Primera publicación: En la revista Living Marxism, Vol. 5, #2,
aparecido a finales de1940.
Versión al castellano: Traducido del inglés por el Grupo de Comunistas de Conselhos da Galiza
(Estado espanhol).
Edición digital: Por el Grupo de Comunistas de Conselhos da Galiza
(Estado espanhol) y el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques,
2005
Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2006.
Hace treinta años todo socialista estaba convencido que la guerra que se aproximaba entre los grandes poderes capitalistas significaría la catástrofe final del capitalismo y sería sucedida por la revolución proletaria. Incluso cuando la guerra estalló y el movimiento socialista y obrero se colapsó como un factor revolucionario, las esperanzas de los obreros revolucionarios siguieron siendo elevadas. Incluso luego estuvieron seguros de que la revolución mundial seguiría al despertar de la guerra mundial. Y de hecho así fue. Como un luminoso meteoro la revolución rusa se encendió y resplandeció sobre la Tierra, y en todos los países los obreros se alzaron y empezaron a movilizarse.
Sólo unos pocos años distan el volverse claro que la revolución estaba decayendo, que las convulsiones sociales estaban decreciendo, que el orden capitalista estaba siendo restaurado gradualmente. Hoy el movimiento de los obreros revolucionarios está en su aflujo más bajo y el capitalismo es más poderoso que nunca. Una vez más, una gran guerra ha llegado, y de nuevo los pensamientos de obreros y comunistas vuelven a la pregunta: ¿afectará al sistema sistema capitalista en tal grado que una revolución obrera surgirá de ello? ¿Se hará real esta vez la esperanza de una lucha victoriosa por la libertad de la clase obrera?
Está claro que nosotros no podemos esperar lograr una respuesta a esta pregunta en tanto que no entendamos por qué los movimientos revolucionarios después de 1918 han fracasado. Sólo investigando todas las fuerzas que estaban entonces actuando, podemos conseguir una visión clara de las causas de ese fracaso. Por eso, debemos volver nuestra atención sobre lo acontecido hace veinte años en el movimiento obrero mundial.
El crecimiento del movimiento obrero no fue el único hecho importante, ni siquiera el más importante en la historia del pasado siglo. De importancia primaria fue el crecimiento del capitalismo mismo. No sólo creció en intensidad -a través de la concentración de capital, la perfección creciente de las técnicas industriales, el incremento de productividad- sino también en extensión. Desde los primeros centros de la industria y el comercio -Inglaterra, Francia, América y Alemania-- el capitalismo empezó a invadir los países extranjeros, y ahora está conquistando el conjunto de la Tierra. En los siglos anteriores los continentes extranjeros fueron dominados para ser explotados como colonias. Pero al final del siglo XIX y el principio del XX vemos una forma superior de conquista. Estos continentes fueron asimilados por el capitalismo; se han vuelto ellos mismos capitalistas. Este proceso de mayor importancia, que siguió con rapidez creciente en el último siglo, significó un cambio fundamental en su estructura económica. En breve, allí estaba la base de una serie de revoluciones a lo largo del mundo.
Los países centrales de capitalismo desarrollado, con la clase media -la burguesía- como clase dominante, fueron antaño rodeados por una franja de otros, los países subdesarrollados. Aquí la estructura social todavía era enteramente agraria y más o menos feudal; las grandes llanuras eran cultivadas por campesinos que eran explotados por los terratenientes y permanecían en continua lucha más o menos abierta contra ellos y los autócratas regidores. En el caso de las colonias esta presión interna fue intensificada a través de la explotación por capital colonial europeo, que hizo sus agentes a los terratenientes y a los reyes. En otros casos esta explotación más fuerte por el capital europeo se ocasionó por medio de los préstamos financieros de los gobiernos, que pusieron altos impuestos a los campesinos. Se construyeron vías férreas, introduciendo los productos de fábrica que destruyeron las viejas industrias tradicionales y transportaron lejos materias primas y alimentos. Esto sacó gradualmente a los campesinos al comercio mundial y despertó en ellos el deseo de convertirse en productores libres para el mercado. Se construyeron fábricas; se desarrolló una clase de hombres de negocios y distribuidores en los pueblos que sentían la necesidad de un mejor gobierno para sus intereses. La juventud, estudiando en las universidades occidentales, se convirtió en el portavoz revolucionario de estas tendencias. Formularon estas tendencias en los programas teóricos, abogando principalmente por la libertad nacional y la independencia, un gobierno democrático responsable, derechos y libertades civiles, en orden de poder encontrar ellos mismos su lugar útil como funcionarios y políticos en un estado moderno.
Este desarrollo en el mundo capitalista tuvo lugar simultánea y apropiadamente con el desarrollo del movimiento obrero dentro de los países centrales de capitalismo avanzado. Había entonces dos movimientos revolucionarios, no sólo paralelos y simultáneos, sino también con muchos puntos de contacto. Tenían un enemigo común, el capitalismo, que en la forma de capitalismo industrial explotaba a los obreros, y en la forma de capitalismo colonial y financiero explotaba al campesinado en los países orientales y coloniales y sostenía a estos gobernantes despóticos. Los grupos revolucionarios de estos países sólo encontraron comprensión y ayuda por parte de los obreros socialistas de Europa occidental. Por eso se llamaron socialistas también. Las viejas ilusiones de que las revoluciones de la clase media traerían libertad e igualdad a la población entera estaban renaciendo.
En realidad había una diferencia profunda y fundamental entre estos dos tipos de objetivos revolucionarios, denominados como occidental y oriental. La revolución proletaria sólo puede ser el resultado del desarrollo más elevado del capitalismo. Pone fin al capitalismo. Las revoluciones en los países orientales eran las consecuencias del principio del capitalismo en estos países. Visto así, se asemejan a las revoluciones de la clase media en los países occidentales y -con la debida consideración para el hecho de que su carácter especial debe ser diferenciado en los distintos países- deben considerarse como revoluciones de la clase media. Aunque no había una numerosa clase media de artesanos, pequeñoburgueses y campesinos ricos tal como había sido en las revoluciones francesa e inglesa (porque en el Este, el capitalismo vino repentinamente, con un número menor de grandes fábricas) todavía su carácter general es análogo. También aquí tenemos el despertar afuera de la visión provinciana de una villa agraria hacia la conciencia de una gran comunidad nacional y hacia el interés por el mundo entero; el ascenso del individualismo que se libera de las ataduras de los viejos estratos; el crecimiento de la energía orientada a ganar poder y riqueza personales; la liberación del pensamiento de las viejas supersticiones, y el deseo del conocimiento como un medio de progreso. Todo esto es el armamento mental necesario para llevar a la humanidad desde la vida lenta de las condiciones precapitalistas hasta el rápido progreso industrial y económico que más tarde abrirá el camino para el comunismo.
El carácter general de una revolución proletaria debe ser totalmente diferente. En lugar de una pugna temeraria por los intereses personales debe haber una acción común por los intereses de la comunidad de la clase. Un obrero, una sola persona, es impotente; sólo como parte de su clase, como miembro de un grupo económico fuertemente conectado puede conseguir poder. Las individualidades de los obreros son disciplinadas ordenadamente por su hábito de trabajar y luchar juntos. Sus mentes deben liberarse de las supersticiones sociales y ver como una verdad común el que, una vez están fuertemente unidos, entonces pueden producir la abundancia y liberar a la sociedad de la miseria y la necesidad. Esto es parte del armamento mental necesario para llevar a la humanidad desde la explotación de clase, la miseria, la destrucción mutua del capitalismo, hasta el mismo comunismo.
Por consiguiente, las dos clases de revolución son tan ampliamente diferentes como que son el principio y el fin del capitalismo. Ahora podemos ver esto claramente, treinta años después. Podemos también entender cómo hasta el momento pudieron no sólo ser considerados como aliados, sino lanzados juntos como las dos caras de la misma gran revolución mundial. Se suponía que el gran día estaba cercano; la clase obrera, con sus grandes partidos socialistas y todavía más grandes sindicatos, conquistaría pronto el poder. Y entonces, al mismo tiempo, con el poder del capitalismo occidental abatido, todas las colonias y los países orientales serian liberados de la dominación occidental y se dedicarían a su propia vida nacional.
Otra razón de la confusión de estos diferentes objetivos sociales estaba en que, en ese período, los pensamientos de los obreros occidentales estaban completamente ocupados por las ideas reformistas acerca de reformar el capitalismo hacia las formas democráticas de sus comienzos y sólo unos pocos entre ellos comprendieron el significado de una revolución proletaria.
La guerra mundial de 1914-18, con su destrucción absoluta de fuerzas productivas, incidió profundos surcos por entre la estructura social, sobre todo de Europa central y oriental. Los emperadores desaparecieron, los viejos gobiernos anticuados fueron derrocados, las fuerzas sociales de debajo se desataron, las diferentes clases de pueblos diferentes, en una serie de movimientos revolucionarios, intentaron ganar el poder y realizar sus aspiraciones de clase.
En los países altamente industrializados la lucha de clase de los obreros era ya el factor dominante de la historia. Ahora estos obreros habían pasado por una guerra mundial. Aprendieron que el capitalismo no sólo se instala en el derecho sobre su fuerza de trabajo, sino también en sus vidas; completamente, en cuerpo y alma, son poseídos por el capital. La destrucción y pauperización del aparato productivo, la miseria y la privación sufridas durante la guerra, la desilusión y el dolor después de que la paz trajese oleadas de inquietud y insubordinación sobre todos los países participantes. Porque Alemania había perdido, allí la rebelión de los obreros era mayor. En lugar del conservadurismo de preguerra, se levantó un nuevo espíritu en los obreros alemanes, compuesto de valor, energía, anhelos de libertad y de lucha revolucionaria contra el capitalismo. Era sólo un comienzo, pero fue el primer comienzo de una revolución proletaria.
En los países orientales de Europa la lucha de clases tenía una composición diferente. La nobleza propietaria de la tierra fue desposeída; los campesinos se apropiaron de la tierra; surgió una pequeña clase de pequeños o medianos propietarios de tierras. Los conspiradores revolucionarios anteriores se convirtieron en los jefes, ministros y generales en los nuevos Estados nacionales. Estas revoluciones eran las revoluciones de la clase media y como tales indicaron el principio de un desarrollo ilimitado del capitalismo y la industria.
En Rusia esta revolución fue más profunda que en cualquier otra parte. Porque destruyó el poder del mundo zarista que durante un siglo había sido un poder dominante en Europa y el más odiado enemigo de toda democracia y socialismo, la revolución rusa lideró a todos los movimientos revolucionarios en Europa. Esta hegemonía había sido asociada durante muchos años con los jefes socialistas de Europa occidental, del mismo modo que el Zar había sido el aliado de los gobiernos ingleses y franceses. Es cierto que los principales contenidos sociales de la Revolución rusa -las apropiaciones de la tierra por los campesinos y el aplastamiento de la autocracia y la nobleza- la muestran como si fuese una revolución de clase media, y los bolcheviques mismos acentuaron este carácter comparándose a menudo con los jacobinos de la Revolución francesa.
Pero los obreros en el oeste, llenos de tradiciones de libertad pequeñoburguesa, no consideraron esto extraño a ellos. Y la revolución rusa simplemente no hizo más que despertar su admiración; les enseñó un ejemplo en los métodos de acción. Su poder en los momentos decisivos era el poder de las acciones de masas espontáneas de los obreros industriales en las grandes ciudades. Además de esas acciones, los obreros rusos construyeron esa forma de organización más apropiada para la acción independiente - los soviets o consejos. Así se hicieron los guías y maestros de los obreros en otros países.
Cuando un año después, en noviembre de 1918, el imperio alemán se derrumbó, la apelación a la revolución mundial emitida por los bolcheviques rusos fue aclamada y bienvenida por los principales grupos revolucionarios en Europa occidental. Estos grupos, llamándose a sí mismos comunistas, estaban fuertemente impresionados por el carácter proletario de la lucha revolucionaria en Rusia que pasaron por alto el hecho que, económicamente, Rusia permanecía sólo en el umbral del capitalismo, y que los centros proletarios eran sólo pequeñas islas en el océano del campesinado primitivo. Mas aún, razonaron que cuando viniese una revolución mundial, Rusia sería sólo una provincia del mundo -el lugar dónde la lucha comenzó- mientras que los países más desarrollados en el capitalismo avanzado tomarían pronto el primer plano y determinarían el curso real del mundo.
Pero el primer movimiento rebelde entre los obreros alemanes fue derrotado. Era sólo una minoría avanzada la que tomó parte; la gran masa se mantuvo apartada, alimentándose de la ilusión de que la tranquilidad y la paz eran ahora posibles. Contra estos rebeldes se puso en pie una coalición del partido socialdemocráta, cuyos jefes ocuparon los asientos gubernamentales, y las viejas clases dominantes, burguesía y funcionarios del ejército. Mientras el anterior acunó a las masas en la inactividad, las bandas armadas organizadas de los últimos aplastaron el movimiento rebelde y asesinaron a los dirigentes revolucionarios, Liebnecht y Rosa Luxemburgo.
La revolución rusa, a través del miedo, había despertado en la burguesía una mayor energía que la que había despertado en el proletariado a través de la esperanza. Aunque, por el momento, la organización política de la burguesía se había derrumbado, su poder real material y espiritual era enorme. La dirección socialista no hizo nada para debilitar este poder; temieron la revolución proletaria no menos de lo que lo hizo la burguesía. Hicieron todo para restaurar el orden capitalista en que, por el momento, ellos eran ministros y presidentes.
Esto no significó que la revolución proletaria en Alemania fuese un fracaso total. Sólo el primer ataque, la primera rebelión había fallado. El derrumbamiento militar no había llevado directamente a la dominación del proletariado. El poder real de la clase obrera -la conciencia clara por parte de las masas de su posición social y de la necesidad de luchar, la más ansiosa actividad en todos estos centenares de miles, el entusiasmo, la solidaridad y una fuerte unidad en la acción, el conocimiento del objetivo supremo: tomar los medios de producción en sus propias manos- tenía en cualquier caso que surgir y crecer progresivamente. Tanta miseria y crisis eran amenazantes en la sociedad de postguerra exhausta, destrozada y empobrecida, en la que estaban encerradas las nuevas luchas que habrían de venir.
En todos los países capitalistas, en Inglaterra, Francia, América, así como en Alemania, los grupos revolucionarios surgieron entre los obreros en 1919. Publicaron papeles y folletos, mostraron a sus compañeros obreros los nuevos hechos, nuevas condiciones y nuevos métodos de lucha, y encontraron buena audiencia entre las masas alertadas. Apuntaron a la revolución rusa como a su gran ejemplo, sus métodos de acción de masas y su forma de organización el soviet o consejo. Se organizaron en los partidos y grupos comunistas, asociándose con el Bolchevique, el partido comunista ruso. De este modo se lanzó la campaña por la revolución mundial.
Pronto, sin embargo, estos grupos se dieron cuenta con incrementada y dolorosa sorpresa que, bajo el nombre de comunismo, se estaban propagando desde Moscú otros principios e ideas distintos que los suyos propios. Apuntaron a los soviets rusos como los nuevos órganos obreros para la autogestión de la producción. Pero gradualmente se supo que las fábricas rusas eran de nuevo gestionadas por directores fijados desde arriba, y que la posición política suprema había sido apropiada por el Partido Comunista. Estos grupos occidentales promulgaron la dictadura del proletariado, que en oposición a la democracia parlamentaria encarnó el principio de la autonomía de la clase obrera como la forma política de la revolución proletaria.
Los portavoces y dirigentes que Moscú envió a Alemania y Europa occidental proclamaron que la dictadura del proletariado estaba encarnada en la dictadura del Partido Comunista.
Los comunistas occidentales vieron como su tarea principal el esclarecimiento de los obreros acerca del papel del partido socialista y de los sindicatos. Señalaron que en estas organizaciones las acciones y decisiones de los dirigentes sustituían las acciones y decisiones de los obreros, y que los jefes nunca pudieron emprender una lucha revolucionaria porque una revolución consiste en esta misma autoactividad de los obreros; que las acciones del sindicato y la práctica parlamentaria son buenas en un mundo capitalista joven y acallado, pero es completamente incapaz durante los períodos revolucionarios, donde, desviando la atención de los obreros de los objetivos y metas importantes y dirigiéndolos a reformas irreales, actúan como fuerzas hostiles y reaccionarias; que todo el poder de estas organizaciones, en manos de dirigentes, es usado contra la revolución. Moscú, sin embargo, exigió que los partidos comunistas debían tomar parte en las elecciones parlamentarias así como en todo el trabajo de los sindicatos. Los comunistas occidentales predicaron la independencia, el desarrollo de la iniciativa, la confianza en sí mismos, el rechazo de la dependencia y la creencia en los jefes. Pero Moscú predicó, en términos cada vez más fuertes, que la obediencia a los jefes era la virtud principal del verdadero comunista.
Los comunistas occidentales no comprendieron inmediatamente como de fundamental era la contradicción. Vieron que Rusia, atacada de todos lados por ejércitos contrarrevolucionarios, que estaban apoyados por los gobiernos inglés y francés, necesitaba la simpatía y ayuda de las clases obreras occidentales; no por parte de grupos pequeños que furiosamente atacaban a las viejas organizaciones, sino de las viejas organizaciones de masas mismas. Por eso intentaron convencer a Lenin y a los dirigentes rusos que estaban mal informados sobre las condiciones reales y el futuro del movimiento proletario en el Oeste. En vano, claro. No vieron, en su momento, que en realidad eso era el conflicto entre dos concepciones de la revolución, la revolución de la clase media y la revolución proletaria.
Era realmente natural que Lenin y sus camaradas fueran absolutamente incapaces ver que la revolución proletaria inminente del oeste era algo muy diferente de su revolución rusa. Lenin no conoció el capitalismo desde dentro, en su desarrollo más elevado, como un mundo de crecientes masas proletarias, movilizándose hasta el momento en que pudieran tomar el poder en sus manos en un aparato de producción potencialmente perfecto. Lenin conoció el capitalismo sólo desde fuera, como un extranjero, robando, devastando, usurero, como el capital financiero y colonial occidental debía haber aparecido ante él en Rusia y otros países asiáticos. Su idea era de que, para vencer, las masas occidentales tenían sólo que unirse al poder anticapitalista establecido en Rusia; no deberían intentar obstinadamente buscar otras formas, sino seguir el ejemplo ruso. Así, se necesitaron las tácticas flexibles en el oeste para ganar las grandes masas de miembros socialistas y sindicales lo más pronto posible, inducirlos a dejar sus propios partidos y dirigentes que se ligaron a sus gobiernos nacionales, y a unirse a los partidos comunistas, sin necesidad de cambiar sus propias ideas y convicciones. Por eso las tácticas de Moscú se siguieron lógicamente de su equivocación básica.
Y lo que Moscú había propagado tenía por lejano lo de mayor peso. Tenía la autoridad de un victorioso contra una revolución (alemana) derrotada. ¿Usted será más sabio que sus maestros? La autoridad moral del comunismo ruso era tan indiscutible que incluso un año después la oposición alemana excluida pidió ser admitida como un 'simpatizante' adherente a la III Internacional. Pero junto a la autoridad moral, los rusos tenían la autoridad material del dinero detrás de ellos. Una cantidad enorme de literatura, fácilmente pagada a través de los subsidios de Moscú, inundó los países occidentales: los periódicos semanales, los folletos, las noticias excitantes sobre los éxitos en Rusia, los análisis científicos, todo explicando la visión de Moscú. Contra esta ofensiva arrolladora de propaganda espectacular, los pequeños grupos de comunistas occidentales, con su falta de recursos financieros, no tenían ninguna oportunidad. De ahí el nuevo y germinante reconocimiento de que las condiciones necesarias para la revolución estaban derrotadas y estranguladas por las poderosas armas de Moscú. Más aún, se usaron los subsidios rusos para sostener un número de secretarios asalariados del partido, quienes, bajo la amenaza de despedidos, naturalmente se convirtieron en defensores de las tácticas rusas.
Cuando se volvió visible que incluso todo esto no era suficiente, el mismo Lenin escribió su bien conocido folleto "El comunismo de izquierdas, una enfermedad infantil". Aunque sus argumentos mostraron solamente su falta de entendimiento de las condiciones occidentales, el hecho que Lenin, con su autoridad imbatida, tomase partido tan abiertamente en las diferencias internas, tenía una gran influencia en muchos comunistas occidentales. Y todavía, no obstante a todo esto, la mayoría del Partido Comunista Alemán se adherió al conocimiento que habían ganado a través de su experiencia de luchas proletarias. Por eso en su próximo congreso en Heidelberg, Dr. Levi, mediante algunos trucos sucios, tenía primero que dividir a la mayoría -para excluir a una parte, y luego para acumular más votos que otros- con objeto de ganar una victoria formal y aparente para las tácticas de Moscú.
Los grupos excluidos siguieron durante algunos años diseminando sus ideas. Pero sus perspectivas fueron ahogadas por el bullicio enorme de la propaganda de Moscú, no tuvieron influencia apreciable en los eventos políticos de los años próximos. Sólo podían mantener y desarrollar, a través de las discusiones teóricas mutuas y de algunas publicaciones, su comprensión de las condiciones de la revolución proletaria, y mantenerse vivos durante los tiempos que estaban por venir.
Los comienzos de una revolución proletaria en el oeste habían sido asesinados por la poderosa revolución de clase media del este.
¿Es correcto llamar a esta revolución rusa, que destruyó la burguesía e introdujo el socialismo, una revolución de la clase media?
Algunos años después, en las grandes ciudades de la extremadamente pobre Rusia, aparecieron las tiendas especializadas, con los frentes de cristal de espejo y caras y exquisitas delicadezas, especialmente para los ricos, y se abrieron lujosos clubes nocturnos, frecuentados por señores y señoras con vestido de tarde -jefes de departamentos, altos funcionarios, directores de fábricas y comités-. Estaban mirando fijamente, con asombro, los pobres en las calles, y los comunistas desilusionados dijeron: "Allí va la nueva burguesía". Estaban equivocados. No era una nueva burguesía; pero era una nueva clase dominante. Cuando una nueva clase dominante surge, los revolucionarios defraudados siempre la llaman por el nombre de la clase dominante anterior. En la revolución francesa, los capitalistas ascendentes fueron llamados "la nueva aristocracia". Aquí en Rusia, la nueva clase firmemente acomodada en la silla como los amos del aparato de producción era la burocracia. Tenía que desempeñar en Rusia el mismo papel que en el oeste la clase media, la burguesía, había desempeñado: desarrollar el país por medio de la industrialización, desde las condiciones primitivas hasta la alta productividad.
Así como en Europa occidental la burguesía había surgido del pueblo vulgar de artesanos y campesinos, incluyendo algunos aristócratas, a través de la habilidad, la suerte y la astucia, del mismo modo la burocracia dominante rusa había surgido de la clase obrera y los campesinos (incluyendo a los funcionarios anteriores) por la habilidad, la suerte y la astucia. La diferencia es que en la URSS ellos no se apropiaron individualmente de los medios de producción, sino colectivamente; su competición entre sí, también, debía sucecer bajo otras formas. Esto significa una diferencia fundamental en el sistema económico; producción colectiva planificada y explotación en lugar de producción individual al azar y explotación; capitalismo de estado en lugar de capitalismo privado. Para las masas obreras, sin embargo, la diferencia es despreciable, no fundamental; una vez más son explotados por una clase media. Pero ahora esta explotación está intensificada por la forma dictatorial de gobierno, por la falta total de todas esas libertades que en el oeste hacen posible la lucha actual contra la burguesía.
Este carácter de la Rusia moderna determinó el carácter de la lucha de la Tercera Internacional. Alternando los discursos calientes al rojo con el oportunismo parlamentario más llano, o combinando ambos, la III Internacional intentó ganar la adhesión de las masas obreras del oeste. Explotó el antagonismo de clase de los obreros contra el capitalismo para ganar poder para el Partido. Recogió todo el entusiasmo revolucionario de la juventud y todos los impulsos rebeldes de las masas, les impidió desarrollarse hacia un poder proletario creciente, y los consumió en aventuras políticas inútiles. Esperó así conseguir el poder sobre la burguesía occidental; pero tampoco fue capaz de hacerlo, porque la comprensión del carácter íntimo del capitalismo avanzado estaba totalmente ausente en ella. Este capitalismo no puede ser conquistado por una fuerza externa; sólo puede ser destruido desde dentro, por la revolución proletaria. La dominación de clase sólo puede ser destruida por la iniciativa y el discernimiento de una clase proletaria con confianza en sí misma: la disciplina de partido y la obediencia de las masas a sus jefes sólo pueden conducir a una nueva dominación de clase. De hecho, en Italia y en Alemania esta actividad del Partido Comunista preparó el camino para el fascismo.
Los Partidos Comunistas que pertenecen a la III Internacional son completamente -materialmente y intelectualmente- dependientes de Rusia, son los sirvientes obedientes de los gobernantes de Rusia. Por lo tanto, cuando Rusia, después de 1933, sintió que debía alinearse con Francia contra Alemania, toda la intransigencia anterior fue olvidada. El Comintern se volvió el campeón de la "democracia" y se unió no sólo con los socialistas sino incluso con algunos partidos capitalistas en el llamado Frente Popular. Gradualmente su poder de atracción, por medio de la pretensión de representar las viejas tradiciones revolucionarias, empezó a desaparecer; sus seguidores en el proletariado disminuyeron.
Pero al mismo tiempo, su influencia en las clases medias intelectuales en Europa y América empezó a crecer. Un amplio número de libros y análisis en todos los campos del pensamiento social fue difundido por casas editoriales del P.C. más o menos camufladas, en Inglaterra, Francia y América. Algunos de ellos eran valiosos estudios históricos o recopilaciones populares; pero mayormente eran exposiciones sin valor del llamado Leninismo. Toda esta literatura era evidentemente no destinada a los obreros, sino a los intelectuales, con objeto de ganarlos para el comunismo ruso.
La nueva aproximación encontró algún éxito. El ex-diplomático soviético Alejandro Barmine dice en sus memorias cómo percibió con sorpresa en Europa occidental que sólo cuando él y otros Bolcheviques empezaron a tener sus dudas acerca del resultado de la revolución rusa, los intelectuales de la clase media occidental, engañados por las alabanzas mentirosas de los éxitos del Quinto Plan Anual, empezaron a sentir un interés simpatizante en el Comunismo. La razón está clara: ahora esa Rusia no era obviamente uno más de los Estados obreros; sintieron que esta dominación del capitalismo de estado de una burocracia se volvió más cercana a sus propios ideales de gobierno por la intelectualidad de lo que lo hizo el gobierno europeo y americano de las grandes finanzas. Ahora que una nueva minoría dominante desde fuera y por encima de las masas se estableció en Rusia, el Partido comunista, su sirviente externo, tenía que volverse a esas clases de las que, cuando el capitalismo privado colapsase, surgirían los nuevos gobernantes para explotar a las masas.
Claro, para triunfar de esta manera, necesitaban una revolución obrera para derrotar el poder capitalista. Luego, debían intentar desviarla de sus propias aspiraciones y convertirla en un instrumento para el gobierno de su partido. Vemos así qué tipo de dificultades tendrá que afrontar la revolución futura de la clase obrera. Tendrá que luchar no sólo contra la burguesía sino también contra los enemigos de la burguesía. No sólo tiene que despojarse del yugo de sus presentes amos; también debe guardarse de aquellos que intentarían ser sus amos futuros.
El mundo ha entrado ahora en su nueva gran guerra imperialista. Cautos, aunque los gobiernos belicosos pueden estar manipulando las fuerzas económicas y sociales e intentando impedir el infierno de dejarlas completamente sueltas, no serán capaces de detener la catástrofe social. Con el agotamiento general y el empobrecimiento, los más severos en la Europa continental, con el espíritu de feroz agresividad todavía potente, las luchas violentas de clases acompañarán los inevitables nuevos ajustes del sistema de producción. Entonces, con el capitalismo privado desmoronado, las cuestiones serán en un lado la economía planificada, el capitalismo de estado, la explotación obrera; en el otro la libertad de los obreros y el dominio sobre la producción.
La clase obrera está yendo a esta guerra gravada por la tradición
capitalista de mando del Partido y la tradición quimérica de una
revolución del tipo ruso. La tremenda presión de esta guerra conducirá
a los obreros a la resistencia espontánea contra sus gobiernos y hacia
los inicios de nuevas formas de lucha real. Una vez que Rusia entre en el campo
contrario a los poderes occidentales, volverá a reabrir esa vieja caja
de eslóganes y apelará a los obreros en favor de la "revolución
mundial contra el capitalismo" en un esfuerzo por poner a los obreros de
mente rebelde de su lado. Así, el Bolchevismo tendrá su oportunidad
una vez más. Pero esto no sería ninguna solución para los
problemas de los obreros. Cuando la miseria general aumenta y los conflictos
entre las clases se hacen más feroces, la clase obrera debe, por
su propia necesidad, apropiarse de los medios de producción y encontrar
los caminos para liberarse de la influencia del Bolchevismo.