� radica el error de Mendeleyev. El caso de Inglaterra a la que Mendeleyev se refer�a con esa esperanza lo demuestra con nitidez. Mucho antes de que Inglaterra eliminase las contradicciones entre la ciudad y el campo, su desarrollo econ�mico se hab�a metido en un callej�n sin salida. El paro corro�a su econom�a. Los dirigentes de la industria inglesa proponen la emigraci�n, la eliminaci�n de la superpoblaci�n para salvar la sociedad. Incluso el economista m�s �progresista�, el se�or Keynes, nos dec�a el otro d�a que la salvaci�n de la econom�a inglesa est� en el maltusianismo... Tambi�n para Inglaterra el camino para resolver las contradicciones entre la ciudad y el campo es el socialismo.

Hay otra conjetura o intuici�n formulada por nuestro industrioso optimista. En su �ltimo libro, Mendeleyev escrib�a: �Tras la �poca industrial vendr� probablemente una �poca m�s compleja, que de acuerdo con mi modo de pensar se caracterizar� especialmente por una extremada simplificaci�n de los m�todos para la obtenci�n de alimentos, vestido y habitaci�n. La ciencia establecida perseguir� esta extremada simplificaci�n hacia la que se ha dirigido en parte en las recientes d�cadas.�

Palabras notables. Aunque Dimitri Ivanovich hace algunas reservas -contra la realizaci�n de los socialistas y comunistas, Dios no lo quiera-, estas palabras esbozan las perspectivas t�cnico-cient�ficas del comunismo. Un desarrollo de las fuerzas productivas que nos lleve a conseguir simplificaciones extremas en los m�todos de la obtenci�n de alimentos, vestido y habitaci�n, nos proporcionar�a claramente la oportunidad de reducir al m�nimo los elementos de coerci�n en la estructura social. Con la eliminaci�n de la voracidad completamente in�til en las relaciones sociales, las formas de trabajo y de distribuci�n tendr�n un car�cter comunista. En la transici�n del socialismo al comunismo no ser� precisa una revoluci�n, puesto que la transici�n depende por completo del progreso t�cnico de la sociedad.

El optimismo industrial de Mendeleyev orient� siempre su pensamiento hacia los temas y problemas pr�cticos de la industria. En sus obras de teor�a pura encontramos su pensamiento encarrilado por los mismos carriles hacia los problemas econ�micos. En una de sus disertaciones, dedicada al problema de la disoluci�n del alcohol con agua, de gran importancia econ�mica hoy todav�a, invent� una p�lvora sin humo para las necesidades de la defensa nacional. Personalmente se ocup� de realizar un cuidadoso estudio del petr�leo, y en dos direcciones, una puramente te�rica, el origen del petr�leo, y otra pr�ctica, sobre los usos t�cnico-industriales. Hay que tener presente a esta altura que Mendeleyev protest� siempre contra el uso del petr�leo s�lo como simple combustible: �La calefacci�n se puede hacer con billetes de banco�, exclamaba nuestro gran qu�mico. Proteccionista convencido, particip� de forma destacada en la elaboraci�n de pol�ticas o sistemas de aranceles y escribi� su Pol�tica sensible del arancel, de la cual no pocas sugerencias valiosas pueden ser hoy citadas incluso desde el punto de vista del proteccionismo socialista.

Los problemas de las v�as mar�timas por el norte despertaron su inter�s poco antes de su muerte. Recomend� a los j�venes investigadores y marinos que resolvieran el problema de acceso al Polo Norte, afirmando que de ello se derivar�an importantes rutas comerciales. �Cerca de ese hielo hay no poco oro y otros minerales, nuestra propia Am�rica. Ser�a feliz si muriera en el Polo, porque all� uno al menos no se pudre.� Estas palabras tienen un tono muy contempor�neo. Cuando el viejo qu�mico reflexionaba sobre la muerte, pensaba sobre ella desde el punto de vista de la putrefacci�n y so�aba ocasionalmente con morir en una atm�sfera de eterno fr�o.

Nunca se cansaba de repetir que la meta del conocimiento era la �utilidad�. En otras palabras, abordaba la ciencia desde la �ptica del utilitarismo. Al tiempo, como sabemos, insist�a en el papel creador de la b�squeda desinteresada del conocimiento. �Por qu� se iba a interesar alguien en particular en abrir rutas comerciales por v�as indirectas para llegar al Polo? Porque alcanzar el Polo es un problema de investigaci�n desinteresada capaz de excitar pasiones deportivas de investigaci�n cient�fica. �No hay aqu� una contradicci�n entre esto y la afirmaci�n de que el objetivo de la ciencia es la �utilidad�? En modo alguno. La ciencia cumple una funci�n social, no individual. Desde el punto de vista hist�rico social es utilitario. Lo cual no significa que cada cient�fico aborde los problemas de investigaci�n desde una �ptica utilitario. �No! La mayor�a de las veces los estudiosos est�n impulsados por su pasi�n de conocer, y cuanto m�s significativo sea el descubrimiento de un hombre, menos puede preverse con antelaci�n, por regla general, sus aplicaciones pr�cticas posibles. La pasi�n desinteresada de un cient�fico no est� en contradicci�n con el significado utilitario de cada ciencia m�s de lo que pueda estar en contradicci�n el sacrificio personal de un luchador revolucionario con la finalidad utilitario de aquellas necesidades de clase a las que sirve.

Mendeleyev pod�a combinar perfectamente su pasi�n de conocimiento con la preocupaci�n constante por elevar el poder t�cnico de la Humanidad. De ah� que las dos alas de este Congreso -los representantes de las ramas te�rica y aplicada de la qu�mica- est�n con igual t�tulo bajo la bandera de Mendeleyev. Tenemos que educar a la nueva generaci�n de hombres de ciencia en el esp�ritu de esta coordinaci�n arm�nica de la investigaci�n cient�fica pura con las tareas industriales. La fe de Mendeleyev en las ilimitadas posibilidades del conocimiento, la predicci�n y el dominio de la materia debe convertirse en el credo cient�fico de los qu�micos de la patria socialista. El fisi�logo alem�n Du Bois Reymond consideraba el pensamiento filos�fico como un cuerpo extra�o en la escena de las luchas de clase y lo defin�a con el lema �Ignoramus et ignorabimus!

Es decir, �nunca conocemos ni conoceremos! El pensamiento cient�fico, uniendo su suerte a la de la clase en ascenso, repite: �Mientes! Lo impenetrable no existe para el conocimiento consciente. �Alcanzaremos todo! �Dominaremos todo! �Reconstruiremos todo!


Tal ha sido la postura de la socialdemocracia alemana. Como puede apreciarse, totalmente insuficiente desde el punto de vista revolucionario. (N. del T.)

Anterior
 �ndice