El 30 de enero de 1915, Tountout, Badín, yo y unos quince deportados políticos, a los cuales se habían añadido presos de derecho común y “criminales” de guerra (alemanes, austríacos y turcos que habitaban en Rusia), judíos de la zona del frente: en total sesenta personas, fuimos enviados por etapas de Krasnoiarsk a Ienisseisk (próximamente cuatrocientas verstas). El convoy hacía el camino a pie. Sólo las mujeres débiles o enfermas tenían derecho a subir a las carretas que transportaban los bagajes de los deportados. El convoy avanzaba a la velocidad de 15 ó 20 verstas, según la distancia de la aldea donde se encontraban las barracas de etapa, donde nos deteníamos para pasar la noche.
Estos barracones, cuyas ventanas estaban enrejadas, eran malas isbas de un piso, oscuras, frías y horriblemente sucias; no se empezaba a calentarlas hasta que llegaba el convoy. Es necesario decir que los prisioneros no estaban más limpios que los barracones. En la prisión de etapa de Krasnoiarsk no se lavaba la ropa. Y cuando los prisioneros se arreglaban para lavar un poco, con los que les quedaba del agua hirviendo que se distribuía para el “the”, los carceleros la confiscaban; por consiguiente, eran numerosos los que debían esperar así largos fueses antes de formar parte de un convoy.
La situación financiera de los prisioneros no era mejor.
La Comune que formaban los prisioneros políticos vivía con la soldada de 10 kopecks por día que se les daba. Los vestidos eran insuficientes. Hacía un frío glacial, al cual venían a agregarse frecuentes tempestades de nieve que hacían el camino impracticable e impedían avanzar. Los criminales de guerra en el extranjero eran los que más sufrían de la temperatura. Un obrero alemán de la fábrica Poutilov o Oboukhov, Klain, cogió durante el camino una pulmonía y murió antes que se hubiese podido encontrar un hospital.
Llegamos con gran trabajo a Ienisseisk. Allí se nos encerró en la sombría fortaleza de piedra, cuyas espesas murallas hubiesen podido servir, durante el carnaval, de magníficas pistas a las troikas de los comerciantes rusos de otras veces. No envidiaba la suerte de los pensionistas de la prisión de Ienisseisk. Afortunadamente, no estuvimos mucho tiempo. Nuestro grupo de 22 personas fué expedido con escolta a la región de Angara, en el burgo de Bogoutchany, situado a 700 verstas de Ienisseisk. En marcha, no encontrábamos en las aldeas más que uno o dos antiguos deportados. Pero a medida que nos alejábamos del camino de Ieneissisk encontrábamos con más frecuencia deportados políticos, la mayor parte llegados recientemente. Desde que dejamos el camino de Ieneissisk, empezamos a detenernos en las isbas campesinas para pasar la noche. Escusa decir que por cualquier sitio que pasábamos donde había deportados políticos, nos apresurábamos a hacerles una visita. Sobre el trayecto de Ienisseisk a Pintthouga atravesamos tres aldeas con nombres extraños: Pokou-koui, Po-toskoui y Pogorioui . Estas aldeas, sin duda, habían recibido su nombre de los deportados de otros tiempos; pero ellas lo habían conservado, aunque una, no recuerdo cuál, se llamó también oficialmente Byk. Pero este nombre no se empleaba nunca. Los nombres de estas tres aldeas hablan de ellas mismas. Es muy cierto que se puede en cada una de ellas desesperarse, entristecerse y ser desgraciado a la vez. Estas aldeas no se componían más que de algunas casas de gran pobreza Los habitantes se dedicaban a la pesca y a la caza. Se hacía venir de otros lugares. Como era difícil procurarse pan en estas aldeas, los convoyes pasaban raramente y nunca por grupos de más de 22 personas. Al atravesar las aldeas experimentábamos una sensación penosa. Cada uno de nosotros se preguntaba si no lo dejarían (de las 22 personas que componían nuestro convoy no hubo dos que los destinaran la misma aldea como lugar de residencia). Respiramos más fácilmente cuando llegamos a la vista de Pientchoga y de Irkineieva. En cada una de estas aldeas habían muchos deportados políticos que nos acogieron calurosamente. Encontré allí a Anna Nikiforoba, que había conocido en Sámara; Malychev y otros bolcheviques En el burgo de Bogoutchany, donde se encontraba el comisario que debía designarnos nuestro lugar de residencia, nos detuvimos en la casa de los deportados políticos, construida por éstos. Desde allí, después de habernos albergado y alimentado, se nos envió a nuestras aldeas respectivas. Es necesario haber pasado uno mismo durante más de un mes, con frío, medio hambriento, agotado y cubierto de suciedad, el trayecto de Krasnolarsk a Ienísseisk y de allí al burgo de Bogoutchany, para comprender la alegría de cada uno de nosotros al recibir el acogimiento y los cuidados con que se nos rodeó cuando llegamos. Sólo en este ambiente puede explicarse que socialistas revolucionarios, anarquistas, bolcheviques y mencheviques, que en libertad no cesaban de combatirse o de querellarse sobre los métodos de lucha a emplear contra los enemigos de la clase obrera, hayan podido convivir cordialmente.
En Ienisseisk me habían asignado como residencia la aldea de Fédino. Había sido avisado oficialmente por el comisario, pero se retardó mi salida. Fédino era la aldea más alejada de la región de Tfhounsk, distrito de Ienisseisk. Como se decía en mi proceso que yo tenía tendencia a escaparme, se me enviaba lo más lejos posible. Por más que en el mapa el distrito de Ienisseisk sea el más alejado, Fédino, que está situado en el límite de los distritos de Ienisseisk y de Kansk, en realidad es el punto más aproximado a la vía férrea. El comisario de Bogoutchany, que conocía la geografía de la región mejor que el mapa, quiso reparar el error que se había cometido en Ienisseisk. Me invitó a quedar en Bogoutchany mientras no recibiese de Ienisseisk respuesta a su proposición de asignarme otro lugar de residencia.
Bogoutchany era más alegre, ya que los deportados eran numerosos. Los convoyes de deportados llegaban allí continuamente; había una oficina de correos, un hospital, una escuela, y todos los intelectuales del distrito; en cambio, la Policía era severa. Dos veces al día los gendarmes pasaban lista a los deportados, y estaba prohibido salir del muro de la aldea (en esta región, las aldeas están rodeadas de una empalizada para impedir que el ganado vaya a la taiga). Los deportados estaban bajo la vigilancia continua de los gendarmes.
El ejército y la Policía del distrito, en visita de inspección, nos sacó de allí. Tomó la defensa de sus subordinados, a los que el comisario acusaba de ignorar la geografía de su distrito, y dió orden de dirigirme inmediatamente a Félino. Me enviaron tan aprisa, que tuve que coger mojada la ropa que yo había dado a lavar después que el comisario me había invitado a instalarme en Bogoutchany. Un gendarme me acompañó hasta la aldea de Karaboul. La tarde la pasé con los deportados políticos locales, y la noche en casa de uno de ellos: el camarada Zirnmerrnann. Por la mañana temprano, el gendarme me confió a un campesino de la localidad para que me llevase, a quien le había correspondido el turno de prestar su atalaje. Por la noche ya estaba en la aldea de Iar, en la vivienda del camarada Guélikdzé. Allí era él el único deportado. El 6 de marzo de 1915 atravesé la aldea de Khaia, que se parecía mucho a una de las aldeas de Po-koukoui; en Khaia no había deportados. Al anochecer llegué a Fédino.
No estará de más detenerse un poco en la descripción de la vida y de las condiciones de existencia de los campesinos de la aldea de Fédino, en que yo debía residir dos años. Esta descripción es tanto menos superflua, ya que esas condiciones de existencia son con pequeña diferencia típicas en la vida de los campesinos en las regiones de Angara y de Tchounsk, a excepción hecha de las tres aldeas de Po-koukoui, donde muy pocos deportados políticos tuvieron ocasión de habitar.
En Fédino había unos cuarenta hogares, donde tres cuatro podían pertenecer a campesinos pobres; los otros pertenecían a campesinos de clase media, hasta koulaks. Todos los habitantes de la aldea descendían de una misma familia: Roukossouiev; sólo había una familia que llevaba otro nombre: Brioukhanov. Alrededor de Fédino había bastantes tierras laborables; pero estaban lejos de la aldea y con la falta de caminos se hacía su cultivo difícil. Casi todas las familias explotaban sus tierras con sus únicas fuerzas, suficientes en Fédino, aun durante la guerra, ya que no sé por qué no había reclutamiento en esta región (en la época de las cosechas, toda la aldea, hasta los niños, salían a los campos y no regresaban sino los días de fiesta; todos los viejos impotentes quedaban en casa con los niños de pecho).
Cada familia poseía un número imponente de caballos, vacas, carneros, cerdos y aves de corral. Si en Rusia un campesino hubiese tenido tantos caballos y ganado se le hubiese considerado ciertamente como un gran propietario. En la taiga, en los alrededores de la aldea, había toda la madera que se quisiese para la construcción de las isbas, la calefacción y la navegación. En primavera, en otoño y en invierno, los campesinos de la localidad se dedicaban a la pesca o salían, semanas enteras a la caza de alce, oso, zorro y ardillas. En la primera quincena de mayo, cuando se abría la navegación, muchos aldeanos enviaban por canales sus granos y harinas mal molidas El Ienessaisk (antes de la guerra vendían el centeno a 14 copecks el poud, y a ese precio difícilmente encontraban comprador; en 1915, muchos labriegos tenían todavía grandes reservas, pero en 1916 el centeno se vendía ya en Ienssiaisk a un rublo diez el poud). Los touroukhantsi lo compraban con preferencia. Los campesinos fabricaban ellos mismos la tela y el paño necesario para su uso y aun tenían medios de vender una parte; trabajaban también en las pieles, de las cuales se servían para confeccionar sus calzados de verano e invierno y los artículos de cuero de que ellos tenían necesidad.
Durante la semana se vestían con prendas que ellos confeccionaban con los tejidos de su fabricación. Los días de fiesta, los hombres adultos llevaban un traje y botas de ciudad, de que se surtían de un tártaro que venía una vez al año por el canal y que compraba a los labriegos lienzo, tela, pieles, huevos, etcétera, a cambio de lo que ellos necesitaban. Casi todos los campesinos amontonaban el oro que atesoraban (durante la guerra, compradores de moneda de oro pasaban por las aldeas de Siberia, por un rublo oro pagaban un rublo veinte, un rublo cincuenta papel, cuando en Rusia el rublo había perdido en esta época los dos tercios de su valor); en las familias, los hombres y las mujeres hacían bolsa aparte y no se ayudaban. El producto de la venta de tela, de género, huevos, leche, manteca y otras cosas pequeñas era para las mujeres; el resto, para los hombres.
Toda la aldea estaba compuesta de analfabetos. Los muchachos se dedicaban muy pronto al trabajo y las chicas “no tenían necesidad de saber leer y escribir”. La escuela estaba a 50 verstas de Fédino, en la aldea de Iar. Que yo recuerde, ni un habitante de Fédino enviaba sus hijos. El gendarme era la única persona que, fuera de los deportados, supiese leer y escribir. En Fédino no había ni capilla ni iglesia. Dos veces al año, el pope y su acompañamiento hacían su aparición. De un solo golpe cantaba la misa de los muertos, bautizaba a los niños, etc. Durante estas raras visitas, el pope no se olvidaba: embolsaba todo lo que podía: pieles de petít-gris, telas, etcétera.
La gente de Fédino no rezaba nunca. Tener un ikono y hacer el signo de la cruz antes y después de las comidas era toda su religión. El interior de las isbas era, en apariencia, de una admirable limpieza. Los habitantes de Fédino fregaban los pisos, las paredes y el techo; pero en las camas, en las paredes y en las uniones del techo (la mayor parte de ellos dormían sobre el suelo) pululaban las pulgas. En invierno como en verano, los habitantes de Fédino dormían vestidos, cosa que no decía nada en favor de su limpieza, aunque ellos tuviesen costumbre de lavarse frecuentemente en sus “baños” .
Durante mi estancia en la aldea, muchos niños de pecho murieron de diarrea, ya que desde su nacimiento se le hacía absorber leche ordinaria. Por el contrario, no recuerdo que un solo adulto haya muerto. Todos alcanzaban una extrema vejez; un oficial de sanidad, que pasaba una vez al año, daba los cuidados médicos necesarios.
En otoño y en invierno, los domingos y días de fiesta, todo el mundo se emborrachaba. Los campesinos, con las mujeres y los niños, iban los unos a casa de los otros, llevando consigo algunos litros de alcohol que fraudulentamente fabricaban ellos mismos en Plakino, donde no había gendarme. La juventud, completamente embriagada, no hacía más que chillar. Debo hacerles la justicia de decir que durante toda mi estancia en la aldea no los vi ni una vez llegar a las manos en los peores momentos de embriaguez.
De cuando en cuando, la aldea se reunía para elegir el starost y su adjunto, repartir los impuestos entre cada casa y fijar el turno de cada uno para proporcionar su atalaje para el caso que lo necesitase la Policía o el cantón. En las asambleas de la aldea, todo el mundo hablaba, gritaba, chillaba a la vez: jamás pude comprender qué decisión se había tomado. En fin de cuentas, los ricos y los koulaks se distinguían ocultando la cantidad de caballos y ganados que poseían, para pagar menos impuesto y hacer que se redujese su parte en las prestaciones de carruajes. Los campesinos de Fédino trabajaban sus explotaciones de la peor manera. En invierno dejaban sus bestias fuera, sin abrigo y medio hambrientas, ¡cuando en los alrededores había tal cantidad de madera! En invierno apenas tenían leche bastante para los niños y se negaban a venderla. Afortunadamente, cerca de allí, a Potchett, había una pequeña explotación dirigida por el polaco Koroltchouk, deportado a perpetuidad, que en invierno nos enviaba toda la leche helada que queríamos, lo mismo que manteca y queso. Los campesinos veían progresar su explotación; pero esto no les impedía dejar sus vacas fuera con 45 y 48 grados de frío (para darles de beber se las llevaban al río).
Los campesinos eran muy conservadores. No tenían inconveniente en sostener buenas relaciones con los deportados políticos, darles confianza, dejarlos venir a sus casas, verlos y llamarlos, prestarles dinero, esto no impedía que para ellos fuesen criminales.
En el momento de mi llegada a Félino, había, como deportado de derecho común, un obrero alemán de la fábrica Porokhov, de los alrededores de Petersburgo, un “criminal” de guerra y cuatro deportados políticos.
Uno de ellos, Khaimber, intelectual originario de Odessa, condenado en el proceso de los socialistas revolucionarios, estaba atacado de enajenación mental y se encontraba en estado lastimoso; habitaba sobre el horno de una isba medio deshecha. El segundo, sucio y cubierto de andrajos, se llamaba Jaques Harvets. Era un antiguo obrero tintorero de Polonia, condenado en un proceso del partido socialdemócrata polaco y lituano. Era imposible diferenciar su manera de vivir y la de los campesinos más salvajes. El tercero, un letón llamado Paist, era originario de las provincias Bálticas y vivía separado de los deportados. El cuarto era una obrera anarquista enviada a trabajos forzados a Fédino poco tiempo antes de mi llegada. Se llamaba Ida Zilberblat. De todos los deportados políticos de la aldea era ella: lo único interesante. El alemán era un horrible pequeño burgués. Aunque él habitaba en Rusia desde hacía veinticinco años, no conocía el ruso e ignoraba la vida política de Rusia, como la de su país.
Para guardar todos los deportados políticos, había en Fédino un gendarme llamado Román Blacodatski, que era, por así decirlo, el “camarada” de todos los deportados; en los primeros días de mi llegada le di derecho a venir a mi casa a cualquier hora del día; hasta que tuve que rogarle finamente no pusiera más los pies en mi casa.
La vida de los deportados no tenía nada agradable. En los últimos días de marzo, la camarada Zilberblar se fué a Dogouchany y Paist, dejando definitivamente Fédino. Los deportados de Fédino quedamos así hasta el final del deshielo, durante el cual, por causa de la crecida, las comunicaciones con Dogoutchany estaban cortadas (el deshielo empieza a mediados de abril y dura hasta fines de mayo).
Mi primer cuidado fué instalar el enfermo Khairn Ber con un viejo deportado en una pequeña isba heredada de los antiguos deportados políticos. El viejo debía cuidar al enfermo. Escribí a Odessa a los padres de Ber, que eran gentes con fortuna, pidiéndoles que le enviasen dinero para que pudiese vivir y vestirse. Finalmente, les proponía dirigirme al gobernador de Ienisseisk para rogarle que trasladase a su hijo a un hospital. Al mismo tiempo pedí al gendarme pusiera en conocimiento el estado de Ber a las autoridades competentes. Después del deshielo, Ber fué hospitalizado en Krasnoiars.
En el distrito de Kansk, cantón de Abane, que toca a la aldea de Fédino, se encontraban dos aldeas no lejos de la nuestra; Plakhino, situada a doce verstas, y donde no había deportados, y Potchett, situado a treinta y cinco verstas. En Potchett había tres deportados políticos; un ruso, Nikita Goubenko, y dos camaradas polacos, Fama Goborek y Pedro Koroltchouk. Este último había organizado una explotación agrícola y se había instalado allí a vivir. Me hice dirigir a su nombre los periódicos y mi correspondencia de Rusia, puesto que con Potchett estábamos en relaciones constantes, aun durante la mala estación. Los periódicos, los libros y las cartas que yo recibía me ayudaban a combatir el aburrimiento y la quietud, que eran espantosos, y habituarme a mi nueva situación, ya que en la aldea no había con quién hablar. La situación cambió seriamente en seguida, después del deshielo; el verano de 1915, cada convoy nos traía uno o dos deportados. Los primeros que llegaron fueron el estudiante de la Universidad de Petersburgo, Petrikovoski (Petrenko), y el empleado Knychovki; después Sokhati, miembro del partido socialdemócrata polaco y lituano, acompañado de su mujer (no deportada); después de ellos, los socialistas revolucionarios Bois Orlov y Paúl Kozlov. Llegaron todavía el maximalista Alexis Feophilactov y su mujer (ella fué deportada a Plakhino); pero como allí abajo no había gendarmes, venía frecuentemente a Fédino; un tipógrafo de Homel, David Tregouvbov, condenado en el proceso de los socialistas revolucionarios; el tolstoyano Juan Vikhvatniouk, por negarse a tomar las armas; el obrero alemán Adán Stankevitch; etcétera. En breve, la colonia de deportados se compuso muy pronto de veintitrés personas, de las cuales, catorce eran detenidos políticos. Allí había deportados administrativos, que tocaban a ocho rublos por mes, y deportados a perpetuidad, que no tocaban a nada. En Fédino era muy difícil encontrar trabajo. Cuando se encontraba un poco, era necesario trabajar por diez kopecks de una de la noche a nueve de la mañana (a golpear el trigo), con 30 ó 40 grados de frío. La situación material de los deportados a perpetuidad era todavía agravada por el hecho de que, lo mismo que los deportados administrativos, no tenían derecho a ausentarse de la aldea.
En condiciones materiales diferentes, dada la promiscuidad de esta cantidad de hombres en una pequeña aldea, hubiera podido dar lugar entre deportados a resentimientos y desacuerdos. De tal modo, la colonia de Fédino decidió organizar una mesa común, donde cada deportado debía, a su vez, preparar la comida de todos. Los alimentos necesarios para el desayuno, para la comida y cena eran comprados en común y repartidos entre todos en igual cantidad, que fijaba la asamblea general. Lo mismo sucedía con el petróleo, el jabón, el azúcar, etc. Todos los productos necesarios se compraban en Aban por mediación de Koroltchouk, que nos aprovisionaba de queso, manteca, tocino y leche en invierno de la que obtenía de su explotación. Para alojamiento, el pan y el agua hirviente, cada uno de nosotros pagaba al principio tres rublos por mes a los campesinos del lugar. Quedaba por resolver la cuestión del vestuario y la del dinero. Adoptamos esta solución: todo el dinero que recibían los deportados adheridos a la comune era entregado al tesorero, que lo utilizaba para hacer las compras necesarias. Cada miembro de la comune tenía su cuenta. Todas las noches, la totalidad de los gastos era repartida entre los miembros de la comune. Aquellos cuyo saldo era acreedor, el tesorero les cargaba en cuenta la cantidad correspondiente; los que su cuenta era ya deudora, el exceso de gastos era llevado al debe. Cada tres meses se procedía a la liquidación general; los camaradas que tenían dinero en su cuenta entregaban a la caja la suma debida por tres meses para los camaradas sin recursos. Después de lo cual se reanudaban las cuentas para los tres meses siguientes.
Los camaradas que tenían más de 20 rublos en su cuenta tenían derecho a gastar dos rublos sin informar al Comité de la comune. Este último estaba compuesto del tesorero, asistido de dos camaradas. Los tres desempeñaban todavía las funciones del centro político para todos los deportados. Los camaradas que tenían menos de 20 rublos no podían hacer gastos personales sin autorización del Comité. Este último se ocupaba igualmente de vestir a los camaradas sin recursos. Gracias a esta organización, la colonia de Fédino se evitó las críticas y las murmuraciones a que dieron lugar las cuestiones materiales en muchas colonias de deportados.
Los deportados a perpetuidad que no recibían socorros del Gobierno, trataban de ganar lo estrictamente necesario a su mantenimiento, empleándose en diferentes trabajos. En invierno, cogiendo lotas y nueces de cedro, que luego vendían. A veces conseguían matar un petít-gris: pero como los deportados no estaban autorizados para tener armas de fuego, esos casos eran bastante raros. En verano la vida era más fácil.
Durante la guerra, las aldeas del distrito de Kansak quedaron sin trabajadores; casi todos habían sido movilizados (más allá de Angara, los campesinos no eran llamados a las armas). Los deportados a perpetuidad se marcharon para ganar su vida (en 1916, a causa de la falta de mano de obra, los deportados a perpetuidad recibieron la autorización de trasladarse, unas veces en los límites del Gobierno y otras en los del distrito).
En verano, muchos deportados talaban los arboles, que luego conducían por los canales a Ienisseisk. Por cada tronco de árbol se podía recibir de uno a veinte rublos; pero en cambio era necesario regresar en barco por Ienisseisk, pues subir en barca el Angara, a contracorriente, y hacer el resto del camino a caballo, era un viaje caro. En primavera, los labriegos de Fédino se ocupaban también del transporte de maderas; pero ellos regresaban por Kansk, lo que estaba más cerca y más barato, ya que podía hacerse una gran parte del recorrido en barco y ferrocarril.
Así, de una manera o de otra, los deportados encontraban medios de arreglarse para no ser gravosos unos a los otros.
La existencia que acabo de describir costaba en 1915 una deia, de seis a siete rublos por mes, sin contar los vestidos, y en 1916, de diez a doce rublos.
Cuando empezaron a enviar a Fédino austríacos, alemanes, turcos y judíos deportados por “razones militares”, empezamos a asfixiarnos. Los campesinos intentaron aumentar los precios de los alquileres, y lo que es peor, quisieron disponer a su antojo de las habitaciones ocupadas por los deportados políticos; viendo esto, compramos por doce rublos una mala isba al camarada Paist y otra a un campesino, que transportamos nosotros mismos cerca de la otra. La levantamos, ensanchamos las ventanas y la amueblamos nosotros mismos. De esta manera podíamos, en tres isbas, alojar a ocho camaradas.
Recibíamos los periódicos y las revistas publicadas en Moscú y Petersburgo, lo mismo que libros: de modo que pudimos constituir una biblioteca bastante buena. El tiempo no faltaba para las lecturas, sobre todo en invierno, y los deportados no dejaban de leer. Organizábamos conferencias y charlas, a las que seguían vivos cambios de impresiones, ya que había entre nosotros camaradas afiliados a diversos partidos y tendencias diferentes. Organizábamos reuniones solemnes con ocasión del 1º de mayo, 9 de enero y 4 de abril, o en el aniversario de la insurrección de diciembre de 1905, y también para festejar el nuevo año. A estas reuniones acudían ordinariamente los deportados de las regiones vecinas, en un radio de 50 a 80 verstas.
Alexis Feophilaktov (murió durante la guerra de partidarios, combatiendo las tropas de Koltchak, en la provincia de Ieniseissk) se descubrió como un genio de director de música. Organizó una coral con los camaradas que no creían tener voz. Conseguíamos así matar el tiempo. Cuando nos invadía la tristeza, cosa que nos sucedía con frecuencia, íbamos de visita a casa de los deportados de las aldeas vecinas, no obstante nuestro ángel guardián, el gendarme Blakodatski, que se lanzaba a nuestra persecución y nos inculpaba de ausencia voluntaria. El 16 de febrero de 1917 fuí condenado, por ausencia voluntaria, a estar encerrado durante tres días. ¿Cómo no tener tristeza cuando no se ven nunca seres verdaderamente vivientes, cuando no se dedica a un trabajo activo, aunque se está en “libertad”, mientras que alrededor de uno la nieve cubre el suelo durante ocho meses del año, una nieve que hace daño a la vista y sobre la cual no se puede aventurar uno sin riesgo de hundirse metro y medio? Después viene el verano tan esperado, que trae consigo tal nube de mosquitos que no se puede ir a ninguna parte sin un velo alrededor de la cara.
En la región de Angara, los deportados políticos tenían su organización, cuyo objeto era proporcionar una ayuda material a los deportados sin recursos, organizar las evasiones, informar a los deportados de la vida política en Rusia, etc. Esta misma organización zanjaba los conflictos que estallaban entre deportados, completaba la biblioteca y enviaba a las colonias de deportados escritos revolucionarios recientes, legales e ilegales. Ella englobaba todas las aldeas de los cantones de Pintchoug y de Kiejm.
Todas las aldeas que se encontraban alrededor de este centro en que se había convertido Fédino formaban la sección de Tchounsk, de la organización de los deportados de Angara.
Durante mi estancia en Siberia hubo dos Congresos de deportados de Angara, en los cuales participaron casi todas las colonias existentes. Un Comité general de deportados de Angara fué designado en este Congreso. Todos los miembros de esta organización pagaban una cuota mensual de diez kopecks. Fui elegido secretario de la sección de Tchounsk, y con este título sostuve una correspondencia abundante y seguida con el delegado del Comité general.
En 1916, las funciones de delegado estaban asumidas por Georges Aronchtan, con el cual tuve ocasión de trabajar largo tiempo, después de la revolución de febrero, en el sector de ferroviarios de Moscú. El Comité de deportados nos enviaba la literatura ilegal, extractos financieros y comunicaciones sobre las cuestiones referentes a la organización.
Como Fédino se encontraba en la ruta de Dogoutchany a Kansk, los fugitivos, lo mismo que los camaradas que habían terminado su condena, pasaban por allí. En el invierno de 1916, Ida Zilberblat huyó al extranjero, y durante el verano, Petrikovski y Knychevski fueron movilizados. En cuanto a los deportados a perpetuidad, muchos hicieron uso del derecho de trasladarse para ir a trabajar a Kansk o en la vecindad. De nuevo no quedó en Fédino más que algunos deportados políticos.
En otoño de 1916, y al principio de invierno de 1917, el tedio era insoportable. Como me era imposible leer sin parar, me puse, en secreto, a enseñar la lectura y escritura a los niños de una familia campesina (los deportados políticos no tenían el derecho de enseñar) y a tomar parte en la indigente vida pública de la localidad, especialmente en la organización de una Cooperativa, ya que los campesinos de Fédino sentían los efectos de la guerra, por la escasez, cada vez más grande, de algunos artículos de consumo que ellos pedían a la ciudad: petróleo, jabón, azúcar, loza y municiones para la caza.
El hecho siguiente vino todavía a estimular la fundación de una Cooperativa: no había en Fédino tiendas, pero en otoño, los koulask llevaban a la aldea petróleo, azúcar, jabón y cerillas. Hadan pagar estos productos muy caros. Cuando se les decía algo, se limitaban a responder: “Si lo quieres, cógelo; si no lo quieres, déjalo; yo lo he comprado para mí.” Y no se podía hacer nada. Era cosa de dejarlo o tomarlo. Cuando en 1916 se dispusieron a traspasar la medida (en Kansk y en Aban las mercancías no se encontraban), la idea de organizar una Cooperativa nació para la sección de Tchounsk. Hubo muchas discusiones antes de que los campesinos de la localidad se decidiesen, ya que los koulaks se habían opuesto firmemente. Pero nosotros, los deportados políticos, nos pusimos enérgicamente a la obra y se fundó la Cooperativa. Un campesino y yo fuimos elegidos por la asamblea de la aldea como delegados a la Conferencia cooperativa de la sección de Tchounsk, que se celebro en Iar, la cual envió a su vez un deportado a perpetuidad a la Conferencia de la provincia.
En cuanto a la falta de cultura, de orden y de organización que se observaba en los campesinos, puede preguntarse: ¿cómo es que los deportados políticos no habían podido ejercer sobre los campesinos una influencia más bienhechora? Esto, desgraciadamente, es cierto. El colmo es que sucedía frecuentemente que los deportados políticos adoptaban la “cultura” de sus vecinos los campesinos. Cierto que éstos venían constantemente a nuestra casa y nosotros charlábamos mucho con ellos, sobre todo con la juventud. Nos escuchaban atentamente; pero en seguida iban a ver al gendarme para preguntarle si todo lo que decían los deportados políticos era verdad. Obraban así porque, como ya he dicho, nosotros éramos para ellos unos criminales.
Es característico que después de la revolución de febrero los campesinos me entregaron el sello de su aldea y todos los atributos del gendarme, pidiéndome que hiciese el uso que quisiera. A partir de este momento, dejamos de ser criminales a sus ojos.
Bajo Koltchak, los campesinos de Fédíno, teniendo al frente a los deportados políticos que habían quedado allí, tomaron una parte activa en la guerra de partidarios contra los guardias blancos.