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La Ojrana sucedió, en 1881, a la famosa 3ª Sección del Ministerio del Interior. Pero no se desarrolló verdaderamente sino a partir de 1900, fecha en la que fue encabezada por una nueva promoción de gendarmes. Los viejos oficiales de gendarmería, principalmente de grados superiores, consideraron contrario al honor militar dedicarse a determinados quehaceres policiales. La nueva promoción pasó por alto aquellos escrúpulos y comenzó a organizar científicamente la policía secreta, la provocación, la delación y la traición en los partidos revolucionarios. De ella surgirán hombres eruditos y talentosos, como aquel coronel Spiridovich, quien nos dejara una voluminosa Historia del partido socialista-revolucionario y una Historia del partido socialdemócrata.
El reclutamiento, la instrucción y el adiestramiento profesional se realizaban con cuidados muy especiales. En la Dirección General, cada uno tenía su ficha, documento completísimo en el que incluso se hallan detalles graciosos. Carácter, grado de escolaridad, inteligencia, años de servicio, todo está allí anotado con un propósito de utilidad práctica. Un oficial, por ejemplo, es calificado como "limitado" -bueno para los empleos subalternos, siempre que se le trate con rigor-, y otro señalado como "inclinado a cortejar a las damas".
Entre las muchas preguntas del cuestionario, destaco éstas: "¿Conoce los estatutos y programas de los partidos? ¿De cuáles?" Y hallo que nuestro amigo cortejador de damas "conoce bien las ideas socialistas-revolucionarias y anarquistas -regularmente las del partido socialdemócrata- y superficialmente las del Partido Socialista Polaco". Hay aquí toda una erudición sabiamente escalonada. Pero continuemos el examen de la misma ficha. Nuestro policía "¿ha seguido el curso de historia del movimiento revolucionario? " "¿En cuántos y en cuáles partidos hay agentes secretos?" ¿Intelectuales? ¿Obreros? Fácilmente se comprende que, para formar a sus sabuesos, la Ojrana organizaba cursos en los que se estudiaba cada partido, sus orígenes, su programa, sus métodos y hasta la biografía de los militantes conocidos.
Anotemos aquí que esta gendarmería rusa, adiestrada para los fines más delicados de la policía política, no tenía nada en común con las gendarmerías de los países de Europa occidental. Su equivalente lo tiene en las policías secretas de todos los Estados capitalistas.
Por principio, toda vigilancia es exterior. Se trata siempre de seguir al individuo, de conocer sus actividades y sus movimientos, sus contactos, y luego de penetrar sus intenciones. Estos servicios también están desarrollados en todas las policías y la organización rusa nos proporciona, sin duda, el prototipo de todos los servicios parecidos.
Los agentes rusos (de vigilancia exterior) pertenecían, igual que los "agentes secretos" en realidad soplones y provocadores- a la Ojrana o Seguridad Política. Eran parte del servicio de investigaciones, que sólo podía detener a alguien por un mes; en general, el servicio de investigaciones solía pasar sus detenidos a la Dirección de la gendarmería, la cual continuaba la instrucción.
El servicio de vigilancia exterior era el más sencillo. Sus abundantes agentes, de los que poseemos las fotografías de identidad, pagados con 50 rublos al mes, tenían por única tarea espiar a la persona que se les designaba de hora en hora, de día y de noche, sin interrupción alguna. No debían saber, en principio, ni su nombre ni el fin de tal espionaje, sin duda para precaver cualquier torpeza o una traición. La persona vigilada recibía un sobrenombre; el Rubio, la Patrona, Vladímir, el Cochero, etc. Hemos encontrado estos sobrenombres encabezando informes diarios, en voluminosos infolios, que contenían los informes consignados por los agentes. Los informes son de una minuciosa exactitud y no deben contener lagunas. El texto se halla redactado más o menos como sigue:
El 17 de abril, a las 9.54 hs. de la mañana, el Ama salió de su casa, puso dos cartas en el correo de la esquina de la calle Pushkin; entró a varios almacenes del bulevar x; entró a las 10.30 en el número 30 de la calle Z, salió a las 11 y 20, etc.
En los casos más serios, dos agentes espiaban a la misma persona sin conocerse, sus informes se confrontaban y complementaban.
Estos informes diarios eran enviados a la gendarmería para ser analizados por especialistas. Estos funcionarios sabuesos de cámara de una peligrosa perspicacia, elaboraban cuadros sinópticos para resumir las actividades y los movimientos de la persona, el número de sus visitas, su regularidad, duración, etc.; en ciertas partes, estos esquemas permitían apreciar la importancia de las relaciones de un militante y su probable influencia.
El policía Zubátov, quien hacia 1905 trató de apoderarse del movimiento obrero de los grandes centros, creando en ellos sindicatos llevó el espionaje a su más alto grado de perfección. Sus brigadas especiales podían seguir a un hombre por toda Rusia, incluso por toda Europa, desplazándose tras él de ciudad en ciudad o de país en país. Los agentes secretos, por lo demás, no debían reparar en gastos. El carnet de viáticos de uno de ellos, relativo al mes de enero de 1905, nos muestra una cifra de gastos generales que se elevaba a 637.35 rublos. Para que nos imaginemos la cantidad del crédito de que gozaba un simple soplón, bastará con que recordemos que, por esta época, un estudiante vivía fácilmente con 25 rublos al mes. Hacia 1911 aparece la costumbre de enviar agentes secretos al extranjero para vigilar a los emigrados y para tomar contacto con las policías europeas. Los soplones de su majestad imperial estuvieron a sus anchas en todas las capitales del mundo.
La Ojrana tenía la particular misión de buscar y vigilar constantemente a determinados revolucionarios, considerados como los más peligrosos, principalmente a los terroristas o a los miembros del partido socialista-revolucionario que practicaban el terrorismo. Sus agentes debían llevar siempre consigo colecciones de fotografías formadas de 50 a 70 retratos, entre los cuales, al azar, reconocemos a Savinkov, al difunto Nathanson, a Argunov, a Avkséntiev (¡ay!), a Karelin, a Ovsiánikov, a Vera Figner, a Pechkova (la señora Gorki), a Fabrikant. También estaban a su disposición reproducciones del retrato de Marx, pues la presencia de este retrato en un cuarto o en un libro constituía un indicio.
Un detalle cómico: la vigilancia exterior no se ejercía solamente sobre los enemigos del antiguo régimen. Tenemos en nuestro poder agendas que atestiguan que las actividades y los movimientos de los ministros del imperio no escapaban a la vigilancia de la policía. ¡Una Agenda de control de las conversaciones telefónicas del Ministerio de Guerra, en 1916, nos muestra, por ejemplo, cuántas veces por día diferentes personajes de la corte preguntaron por la precaria salud de la señora Sujomlinov!
El mecanismo más importante de la policía rusa era seguramente su "agencia secreta", nombre decente del servicio de provocación, cuyos orígenes se remontan a las primeras luchas revolucionarias y que adquirió un desarrollo extraordinario después de la revolución de 1905.
Policías (llamados oficiales de gendarmería) preparados especialmente, instruidos y seleccionados, se ocupaban del reclutamiento de los agentes provocadores. Sus mayores o menores éxitos en ese dominio eran tomados en cuenta para calificarlos y hacerlos ascender. Precisos instructivos establecían hasta los menores detalles de sus relaciones con los colaboradores secretos. Especialistas altamente retribuidos reunían, finalmente, todas las informaciones proporcionadas por los provocadores, las estudiaban, las ordenaban y las archivaban en expedientes.
En los edificios de la Ojrana (Fontanka 16, Petrogrado) había una habitación secreta a la que sólo entraban el director de la policía y el funcionario encargado de clasificar las piezas. Era el local de la agencia secreta. Contenía fundamentalmente el anaquel con las fichas de los provocadores, en el que encontramos más de 35 mil nombres. En la mayoría de los casos, el nombre del "agente secreto" se hallaba reemplazado por un seudónimo por motivos de precaución, lo cual motivó que la identificación de muchos de estos miserables, al caer los expedientes completos, después del triunfo de la revolución, en manos de los camaradas, fuera particularmente difícil. El nombre del provocador no debía ser conocido más que por el director de la Ojrana y por el oficial encargado de mantener con él relaciones permanentes. Los mismos recibos que los provocadores firmaban cada fin de mes, cobrados tan normal y pacíficamente como los recibos de los demás funcionarios, por sumas que iban de 3, 10, 15 rublos mensuales hasta 150 o 200 como máximo no aparecen por lo regular más que con el seudónimo. Pero la administración, desconfiando de sus agentes y celosa de que los oficiales de gendarmería no inventaran colaboradores imaginarios, procedía muy frecuentemente a minuciosas investigaciones para revisar las diferentes ramas de la organización. Un inspector provisto de amplios poderes investigaba personalmente a los colaboradores secretos, los entrevistaba a discreción, los despedía o les aumentaba el sueldo. Agreguemos que sus informes eran cuidadosamente verificados -tanto como fuera posible- unos mediante otros.
Veamos seguidamente un documento que podemos considerar como el abecé de la provocación. Se trata del Instructivo relativo a la agencia secreta, folleto de 27 páginas mecanografiadas en pequeño formato. Nuestro ejemplar (el número 35), trae además, en la parte superior estas tres advertencias: "Muy secreto", "Uso confidencial", "Secreto profesional". ¡Qué insistencia en recomendar misterio! Pronto se comprenderá por que.
Este documento, que denotaba conocimientos psicológicos y prácticos, espíritu meticulosamente previsor, una muy curiosa mezcla de cinismo y de hipocresía moral oficial, habrá de interesar un día a los psicólogos. Comienza con indicaciones generales:
La Seguridad Política debe tender a destruir el movimiento revolucionario en el momento de su mayor actividad y no desviar su trabajo dedicándose a empresas menores.
De manera que el principio es: dejar desarrollarse el movimiento para luego liquidarlo mejor.
Los agentes secretos recibirán un trato fijo, proporcional a los servicios prestados.
La Seguridad debe:
Evitar con el mayor cuidado entregar a sus colaboradores. A este fin, no detenerlos ni dejarlos en libertad más que cuando otros miembros de igual importancia pertenecientes a la misma organización revolucionaria puedan ser detenidos o liberados.
La Seguridad debe:
Facilitar a sus colaboradores el ganar la confianza de los militantes.
Sigue un capitulo dedicado al reclutamiento.
El reclutamiento de agentes secretos debe ser la constante preocupación del director de Investigaciones y de sus colaboradores. No deben desaprovechar ninguna oportunidad, aunque presente pocas probabilidades de conseguir agentes...
El Instructivo recomienda estudiar "con cuidado" las debilidades del individuo y aprovecharlas; conversar con sus amigos y parientes, etc.; multiplicar "constantemente los contactos con los obreros, con los testigos, con los padres, etc., sin jamás perder de vista el objetivo...".
¡ Extraña duplicidad del alma humana! Traduzco literalmente tres desconcertantes líneas:
Podemos utilizar los servicios de revolucionarios que se hallen en la miseria que, sin renunciar a sus convicciones, acepten entregar informaciones por necesidad...
Entonces, ¿los había? Pero continuemos.
Colocar soplones junto con los detenidos es de una excelente utilidad.
Se vislumbra, leyendo estas líneas, al policía paternal que se apiada de la suerte de su víctima:
Claro, mientras que usted irá a trabajos forzados por sus ideas, su camarada X..., quien le ha jugado tan malas pasadas, se dará una vida regalada a costa suya. ¿Qué quiere? ¡ Justos pagan por pecadores!
Y he aquí un pasaje que Maquiavelo no habría desaprobado:
Un colaborador nuestro que trabaja en puestos de segunda en una organización revolucionaria, puede ascender en ésta con sólo que sean arrestados militantes de mayor importancia.
Un problema grave era el de liberar a un agente secreto arrestado entre los que él había entregado. A este respecto, el instructivo no recomienda emplear el recurso de la evasión, pues:
Las evasiones llaman la atención de los revolucionarios. Previamente a la liquidación de cualquier organización, consultar a los agentes secretos acerca de las personas que deberán dejarse en libertad, con vistas a no traicionar a nuestros medios de información.
Otra pieza escogida en los archivos de la provocación nos ayudará a abarcar la extensión de ésta. Se trata de una especie de monografía de la provocación en Moscú, en 1912. Es el informe de un alto funcionario, el señor Vissariánov, quien fuera comisionado aquel año para hacer un viaje de inspección a la agencia secreta de Moscú.
El señor Vissariánov cumplió su misión del 1º de abril al 22 del mismo mes. Su informe constituye un grueso cuaderno mecanografiado. Consagra a cada provocador, señalado, claro está, por su seudónimo, una noticia detalladísima. Las hay muy curiosas.
El 6 de abril de 1912 había en Moscú 55 agentes provocadores oficialmente en funciones. Se repartían como sigue:
Socialistas revolucionarios, 17; socialdemócratas, 20; anarquistas, 3; estudiantes (movimiento de las escuelas), 11; instituciones filantrópicas, etc., 2; sociedades científicas, 1; zemstvos, 1. Además, "la agencia secreta de Moscú controla también a la prensa, a los octubristas (partido K. D. constitucional-democrático), a los agentes de Búrtzev, a los armenios, a la extrema derecha y a los jesuitas".
Los colaboradores eran caracterizados en informes bastante concisos.
Partido socialdemócrata. Fracción bolchevique. Portnói (el Sastre), tornero en madera, inteligente. En servicio desde 1910. Recibe 100 rublos al mes. Colaborador muy bien informado. Será candidato a la Duma. Participó en la conferencia bolchevique de Praga. De 5 militantes enviados desde Rusia a esta conferencia, 3 fueron detenidos...
Por lo demás, en cuanto a la conferencia bolchevique de Praga, nuestro alto funcionario de policía se congratulaba de los resultados obtenidos por los agentes secretos. Algunos habían logrado infiltrarse en el Comité Central, y uno de ellos, un soplón, fue comisionado por el partido para introducir literatura en Rusia. "Así tenemos a todo el aparato de propaganda", constata nuestro policía.
Aquí se impone un paréntesis. Sí, ellos tenían en las manos, en ese momento, el aparato de propaganda bolchevique. Pero, ¿la eficacia de esta propaganda se aminoró? ¿La palabra escrita de Lenin perdió algo de su valor al pasar por las manos de los soplones? La palabra revolucionaria tiene su fuerza en ella misma, sólo necesita ser escuchada. No importa quién la transmita. El éxito de la Ojrana habría sido de verdad decisivo si hubiera logrado impedir aprovisionarse a las organizaciones bolcheviques de literatura procedente del extranjero. Pero no podía hacerlo más que en cierta medida, a riesgo de desenmascarar a sus cuadros.
¿Qué es un agente provocador? Poseemos millares de expedientes donde hallamos una documentación abundante sobre las personas y las actividades de estos miserables. Ojeemos algunos:
Expediente 378. Julia Oréstovna Serova (alias Pravdivy [la Verídica] y Uliánova). A una pregunta del ministro sobre la hoja de servicio de esta colaboradora despedida (por estar "quemada"), el director de la policía responde enumerando sus excelentes trabajos. La carta tiene cuatro largas páginas. Yo la resumo, pero en términos casi textuales:
Julia Oréstovna Serova fue empleada, de septiembre de 1907 a 1910, en la vigilancia de las organizaciones socialdemócratas. Ocupaba puestos relativamente importantes en el partido, y por ello pudo rendirnos grandes servicios, tanto en Petersburgo como en provincias. Toda una serie de arrestos fue lograda gracias a sus informaciones.
En septiembre de 1907 hizo arrestar al diputado de la Duma, Sergio Saltykov.
A fines de abril de 1908 hizo arrestar a 4 militantes: Ríkov, Noguin, Gregorio y Kamenev.
El 9 de marzo de 1908 hizo arrestar una asamblea completa del partido.
En el otoño de 1908 hizo arrestar al miembro del Comité Central, Inocente Dubrobsky.
En febrero de 1909 hizo decomisar los materiales de una imprenta clandestina y allanar la oficina de pasaportes del partido.
El 1º de marzo de 1905 hizo arrestar a todo el comité de Petersburgo.
Contribuyó, además, a arrestar a una banda de expropiadores (mayo de 1907), a decomisar remesas de literatura y especialmente el transporte de literatura ilegal por Vilna. En 1908 nos tuvo al corriente de todas las reuniones del Comité Central e indicó la composición de los comités. En 1909 participó en una conferencia del partido en el extranjero, de la que nos informó. En 1909 controló las actividades de Alexis Ríkov.
Esa era su bella hoja de servicios. Pero Serova terminó por "quemarse". Su marido, diputado de la Duma, declaró en los diarios de la capital que ya no la consideraba su mujer. Esto fue comprendido. Como ya no podía prestar servicios, sus superiores jerárquicos le dieron las gracias. Cayó en la miseria. El expediente está colmado de cartas que enviaba al director de la Seguridad: protestas de fidelidad, recordatorios de servicios prestados, pedidos de ayuda.
No conozco nada más aflictivo que estas cartas escritas con letra nerviosa y apretada de intelectual. La "provocadora desocupada", como ella se califica en alguna parte, parece acorralada, hostigada por la miseria, en una total desintegración moral. Es necesario subsistir. No sabe hacer nada con las manos. Su desarreglo interior le impide hallar una solución, un trabajo simple y razonable.
El 16 de agosto de 1912, le escribe al director de la policía:
Mis dos hijos, de los cuales el primogénito tiene 5 años, carecen de vestidos y de calzado. Carezco de mobiliario. Estoy demasiado mal vestida para poder encontrar trabajo. Si usted no me asigna un socorro, me veré obligada al suicidio...
Le asignan 150 rublos.
El 17 de septiembre, en otra carta, a la que se adjunta una misiva para su marido, que el director de policía tendrá a bien poner al correo:
Usted verá, en la última carta que escribo a mi marido, que en vísperas de acabar con mi vida todavía niego haber servido a la policía. He decidido acabar. No es comedia, ni efectismo. Ya no me creo capaz de recomenzar la vida.
Sin embargo, Serova no se matará todavía. Algunos días más tarde denuncia a un anciano señor que esconde armas.
Las cartas forman un grueso volumen. He aquí una, conmovedora: unas pocas líneas de despedida para el hombre que fuera su marido:
Con frecuencia he sido culpable respecto a ti. Incluso hasta ahora no te había escrito. Pero olvida lo malo y recuerda sólo nuestra vida en común, nuestro trabajo común, y perdóname. Dejo la vida. Estoy cansada. Siento que muchas cosas se han roto dentro de mí. No podría maldecir a nadie; pero ¡malditos sean los "camaradas"!
¿Dónde comienza, en estas cartas, la sinceridad? ¿Dónde acaba la doblez? No se sabe. Estamos frente a un alma compleja, malvada, dolorosa, manchada, prostituida, desnuda.
Sin embargo, la Seguridad no fue sorda a sus llamados. Cada una de las cartas de la Serova, de puño y letra del jefe de servicios, lleva al reverso la resolución del director: "Enviarle 250 rublos", "Destinarle 50 rublos". La vieja colaboradora anuncia la muerte de uno de sus hijos. "Verificarlo", escribe el director. Después, pedirá que se le facilite una máquina de escribir para aprender mecanografía. La Seguridad no tiene máquinas disponibles. Finalmente, sus cartas se hacen más y más apremiantes.
En nombre de mis hijos -escribe el 14 de diciembre- le escribo con lágrimas y sangre. Concédame un último socorro de 300 rublos. Con eso me bastará.
Se le concede, a cambio de que deje Petrogrado. En total, en 1911, Serova recibe 743 rublos en tres remesas; en 1912, 788 rublos en seis remesas. En aquella época, esto era considerable.
Luego de un último socorro enviado en febrero de 1914, Serova recibe un pequeño empleo en la administración de ferrocarriles. Bien pronto lo perderá por estafar pequeñas sumas a sus compañeros de trabajo. Se anota en su expediente: "Culpable de extorsión. Ya no merece ninguna confianza." Bajo el nombre de Petrova logra, sin embargo, entrar al servicio de la policía de ferrocarriles donde, descubierta, la despiden. En 1915 todavía solicita un empleo como delatora. El 28 de enero de 1917, en vísperas de la revolución, esta anciana secretaria de un comité revolucionario le escribía a "Su excelencia, señor Director de la Policía", le recordaba sus buenos y leales servicios y le proponía informarle de la actividad del partido socialdemócrata, en el que podía hacer entrar a su segundo marido.
En vísperas de los grandes acontecimientos que se sienten venir, sufro por no poderos ser útil.
Expediente 383. Osipov, Nicolái Nicoláievich Veretsky, hijo de un pope. Estudiante. Colaborador secreto desde 1903, para vigilar la organización socialdemócrata y la juventud de las escuelas de Pavlograd.
Enviado a Petersburgo por el partido en 1905, con la misión de introducir armas en Finlandia, se presenta inmediatamente a la dirección de la policía para recibir instrucciones.
Al sospechar de él sus compañeros, es arrestado, permanece 3 meses en la sección secreta de la Ojrana y logra ser enviado al extranjero a fin de "rehabilitarse a los ojos de los militantes".
Cito textualmente la conclusión de un informe:
Veretsky da la impresión de ser un hombre muy inteligente y culto, de una gran modestia, concienzudo y honesto; digamos en su alabanza que la mayor parte de sus honorarios (150 rublos) los dedica a sus ancianos padres.
En 1915, este excelente joven se retira del servicio y recibe todavía doce mensualidades de 75 rublos.
Expediente 317. El Enfermo. Vladímir Ivánovich Lorberg. Obrero. Escribe torpemente. Trabaja en una fábrica y recibe 10 rublos al mes. Un proletario de la provocación.
Expediente 81. Serguéi Vasilievich Práotsev, hijo de un miembro de la Narodnaia Volia, se jacta de haber crecido en un medio revolucionario y de poseer vastas y útiles relaciones.
Poseemos millares de expedientes parecidos.
Porque la bajeza y la miseria de ciertas almas humanas son insondables.
Todavía no nos hemos ocupado de los expedientes de dos colaboradores secretos cuyos nombres diremos. Deben, sin embargo, ser mencionados aquí como casos típicos: un intelectual valioso, un tribuno.
Stanislaw Brozozowski, escritor polaco de apreciable talento, respetado por la juventud, autor de ensayos críticos sobre Kant, Zola, Mijailovsky, Avenarius, "heraldo del socialismo, en el cual veía la más profunda síntesis del espíritu humano y del que quisiera hacer un sistema filosófico que abarcara la naturaleza y la sociedad" (Naprzod, 5 de mayo de 1908), autor de la novela revolucionaria La llama, reclutado por la Ojrana de Varsovia por sus relaciones en los medios revolucionarios y "progresistas", con honorarios mensuales de 150 rublos.
El pope Gapón, alma de todo el movimiento obrero de Petersburgo y Moscú antes de la revolución de 1905; organizador de la manifestación obrera de enero de 1905, ensangrentada bajo las ventanas del Palacio de Invierno por las descargas de fusilería dirigidas sobre una multitud suplicante encabezada por dos sacerdotes que portaban en alto el retrato del zar; el pope Gapón, verdadera encarnación de un momento de la Revolución Rusa, terminó vendiéndose a la Ojrana y, convicto del delito de provocación, fue colgado por el socialista-revolucionario Ruthemberg.
Todavía hoy, están lejos de haber sido identificados todos los agentes provocadores de la Ojrana cuyos expedientes poseemos.
No pasa mes sin que los tribunales revolucionarios de la Unión Soviética juzguen a algunos de estos hombres. Se los encuentra, se los identifica por azar. En 1924, un miserable se nos apareció, regresando hasta nosotros desde un pasado de cincuenta años, como en un acceso de náusea, y era un perfecto espectro. Este espectro evocaba una página de historia, y la intercalamos aquí sólo para proyectar en estas páginas de cieno un poco de la luz del heroísmo revolucionario.
Este agente provocador había rendido 37 años de buenos servicios (de 1880 a 1917) y, ya anciano encanecido. burló durante siete años las pesquisas de la Cheka.
Hacia 1879, el estudiante de 20 años Okladsky, revolucionario desde los 15, miembro del partido de la Narodnaia Volia [La Voluntad del Pueblo], terrorista, preparó con Jeliabov un atentado contra el zar Alejandro II. El tren imperial debía saltar. Pasó sobre las minas sin estorbo. El aparato infernal no funcionó .¿Accidente fortuito? Así se pensó. Sin embargo, 16 revolucionarios, entre ellos Okladsky, debieron responder por el "crimen". Okladsky fue condenado a muerte. ¿Comenzaba su brillante carrera? ¿Había comenzado ya? La clemencia del emperador le concede la vida, a cambio de prisión perpetua.
Ahí comienza, en todo caso, la serie de inapreciables servicios que Okladsky habría de rendir a la policía del zar. En la larga lista de revolucionarios que entregará, hay cuatro de los nombres más hermosos de nuestra historia: Baránnikov, Jeliabov, Trigoni, Vera Figner. De esos cuatro, la única que sobrevive es Vera Nicoláievna Figner. Pasó veinte años en la fortaleza de Schlusselburg. Baránnikov murió. Trigoni, luego de haber sufrido veinte años en Schlusselburg y pasado cuatro de exilio en Shajalin, vio antes de morir, en 1917, el derrumbe de la autocracia. Jeliabov murió en el patíbulo.
Estos valientes pertenecían a la Narodnaia Volia, primer partido revolucionario ruso que, antes del nacimiento del movimiento proletario, le había declarado la guerra a la autocracia. Su programa proponía una revolución liberal, cuyo cumplimiento habría significado para Rusia un progreso inmenso. En una época en que ninguna otra acción era posible, se sirvió del terrorismo, golpeando sin cesar al zarismo enloquecido por momentos, y decapitado el 1º de marzo de 1881. En la lucha de este puñado de héroes contra toda la vieja sociedad poderosamente armada se crearon las costumbres, las tradiciones, las mentalidades que, perpetuadas por el proletariado, habrían de templar numerosas generaciones para la victoria de octubre de 1917. De todos estos héroes, Alexandr Jeliabov fue quizá el más grande, y rindió sin duda los más grandes servicios al partido que había contribuido a fundar. Denunciado por Okladsky, se le detiene el 27 de febrero de 1881, en un departamento de la perspectiva Nevsky, en compañía de un joven abogado de Odesa, Trigoni, miembro también del misterioso Comité Ejecutivo de la Narodnaia Volia. Dos días más tarde, las bombas del partido despedazaban a Alejandro II en una calle de San Petersburgo. Al día siguiente, las autoridades judiciales recibían de Jeliabov una carta asombrosa, desde la prisión de Pedro y Pablo. Rara vez jueces y monarca recibirían bofetada semejante. Rara vez jefe alguno de partido sabría cumplir con tal firmeza su último deber. La carta decía:
Si el nuevo soberano, recibiendo el cetro de manos de la revolución, proyecta tener consideración por los regicidas al antiguo modo; si proyecta ejecutar a Rissakov, seria una irritante injusticia concederme la vida a mí, que tantas veces he atentado contra la vida de Alejandro II y a quien sólo un azar fortuito impidió participar en su ejecución. Me siento muy inquieto pensando que el gobierno podría concederle mayor precio a la justicia formal que a la justicia real y adornar la corona del nuevo monarca con el cadáver de un joven héroe, solamente a causa de falta de pruebas formales contra mí, que soy un veterano de la revolución.
Con todas las fuerzas de mi alma protesto contra esta iniquidad.
Sólo la cobardía del gobierno podría explicar que no se levantaran dos horcas en vez de una.
El nuevo zar Alejandro III hizo alzar seis horcas para los regicidas. En el último momento, una joven, Jesy Helfman, que se hallaba encinta, fue perdonada. Jeliabov murió junto a su compañera Sofía Peróvskaya, junto a Rissakov (que había defeccionado inútilmente), junto a Mijailov y junto al químico Kibalchich. Mijailov sufrió tres veces el suplicio. Dos veces, la cuerda del verdugo se rompió. Dos veces cayó Mijailov, envuelto en su sudario y encapuchado, para levantarse por sí mismo.
El provocador Okladsky, mientras tanto, continuaba sus servicios. ¡Entre la generosa juventud que incansablemente "iba al pueblo", a la pobreza, la prisión, el exilio, la muerte para abrir el camino de la revolución, era fácil propinar golpes ocultos! Apenas llegado a Kiev, Okladsky entrega a Vera Nikoláievna Figner al policía Sudeikin. Luego sirve en Tbilisi como un profesional de la traición, experto en el arte de relacionarse con los mejores hombres, de conquistar simpatías, de fingir entusiasmo, para hacer luego, un buen día, una señal, enterrar vivos a sus camaradas... y recibir las esperadas gratificaciones.
En 1889, la Seguridad imperial lo llama a San Petersburgo. El ministro Durnovo, purificando a Okladsky de todo pasado indigno, lo convierte en el "honorable ciudadano" Petrovsky, siempre revolucionario, claro está, y confidente de revolucionarios. Habría de continuar "en actividad" hasta la revolución de marzo de 1917. Hasta 1924 logró hacerse pasar por un pacífico habitante de Petrogrado. Más tarde, encerrado en Leningrado, en la misma prisión donde muchas de sus víctimas esperaron la muerte, aceptó escribir la confesión de su vida hasta el año 1890.
Más allá de esta fecha, el viejo agente provocador no quiso decir palabra. No consintió en hablar de un pasado del cual casi nadie de entre los revolucionarios sobrevivía, pero que él pobló de muertos y mártires.
El tribunal revolucionario de Leningrado juzga a Okladsky en la primera quincena de enero de 1925. La revolución no se venga. Este espectro pertenecía a un pasado demasiado remoto y demasiado muerto. El proceso, dirigido por veteranos de la revolución, parecía un debate científico de historia y de psicología. Era el estudio del más lastimoso de los documentos humanos. Okladsky fue condenado a diez años de prisión.
Detengámonos todavía brevemente en un caso de provocación de los que la historia del movimiento revolucionario conociera tantos: la provocación de un jefe de partido. He aquí la enigmática figura de Malinovsky.(1)
Una mañana de 1918 el terrible año que siguió a la Revolución de Octubre: guerra civil, requisiciones rurales, sabotajes técnicos, complots, sublevación de los checos, intervenciones extranjeras, paz asquerosa (según la definición de Lenin) de Brest-Litovsk, dos tentativas de asesinato contra Vladímir Ilich. Una mañana de aquel año, un hombre se presentó tranquilamente al comandante del Smolny (Soviet de Petrogrado) y le dijo:
-Soy el provocador Malinovsky. Le ruego arrestarme.
El humor tiene lugar en toda tragedia. Impávido, el comandante del Smolny hizo poner en la puerta a aquel inoportuno.
-¡A mí nadie me manda, ni es mi trabajo arrestarlo!
-Entonces hágame conducir al comité del partido.
Y en el comité se reconocerá con asombro al hombre más execrable, al más despreciable del partido. Se le arresta.
Su carrera, en dos palabras, es ésta:
Anverso: un adolescente difícil, tres condenas por robo. Muy dotado, muy activo, militante de diversas organizaciones, tan apreciado que en 1910 se le ofrece ingresar al Comité Central del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, y durante la conferencia bolchevique de Praga (1912) ingresa al CC efectivamente. A fines del mismo año es diputado bolchevique en la IV Duma del Imperio. En 1913 es presidente del grupo parlamentario bolchevique.
Reverso: chivato de la Ojrana (Ernesto, luego el Sastre) desde 1907. A partir de 1910, honorarios de 100 rublos mensuales (principesco). El ex jefe de la policía Beletsky, dice: "Malinovsky era el orgullo de la Seguridad, que lo preparaba para ser ano de los jefes del partido." Hizo arrestar a grupos de bolcheviques en Moscú, Tula, etc. Entrega a la policía a Miliutin, Noguin, Maria Smidóvich, Stalin, Sverdlov. Denuncia a la Ojrana los archivos secretos del partido. Es elegido en la Duma con la ayuda tan discreta como eficaz de la policía...
Desenmascarado, recibe del Ministerio del Interior una fuerte recompensa y desaparece. Sobreviene la guerra. Hecho prisionero en combate, recomienza su militancia en el campo de concentración. Retorna finalmente a Rusia, para declarar al tribunal revolucionario: "¡ Hacedme fusilar! " Revela haber sufrido enormemente con su existencia dual; no haber comprendido verdaderamente la revolución sino tardíamente; haberse dejado ganar por la ambición y el espíritu de aventura. Krylenko refuta despiadadamente que esta argumentación fuese sincera: "¡El aventurero juega su última carta!"
Una revolución no puede detenerse en descifrar enigmas psicológicos. No puede correr el riesgo de ser estafada una vez más por un jugador turbulento y apasionado. El tribunal revolucionario emitió el veredicto reclamado a la vez por el acusador y el acusado. La misma noche, pocas horas más tarde, Malinovsky, cuando atravesaba un solitario patio del Kremlin, recibió subrepticiamente una bala en la nuca.
Aquí se nos presenta el problema de la psicología del provocador. Psicología morbosa, segura- mente, pero que no debe sorprendernos más de lo debido. Hemos visto, en el Instructivo de la Ojrana, a qué personas "trabaja" la policía y por qué medios. Una Serova, considerada débil de carácter, vive difícilmente, milita con valor. Se la arresta. Bruscamente arrancada de su medio, se siente perdida. Los trabajos forzados la esperan, quizás la horca. Bien podría decir una palabra, una sola palabra, sobre alguien que, precisamente, le ha hecho daño... Vacila. Le basta un instante de cobardía; o quizás hay demasiada cobardía en el fondo del ser humano. Lo más terrible es que, en adelante, no podrá resistirse más. Ahora la tienen en sus manos. Si se niega a continuar, se le arrojará a la cara, en pleno tribunal, su primera delación. A la vuelta del tiempo se acostumbrará a las ventajas materiales de esta odiosa situación, tanto más cuanto que en el secreto de su actividad se sentirá perfectamente segura...
Pero no hay sólo estos agentes secretos por cobardía: hay, y son mucho más peligrosos, los diletantes, aventureros que no creen en nada, hastiados del ideal que servían hasta hacia poco, prendados del peligro, de la intriga, de la conspiración, de un complicado juego en el que se burlan de todo el mundo. Pueden tener talento, actuar un papel casi indescifrable. Tal parece haber sido Malinovsky. La literatura rusa que siguió a la derrota de 1905 nos ofrece muchos casos psicológicos de una perversión semejante. El revolucionario ilegal -sobre todo el terrorista adquiere un temple de carácter, una voluntad, un valor, un amor al peligro terribles. Si entonces, al influjo de pequeñas experiencias personales -fracasos, decepciones, extravíos intelectuales- o por la derrota temporal del movimiento, llega a perder su idealismo, ¿en qué puede convertirse? Si de verdad es fuerte, escapará a la neurastenia y al suicidio; pero también es muy probable que se convierta en un aventurero sin fe, al que todos los medios le parecerán buenos para lograr sus fines personales. Y la provocación es un medio que, de proponérsele, seguramente lo tentará.
Todos los movimientos de masas que abarcan millares y millares de hombres arrastran escorias semejantes. No debe asombrarnos. La acción de semejantes parásitos no tiene sino un ínfimo poder sobre el vigor y la salud moral del proletariado. Creemos que, cuanto más el movimiento revolucionario sea proletario, es decir, netamente, enérgicamente comunista, menos le serán peligrosos los agentes provocadores. Existirán probablemente mientras haya lucha social. Pero son individualidades a las que el hábito del trabajo y del pensamiento colectivo, de la disciplina estricta, de la acción calculada por las masas e inspira- da por una teoría científica de la situación social, ofrece escasas posibilidades de hazañas. Nada más contrario al aventurerismo pequeño o grande, en efecto, que la acción amplia, seria, profunda y metódica de un gran partido marxista revolucionario, incluso ilegal. La ilegalidad comunista no es la de los carbonari, la preparación comunista de la insurrección no es la de los blanquistas. Los carbonari y los blanquistas eran puñados de conspiradores, dirigidos por algunos idealistas inteligentes y enérgicos. Un partido comunista, incluso numéricamente débil, representa siempre, por su ideología, a la clase obrera. Encarna la conciencia de clase de centenares de miles o de millones de hombres. Su papel es inmenso, ya que es el de cerebro de un sistema nervioso, pero inseparable de las aspiraciones, de las necesidades, de la actividad del proletariado entero, de manera que los designios individuales, cuando no se ajustan a las necesidades del partido o lo que es igual, al proletariado(2) pierden mucha de su importancia.
En este sentido, el partido comunista es, entre todas las organizaciones revolucionarias que la historia ha producido hasta hoy, la menos vulnerable a los golpes de la provocación.
Algunos expedientes especiales contienen las ofertas de servicio dirigidas a la policía. He ojeado al azar un tomo de correspondencia con el extranjero, donde se puede ver sucesivamente a un súbdito danés poseedor de instrucción superior" y a un "estudiante salido de buena familia" solicitar empleo en la policía secreta de su majestad el zar de Rusia...
Las múltiples ayudas monetarias concedidas a Serova, dan fe de la atención de la policía con relación a sus servidores, incluso los retirados. La administración no ponía en la lista negra sino a los agentes sorprendidos en flagrante delito de fraude o de extorsión. Calificados como "chantajistas", e inscritos en las listas negras, perdían todo el derecho al reconocimiento del Estado.
Los otros, en cambio, podían obtener todo. Prórrogas o dispensas del servicio militar, perdones, amnistías, favores diversos tras condenas oficiales, pensiones temporales o de viaje, todo, incluso favores del mismo zar. Se vio al zar conceder a viejos provocadores nombres y apellidos nobles. El apellido y el nombre tenían, según el rito ortodoxo, valor religioso; el jefe espiritual de la iglesia rusa infringía así las leyes de la misma religión. ¡Todo era poco para gratificar a un buen soplón!
La provocación terminó convirtiéndose en toda una institución. La cifra completa de personas que a lo largo de veinte años de movimiento revolucionario rindieron servicios a la policía, puede variar entre los 35 y los 40 mil. Se estima que la mitad de ellos, más o menos, fue desenmascarada. Algunos miles de antiguos soplones y provocadores sobreviven todavía hoy impunemente en la misma Rusia, pues su identificación todavía no ha sido posible. Entre esta multitud habla hombres de valor e incluso algunos que desempeñaron un papel importante en el movimiento revolucionario.
A la cabeza del partido socialista-revolucionario y de su organización de choque, se hallaba, hacia 1909, el ingeniero Evno Azev, quien, a partir de 1890, firmaba con su nombre sus informes a la policía. Azev fue uno de los organizadores de la ejecución del gran duque Sergio, de la del ministro Plehve y de muchos otros. Era él quien dirigía, antes de enviarlos a la muerte, a héroes tales como Kaliáev y Egor Sazónov.(3)
En el Comité Central bolchevique, encabezando su fracción en la Duma, se hallaba, como vimos, el agente secreto Malinovsky.
La provocación, al alcanzar semejante amplitud, se convertía también en un peligro para el régimen que servía y sobre todo para los hombres de ese régimen. Se sabe, por ejemplo, que uno de los más altos funcionarios del Ministerio del Interior, el policía Rachkovsky, conoció y aprobó los proyectos de ejecución de Plehve y del gran duque Sergio. Stolypin,(4) perfectamente enterado de los casos, se hacia acompañar en sus salidas por el jefe de la policía Guerásimov, pues su presencia le parecía una garantía contra los atentados cometidos por instigación de los provocadores. Stolypin fue, sin embargo, muerto por el anarquista Bagrof, que había pertenecido a la policía.
La provocación, a pesar de todo, prosperaba todavía en el momento de estallar la revolución. Los agentes provocadores recibieron su última mensualidad en los días finales de febrero de 1917, una semana antes del derrumbe de la autocracia.
Revolucionarios abnegados se vieron tentados a servirse de la provocación. Petrov, socialista-revolucionario, quien dejara memorias dé un intenso dramatismo, entró a la Ojrana para combatirla mejor. Hecho prisionero y habiendo experimentado un primer rechazo por parte del director dé la policía, se finge loco para lograr ser enviado a un asilo de donde la evasión fuera posible, lográndolo, y regresa, ya libre, a ofrecer sus servicios. Pero - convencido pronto dé que había llegado demasiado lejos y de que traicionaba a su pesar, Petrov se suicida luego de haber ejecutado al coronel Kárpov (1909).
El maximalista(5) Salomón Ryss (Mortimer), organizador de un grupo terrorista extremadamente audaz (1906-07), llega a burlarse un tiempo de la Seguridad, dé la que se habla convertido en colaborador secreto. El caso de Salomón Ryss constituye una excepción digna de mencionarse, casi increíble, que no se explicaría más que por los muy particulares hábitos de la Ojrana después de la revolución de 1905. Por regla general, es imposible burlar a la policía; es imposible para un revolucionario penetrar en sus secretos. El agente secreto de más confianza no tiene relación sino con uno o dos policías, a los que nada les puede sacar, pero a los que, sin embargo, les son útiles hasta las menores palabras e incluso las mentiras que se les diga, las que son aclaradas en el mismo día.(6)
El desarrollo de la provocación, por otra parte, indujo a veces a la Ojrana a urdir complicadas intrigas en las que a menudo no pudo decir la última palabra. Fue así como, en 1907, resultó necesario para sus designios hacer evadirse al mismo Ryss. Para lograrlo, el director dé la policía no vacila en llegar incluso al crimen. Cumpliendo instrucciones, dos gendarmes organizaron la fuga del revolucionario. La encuesta judicial, torpe- - mente conducida, reveló su participación. Llevados a consejo de guerra y degradados oficialmente por sus superiores, se les condenó a trabajos - forzados.
Naturalmente, las ramificaciones de la Ojrana se extendían hasta el extranjero. Sus archivos incluían informaciones relativas a la gran cantidad de personas que vivían entonces más allá de las fronteras del Imperio y que incluso jamás habían estado en Rusia. Recién llegado a Rusia por primera vez en 1919, hallé una serie de fichas sobre mi persona. La policía rusa seguía con la mayor atención las actividades de los revolucionarios en el extranjero. Acerca del caso de los anarquistas rusos Troianovsky y Kirichek, capturados durante la guerra de París, encontré voluminosos expedientes. La reseña de los interrogatorios celebrados en el Palacio de Justicia de París, estaba completa. Por lo demás, rusos o extranjeros, los anarquistas estaban totalmente vigilados en todas las partes, a cargo dé la Ojrana, la que para aquel fin mantenía una correspondencia constante con los servicios de seguridad de Londres, Roma, Berlín, etc.
En todas las capitales importantes residía permanentemente un jefe de policía ruso. Durante la guerra, M. Krassílnikov, oficialmente consejero de la Embajada, desempeñaba este delicado puesto en París.
En el momento de estallar la revolución en Rusia, unos quince agentes provocadores trabajaban en París entre los diferentes grupos de emigrados rusos. Cuando el último embajador del último zar debió entregar la legación a un sucesor nombrado por el gobierno provisional, una comisión integrada por altos personajes de la colonia dé emigrados en París, se encargó de estudiar los papeles del señor Krassílnikov. Sin dificultad identificaron a los agentes secretos. Hallaron, entre otras sorpresas, que un miembro de la prensa francesa, patriota de buen tono, aparecía en la rue de Grenelle en calidad de soplón y espía. Se trataba del señor Raymond Recouly, redactor entonces de Le Figaro, en el que se encargaba de la política exterior. En su oculta colaboración con el señor Krassílnikov, Recouly, siguiendo los imperativos señalados a los confidentes, había trocado su nombre por el seudónimo poco literario de Ratmir. Oficio de perro, nombre de perro.
Ratmir informaba a la Ojrana sobre sus colegas de la prensa francesa. En Le Fígaro y otros lugares llevaba la política de la Ojrana. Recibía 500 francos al mes. Sus actividades son notorias. Se las halla completas, impresas, parece que desde 1918, en París, en un voluminoso informe del señor Agafonov, miembro de la comisión investigadora de los emigrados parisienses en torno a la provocación rusa en Francia. Los miembros de esta comisión - algunos de ellos deben vivir aún en París , no han olvidado, por cierto, a Ratmir-Recouly. Por otra parte, René Marchand publicó en 1924, en L'Humanité, las pruebas tomadas de archivos de la Ojrana de Petrogrado, de la actividad policial del señor Recouly. Este señor se limitó a lanzar un desmentido que nadie creyó, ni fue repelido por sus colegas.(7) Y se explica. Su caso, dada la corrupción de la prensa por los gobiernos extranjeros, es corrientísimo.
Krassílnikov también tenía a sus órdenes todo un equipo de detectives, delatores, imprecisos asalariados que se ocupaban de los trabajos menores, tales como la vigilancia de la correspondencia de los revolucionarios (gabinetes negros privados, etc.).
En 1913-14 (y no creo que hasta la revolución sufriera modificaciones importantes), la agencia secreta de la Ojrana en Francia era dirigida prácticamente por cierto Bittard-Monin, quien recibía 1000 francos mensuales. De los recibos que por honorarios firmaban sus agentes he tomado los nombres de éstos y sus lugares de residencia. Su publicación quizás no sea del todo inútil. Helos aquí:
Agentes secretos de la policía en el extranjero, situados bajo la dirección de Bittard-Monin (París): E. Invernitzi (Calvi, Córcega), Henri Durin (Génova), Sambaine (París), A. o R. Sauvard (Cannes), Vogt (Menton), Berthold (París), Fontaine (Cap Martin), Henri Neuhaus (Cap Martin), Vincení Vizardelli (Grenoble), Barthes (San Remo), Ch. Delangle (San Remo), Georges Coussonet (Cap Martin), O. Rougeaux (Menton), E. Levéque (Cap Martin), Fontana (Cap Martin), Artur Frumento (Alassis), Sustrov o Surjánov y David (París), Dussosois (Cap Martin), R. Gottlieb (Niza), Roselli (Zurich), señora G. Richard (París), Jean Abersoid (Londres), J. Bint (Cannes), -Karl Voltz (Berlín), señorita Drouchot, señora Tiercelin, señora Fagon, Jollivet, Rivet.
Tres personas tenían una pensión de la agencia rusa de París. La viuda Farse (¿o Farsa? ), la viuda Rigo (¿o Rigault?) y N. N. Chachnikov.
La presencia temporal de numerosos agentes en Cap Martin o en otras localidades de menor importancia se explica por la necesidad de chivateos. Todos estos agentes no hallaban incómodo desplazarse.
Habían logrado organizar en toda Europa un maravilloso gabinete negro privado. En Petrogrado poseemos legajos de copias de cartas cambiadas entre París y Niza, Roma y Ginebra, Berlín y Londres, etc. Toda la correspondencia de Savinkov y de Chernov en el momento en que ambos vivían en Francia, fue conservada en los archivos de la policía de Petrogado. Correspondencia entre Haase y Dan(8) también fue interceptada, como muchas otras. ¿Cómo? El conserje o el cartero, o simplemente un empleado de correos, sin duda retribuidos generosamente, retenían durante algunas horas el tiempo preciso para copiarlas las cartas dirigidas a las personas vigiladas. Las copias se hacían a menudo por personas que no conocían la lengua empleada por tos autores de las cartas; torpezas, por demás insignificantes, lo delatan. Traían también copiado- el sello de expedición y la dirección. Eran enviadas a Petrogrado con la mayor rapidez.
Naturalmente, la policía rusa en el extranjero colaboraba con las policías locales.(9) Mientras que los agentes provocadores, desconocidos de todos, hacían su papel de revolucionarios, alrededor suyo operaban los detectives de Krassílnikov, ignorados oficialmente pero en realidad alentados y ayudados. Detalles típicos muestran de qué naturaleza era la ayuda que les prestaban las autoridades francesas. El agente Francesco Leone, que había estado en relaciones con Búrtzev(10) había consentido en entregarle por dinero algunos secretos del señor Bittard-Monin. Su colega, Fontana, del que había hecho robar la fotografía, lo hiere de un bastonazo en un café cerca de la Gare de Lyon (París, 28 de junio de 1913). Detenido el agresor y habiéndosele hallado dos carnets de agente de la Seguridad francesa y un revólver, fue enviado a la comisaría bajo la cuádruple acusación de "usurpación de funciones, portación de armas prohibidas, golpes y heridas y amenazas de muerte". Veinticuatro horas después era dejado en libertad por intervención de Krassllnikov, luego de haberse desmentido oficialmente su calidad de agente de la Seguridad rusa. En cuanto al indiscreto Leone, la Embajada rusa obtuvo su expulsión de Francia. Una carta de Krassílnikov relata al director de la Seguridad todos estos incidentes y lo pone al corriente de las gestiones emprendidas para hacer expulsar a Búrtzev de Italia.
En otra carta, el mismo Krassílnikov informa a la Ojrana que una interpelación socialista sobre las maniobras de la policía rusa, en las que aparecía implicado, "no es ya de temer por parte de las autoridades francesas. Los parlamentarios socialistas tienen otras ocupaciones en estos momentos".(11)
Pero ¿y si los revolucionarios utilizaban claves en sus cartas?
Entonces la Ojrana le encargaba a un investigador genial que descifrara el mensaje. Y se me certifica que jamás falló. Este especialista excepcional, nombrado Zybin, había conquistado tal reputación de infalibilidad, que durante la revolución de marzo... se le conservó. Pasó al servicio del nuevo gobierno, que lo empleó, me parece, en contraespionaje.
Las más diversas claves, según parece, pueden ser 'descifradas. Si se emplean combinaciones geométricas o aritméticas, el cálculo de posibilidades puede ofrecer algunos indicios. Basta un punto de partida la menor clave para descifrar un mensaje. Para cartearse, algunos camaradas se servían -se me dice- de ciertos libros en los cuales habían convenido marcar ciertas páginas. Buen psicólogo, Zybin hallaba los libros y las páginas. "Las claves basadas en textos de escritores conocidos, en modelos aportados por manuales de las organizaciones revolucionarias, en la disposición vertical de nombres o divisas", no valen nada, escribe el ex policía M. E. Bakai.(12) Las claves de las organizaciones centrales son las más frecuentemente denunciadas por los provocadores o descifradas a la larga, luego de un trabajo minucioso. Bakai considera como las mejores claves de uso corriente aquellas que pueden proceder de textos impresos poco conocidos. Zybin se había hecho de una colección de gavetas y ficheros donde se podía hallar instantáneamente el nombre de todas las ciudades de Rusia donde, por ejemplo, hay cierta calle San Alejandro; el nombre de todas las ciudades donde había estas o aquellas fábricas o escuelas; los apodos y seudónimos de todas las personas sospechosas que vivían en el imperio, etc. Poseía listas alfabéticas de estudiantes, de marinos, de oficiales, etc. Hallábase en una carta, muy inocente en apariencia, estas simples palabras: "El Morenito fue esta noche a la calle Mayor", y más adelante una frase relativa a un "estudiante de medicina". Bastaba echar mano a algunas gavetas para saber si el Morenito ya había sido fichado, y en que ciudad que poseyera una facultad de medicina había una calle Mayor. Tres o cuatro indicios semejantes eran ya una posibilidad digna de considerarse.
En toda la correspondencia vigilada o incautada, las menores alusiones a determinada persona eran trasladadas a fichas, en las que ciertos números remitían al texto de las cartas. Archivos enteros estaban llenos de cartas semejantes. Tres cartas totalmente corrientes, provenientes de tres militantes dispersos en una región y que hicieran alusión incidental a un cuarto, podían delatarlo perfectamente.
Subrayémoslo: el control de la correspondencia por los gabinetes negros cuya existencia es rigurosa y tradicionalmente negada por la policía, pero sin los cuales no existiría policía, es de gran importancia. El correo de las personas conocidas o sospechosas es vigilado por principio; después, una sustracción, practicada al azar, intercepta las cartas que llevan en la cubierta "entregar a", aquellas cuyos caracteres parecen representar algo convenido, aquellas con alguna palabra que, de alguna manera, llama la atención. La apertura de cartas al azar proporciona una documentación tan útil como el control de la correspondencia de los militantes bien conocidos. Estos, en efecto, tratan de escribir con prudencia (bien que la única prudencia real, la única efectiva, es no tratar por carta asuntos relativos a la acción ni siquiera indirectamente), mientras que el común de los miembros del partido -los desconocidos- se olvida de las precauciones más elementales.
La Ojrana hacía tres copias de las cartas interesantes: una para la dirección de la censura, otra para la dirección de la Seguridad General y otra más para la dirección de la policía local. La carta llegaba a su destinatario. En ciertos casos -por ejemplo en aquellos en que se había hecho revelar químicamente una tinta simpática-- la policía guardaba el original y le hacia llegar al destinatario una copia perfectamente imitada, obra de cierto especialista que era todo un virtuoso.
Para abrir cartas se seguían procedimientos que variaban según la ingeniosidad de los funcionarios: despegar las cubiertas con vapor, despegar sellos lacrados -que en seguida eran repuestos
con una hoja de afeitar calentada, etc. Lo más corriente es que las esquinas del sobre no estén bien pegadas. Se introduce entonces por la abertura un aparato hecho de una varilla metálica, alrededor del cual se enrolla suavemente la carta, que así resulta fácil de sacar y de retornar al sobre sin abrirlo.
Las cartas interceptadas jamás eran consignadas a la justicia, a fin de no arrojar la menor luz, ni siquiera indirecta, sobre el trabajo del gabinete negro. Se las utilizaba en la confección de informes policiales.
El gabinete de cifrado no se ocupaba más que de las claves de los revolucionarios. También coleccionaba fotografías de claves diplomáticas de las grandes potencias.
Hasta ahora no hemos examinado más que los mecanismos de observación de la Seguridad rusa. Sus procedimientos son de alguna manera analíticos. Se investiga, se indaga, se registra. Se trate de una organización o de un militante, los métodos son los mismos. Al cabo de cierto tiempo --que puede ser cortísimo la Seguridad dispone de cierto tipo de datos sobre el adversario:
1) Los de la vigilancia exterior, cuyos resultados se resumen en cuadros sinópticos, esclarecen sus actividades y sus movimientos, sus hábitos, sus relaciones, su medio, etc.;
2) los de la agencia secreta o los informantes, que declaran sobre sus ideas, intenciones, trabajos, actividad clandestina;
3) lo que se puede obtener de la lectura atenta de periódicos y publicaciones revolucionarias;
4) los de su correspondencia, o de la correspondencia de terceros con él, completan el asunto.
El grado de precisión de las informaciones logradas por los agentes secretos era, naturalmente, variable. La impresión general que dan los expedientes es, sin embargo, de una exactitud muy grande, sobre todo los que se refieren a organizaciones sólidamente establecidas. Los expedientes policiales contienen información verbal muy detallada de cada reunión secreta, resúmenes de cada discurso importante, ejemplares de cada publicación clandestina, incluso multicopiados.(13)
Tenemos ya a la Seguridad en posesión de información abundante. El trabajo de observación y análisis está hecho. Según el método científico, debe seguir entonces un trabajo de clasificación y de síntesis.
Sus resultados se expresarán en gráficas. Vamos a desplegar una.
Títulos: Relaciones de Borís Savinkov. Este cuadro, de 40 cm de alto por 70 cm de largo, resume, de manera que se pueda abarcar de una ojeada, todos los datos obtenidos sobre las relaciones del terrorista.
Al centro, un rectángulo, en forma de tarjeta de visita, con su nombre escrito a mano. De este rectángulo irradian líneas que lo ligan a pequeños círculos de color. Por lo regular, éstos son a su vez centros de donde parten otras líneas que los ligan a otros círculos. Así sucesivamente. Las relaciones, incluso indirectas, de un hombre, pueden de este modo ser captadas sobre la marcha, cualquiera que sea el nombre de los intermediarios, conscientes o no, que los relacionan con una persona dada. En el cuadro de relaciones de Savinkov, los círculos rojos que representan sus relaciones de "lucha", se dividen en tres grupos de nueve, ocho y seis personas, todos consignados con sus nombres y apellidos. Los círculos verdes representan a personas con las cuales tuvo o tiene relaciones directas, políticas o de otro tipo: aparecen 37; los círculos amarillos representan parientes (son 9); los círculos cafés indican a personas relacionadas con sus amigos y conocidos... Todo esto en Petrogrado. Otros signos representan sus relaciones en Kiev. Leamos, por ejemplo: B. S. conocía a Varvara Eduárdovna Varsovskaya, quien conocía a su vez 12 personas en Petrogrado (nombres, apellidos, etc.) y 5 en Kiev. Bien puede ser que B. S. no supiera nada de estas 12 y de estas 5 personas. ¡ Pero la policía conocía mejor que él mismo a qué ovillos llevaban sus hilos!
¿Se trata de una organización? Tomemos una serie de cuadros de estudio, evidentemente reseñas, de una organización socialista-revolucionaria del gobierno de Vilna. Los círculos rojos forman, aquí y allá, especies de constelaciones: entre ellos, las líneas se entrecruzan extrañamente. Descifremos: Vilna. Un circulo rojo: Ivanov, alias El hielo, calle, número, profesión. Una flecha lo refiere a Pável (iguales datos). Y algunas flechas nos indican que el 23 de febrero (de 16 a 17 hs.), el 27 (a las 21 hs.) y el 28 (a las 16 hs.) Ivanov visitó a Pável. Otra flecha lo refiere a Marfa, que lo visitó el 27 al mediodía. Así sucesivamente, estas líneas se confunden como los pasos en la calle. Este cuadro permite seguir, hora por hora, la actividad de una organización.
Mencionemos aquí un medio accesorio, muy útil, de que disponía la Seguridad: la antropometría (el bertillonnage, del nombre del señor Bertillon, quien inventara el sistema), valiosísima para los servicios de identificación judicial. De toda persona arrestada se hace una ficha antropométrica: es fotografiada desde diferentes ángulos, de frente, de perfil, de pie, sentada; medida con ayuda de instrumentos de precisión (forma y dimensión del cráneo, del antebrazo, del pie, de la mano, etc.), examinada por especialistas que ratifican su filiación científica (forma de la nariz y de la oreja, matiz de los ojos, cicatrices y señales en el cuerpo). Se le toman las huellas digitales: el estudio de las más mínimas sinuosidades de la epidermis podrá servir a los fines de establecer su identidad, casi indefectiblemente, sirviéndose de una huella digital, dejada en un vaso o en el pomo de una cerradura. En todas las investigaciones judiciales las fichas antropométricas, clasificadas por índices característicos, aportan su cúmulo de informaciones.
Las más ínfimas señales pueden ser peligrosas. La conformación de la oreja, el matiz de las niñas del ojo, la forma de la nariz pueden ser observadas en la calle sin llamar la atención. Estos datos bastarán en seguida al policía experimentado para identificar al hombre, a despecho de los cambios que se haya hecho en el físico. Unas letras convencionales transmitirán por telegrama una filiación científica.
Ya los principales militantes son perfectamente conocidos. La policía está muy bien enterada de la organización en su conjunto. Sólo queda hacer una síntesis, esta vez, en concreto. ¡Hagamos algo hermoso y formal! Y lo hacen. Estos son los cuadros a colores, cuidadosos como trabajos de arquitecto, artísticos. Los signos son explicados con leyendas. Este es un Esquema de organización del partido socialista-revolucionario, que ni los mismos miembros del Comité Central poseen; o el cuadro de organización del Partido Socialista Polaco, del Bund judío, de la propaganda en las fábricas de Petrogrado, etc. Todos los partidos, todos los grupos son estudiados a fondo.
Nada platónicamente, por cierto! Henos aquí cerca de la meta. Un elegante dibujo nos muestra el "proyecto de liquidación de la organización socialdemócrata de Riga". En lo alto el Comité Central (4 nombres) y la comisión de propaganda (2 nombres); abajo, el comité de Riga, en relación con 5 grupos, del que dependen 26 subgrupos. En total, 76 nombres de personas para una treintena de organizaciones. No falta ya más que agarrar a todo el mundo en una sola redada para extirpar completamente a la organización socialdemócrata de Riga.
Terminado el trabajo, sus autores sienten un legítimo orgullo por conservar su memoria. Editan casi con lujo un álbum de fotografías de miembros de la organización liquidada. Tengo frente a mí un álbum consagrado a la liquidación del grupo anarquista-comunista "Los Comuneros", por la policía de Moscú, en agosto de 1910. Cuatro láminas muestran el armamento y el equipo del grupo: siguen 18 retratos acompañados de datos biográficos.
Los materiales informes, expedientes, gráficas, etc., que hasta ese momento habían sido utilizados con un propósito práctico, inmediato, van a serlo desde ahora con un espíritu en cierta forma científico.
Cada año, se publicaba un volumen a cargo de la Ojrana y exclusivamente para sus funcionarios, el cual contiene una completa aunque sucinta exposición de los principales casos sucedidos e informes sobre la situación actual del movimiento revolucionario.
Voluminosos tratados fueron escritos sobre el movimiento revolucionario para instruir a las jóvenes generaciones de gendarmes. De cada partido se lee su historia (origen y desarrollo), un resumen de sus ideas y programas, una serie de dibujos acompañados de textos explicativos que proporcionan el esquema de su organización, las resoluciones de sus últimas asambleas y datos de sus militantes más conocidos. En resumen, una monografía breve y completa. La historia del movimiento anarquista de Rusia será, por ejemplo, extraordinariamente difícil de reconstruir a causa de la dispersión de hombres y grupos, de las pérdidas inauditas que sufriera ese movimiento durante la revolución y finalmente de su ulterior desintegración. Sin embargo, tenemos la suerte de bailar, en los archivos de la policía, un pequeño y excelente volumen, detalladísimo, donde se encuentra resumida esta historia. Bastará agregar algunas notas y un corto prefacio para entregarle al público un libro del mayor interés.
Sobre los grandes partidos, la Ojrana publicó concienzudos trabajos, algunos de los cuales serían dignos de reimprimirse y que, en conjunto, servirán alguna vez. Sobre el movimiento sionista judío, 156 páginas en gran formato. Informe dirigido a la dirección de la policía. La actividad de la socialdemocracia durante la guerra, 102 páginas a renglón cerrado. Situación del partido socialista-revolucionario en 1908, etc. Son algunos de los títulos escogidos al azar de entre los folletos salidos de las prensas de la policía imperial.
El Departamento de la Policía también editaba hojas periódicas de información, para uso de los funcionarios superiores.
Para uso del zar se confeccionaba, en ejemplar único, una especie de revista manuscrita que aparecía de diez a quince veces al año, en la que los más mínimos incidentes del movimiento revolucionario, capturas aisladas, pesquisas exitosas, represiones eran registrados, Nicolás II lo sabía todo, Nicolás II no desdeñaba las informaciones obtenidas por los gabinetes negros. Los informes están a menudo anotados de su puño y letra.
La Ojrana no vigilaba solamente a los enemigos de la autocracia. Se consideraba bueno tener en la mano a los amigos, y sobre todo saber qué pensaban. El gabinete negro estudiaba muy especialmente las cartas de los altos funcionarios, consejeros de Estado, ministros, cortesanos, generales, etc. Los pasajes interesantes de estas cartas, ordenadas por temas y fechas, formaban cada semestre un grueso volumen mecanografiado que leían sólo dos o tres personajes poderosos. La generala Z . escribe a la princesa T... que desaprueba la nominación de M. Cierto personaje del Consejo Imperial que se burla del ministro ... en los salones. Esto es anotado. Un ministro comenta a su modo una propuesta de ley, un deceso, un discurso. Copiado, anotado. A título de "informaciones sobre la opinión pública".
II. La vigilancia exterior
III. Los arcanos de la provocación
IV. Instructivo sobre reclutamiento y servicio de agentes provocadores
Esta tarea es extremadamente delicada. Es necesario, para poder realizarla, tomar contacto con los detenidos políticos...
Deberán ser considerados como propensos a ingresar al servicio los revolucionarios débiles de carácter, los agraviados por el partido, los que vivan en la miseria, los evadidos de lugares de deportación o los pendientes de ser deportados.
Cuando una persona parece madura para entrar en el servicio -es decir, cuando se trata, por ejemplo, de un revolucionario moralmente destruido, atribulado, desorientado tal vez por sus propios fracasos-, deberán agregársele a su causa otras acusaciones peores para tenerlo mejor atrapado.
Capturar a todo el grupo al que pertenece y conducir a la persona en cuestión ante el director de la policía; tener motivos graves para acusarlo, reservándose sin embargo la posibilidad de liberarlo al mismo tiempo que a los otros revolucionarios encarcelados, sin provocar escándalo.
Interrogar a la persona en una entrevista personal. Sacar ventaja, para convencerlo, de querellas entre los grupos, de errores de militantes, de cosas que hieran su amor propio.
Esto puede resultar si se trata de un débil, o de alguien sobre el que pesan años de deportación...
Tanto como sea posible, tener muchos colaboradores en cada organización.
La Seguridad debe ser la que dirija a sus colaboradores y no ser dirigida por ellos.
Los agentes secretos no deberán conocer jamás las informaciones proporcionadas por sus colegas.
Mantener el absoluto secreto de la provocación es, naturalmente, uno de los mayores cuidados de la policía.
El agente jura guardar secreto absoluto; al entrar en servicio no debe modificar en nada sus costumbres habituales
Las relaciones con él son rodeadas de preocupaciones difícilmente superables. Pueden ser asignadas entrevistas a colaboradores dignos de toda confianza. Tendrán lugar en apartamentos clandestinos, compuestos por varias piezas que no tengan comunicación directa entre ellas, donde, en caso de necesidad, se pueda aislar a diferentes visitantes. El encargado de la casa debe ser un empleado civil. Jamás podrá recibir visitas personales. Tampoco deberá conocer a los agentes secretos ni hablarles. Estará obligado a abrir personalmente, asegurándose de que antes de su salida no haya nadie en las escaleras. Las entrevistas tendrán lugar en cuartos bajo llave. No deberán descuidarse papeles comprometedores. Se tendrá cuidado de no sentar a ningún visitante cerca de ventanas o espejos. A la menor sospecha, cambiar de apartamento.
El provocador no podrá, en ningún caso, presentarse en la Seguridad. No podrá emprender ninguna misión importante sin el consentimiento de su jefe.
Los contactos se hacen por medio de señales convenidas de antemano. La correspondencia se dirigirá a direcciones convencionales.
Las cartas de los colaboradores secretos deben estar escritas con escritura irreconocible y no contendrán sino expresiones corrientes. Servirse de papel y de sobres que estén de acuerdo con el nivel social del destinatario. Emplear tinta simpática. El colaborador deposita él mismo sus cartas. Cuando las recibe, está obligado a quemarlas después de haberlas leído. Las direcciones convencionales no deben apuntarse nunca.
V. Una monografía de la provocación en Moscú (1912)
VI. Expedientes de agentes provocadores
VII. Un espectro. Una página de historia
VIII. Malinovsky
IX. La mentalidad del provocador, la provocación y el partido comunista
X. La provocación, arma de dos filos
XI. Los soplones rusos en el extranjero.
El señor Raymond Recouly
XII. Los gabinetes negros y la policía internacional
XIII.Los criptogramas.
De nuevo
el gabinete negro
XIV. Síntesis informativa.
El método de las gráficas
XV Antropometría, filiación... y liquidación
XVI. Estudio científico del movimiento revolucionario
Gastos de la ejecución de los hermanos Modal y Djavat Mustafá Oglí, condenados por el tribunal militar del Cáucaso | ||
Rublos | ||
Transporte de los condenados de la fortaleza de Metek a la prisión, a los carreteros | 4 | |
Otros gastos | 4 | |
Por haber cavado y tapado dos fosas (seis sepultureros firman cada uno un recibo dedos rublos) | 12 | |
Por haber armado el patíbulo | 4 | |
Por vigilar el trabajo | 8 | |
Gastos de viaje de un sacerdote (y regreso) | 2 | |
Al médico, por el certificado de defunción | 2 | |
Al verdugo | 50 | |
Gastos de viaje del verdugo | 2 | |
En resumidas cuentas, no es caro. El padre y el médico sobre todo, son modestos. El sacerdocio del uno y la profesión del otro implican, ¿no es así? , devoción por la humanidad.
A estas alturas pensamos que aquí deberíamos iniciar un capítulo intitulado: "La tortura", Todas las policías hacen uso más o menos frecuente del "interrogatorio" medieval, En los EEUU se practica el terrible "3er. interrogatorio". En la mayoría de los países de Europa, la tortura se ha generalizado después del recrudecimiento de la lucha de clases a raíz de la guerra. La Siguranza rumana, la Defensa polaca, las policías alemana, italiana, yugoslava, española, búlgara -alguna se nos escapa seguramente- la usan con frecuencia. La Ojrana rusa las había precedido en este camino, aunque con cierta moderación. Aunque se dan casos, incluso numerosos, de castigos corporales -el Knut ¡látigo} en algunas prisiones, el tratamiento infligido a sus prisioneros por la policía rusa antes de la revolución de 1905"parece haber sido más humano que el que se le inflige hoy, en caso de arresto, a los militantes obreros de una docena de países de Europa. Después de 1905, la Ojrana poseía cámaras de tortura en Varsovia, Riga, Odesa, y, según parece, en la mayoría de los grandes centros urbanos.
La policía debía verlo todo, entenderlo todo, saberlo todo, poderlo todo. El poderío y la perfección de su aparato parecía tanto más terrible cuanto que hallaba recursos insospechados en los bajos fondos del alma humana.
Sin embargo, no pudo impedir nada. Durante medio siglo defendió inútilmente a la autocracia contra la revolución, la que cada año se bacía más fuerte.
Por otra parte, sería erróneo dejarse impresionar por el mecanismo aparentemente perfecto de la Seguridad imperial. Es cierto que al frente suyo se hallaban algunos hombres inteligentes, algunos técnicos de gran valer profesional; pero toda la maquinaria reposaba sobre el trabajo de una caterva de funcionarios ignorantes. En los informes mejor confeccionados se hallan los más divertidos disparates. El dinero aceitaba todos los engranajes de la enorme máquina; la ganancia es un fuerte estimulo, pero ineficaz. Nada de grande se hace sin noble desinterés. Y la autocracia sólo tenía defensores interesados en su provecho.
Si después del derrumbe del 26 de marzo de 1917, todavía fuera necesario demostrar, con hechos tomados de la historia de la Revolución Rusa, la vanidad de los esfuerzos del director del Departamento de la Policía, podemos citar multitud de argumentos como el que nos ofrece el expolicía M. E. Bakai. En 1906, tras la represión de la primera revolución, cuando el jefe de la policía Trusévich reorganizó la Ojrana. las organizaciones revolucionarias de Varsovia, principalmente las del Partido Socialista Polaco, (14) "suprimieron durante el año, 20 militares, 7 gendarmes, 56 policías, e hirieron 92; en resumen, pusieron fuera de combate a 179 agentes de la autoridad, Destruyeron además 149 expendios de alcohol de la administración. En la preparación de estas acciones participaron centenares de hombres que en la mayoría de los casos continuaron ignorados por la policía". M. E. Bakai observa que, en los períodos de auge de la revolución, los agentes provocadores frecuentemente hacían mutis; pero reaparecían cuando ascendía la reacción. Igual que los cuervos en los campos de batalla.
En 1917, la autocracia se derrumbó sin que las legiones de soplones, de provocadores, de gendarmes, de verdugos, de guardias municipales, de cosacos, de jueces, de generales, de popes, pudieran desviar el curso inflexible de la historia. Los informes de la Ojrana redactados por el general Globachev constatan la proximidad de la revolución y prodigan al zar advertencias inútiles. Lo mismo que los más sabios médicos llamados para asistir a un moribundo no pueden sino constatar, minuto a minuto, los progresos de la enfermedad, los omniscientes policías del imperio veían impotentes cómo el mundo zarista se precipitaba al abismo...
Porque la revolución era consecuencia de causas económicas, psicológicas, morales, situadas más allá de ellos y fuera de su alcance. Estaban condenados a resistirle inútilmente y a sucumbir. Porque es la eterna ilusión de los gobernantes creer que pueden anular los efectos sin considerar las causas, legislar contra la anarquía o contra el sindicalismo (como en los Estados Unidos), contra el socialismo (como Bismarck lo hizo en Alemania), contra el comunismo, como se hace hoy un poco por doquier. Vieja experiencia histórica. El imperio romano también persiguió inútilmente a los cristianos. El catolicismo inundó Europa de hogueras, sin lograr derrotar la herejía, la vida.
En verdad, la policía rusa se vio desbordada. La simpatía instintiva o consciente de la inmensa mayoría de la población estuvo con los enemigos del antiguo régimen. El martirio cotidiano de éstos suscitaba la adhesión de algunos y la admiración del gran número. Sobre este viejo pueblo cristiano ejercía una influencia irresistible la vida de apóstoles de los propagandistas que,
Tenían de su lado sólo la fuerza moral, la de las ideas y los sentimientos. La autocracia ya no era un principio vivo, Nadie creía ya en su necesidad, Carecía de ideólogos. La religión misma, por boca de sus pensadores más sinceros, condenaba a aquel régimen que no reposaba sino en el empleo sistemático de la violencia. Los más grandes cristianos de la Rusia moderna, dujobortzi y tolstoianos, eran anarquistas. Pero una sociedad que ya no reposa en ideas vivas, aquella en la cual los principios fundamentales están muertos, sobrevive, cuando mucho, por la fuerza de la inercia.
Pero en la sociedad rusa de los últimos años del antiguo régimen, las ideas nuevas -subversivas- habían logrado una fuerza sin contrapeso. lodo el que en la clase obrera, en la pequeña burguesía, en el ejército y en la marina, en las profesiones liberales pensaba y obraba, era revolucionario, es decir "socialista" de alguna manera. No existía una mediana burguesía satisfecha, como en los países de la Europa occidental. El antiguo régimen no era defendido más que por el clero, la nobleza cortesana, los financieros, algunos políticos, en resumen, por una aristocracia ínfima. Las ideas revolucionarias hallaban terreno favorable en cualquier lugar. Durante mucho tiempo, la nobleza y la burguesía entregaron a la revolución sus mejores hijos. Cuando un militante se escondía, hallaba numerosas ayudas espontáneas, desinteresadas, devotas. Cuando un revolucionario era arrestado hallaba cada vez más frecuentemente que los soldados encargados de conducirlo simpatizaban con él y entre los carceleros casi hubo "camaradas". Tan era cierto que en la mayoría de las prisiones resultaba fácil comunicarse clandestinamente con el exterior. Esta simpatía también facilitaba las evasiones. Guerchuni, condenado a muerte y transferido de una prisión a otra, encontró gendarmes que eran "amigos". Búrtzev, en su lucha contra la provocación, halló antaño preciosa colaboración en un alto funcionario del Ministerio del Interior, el señor Lopujin, casualmente un hombre honesto, y en un viejo policía, Bakai. Yo conocí a un revolucionario que había sido vigilante en una prisión. Los casos de "vigilantes" convertidos por los detenidos no eran raros... En cuanto al estado de espíritu de los elementos más atrasados de la población -desde el punto de vista revolucionario- estos hechos son sintomáticos.
Y éstas no son más que causas aparentes, superficiales, superpuestas a otras más profundas. El poder de las ideas, la fuerza moral, la organización y la mentalidad revolucionaria no eran más que los resultados de una situación económica cuyo desarrollo se encaminaba hacia la revolución. La autocracia rusa encarnaba el poder de una aristocracia de grandes terratenientes y de una oligarquía financiera, sometida a influencias extranjeras a las que, por lo demás, les estorbaban las instituciones poco propicias al desarrollo de la burguesía, Poco numerosa, desprovista de influencia política, descontenta, la clase media urbana daba sus hijos juventud estudiantil, intelectuales- a la revolución, a una revolución liberal, se comprende, pues no quería ver subir al mujik y al obrero. La gran burguesía industrial, comerciante, financiera, deseaba una monarquía constitucional "a la inglesa", en la que, naturalmente, ejercería el poder. Abrumada por los impuestos, presa en los tiempos de paz, en la época de la prosperidad europea, de hambres periódicas, desmoralizada por el monopolio del vodka, explotada brutalmente por popes, policías, burócratas y grandes propietarios, la masa rural acogía con fervor, después de más de medio siglo, los llamamientos de los revolucionarios: "¡Campesino, apodérate de la tierra!" Y como esta masa proporcionaba al ejército la inmensa mayoría de sus efectivos, la carne de cañón de Lyaoyang y Mukden, así como los verdugos de todas las sublevaciones, el ejército, trabajado por las organizaciones militares de los partidos clandestinos, ese ejército mantenido en la obediencia por los consejos de guerra y por "el gobierno del puñetazo en el hocico", bullía de amargura. Una clase obrera todavía joven, multiplicada tan rápidamente como se desarrollaba la industria capitalista, privada del elemental derecho de hablar sus idiomas propios, de conciencia, de organización de prensa (derechos que eran desconocidos por el antiguo régimen ruso), ignorante de los engaños del régimen parlamentario, viviendo en cuchitriles, recibiendo salarios bajos, sometida al policía arbitrario, en resumen, colocada frente a las nuevas realidades de la lucha de clases, tomaba más clara conciencia de sus intereses cada día que pasaba. Treinta nacionalidades alógenas, o vencidas por el imperio, privadas del elemental derecho de hablar sus lenguas, colocadas en la imposibilidad de tener una cultura nacional, rusificadas a golpes de látigo, no eran mantenidas bajo el yugo más que por constantes medidas represivas. En Polonia, en Finlandia, en Ucrania, en los países bálticos, en el Cáucaso, se gestaban revoluciones nacionales, prestas a aliarse con la revolución agraria, la insurrección obrera, la revolución burguesa... La cuestión judía surgía por todas partes.
En la cúspide del poder, una dinastía degenerada rodeada de imbéciles. El peluquero Felipe cuidaba mediante hipnotismo la salud vacilante del presunto heredero. Rasputín quitaba y ponía ministros desde sus habitaciones privadas. Los generales robaban al ejército, los grandes dignatarios saqueaban el Estado. Entre este poder y la nación, una burocracia, innumerable, que vivía sobre todo del cohecho.
En el seno de las masas, las organizaciones revolucionarias, amplias y disciplinadas, activas constantemente, poseedoras tanto de una vasta experiencia como del prestigio y del apoyo de una magnífica tradición... Tales eran las fuerzas profundas que trabajaban por la revolución. ¡Y contra ellas, en la vana esperanza de impedir la avalancha, la Ojrana tensaba sus delgados alambrados!
En esta deplorable situación, la policía obraba sabiamente. Bueno. Lograba, digamos, "liquidar" a la organización socialdemócrata de Riga. Setenta capturas decapitaban al movimiento en la zona. Imaginémonos por un momento una liquidación total. Nadie ha escapado. ¿Y luego?
Para comenzar, estas setenta capturas no dejaban de ser advertidas. Cada uno de los militantes estaba en relación con por lo menos una docena de personas. Setecientas personas, cuando menos, se hallaban repentinamente encaradas con este hecho brutal: la captura de gentes honestas y valientes, cuyo crimen consistía en querer el bien común... El proceso, las condenas, los dramas privados que conllevan, provocaban una explosión de simpatía e interés hacia los revolucionarios. Si alguno de ellos lograba hacer oír una voz enérgica desde el banquillo de los acusados, podía decirse con certeza que la organización, al conjuro de esta voz, renacería de sus cenizas. Era cuestión de tiempo.
Luego, ¿qué hacer con los setenta militantes presos? No se podía más que encerrarlos durante un tiempo largo o deportarlos a las regiones desiertas de Siberia. Bueno. En la prisión -o en Siberia- hallan camaradas, maestros y alumnos. Los ocios obligatorios los dedican al estudio, a la formación teórica de sus ideas. Sufriendo en común se endurecen, adquieren temple, se apasionan. Tarde o temprano, evadidos, amnistiados -gracias a las huelgas generales- o liberados provisionalmente, se reintegraran a la vida social como revolucionarios "veteranos" o "ilegales", ahora mucho más fuertes que nunca. No todos, claro. Algunos morirán en el camino; dolorosa selección que tiene su virtud. Y el recuerdo de los amigos desaparecidos hará intransigentes a los que sobrevivan...
En fin, una liquidación nunca es total. Las precauciones de los revolucionarios preservarán a algunos. Los mismos intereses de la provocación exigen que se dejen algunos presos en libertad. Y el azar incide en el mismo sentido. Los "escapa- dos", aunque metidos en situaciones difíciles, se hallan en capacidad de aprovechar las circunstancias favorables del medio...
La represión no se vale en definitiva más que del miedo. Pero ¿basta el miedo para anular las necesidades, el anhelo de justicia, la inteligencia, la razón, el idealismo, todas aquellas fuerzas revolucionarias que expresan la pujanza formidable y profunda de los factores económicos de una evolución? Valiéndose de la intimidación, los reaccionarios se olvidan que causaron más indignación, más odios, más sed de martirio que temor verdadero. No intimidan sino a los débiles: exasperan a los mejores y templan la resolución de los más fuertes.
¿Y los provocadores?
Gracias a su concurso, la policía puede, ciertamente, multiplicar las capturas y las "liquidaciones" de grupos. En determinadas circunstancias, puede contrarrestar los más profundos planes políticos. Puede acabar con militantes valiosos. Los provocadores han sido a menudo los proveedores directos del verdugo. Todo ello es terrible, ciertamente. Pero tampoco es menos cierto que la provocación nunca puede anular sino a individuos o a grupos y que es casi impotente contra el movimiento revolucionario en su conjunto.
Hemos visto cómo un agente provocador se encargaba de hacer entrar a Rusia (en 1912) propaganda bolchevique; cómo otro (Malinovsky) pronunciaba en la Duma discursos redactados por Lenin; cómo un tercero organizaba la ejecución de Plehve. En el primer caso, nuestro pillo puede entregar a la policía una cantidad considerable de literatura; sin embargo, no puede, a riesgo de quemarse inmediatamente, entregar toda la literatura, incluso no podrá sino entregar una cantidad muy restringida. Buena o malamente contribuye, pues, a su difusión. Si un folleto propagandístico es divulgado por un agente secreto o por un devoto militante, los resultados son siempre los mismos: lo esencial es que sea leído. Si la ejecución de Plehve fue preparada por Azev o por Savinkov, no debe importamos saberlo. Aun si fuese el resultado de la lucha entre las camarillas de la policía, tampoco. Lo importante es que Plehve desaparezca. Los intereses de la revolución en este caso son mucho más importantes que los maquiavelismos ínfimos e infames de la Ojrana Cuando el agente secreto Malinovsky hace oír en la Duma la voz de Lenin, el ministro del Interior hacia mal en regocijarse por el éxito de su agente pagado. La importancia que la palabra de Lenin tiene para el país no puede compararse con la que pueda tener la voz de un miserable. De manera que se puede, me parece, dar del agente provocador dos definiciones que se compensan, pero de las cuales la segunda es más significativa.
1) El agente provocador es un falso revolucionario;
2) El agente provocador es un policía que, sin querer, sirve a la revolución.
Aparenta que la sirve. Pero en semejante oficio no existen las apariencias. Propaganda, combate, terrorismo, todo es realidad. No se milita a medias o superficialmente.
Los miserables que en un momento de cobardía se precipitaron en este fango, lo pagaron. Recientemente, Máximo Gorki publicó en sus Consideraciones retrospectivas la curiosa carta de un agente provocador. El hombre escribía más o menos esto: "Yo estaba consciente de mi infamia, pero también sabia que ella no podía retardar ni un segundo el triunfo de la revolución."
Lo cierto es que la provocación hace más enconada la lucha. Incita al terrorismo, incluso a un terrorismo que los revolucionarios preferirían abstenerse de realizar. ¿Qué hacer, en efecto, con un traidor? La idea de perdonarlo no se le ocurriría a nadie. En el duelo entre la policía y los revolucionarios, la provocación agrega un elemento de intriga, de sufrimiento, de odio, de menosprecio. ¿Es más peligrosa para la revolución que para la policía? Yo creo lo contrario. Desde otros puntos de vista, la provocación y la policía tienen un interés inmediato en que siempre esté amenazado aquello que es la razón de ser del movimiento revolucionario. En caso de necesidad, antes que renunciar a una segunda fuente de beneficios, urden complots ellos mismos; es algo ya visto. En este caso, el interés de la policía está totalmente en contradicción con el del régimen que tiene por misión defender. Los manejos de provocadores de cierta envergadura pueden ser peligrosos incluso para el mismo Estado. Azev organizó un atentado contra el zar, atentado que se frustró únicamente por circunstancias totalmente fortuitas e imprevistas (el desfallecimiento de uno de los revolucionarios). En ese instante, el interés personal de Azev -el cual le era más caro, sin duda, que la seguridad del imperio- exigía una acción de mucho ruido; pesaba sobre él en el partido socialista-revolucionario una sospecha que ponía en peligro su vida. Por otra parte, existió la duda de si los atentados que él había hecho posibles no servían a los designios de algún Fouché. Es posible. Pero intrigas semejantes entre los detentadores del poder sólo revelan la gangrena de un régimen y contribuyen no poco a su caída.
La provocación es mucho más peligrosa por la desconfianza que siembra entre los revolucionarios. Tan pronto algunos traidores han sido desenmascarados, la confianza desaparece del seno de las organizaciones. Es terrible, porque la confianza en el partido es la base de toda fuerza revolucionaria. Se murmuran acusaciones, luego se dicen en voz alta, generalmente no se pueden aclarar. De ahí resultan males en cierto sentido peores que los que podría ocasionar la misma provocación. Hay que recordar ciertos casos lamentables: Barbés acuso al heroico Blanqui y Blanqui, a pesar de sus cuarenta años de reclusión, a pesar de toda su vida ejemplar, de su vida indomable, jamás pudo quitarse de encima la infame calumnia. Bakunin también fue acusado. Y qué diremos de víctimas menos conocidas -y no por ello menos dañadas por la calumnia-: Girier-Lorion, anarquista, es acusado de provocación por el diputado "socialista" Delory; para sacudirse esta intolerable sospecha, dispara sobre los agentes y muere en el presidio. Parecido resultó el fin de otro valiente, anarquista también, en Bélgica: Hartenstein-Sokolov (Proceso de Gante, en 1909), a quien toda la prensa socialista enlodó innoblemente y que murió en la prisión... Es tradicional: ¡los enemigos de la acción, los cobardes, los cómodos, los oportunistas, gustosos toman su artillería de las cloacas! La sospecha y la calumnia les sirven para desacreditar revolucionarios. Y así seguirá siendo.
Este mal la sospecha y la desconfianza entre nosotros sólo puede ser limitado y aislado por un gran esfuerzo de voluntad. Se debe impedir -y ésta es condición previa de toda lucha victoriosa contra la verdadera provocación, que al acusar calumniosamente a un militante "hace el juego"- que nadie sea acusado a la ligera, e impedir además que una acusación formulada contra un revolucionario sea simplemente aceptada sin discusión. Cada vez que un hombre sea siquiera rozado por una sospecha, un jurado formado por camaradas deberá determinar si se trata de una acusación fundada o de una calumnia. Son simples reglas que se deberán observar con inflexible rigor si se quiere preservar la salud moral de las organizaciones revolucionarias.
Y, por lo demás, aunque fuera peligroso para los individuos, no se deberán sobreestimar las fuerzas del agente provocador: en gran medida, depende también de cada militante defenderse eficazmente.
Los revolucionarios rusos, en su larga lucha contra la policía del antiguo régimen, habían alcanzado un conocimiento práctico y seguro de los procedimientos y métodos de la policía. Si ella era fuerte, ellos lo eran más. Cualquiera que sea la perfección de las gráficas elaboradas por los especialistas de la Ojrana sobre la actividad de una organización dada, se puede estar seguro de antemano de encontrar en ellas lagunas. Difícilmente -decíamos era completa una "liquidación" de grupo, porque a fuerza de precauciones, siempre escapará alguno. En la tan laboriosa gráfica de las relaciones de B. Savinkov, faltan, por cierto, algunos nombres; y acaso los más importantes. Los militantes rusos consideraban, en efecto, que la acción clandestina (ilegal) está sujeta a leyes inflexibles. A cada instante se preguntaban:
"¿Estará esto de acuerdo con las reglas de la conspiración?" (15)
Gracias a esta ciencia de la conspiración, los revolucionarios pudieron vivir ilegalmente en las capitales rusas durante meses y años. Eran capaces de convertirse, según lo exigiera el caso, en comerciantes viajeros, en cocheros, en "extranjeros adinerados", en sirvientes, etc. En todos estos casos era indispensable que dominaran sus papeles. Para volar el Palacio de Invierno, el obrero Stepán Jalturin estudió durante semanas la vida de los obreros que trabajaban regularmente en el palacio.(16) Kaliáev, para vigilar a Plehve en Petrogrado, se hizo cochero. Lenin y Zinóviev, acorralados por la policía de Kerensky, lograron refugiarse en Petrogrado y sólo salían maquillados. Lenin fue obrero fabril.
La acción ilegal, a la larga, crea hábitos y una mentalidad que se puede considerar como la mejor garantía contra los métodos policíacos. ¿Qué policías talentosos, qué pícaros hábiles se podrán comparar con los revolucionarios seguros de si mismos, circunspectos, reflexivos y valientes que obedecen una consigna común?
Cualquiera que sea la perfección de los métodos empleados para vigilar a los revolucionarios, ¿no se encontrará siempre en los movimientos y en las acciones de éstos una incógnita irreductible? ¿No aparecerá siempre, en las ecuaciones más cuidadosamente elaboradas por el enemigo, una enorme y temible X? ¿Qué traidor, soplón o sabueso sagaz descifrará la inteligencia revolucionaria? ¿quién medirá el poder de la voluntad revolucionaria?
Cuando se tiene a favor las leyes de la historia, los intereses del futuro, los requerimientos económicos y morales que conducen a la revolución cuando se sabe con certeza lo que se quiere, las armas propias y las del enemigo; cuando se ha elegido la acción ilegal; cuando hay confianza en uno mismo y sólo se trabaja con aquellos en los cuales se tiene confianza; cuando se sabe que la obra revolucionaria exige sacrificios y que toda devota semilla fructificará centuplicada, entonces se es invencible.
La prueba es que los miles de expedientes de la Ojrana, los millones de fichas del servicio de información, las maravillosas gráficas de sus técnicos, las obras de sus científicos, todo este mirífico arsenal está ahora en manos de los comunistas rusos. Los policías, un día de disturbios, huyeron entre el griterío de la muchedumbre; a los que se logró agarrar por el pescuezo se les zambulló, definitivamente en los canales de Petrogrado; en su mayoría los funcionarios de la Ojrana fueron fusilados.(17) Todos los provocadores que se pudo identificar corrieron la misma suerte. Y un día, un poco para ilustrar a los camaradas extranjeros, reunimos en una especie de museo cierto número de piezas particularmente curiosas, tomadas de los archivos secretos de la Seguridad del imperio... Nuestra exposición se realizó en una de las salas más bellas del Palacio de Invierno; los visitantes podían hojear, junto a una ventana situada entre dos columnas de malaquita, el libro de registro de la fortaleza de Pedro y Pablo, la tenebrosa Bastilla del zar, sobre cuyos viejos torreones se veía, del otro lado del Neva, ondear la bandera roja.
Aquellos que lo vieron saben que la revolución es invencible aun antes de vencer. __________________________ NOTAS
1. Los socialistas-revolucionarios de la buena época del partido tuvieron a Azev, cuya actividad fue quizás más amplia y singular aún que en los tiempos de Malinovsky. Consultar al respecto el libro de Jean Longet, Terroristes et policiers.
2. Por el contrario, las iniciativas individuales o colectivas acordes con las necesidades y las aspiraciones del partido -es decir, del proletariado- adquieren en ello su máxima eficacia.
3. I. Kaliáev ejecutó, por orden del partido socialista_revolucionario, al gran duque Sergio (Moscú, 1905), y fue ahorcado. Egor Sazónov ejecuto asimismo, el mismo año, en San Petersburgo, al presidente del consejo Plehve. Condenado a muerte, perdonado, enviado a, trabajos forzados, amnistiado, se suicidó en el penal de Akatuí, pocos meses antes de concluir su condena, para protestar por el maltrato que recibían sus compañeros detenidos. Estos dos hombres de gran belleza moral, dejaron en Rusia un profundo recuerdo.
4. Stolypin, jefe del gobierno del zar en el período de reacción implacable que siguió a la revolución de 1905, se dedicó a consolidar el régimen por medio de una represión sistemática y de reformas agrarias.
5. Poco numerosos, los maximalistas, disidentes del partido socialista-revolucionario, a los cuales reprochaban la corrupción de sus jefes y una ideología oportunista, fueron principalmente, aunque con teorías tan radicales como fantasiosas, terroristas intrépidos. Aún existe un puñado, enredado con los socialistas-revolucionarios de izquierda.
6. Salomón Ryss pagaría cara su audacia. Arrestado en el sur de Rusia, luego de algunas acciones arriesgadas, tuvo que defenderse, frente a los jueces, de la terrible sospecha de sus compañeros de lucha, rechazó "reemprender el servicio" en la Ojrana, y, condenado a muerte, murió como revolucionario.
7. El señor Raymond Recouly destila todavía en los periódicos burgueses su esclarecido patriotismo... El dinero no tiene olor.
8. Haase, líder de la socialdemocracia alemana, muerto en 1919 por un loco; Dan, menchevique ruso.
9. La colaboración estrecha es casi la regla entre las policías de los Estados capitalistas, de suerte que en cierto sentido se- podría hablar de policía internacional. En relación a los inicios de la colaboración entre la Ojrana zarista y la Seguridad de la III República francesa, se hallarán curiosas y detalladas páginas en un viejo libro de Ernest Daudet, Histoire diplomatique de l'alliance franco-russe, 1894. Ahí se verá cómo los señores Freyssinet, Ribot, Constant, entonces ministros, conciertan con el embajador de Rusia, Morenheim, la detención de un grupo de nihilistas, organizado, por lo demás, por el soplón Landesen (quien, más tarde, bajo el nombre de Harting, hizo carrera diplomática en Francia, recibiendo la Legión de Honor). Otro libro, no menos olvidado, L'alliance franco-russe, de Jules Hansen, confirma esta versión. Finalmente el antiguo jefe de la Seguridad, Goron, relata en sus memorias que el prefecto de París pidió al jefe de la policía rusa en París (Rachkovsky) la colaboración de sus agentes para el control de ciertos emigrados (citado por V. Búrtzev). Anotemos estas confesiones, a pesar de su vejez: están firmadas por hombres de los cuales no cabe la sospecha de querer calumniar al gobierno francés. Refirámonos a hechos mucho más recientes que, desgraciadamente, no tuvieron la resonancia que debieran ni aun en la prensa obrera. En febrero de 1922, Nicolau Fort, uno de los presuntos asesinos del ministro español Dato, y de su compañera Joaquina Concepción, fue entregado por la policía alemana a la policía española, por intermedio de la policía francesa. El traslado de los extraditados se realiza en el mayor de los secretos. El gobierno español pagó a la policía berlinesa una cuantiosa suma. En 1925, durante el gobierno Henriot, la gendarmería y la policía francesas rechazaban en diversas oportunidades, en la frontera de los Pirineos, a los obreros españoles acorralados por la policía de Primo de Rivera.
10. Publicista, liberal, Vladímir Búrtzev se consagró a la historia del movimiento revolucionario y a la lucha contra la provocación policial. Desenmascaró a los provocadores Azev, Harting-Landesen, y a muchos otros. Preconizó el terrorismo individual contra el antiguo régimen. Tras la caída del zarismo, evolucionó rápidamente, como la mayoría de los socialistas-revolucionarios, sus compañeros de lucha, hacia la contrarrevolución. Amigo y colaborador de G. Hervé, partidario de la intervención en Rusia, se convertirá en agente de propaganda de Denikin, Kolchak, Wrangel, en París.
11. Toda la correspondencia de este personaje y de sus jefes es altamente edificante. Vemos al director de la Seguridad de Petersburgo asegurarle al señor Krassílnikov que las autoridades rusas desmentirán en todas las circunstancias su papel la policía rusa; vemos a este extraño consejero diplomático título oficial--- maquinar, para burlar las encuestas de Búrtzev, una intriga prodigiosamente complicada. Un ex agente de la Seguridad rusa en el extranjero, Jollivet, entra en relación con Búrtzev, le hace revelaciones y se encarga de vigilar a una persona sospechosa de provocación, pero en realidad vigila al propio Búrtzev, del que informa a la Ojrana. ¡Soplonería y traición en tercer grado! Un laberinto.
12. Byloé, Le passé, París, 1908.
13. El expediente de vigilancia de las organizaciones socialdemócratas, solamente para el año 1912, constaba de 250 gruesos volúmenes.
14. Convertido más tarde en patriota, gubernamental y policíaco. El partido de Pilsudski.
15. Konspirativno?
16. El carpintero Stepán Jalturin, fundador en 1878 de la Unión Septentrional de Obreros Rusos, fue uno de los verdaderos precursores del movimiento obrero ruso. Adelantándose un cuarto de siglo a su tiempo, concibió la revolución como realizable a través de la huelga general. Colocado como carpintero entre el personal obrero del Palacio de Invierno, durmió mucho tiempo sobre un colchón que poco a poco fue llenando de dinamita... Alejandro II escapé a la explosión del 5 de febrero de 1880. Jalturin fue ahorcado dos años más tarde, después de haber ejecutado al procurador Srélnikov, de Kiev. Había sido obligado al terrorismo a causa de la provocación policial que asoló a su agrupación obrera. Es una de las más grandes y nobles figuras de la historia de la Revolución Rusa.
17. La república democrática de Kerensky creyó poder protegerlos, logrando algunos pasar al extranjero.
XIX. Conclusión. Por qué resulta invencible la revolución
renuncian- do al bienestar y a la seguridad, afrontaban, para llevarle un nuevo evangelio a los miserables, la prisión, el exilio siberiano y la muerte misma. Volvían a ser "la sal de la tierra": eran los mejores, los únicos portadores de una inmensa esperanza y por eso se les perseguía.
A primera vista, pueden causarle al movimiento revolucionario perjuicios terribles. Pero, ¿de verdad es así?
El código de la conspiración tuvo en Rusia, entre los grandes enemigos de la autocracia y del capital, teóricos y prácticos destacados. Estudiarlo a fondo seria de gran utilidad. Debe contener las reglas más sencillas, precisamente aquellas que, a causa de su sencillez, se olvidan a menudo.
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