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Inti Peredo

Mi campa�a junto al Che

(1970)

 

 

IX.

La emboscada de la Higuera

Setiembre fue un mes de combates, de p�rdidas humanas valiosas, de largas caminatas y privaciones, de promisorios contactos con los campesinos, de altibajos en la moral de la tropa y en el que se empieza a vislumbrar la p�rdida definitiva de Joaqu�n y su grupo.
El 2 fue nuestra primera escaramuza, que pudo tener un saldo netamente favorable para nosotros si no ocurre un hecho que relataremos s�lo con el objeto de trasmitir experiencias que pueden servir en el futuro.

Chino estaba de posta con Pombo cuando vio un soldado a caballo. En lugar de disparar, grit�: �Un soldado!. Naturalmente el soldado fue alertado disparando en forma instant�nea hacia el lugar de donde hab�a surgido el grito. Mientras Chino manipulaba su arma, Pombo fue m�s r�pido y tir� varios disparos matando al caballo. El soldado huy�. Al d�a siguiente una escuadra nuestra integrada por Benigno, Pablito, Coco, Julio, Le�n y yo choc� con unos 40 soldados en el Masicur�, en la casa de un latifundista.

El encuentro ocurri� sorpresivamente. Est�bamos discutiendo con el encargado de la casa y la mujer de �ste cuando aparecieron los soldados. Al vernos se replegaron y tendieron un semi-cerco. Inmediatamente empezaron a dispararnos. Les replicamos con fuego sostenido y por lo menos vimos caer a uno de ellos. Sin embargo no pudimos llevar alimentos y nos retiramos.

El d�a 6 -cumplea�os de Benigno- hubo otra escaramuza. Una patrulla casi nos sorprende por descuido de la vanguardia, pero despu�s de un breve tiroteo no pas� nada y nos fuimos tranquilamente.

Los d�as siguientes fueron de caminatas constantes en las que observamos que la enfermedad de Moro, nuestro m�dico, se agravaba constantemente y sufr�a de intensos dolores. Ch� lo cuidaba con dedicaci�n y se esmeraba en crearle las mejores condiciones para aliviar, aunque fuera levemente, su mal. Por otra parte �l mismo era aquejado por nuevos ataques de asma y carec�a de medicinas para controlarlos.

El 22 de setiembre llegamos a Alto Seco, un villorrio de unas 50 casas modestas con p�simas condiciones de higiene. Sin embargo el pueblito tiene cierta importancia. En el centro hay una plazuela, una iglesia y una escuela; tambi�n tiene un camino de tierra por el cual pueden llegar algunos veh�culos motorizados. Inmediatamente supimos que el Corregidor hab�a acudido presuroso a Valle Grande a dar cuenta al ej�rcito de nuestra presencia.

La reacci�n de la poblaci�n fue interesante. Los habitantes no se retiraron del lugar. Lentamente se fueron acercando a nosotros, con gran desconfianza. Su temor, porque exist�a temor, no era a los guerrilleros propiamente, sino a la perspectiva de que se combatiera en el pueblo o las represalias que pudiera tomar el ej�rcito contra sus habitantes.

Es preciso destacar que por primera vez se realiz� un mitin en el local de la escuela a la que acudieron asombrados campesinos que guardaron silencio y escucharon con atenci�n. El primero en hablar fui yo. Expliqu� cuales eran nuestros objetivos, les recalqu� sus duras condiciones de vida, el significado de nuestra lucha y su importancia para el pueblo, ya que de nuestro triunfo depend�a que la suerte de ellos cambiara positivamente. Por primera vez habl� tambi�n a los habitantes del lugar el Ch�, aunque nadie lo reconoci�. Ch� explic� el abandono en que permanec�a el pueblo, la explotaci�n de que eran v�ctimas los campesinos del lugar, y dio varios ejemplos. Entre ellos destac� que Alto Seco s�lo ten�a un pozo antihigi�nico para abastecer de agua a los vecinos. "Acu�rdense -les dijo- que despu�s de nuestro paso por aqu� reci�n se acordar�n las autoridades de que ustedes existen. Entonces les ofrecer�n construir alg�n policl�nico, o mejorar algunos aspectos. Pero ese ofrecimiento se deber� �nica y exclusivamente a la presencia nuestra en esta zona y, si alguna obra realizan, ustedes sentir�n, aunque indirectamente, el efecto beneficioso de nuestra guerrilla".

�ste fue el �nico mitin que realizamos en toda la guerra; nuestra propaganda en el campo la dieron nuestros exitosos combates; el trato permanente entre guerrilleros y campesinos hace el resto.

En los d�as siguientes recorrimos Santa Elena y Loma Larga hasta llegar a Puj�o, el 25. Nuevamente la curiosidad y desconfianza al principio, para luego recibir un trato cordial. La gente se nos acerc� hasta tomar confianza con nosotros.

Dos hechos caracterizaban nuestra situaci�n:

-Moro segu�a mal y estaba muy d�bil.

-Camba estaba francamente "rajado". En esta oportunidad el Ch� y yo hablamos con �l para decirle que esa misma noche se afeitara, cambiara de ropa, para que luego pudiera buscar una salida sin que lo detectara el ej�rcito. Camba dijo que todav�a no era necesario, y que seguir�a con la columna hasta que cambiara de rumbo con el objeto de que �l pudiera llegar con relativa facilidad a Santa Cruz.

Esa noche dormimos a la vera del camino.

El camino entre Puj�o y Picacho realizado en la madrugada del 26 lo hicimos sin inconveniente. La poblaci�n nos trat� bastante bien. Incluso dos viejitas campesinas invitaron a Julio y Coco a dormir en la casa y les regalaron varios huevos. Por razones obvias de seguridad ambos compa�eros no aceptaron tan acogedor y generoso ofrecimiento. Estos actos de solidaridad, indudablemente, confortaban. Demuestran tambi�n que eI campesino no es tan impermeable en su trato con el guerrillero y que con una labor regularmente sostenida, es f�cil captarlo y movilizarlo como auxiliar importante en las tareas combativas hasta su total integraci�n.

Muy temprano llegamos a Picacho. La poblaci�n estaba de fiesta y nos trat� bastante bien. Nos invitaron chicha y algunos bocados; menudearon los abrazos para despedimos; el Chapaco dijo algunas palabras en un brindis.
Decidimos seguir la marcha. Nuestro pr�ximo punto era La Higuera. Como era de esperarlo, nuestra presencia estaba totalmente detectada. Coco se incaut� de un telegrama que hab�a en casa del telegrafista donde el sub-prefecto de Valle Grande comunicaba al corregidor de ese lugar la presencia de fuerzas guerrilleras en la zona.

Pocos minutos mas tarde se librar�a el m�s negativo de nuestros combates.

Durante los �ltimos d�as la enfermedad de Moro hab�a recrudecido. El 26 su salud continuaba siendo mala, y �sta era otra de las preocupaciones m�s serias del Ch�. Tal vez era la presi�n m�s grave, puesto que las noticias de las emisoras sobre Joaqu�n, aunque todav�a fragmentarias, permit�an suponer que el grupo estaba definitivamente perdido. Ello significaba que terminaba la b�squeda en c�rculo y que la columna se desplazar�a hacia otra zona de operaciones.

A las 13 horas de ese d�a sali� la vanguardia para tratar de llegar a Jaguay. Despu�s de media hora cuando el centro y la retaguardia se aprestaron para alcanzarlos se escuch� nutrido fuego a la entrada de La Higuera.

Ch� organiz� inmediatamente la defensa del poblado para esperar a la vanguardia. Nadie dud� en ese instante que los nuestros hab�an ca�do en una emboscada por eso esperamos nerviosos y tensos las primeras noticias.

El primero en regresar fue Benigno, con un hombro atravesado por una bala, la misma que hab�a matado a Coco. Luego lo hicieron Aniceto y Pablito, este �ltimo con un pie dislocado. Tambi�n hab�an muerto en la emboscada Julio y Miguel.

El combate fue ligero y desigual. El ej�rcito, con un gran poder de fuego y un n�mero aplastante de hombres, hab�a atacado sorpresivamente a nuestros combatientes en una zona sin ninguna defensa natural, totalmente desprovista de vegetaci�n, pod�an dominar desde el firme en que se encontraban una vasta extensi�n de terreno con armas de grueso calibre.

Miguel fue muerto casi instant�neamente, Coco qued� mal herido. El resto de los compa�eros pele� heroicamente tratando de rescatarlo, dando una hermosa prueba de solidaridad. Cuando Benigno arrastraba su cuerpo sangrante, una r�faga de ametralladora lo remat� y una de las balas hiri� a Benigno, otro rafagazo mat� a Julio.

Coco y yo �ramos -si as� cabe decirlo- m�s que hermanos. Camaradas inseparables de muchas aventuras, juntos militamos en el Partido Comunista, juntos sentimos el peso de la represi�n policial en muchas oportunidades y compartimos la c�rcel, juntos trabajamos en Tipuani, juntos recorrimos el Mamor�, aprendimos agricultura y pasamos largas jornadas cazando caimanes, juntos ingresamos a la guerrilla. En esta nueva aventura no lo ver� a mi lado pero siento su presencia, exigi�ndome cada vez m�s.

Un d�a, conversando en el monte a prop�sito de la muerte de Ricardo, que produjo un fuerte impacto en su hermano Arturo, Coco me dijo:

-No quisiera verte muerto, no s� c�mo me comportar�a. Afortunadamente creo que si alguien muere primero, �se ser� yo ... .

Coco era un hombre muy generoso, capaz de emocionarse y llorar como un hombre por un ser querido, como lo hizo el d�a que muri� Ricardo.

Yo no lo vi morir. Tampoco derram� una l�grima, por una cuesti�n de car�cter, me cuesta mucho llorar. Pero no por eso el dolor, el sentimiento y el afecto por un hombre tan querido es menos intenso. Coco, Julio y Miguel, compa�eros de jornadas heroicas, alcanzaron el escal�n m�s alto de la especie humana y se graduaron de hombres y de guerrilleros, como lo hicieron antes Joaqu�n, Tania, Rolando, Marcos, Tuma, Rubio, Aniceto y tantos otros compa�eros queridos.

Por eso el Ch� que no era partidario de prodigar elogios, dijo de ellos:

"Nuestras bajas han sido muy grandes esta vez; la p�rdida m�s sensible es la de Coco, pero Miguel y Julio eran magn�ficos luchadores y el valor humano de los tres era imponderable".