Los problemas provocados por la deserción del Partido en el instante que más precisábamos de él no fue obstáculo para que nuestro grupo guerrillero elevara su moral y realizara trabajos preparatorios que tenían carácter educativo.
El Ché estimaba que el hombre, cuando esta metido en el monte, proscribe los hábitos de la ciudad, no sólo por la dureza con que se desarrolla la lucha y falta de contacto con algunas formas culturales o de "civilización". La vestimenta andrajosa, la falta de higiene personal, la comida escasa y a veces primitiva, muchas veces la carencia de utensilios domésticos, obliga al guerrillero a adoptar ciertas actitudes semi-salvajes.
Ché combatía con energía esta conducta y orientaba el trabajo para estimular un espíritu constructivo y creador del guerrillero, la preocupación por la ropa, las mochilas, los libros y todo lo que constituía nuestros "bienes materiales". Por eso dirigió con cariño las "obras públicas" del segundo campamento, ubicado a unos ocho kilómetros de la Casa de Calamina. Rápidamente se construyeron bancos, un horno para el pan, que estaba a cargo de Apolinar, y otro tipo de "comodidades". Regularmente ordenaba lo que él bautizó como "guardia vieja": una limpieza a fondo de todo el campamento. Algunos periodistas y críticos de nuestra guerra han considerado que ese campamento era la base de operaciones estables. Es una apreciación falsa. Ramón nunca pensó quedarse ahí definitivamente. Todo el trabajo realizado, con excepción de las cuevas estratégicas, tuvo el carácter ya descrito: para que el hombre estuviera en permanente actividad y no perdiera sus costumbres adquiridas.
Allí surgió también lo que podría denominarse la primera "escuela de
cuadros". Todos los días de 4 a 6 de la tarde los compañeros más
instruidos, encabezados por el Ché, daban clases de gramática y aritmética,
en tres niveles, historia y geografía de Bolivia y temas de cultura general,
además de clases de lengua quechua. En la noche, a los que deseaban asistir
voluntariamente (las clases de la tarde eran obligatorias). Ché les enseñaba
francés. Otro tema al que le daba primerísima importancia era el estudio de
la Economía Política.
Frecuentemente nos señalaba el papel de "vanguardia de la
vanguardia" que tiene el guerrillero. Pero para hacer honor a esa
denominación, afirmaba, es necesario que ustedes se conviertan en cuadros
dirigentes.
-El guerrillero, recalcaba Ramón, no es un simple tira-tiros.
Es el gobernante en potencia, el hombre que en algún momento se convertirá en el conductor de su pueblo. Por eso debe estar preparado para cuando llegue ese momento. Siempre buscaba la oportunidad para ponernos de ejemplo a Fidel y la Revolución Cubana, especialmente cuando se refería a la necesidad urgente de consolidar y desarrollar la revolución después de la victoria.
-Cuando nosotros triunfamos y tomamos el poder en Cuba, nos decía, nos encontramos con un problema más difícil que el de la guerra: no teníamos gente capacitada para asumir responsabilidades. En un principio los cargos burocráticos se designaron prácticamente "a dedo". La rápida ruptura con el imperialismo nos mostró la dramática realidad: nos faltaban expertos para dirigir la economía, las industrias, la agricultura. Especialmente doloroso resultó comprender que no teníamos gente preparada en niveles intermedios, para orientar y dirigir a la masa que en contacto con la revolución había adquirido una sensibilidad extraordinaria y estaba ansiosa de aprender. Nos faltaban cuadros, es decir, hombres con un adecuado desarrollo político para interpretar las directivas que emanaban del poder central, convertirlas en realidad, trasmitiéndolas sin distorsiones a ese conglomerado de hombres y mujeres que tenían fe en nosotros, y a la vez poseer la suficiente sensibilidad como para percibir las manifestaciones más íntimas de ese núcleo humano y, a su vez, darlas a conocer al poder central.
Para el Ché, el cuadro debía reunir, entre otras, las siguientes cualidades:
-Gran valor físico y moral, desarrollo ideológico que le permita defender con su vida los principios revolucionarios, capacidad de análisis para tomar decisiones rápidas y adecuadas, sentido de la creación, disciplina y fidelidad.
El Ché quería que nosotros nos desarrolláramos no tan sólo como cuadros, sino también como hombres nuevos dentro del proceso de la lucha guerrillera. Constantemente nos repetía que teníamos que ser los mejores, el núcleo que debía convertirse en maestro de los nuevos combatientes que se fueran incorporando.
Pero esa formación del '”hombre del futuro", la toma definitiva de conciencia de clase que nos debía convertir en agente catalizador de las aspiraciones e inquietudes de la masa, teníamos que adquirirla en el transcurso de la guerra.
El Ché consideraba que el hombre es un ser fácilmente moldeable. Esta verdad la había descubierto la sociedad capitalista, por eso nos había educado en el respeto hacia el sistema. En las frecuentes conversaciones que teníamos durante las caminatas o en las exploraciones, nos instaba a eliminar las taras de la vieja sociedad decadente, "tomar conciencia". La conciencia era para él un valor fundamental. Su definición era breve y certera:
-No puede verse el comunismo meramente como un resultado de contradicciones de clase en una sociedad de alto desarrollo, que fueran a resolverse en una etapa de transición para alcanzar la cumbre; el hombre es un actor consciente de la historia. Sin esta conciencia, que engloba la de su ser social, no puede haber comunismo.
La toma de conciencia que significa romper las cadenas que atan al hombre con la sociedad decadente, equivale a su realización plena como criatura humana.
Otro de los rasgos que estimulaba era el amor hacia sus semejantes.
A mi juicio uno de los trabajos que retrata mejor al Ché como hombre, como político revolucionario, como el hermano más generoso de los pueblos oprimidos, es "El Socialismo y el Hombre en Cuba" en el que plantea:
"Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esa cualidad. Quizás sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe reunir a un espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas sin que se le contraiga un músculo. Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita."
Ché fue generoso siempre. Fuimos testigos de cómo trató sin rencor a los soldados enemigos, curó sus heridas aun restando medicamentos a nuestra propia gente, les dio trato digno y justo. Más tarde ellos, animalizados por el imperialismo, responderían a este gesto asesinándolo cobardemente.
Las lecciones del Ché estén vigentes y creemos que se plasmarán en los hombres del E.L.N., el ejército que él fundó.