Título original: "Massenaktion und Revolution"
Publicado: en Die Neue Zeit, año XXX, vol. 2, 1912.
Traducido: y publicado digitalmente por el Grupo de Comunistas de Conselhos da Galiza (Estado espanhol)
HTML: Jonas Holmgren
El desarrollo político y social de los últimos años ha llevado cada vez más a un primer plano el problema de las acciones de masas. A partir de las enseñanzas de la revolución rusa, aquellas fueron reconocidas teóricamente por el partido en 1905 como método en la lucha de clases; durante la campaña por el derecho al voto en Prusia en 1908 y 1910, irrumpen por primera vez en forma imponente y desde entonces, salvo temporales recesos por las necesidades de la campaña electoral, son objeto de intensos debates y polémicas. Este desarrollo no es casual. Por un lado es la consecuencia de la fuerza creciente del proletariado y por otro el resultado necesario de las nuevas formas del capitalismo que nosotros denominamos imperialismo.
Las causas del imperialismo y de las fuerzas que lo impulsan no necesitan preocuparnos en este lugar; simplemente describimos su presencia y sus efectos: la política de dominación del mundo, la carrera armamentista -en especial la construcción de flotas de guerra-, las conquistas coloniales, la creciente presión de los impuestos, el peligro de guerra, el creciente espíritu de violencia y la prepotencia de clase de la burguesía, la reacción interna, el freno a las reformas sociales, la organización de los empresarios, las trabas a la lucha sindical, la carestía. Todo esto lleva a la clase trabajadora a nuevas posiciones de combate. Antes se podía entregar, de vez en cuando, al menos, a la ilusión de progresar lenta pero constantemente en lo sindical a través del mejoramiento de las condiciones de trabajo v en lo político por medio de reformas sociales y la ampliación ¿e sus derechos políticos. Ahora debe poner en tensión todas sus fuerzas para no ser despojada de los niveles de vida y los derechos ya conquistados. Su ofensiva se ha transformado ante todo en defensiva. De tal manera la lucha de clases se torna más aguda y generalizada; en lugar de la esperanza en lograr una situación mejor, la fuerza impulsora de la lucha es, cada vez más, la amarga necesidad de defenderse ante el deterioro de sus condiciones de vida. El imperialismo amenaza a las masas populares con nuevos peligros y catástrofes -tanto a la pequeña burguesía como a los trabajadores- y los empuja a la resistencia; los impuestos, la carestía, el peligro de guerra, vuelven imprescindible una defensa encarnizada. Pero estas calamidades sólo en parte tienen su origen en resoluciones parlamentarias y por tanto sólo parcialmente pueden ser combatidas en el parlamento. Las masas mismas deben hacer acto de presencia, hacerse valer en forma directa y ejercer presión sobre la clase dominante. Y a ese deber se agrega el poder resultante de la fuerza creciente del proletariado; entre la impotencia del parlamento y de nuestra fracción en él para combatir estos peligros, surge una contradicción cada vez más profunda con la creciente conciencia de poder de la clase trabajadora. De ahí que sean las acciones de masas una consecuencia natural del desarrollo imperialista del capitalismo moderno y se transformen cada vez más en formas necesarias de lucha contra el mismo.
El imperialismo y las acciones de masas son hechos nuevos que sólo paulatinamente han de ser elaborados teóricamente y comprendidos en su significación y su esencia. Esto se hará posible sólo a través de la polémica partidaria que en los últimos años se ha estado ocupando intensamente de ellos. Estos hechos traen un cambio en el pensar y el sentir, una nueva orientación de los espíritus, que va más allá de la contraposición -surgida ante todo de la táctica de lucha parlamentaria- entre radicalismo y revisionismo. Estas polémicas separan momentáneamente o para siempre a aquellos que hasta ahora han estado unidos en la lucha y no eran conscientes de que existiera alguna divergencia. Estas polémicas aparecen entonces como lamentables y penosos malentendidos, por lo que las discusiones asumen una especial dureza. Tanto más necesario resulta, para aclarar las diferencias, referirse a los fundamentos de las tácticas de lucha del proletariado. Posteriormente polemizaremos con dos artículos de Kautsky del año anterior.
El poder estatal es el órgano de la sociedad que ejerce potestad sobre el derecho y la ley. El poder político, el control del poder estatal, debe ser en consecuencia el objetivo de toda clase revolucionaria. La conquista del poder político es la condición previa para el socialismo. La burguesía posee actualmente el poder del estado y lo utiliza para dar forma y estabilidad al derecho y la ley al servicio de sus intereses capitalistas. Ella, sin embargo, se va transformando en una minoría que además, y en grado creciente, pierde su significación e importancia en relación al proceso de producción. La clase trabajadora, en cuvas manos reside la mas importante función económica, conforma una mayoría siempre creciente dentro de la población; en esto descansa la certeza de que ha de ser capaz de conquistar el poder político. Pero se trata de observar más de cerca las condiciones y métodos de su revolución política. ¿Por qué la clase trabajadora a pesar de superar a la burguesía en cantidad e importancia económica, no ha podido aún conquistar el poder? ¿Cómo es posible que casi siempre en la historia de la civilización, una minoría explotadora haya podido dominar a la gran masa del pueblo explotado? Esto es así porque influyen muchos otros factores de poder.
El primero de estos factores de poder es la superioridad espiritual de la minoría dominante. Como clase que vive de la plusvalía y que tiene el control de la producción en sus manos, ella dispone de la formación espiritual, de todas las ciencias; con una perspicacia que abarca a toda la sociedad ella sabe -aunque, se encuentre gravemente amenazada por las masas en rebelión cómo encontrar nuevas formas de salvarse. A veces, mediante su autoconciencia y una gran perseverancia y otras, mediante la traición, consiguen embaucar a las masas ingenuas. La historia de cada rebelión de esclavos en la antigüedad, de cada guerra campesina en el medioevo, nos ofrece ejemplos de esto. El poder del espíritu es la más poderosa fuerza de este mundo. En la sociedad burguesa, donde una cierta formacion espiritual es patrimonio común de todas las clases, en lugar del monopolio de la educación por la clase dominante, se da el dominio espiritual sobre la masa del pueblo. A través de la escuela, la iglesia, la prensa burguesa, amplias capas del proletariado son envenenadas con concepciones burguesas. La dependencia espiritual de la burguesía es una de las causas principales de la debilidad del proletariado.
El segundo factor de poder de la clase dominante y el más importante reside en su rigurosa y firme organización. Un pequeño número bien organizado es siempre más fuerte que una masa numerosa y desorganizada. Esa organización de la clase dominante es el poder del estado. Ella aparece como la totalidad de los empleados estatales que, distribuídos por todas partes como autoridad entre la masa del pueblo, son dirigidos desde la sede central del gobiemo en un sentido determinado. La voluntad unitaria que emana de la cúpula, conforma la fuerza interior y la esencia de esta organización. De allí se deriva una poderosa supremacía moral que se manifiesta en la autoconciencia de sus actos frente a la masa desarticulada, en la que cada individuo quiere algo distinto. Ella configura al mismo tiempo un gigantesco pulpo que con sus finos tentáculos manejados desde el cerebro central, penetra en cada rincón del país; es un organismo compacto ante el cual los demás individuos, sean ellos tan numerosos como se quiera, son sólo débiles partículas. Todo individuo con obediencia que no se adapte es automátícamente aferrado y aplastado por este artístico mecanismo; y la conciencia de esta situación mantiene a la masa a respetuosa distancia.
Si surge entonces un gesto de rebelión entre las masas y des aparece el respeto por las altas autoridades, si se unifican las partículas en la creencia de que van a terminar fácilmente con un par de molestos empleados estatales, ya tiene el estado para tal eventualidad medios de represión más poderosos: la policía y el ejército. También ellos son minorías, pequeños grupos, pero provistos de armas mortíferas y fundidos -por medio de una rigurosa disciplina militar- en cuerpos estables e inatacables que accionan como máquinas automáticas en manos de quienes las comandan. Contra su poder, la masa está indefensa, aun si ésta intenta armarse.
Una clase que surge puede conquistar y retener el poder del estado en razón de su importancia economica y su poderío; así lo hizo la burguesía como dirigente de la producción capitalista y poseedora del dinero. Sin embargo, a medida que su función económica se hace superflua y se degrada a la condición de clase parasitaria, en igual proporción desaparece ese factor de su poder. Entonces pierde también su prestigio y su superioridad espiritual, y, finalmente, sólo le queda, como base de su dominación, el control del poder del estado con todos sus instrumentos represivos. Si el proletariado quiere conquistar el poder, debe derrotar al poder del estado, la fortaleza en la cual la clase dominante se ha atrincherado. La lucha del proletariado no es simplemente una lucha contra la burguesía por el poder del estado como objetivo, sino una lucha contra el poder estatal. El problema de la revolución social, se puede sintetizar diciendo que se trata de hacer crecer el poder del proletariado a tal punto que éste supere al poder del estado. Y el contenido de esa revolución es la destrucción y liquidación de los instrumentos de poder del estado usando los instrumentos de poder del proletariado.
El poder del proletariado consiste primero, en un factor independiente de nuestro accionar al que ya antes se hizo alusión: su número y su significación económica, ambos en constante crecimiento a causa del desarrollo económico y que hacen de la clase trabajadora, en grado cada vez mayor, la clase social determinante. junto a este factor se encuentran otros dos grandes factores de poder cuyo crecimiento es la finalidad de todo el movimiento obrero: conocimiento y organización. El conocimiento es, en su forma primera y más simple, conciencia de clase que, poco a poco, crece hacia la clara comprensión de la esencia de la lucha política y de la lucha de clases en general, y de la naturaleza del desarrollo capitalista. A través de su conciencia de clase, el trabajador se libera de la dependencia espiritual de la burguesía; mediante el conocimiento político y social se quiebra la supremacía espiritual de la clase dominante.
La organización es la fusión de los individuos, antes dispersos, en una unidad. En la dispersión, la voluntad de cada uno tiene una dirección independiente de la de todos los demás, mientras que la organización significa unidad, la misma dirección para las voluntades individuales. Mientras las fuerzas de los átomos individuales estén dirigidas en todas direcciones, se habrán de anular mutuamente y el efecto del conjunto será igual a cero; si todas esas fuerzas, en cambio, son dirigidas en la misma dirección, la masa en su conjunto presionará tras esa fuerza, tras esa voluntad conjunta. La argamasa que mantiene unidos a esos individuos y los obliga a caminar juntos es la disciplina, ella hace que cada uno determine su actuar, no por sus ideas, inclinaciones o intereses particulares, sino por la voluntad y el interés de la totalidad. La costumbre de subordinar la actividad individual a un todo en la organización de las grandes fábricas, crea en el proletariado moderno las condiciones previas para tales organizaciones. La práctica de la lucha de clases las va construyendo, las hace cada vez más amplias y su estabilidad interna y disciplina se vuelven cada vez más firmes. La organización es el arma más poderosa del proletariado. El enorme poder que posee la minoría dominante por su firme organización, sólo podrá ser derrotado con la fuerza aún mayor de la organización de la mayoría. El constante crecimiento de esos factores: significación económica, conocimiento y organización, hace crecer el poder del proletariado por encima del de la clase dominante[1*]. Recién entonces están dadas las condiciones previas para la revolución social. Aqui se pone finalmente en claro en qué sentido, la vieja idea de una rápida conquista del poder político por una minoría fue una ilusión. Esa posibilidad no debe ser descartada apriorísticamente ya que podría, mediante un poderoso empujón, provocar un formidable salto en el desarrollo social. Pero la esencia de la revolución es por cierto, algo muy distinto, la revolución es la conclusión de un proceso de profunda transformación que cambia totalmente el carácter y la esencia de las masas populares explotadas. De un montón de individuos dispersos que eran antes, que obedecían sólo a sus intereses particulares, se transforman en un sólido ejército de combatientes lúcidos que se dejan guiar por intereses comunes. Antes impotentes, obedientes, una masa inerte frente al poder consciente y organizado de la burguesía que la moviliza para sus propios fines, se transforma en una humanidad organizada, capaz de determinar la propia suerte con voluntad consciente y enfrentarse porfiadamente a los viejos dominadores. De la pasividad pasa a la acción, deviene un organismo con vida, con una unidad y una articulación autogeneradas con conciencia y órganos propios. La destrucción del dominio del capital tiene como condición fundamental que la masa del pueblo esté firmemente organizada y plena de espíritu socialista; si esta condición ha sido llenada en medida suficiente, el dominio del capital será entonces imposible. Ese surgir de las masas, su organización y su toma de conciencia, conforman ya lo esencial, la médula del socialismo. El dominio del estado capitalista, que intenta con su violencia estatal frenar el libre desarrollo del nuevo organismo viviente, se transforma cada vez más en una envoltura muerta, como la cáscara que rodea al pájaro dispuesto a nacer y como ésta, necesariamente será destruido. Es probable que esta destrucción, la conquista del poder, signifique un enorme esfuerzo de trabajo y de lucha: pero lo esencial, lo decisivo, su condición previa y fundamento es el crecimiento del organismo proletario, la formación del poder de la clase trabajadora, necesario para el triunfo.
La ilusión de que la conquista del poder es posible a través del parlamento se apoya básicamente en la idea de que el parlamento elegido por el pueblo es el órgano legislativo principal. Si el parlamentarismo y la democracia dominaran, si el parlamento controlara la totalidad del poder del estado y la mayoría popular controlara al parlamento, seria la lucha electoral el camino directo para la conquista del poder político -es decir la conquista paulatina de las mayorías populares mediante la práctica parlamentaria, el esclarecimiento de las conciencias y la puja electoral.
Pero tales condiciones faltan, no se encuentran en ningún lado y menos en Alemania. Tienen que ser creadas por las luchas constitucionales y sobre todo por medio de la conquista del derecho al voto democrático. En su aspecto formal la conquista del poder político tiene dos momentos: primero, la creación de las bases constitucionales, la conquista para las masas de los derechos políticos fundamentales y, segundo, la utilización correcta de esos derechos: ganar a las masas populares para el socialismo. Donde la democracia ya está dada, el segundo momento es el más importante; en cambio, donde las grandes masas ya han sido ganadas para el socialismo pero faltan los derechos, como es el caso aquí en Alemania, el peso de gravedad de la lucha por el poder se centra no en la lucha por medio de los derechos existentes, sino en la lucha por la conquista de los derechos políticos.
Naturalmente, estas relaciones no están dadas aqui por casualidad; la falta de bases constitucionales para un poder popular en un país con un movimiento obrero altamente desarrollado es la forma necesaria para la dominación del capital. Indica claramente que el poder efectivo se encuentra en manos de la clase propietaria.
Mientras ese poder se encuentre inquebrantado, la burguesía no nos va a ofrecer los medios formales para desalojarla pacíficamente. Ella debe ser golpeada, su poder debe ser quebrado. La constitución expresa la relación de poder entre las clases; pero tal poder debe ser puesto a prueba en la lucha. Un cambio en el trazado de los límites de los derechos constitucionales dentro de los cuales se mueven las clases es sólo posible cuando los medios de poder de las clases en lucha se confrontan y se miden. Lo que desde el punto de vista formal se presenta como una lucha por los más importantes derechos políticos es, en realidad un choque frontal de todo el poder de ambas clases, una lucha con sus más poderosas armas, en la cual buscan debilitarse y finalmente aniquilarse mutuamente. La lucha puede acarrear alternativamente victorias y derrotas, concesiones v períodos de reacción. El final llegará solamente cuando uno de los adversarios en lucha se encuentre totalmente vencido, cuando sus instrumentos de poder estén destruídos y el poder político se encuentre en manos del vencedor.
Hasta el momento ninguna de las clases ha empleado en los combates sus armas más poderosas. La clase dominante no ha podido nunca, para su disgusto, emplear su arma más poderosa en la lucha parlamentaria, el poder militar, y tiene que observar impotente, sin poderlo evitar, cómo el proletariado acrecienta su poder constantemente. En ello reside el significado histórico del método de lucha parlamentario durante la época en la cual, el proletariado, aún débil, se encontraba en la fase de su primer crecimiento. Pero tampoco el proletariado ha utilizado todavía sus más poderosos instrumentos de lucha. Sólo entraron en acción su número y su comprensión'política, pero ni su importancia en el proceso productivo ni el poder enorme de su organización -que fue utilizado sólo en la lucha sindical, no en la lucha política contra el estado- tuvieron intervención en la lucha. Hasta el momento, las luchas ocurridas han sido sólo escaramuzas de grupos de avanzada, la fuerza principal de ambas partes quedó en reserva. En las próximas batallas por el poder usarán ambas clases sus armas más afiladas, sus medios más poderosos: sin que estas se midan en combate es imposible un desplazamiento decisivo de las relaciones de poder. La clase dominante intentará, con sangrienta violencia, destrozar al movimiento obrero. El proletariado recurrirá a las acciones de masas, desde las formas más simples de las asambleas hasta las manifestaciones callejeras v Llegará así a la forma más poderosa: la huelga general.
Esas acciones de masas suponen un fuerte crecimiento en la fuerza del proletariado. Son posibles a un alto nivel de desarrollo pues plantean exigencias a las cualidades espirituales y morales, al saber y la disciplina de los trabajadores, que sólo pueden ser el fruto de largas luchas políticas y sindicales. Si se han de realizar acciones de masas con éxito, los trabajadores deben disponer de tanta comprensión política y social que ellos mismos sean capaces de poder reconocer y juzgar las condiciones previas, los efectos, los peligros de tales luchas; la conveniencia de iniciación o de su interrupción. Cuando la clase dominante utiliza sin contemplaciones sus medios de represión, prohibe las publicaciones y las reuniones, detiene a los líderes combatientes, impide la comunicación regular entre los trabajadores, los intimida con estados de sitio, los desanima con noticias falsas, entonces, la continuación de la lucha y la posibilidad del éxito dependen exclusivamente de la claridad de visión del proletariado, de su confianza en sí mismo, de su solidaridad y entusiasmo por la gran causa común. El poder del estado burgués con su violencia autoritaria y la fuerza de las virtudes revolucionarias de las masas rebeldes de trabajadores se miden entonces mutuamente para comprobar cuál de los dos se revela el más fuerte.
Nosotros debemos estar preparados a que el estado no retroceda ante estas medidas de fuerza. Sea en la ofensiva o en la defensiva, el proletariado quiere siempre cuando recurre a esas armas ejercer presión sobre el estado, influirlo, ejercer sobre él una presión moral, doblegarlo bajo su voluntad. La posibilidad de que esto ocurra se basa en el hecho de que el poder del estado depende en grado sumo del ininterrumpido funcionamiento de la vida economica. Si el funcionamiento regular del proceso de producción se altera a causa de huelgas masivas, imprevistamente se le plantean al estado problemas extraordinarios a resolver. El estado debe restablecer "el orden", pero, ¿cómo? Puede quizás impedir que la masa haga manifestaciones, pero no la puede obligar a volver al trabajo; puede cuanto más intentar desmoralizaría. Si las autoridades frente a las nuevas tareas pierden la cabeza, presionadas por el miedo y la angustia de la clase poseedora que les exige proceder enérgicamente o bien conceder si les falta esa voluntad unitaria, es señal de que la fuerza interior del estado, su autoconfianza, su autoridad, la fuente misma de su poder ha sido afectada. La situación se empeora si se suman huelgas del transporte que interrumpen las comunicaciones de las a utoridades locales con el poder central y por tanto desarticulan los eslabones de toda la orfanización, despedazan los tentáculos del pulpo que se contraen impotentes, como ocurrió durante las huelgas de octubre en la revolución rusa.
A veces el gobiemo utilizará la violencia y su eficacia dependerá entonces de la decisión del proletariado. Otras veces tratará de apaciguar a las masas con concesiones y promesas, en tal caso, la lucha de las masas habrá llevado a un triunfo total o parcial. Por supuesto, la historia no termina allí. Una vez conquistado un derecho importante puede iniciarse un período de tranquilidad durante el cual la reciente conquista será utilizada hasta el límite máximo de sus posibilidades. Pero, tarde o temprano, la lucha tiene que estallar nuevamente, el gobiemo no puede conceder tranquilamente derechos que otorguen a las masas posiciones de poder decisivas y si lo hace intentará luego recuperarlos, de otro modo las masas no se detendrán hasta tener en sus manos la llave del poder estatal. La lucha, por lo tanto, se desencadena siempre de nuevo y contrapuestas las fuerzas de una y otra organización el poder estatal debe someterse reiteradamente a la acción disociante de las acciones de masas. La lucha se detiene recién cuando la organización del estado ha sido totalmente destruida. La organización de la mayoría habrá demostrado entonces su superioridad destruyendo la organización de la minoría dominante.
Este objetivo, sin embargo, podrá ser alcanzado sólo si las luchas de las masas influyen profundamente y transforman al proletariado mismo. En la misma forma que las luchas políticas y sindicales libradas hasta el momento, aquellas acrecientan la fuerza del proletariado en una forma mucho más amplia, poderosa y profunda. Cuando aparecen acciones de masas que estremecen profundamente la vida social en su conjunto, todos los espíritus son sacudidos; el paso veloz de los acontecimientos es seguido con atención y expectativa aún por aquellos que se contentan sólo con poner una boleta electoral cada cinco años. Y los que participan, obligados a concentrar todos sus sentidos con la máxima intensidad en la situación política que determina su conducta, agudizan en tales épocas de crisis política su visión política en pocos días más de lo que pudieron avanzar en años. La práctica de estas luchas a través de las experiencias de triunfo y derrota genera los instrumentos necesarios para satisfacer sus propias exigencias. Con el desarrollo de las luchas crece la madurez del proletariado que sale de ellas capacitado para los próximos y más difíciles combates.
Esto es válido no sólo para la comprensión política sino también para la organización. Sin embargo hay quienes afirman lo contrario. Existe en muchos el temor de que en estas peligrosas luchas, el más importante instrumento del proletariado, su organización, pueda ser destruido. Sobre todo en este razonamiento se basa el rechazo a la huelga general por parte de aquellos cuva actividad se centra en la conducción de las grandes organizaciones proletarias. Temen que en un choque entre la organización proletaria y la organización del estado, la primera, por ser la más débil, habrá de salir necesariamente perdedora. El estado tiene el poder de disolver las organizaciones de los trabajadores que tuvieran la insolencia de iniciar la lucha contra el mismo. Puede destituir su actividad, intervenir sus fondos, encarcelar a sus dirigentes y no se detendrá, seguramente, por consideraciones jurídicas o morales. Pero tales actos de violencia no lo ayudarán demasiado. El estado puede destrozar con ellos la forma externa de las organizaciones obreras, pero no puede afectar la esencia misma de éstas. La organización del proletariado, que nosotros calificamos como su más importante instrumento de poder, no debe ser confundida con la forma de las organizaciones y asociaciones actuales, que son la expresión de aquella dentro de los marcos aún firmes, del orden burgués. La esencia de esa organización es algo espiritual, la transformación del carácter de los proletarios. Puede ser que la clase dominante, aplicando sin escrúpulos la violencia de sus leyes y su policía, consiga destruir aparentemente a la organización: no por eso los trabajadores volverán de pronto a transformarse en los individuos atomizados de antes, que sólo eran movidos por un estado de ánimo transitorio o por sus intereses particulares. Permanecerán en ellos, más vivos que nunca, el mismo espíritu, la misma disciplina, la misma coherencia, la misma solidaridad, la misma costumbre de una acción organizada, y ese espíritu ha de ser capaz de crearse nuevas formas de actividad. Puede que un acto de violencia semejante golpee duramente pero la fuerza esencial del proletariado sería afectada tan poco como las leyes antisocialistas afectaron al socialismo, aunque impidieran las formas regulares de asociación y agitación.
A la inversa, la organización se fortalece al grado máximo a través de las luchas de masas. Cientos de miles de trabajadores que se mantienen hoy día alejados de nosotros por indiferencia, por temor o por falta de fe en nuestra causa, serán sacudidos y se incorporarán a las luchas. Mientras que en el lento transcurrir de la historia de las luchas cotidianas las diferencias ideológicas juegan un papel importante y dividen a los trabajadores, en épocas revolucionarias, cuando la lucha se agudiza al máximo y exige rápidas decisiones, se abre camino irresistiblemente el sentimiento de clase; si no ocurre de inmediato, tanto más seguro surgirá posteriormente. Y al mismo tiempo crecerá la solidez interna de la organización y la disciplina puesta a prueba por las exigencias de tan duras luchas adquirirá la firmeza del acero pues ella debe fortificarse. En el transcurso de estas luchas, la fuerza del proletariado, aún insuficiente, crecerá lo necesario para ejercer su dominio en la sociedad. Sin embargo, ¿la clase dominante no estará en condiciones, utilizando sus medios de combate más poderosos, la violencia más sangrienta, de someter a los trabajadores en semejantes luchas de masas a una segura derrota? Las manifestaciones por el derecho del voto en la primavera de 1910, han demostrado que la clase no retrocede ante la utilización de tal violencia. Por el contrario se ha visto que la espada del policía es impotente contra una masa popular decidida. La violencia puede caer duramente sobre alguna persona en particular, pero el objetivo de esa violencia, atemorizar a la masa para hacerla desistir de su proyecto -realizar la manifestación- no es alcanzado frente a la decisión, el entusiasmo, la disciplina de esa masa de cientos de miles de personas. Muy distinto es ciertamente, cuando se lanza a los militares contra la masa del pueblo: bajo los disparos de destacamentos fuertemente armados, una masa popular no puede realizar su demostración. Sin embargo, ésto en nada ayuda a la clase dominante. El ejército está constituido por los hijos del pueblo y, en medida creciente, por jóvenes proletarios que ya traen de sus propios hogares algo de conciencia de clase. Esto no significa que hayan de fracasar de inmediato corno arma en manos de la burguesía -la férrea disciplina ha de desplazar automáticamente toda otra consideración. Sin embarlo, lo que ya para los antíguos ejércitos mercenarios era valido, -que no se dejaban utilizar a la larga contra el pueblo-, es mucho más efectivo para los modernos ejércitos de reclutas. La más férrea disciplina no resiste durante mucho tiempo una utilización semejante. Nada deteriora con más seguridad la disciplina como la pretensión, llevada un par de veces a la práctica, de disparar contra el pueblo, contra sus propios hermanos de clase cuando éstos sólo desean reunirse y desfilar pacíficamente. Justamente para mantener incólume la disciplina del ejército en el caso de una revolución, el gobierno de la oligarquía terrateniente de Alemania ha evitado en lo posible utilizar a los militares en caso de huelgas. Esto es inteligente pero tampoco es una solución. Los reaccionarios que siempre están azuzando para una "solución militar" del problema obrero, no imaginan que de tal manera no hacen otra cosa que acelerar su propia destrucción. Si el gobiemo se ve obligado a utilizar a los militares contra acciones de masas del proletariado, esa arma pierde progresivamente su fuerza de cohesión. Es como una espada reluciente que impone respeto y puede producir heridas pero tan pronto como es utilizada, comienza a hacerse inútil. Y si la clase dominante pierde ese arma, pierde su último y más poderoso instrumento de fuerza y queda indefensa.
La revolución social es el proceso de disolución paulatina de todos los medios de poder de la clase dominante, especialmente del estado; el proceso de continuo crecimiento del poder del proletariado hasta su máxima plenitud. Al comienzo de tal período, el proletariado debe haber alcanzado un alto grado de comprensión y conciencia de clase, poder espiritual y sólida organización para estar capacitado en los difíciles combates que le esperan, pero, con todo esto es aún insuficiente. El prestigio del estado y de la clase dominante están quebrados ante las masas que los reconocen como sus enemigos, pero el poder material se mantiene incólume. Al fin del proceso revolucionario, nada queda de ese poder. El pueblo trabajador en su totalidad está allí presente como masa altamente organizada decidiendo su suerte con clara conciencia y capacitado para gobernar puede pasar a continuación a tomar en sus manos la organizacion de la producción.
En la Neue Zeít del 13 al 27 de octubre, el camarada Kautsky investiga en una serie de artículos "La acción de masa", las formas, condiciones y efectos de las acciones de grandes masas populares. Si bien esos artículos han aparecido porque en los últimos años se habla cada vez más en el partido de las acciones de masas, es necesario acotar desde un comienzo que el planteamiento mismo de la cuestión no corresponde al problema real que se da en la práctica. Kautsky subrava que, naturalmente, él no entiende bajo el concepto de acción de masas el hecho de que las acciones de la clase obrera organizada se hagan automáticamente más masivas a través del crecimiento de sus organizaciones, sino la aparición de grandes masas populares desorganizadas, a veces reuniéndose y luego separándose: "Aunque se compruebe que las acciones políticas y económicas toman cada vez más el carácter de acciones de masas, no está demostrado que ese modo especial de acción de masa que se designa sumariamente como acción de calle, esté llamado a jugar también un papel siempre más importante". Para Kautsky existen entonces dos formas de acción, que son en extremo diferentes. Por un lado las formas de lucha laboral hasta ahora conocidas en la cual un pequeño grupo del pueblo, los trabajadores organizados, que significan cuanto más un décimo del total de la masa desposeída, lleva adelante su lucha política y sindical. Por otro lado, la acción de la gran masa desorganizada, la de la "calle", que por algún motivo se rebela e interviene en el acontecer histórico. Para Kautsky se trata del hecho de si la primera forma será también en el futuro la única forma de movilización del proletariado, o también la segunda forma, la acción de la masa, ha de jugar igualmente un papel de importancia.
Pero cuando en las discusiones partidarias de los últimos años se enfatizó la necesidad, la inevitabilidad o lo adecuado de las acciones de masas, nunca se trató de una tal contraposición. La alternativa no es afirmar que nuestras luchas han de ser masivas o que la masa desorganizada habrá de aparecer en la escena política, sino otra cosa: una determinada y nueva forma de la actividad de los trabajadores organizados. El desarrollo del capitalismo moderno ha impuesto al proletariado con conciencia de clase esas nuevas formas de acción. Amenazado por el imperialismo con los mayores peligros, luchando por más poder dentro del estado, por más derechos, está obligado a hacer valer su voluntad contra las poderosas fuerzas del capitalismo en la forma más enérgica -más enérgica que los más encendidos discursos que puedan pronunciar en el parlamento sus representantes-. El proletariado debe reafirmarse a sí mismo, intervenir en la lucha política, tratando de influir al gobierno y a la burguesía con la presión de sus masas. Si nosotros hablamos de acciones de masas y su necesidad, nos referimos a la actividad política extraparlamentaria de la clase trabajadora organizada por medio de lo cual ella misma actúa sobre la política interviniendo en forma inmediata y no a través de representantes. Estas acciones no son lo mismo que la "acción de calle"; si bien las manifestaciones callejeras también son una de sus expresiones, su más poderosa forma es la huelga general realizada sin nadie en la calle. Las luchas sindicales, en las cuales las masas actúan desde un comienzo, no bien producen un efecto político de importancia se transforman por sí mismas en acciones políticas de masa. En el aspecto práctico de las acciones de masas se trata entonces de una ampliación del campo de actividad de las organizaciones proletarias.
Estas acciones de masas se diferencian en lo esencial de los movimientos populares de otras épocas históricas, que Kautsky investiga como acciones de masas. Allí se reunían las masas un instante galvanizadas por una misma fuerza social en una sola voluntad; luego la masa se desintegraba nuevamente en individuos aislados. En nuestro caso, en cambio, se trata de masas que ya antes estaban organizadas, su acción ha sido pensada y preparada con antelación y luego de concluída, la organización permanece. En las viejas acciones de masas, el objetivo sólo podía ser el derrocamiento de un régimen odiado, más tarde se trataría de la conquista momentánea del poder mediante un único acto revolucionario; pero como luego de alcanzar el primer objetivo la masa se desarticulaba nuevamente, el poder volvía a recaer en un pequeño grupo y cuando el pueblo intentaba afianzar su dominio por medio del derecho a votar, no era posible evitar un nuevo dominio de clase. En nuestro caso se trata también, por cierto, de la conquista del poder, pero nosotros sabemos que esto sólo es posible por medio de una masa popular socialista y altamente organizada. Por eso el objetivo inmediato de nuestras acciones es siempre una determinada reforma o concesión, el retroceso del poder del enemigo, pero también un paso adelante en la construcción del propio poder. Antiguamente el poder popular no podía ser construido continuamente y con seguridad; sólo podía surgir por un instante en erupciones violentas y repentinas para desalojar un poder intolerable, pero luego se diluía y una nueva dominación se extendía sobre la masa indefensa del pueblo.
Nuestro objetivo, la eliminación de todo dominio de clase, es solamente posible a través de la construcción lenta e imperturbable de un poder popular permanente hasta el punto que éste con su propia fuerza, aplastar simplemente al poder estatal de la burguesía hasta disolverlo por completo. Antes, los levantamientos populares debían conquistar sus objetivos por entero o fracasaban si su fuerza no alcanzaba para ello.
Nuestras acciones de masa no pueden fracasar; aún cuando el objetivo propuesto no fuera alcanzado, ellas no habrían sido en vano y aún derrotas temporales contribuirian a la gestación de los próximos triunfos. Las acciones de masas abarcaban sólo una pequeña parte de la población total: el levantamiento Y aglutinamiento de una parte del pueblo de la ciudad capital bastaba a menudo para derrocar un gobierno y de todos modos no era posible reunir mayor cantidad. Hoy día nuestras acciones de masas abarcan también en un primer momento a una minoría pero a medida que arrastran a círculos cada vez más amplios de la población antes indiferente y la incorporan a las filas de nuestro ejército, crece como producto del conjunto de las acciones de masas la acción de las grandes masas populares explotadas que hacen imposible la continuación de la dominación de clase.
Al poner de relieve en forma tan tajante la contraposición entre lo que en la práctica del partido y lo que en Kautsky se entiende como acción de masas, no queremos de ningún modo, hacer superflua su investigación. Pues no está descartado que aún en el futuro puedan estallar súbitos y poderosos levantamientos masivos desorganizados de millones de personas contra un gobierno. Kautsky demuestra detalladamente y con toda razón que el parlamentarismo y los movimientos sindicales, en lugar de hacer superfluas las acciones de masas directas, crean justamente las condiciones fundamentales para su realización. Carestía y guerra, que en el pasado impulsaban tan a menudo a las masas a levantamientos revolucionarios, aparecen hoy nuevamente como posibles a corto plazo. Por eso, es para nosotros tan importante estudiar la naturaleza, las causas y los efectos de tales acciones de masas espontáneas, en base al material de los hechos históricos.
Sin embargo, la forma en que Kautsky realiza esa investigación debe producirnos serias dudas. Ya las deducciones nos dejan entrever las fallas subvacentes en su razonamiento. ¿Cuál es en realidad la deducción que se ofrece al lector del segundo artículo, en el cual es investigada la entrada de las masas en la historia? La masa actúa a veces revolucionariamente, pero ella actúa también en forma reaccionaria; destruye a veces progresivamente y otras perjudicando; a veces se fracasa totalmente cuando se cuenta con su actuación.
Los efectos y formas de aparición de la acción de masas pueden ser entonces de muy diversos tipos. Es difícil estimarlas con anticipación pues las condiciones de las cuales dependen son de naturaleza altamente complicada. O actúan sorpresivamente superando toda expectativa o bien decepcionan.
Dicho en pocas palabras, nada se puede decir sobre el tema, no se puede contar con nada preciso, todo es casual e inseguro. Las consecuencias son: ninguna consecuencia; el resultado es: ningún resultado; a pesar de las muchas y valiosas observaciones particulares la investigación ha quedado sin resultados. ¿Cuál es la causa de esto? La causa no la podemos describir mejor que con las palabras que, hace siete años, usamos en una crítica de la concepción histórica teleológica. (Neue Zeit, XXIII, 2, p. 423, "Marxismus und Teleologie" [Marxismo y teleología]):
"Si se toma a la masa en forma de todo general, al pueblo entero, se encuentra que con la anulación mutua de puntos de vista y voluntades contrapuestas, no queda aparentemente nada más que una masa sin voluntad, caprichosa, descontrolada, sin carácter, pasiva, que oscila entre impulsos contradictorios, violentos arrebatos y pesada indiferencia, conocida imagen que los escritores liberales utilizan con preferencia cuando se refieren al pueblo. Realmente, a los investigadores burgueses les debe parecer que entre la infinita variedad de individuos, la abstracción del individuo es al mismo tiempo, abstracción de todo aquello que hace de un hombre un ser volitivo y vivo, de tal manera que sólo queda la masa como algo indefinido. Pues entre la más pequeña unidad, el individuo, y lo más general, la masa inerte dentro de la cual todas las diferencias están superadas, no conocen ningún eslabón intermedio: ellos no conocen la clase. Por el contrario, la fuerza de la concepción socialista de la historia es que introduce orden y sistema en la infinita variedad de las personalidades por medio de la división de la sociedad en clases. En cada clase se encuentran juntos individuos que tienen aproximadamente los mismos intereses, la misma voluntad, las mismas opiniones, que están contrapuestos a los de otras clases. Si diferenciamos específicamente en los movimientos de masas históricos a las clases, surgirá de pronto, de aquella imagen confusa y horrorosa, una imagen clara de la lucha entre las clases. Compárese sólo las exposiciones que hizo Marx de las revoluciones de 1848, con las de los autores burgueses. La clase es lo genérico en la sociedad que ha conservado al mismo tiempo sus contenidos particulares.
Cuando se pone de relieve lo particular para Ilegar a lo general -humano por excelencia- no queda al final nada preciso. Una ciencia de la sociedad puede tener contenido sólo si se ocupa de las clases en las que lo casual de los individuos particulares es superado y, al mismo tiempo, ha quedado en su forma pura, abstracta, lo esencial del ser humano, un determinado querer y sentir distinto en cada una de las clases."
Entre los discípulos de Marx ninguno ha demostrado más tajantemente el significado de esa teoría marxista como instrumento para el investigador de la historia que, justamente, Kautsky en sus escritos históricos. La brillante claridad que él aporta en todo momento deriva esencialmente de que penetra en el interior de las clases, de su situación, de sus intereses v concepciones y explica sus actos a partir de ello. Pero en este caso ha dejado de lado el instrumento marxista y por eso no llena a resultado alguno. En su exposición histórica no se habla en ningún lugar sobre el carácter de las masas. En polémica con Le Bon y Kropotkin enfoca sólo el momento psicológico, no-esencial; lo esencial, sin embargo, el momento económico del cual surgen precisamente las diferencias en la forma y objetivos de los movimientos de masas, queda sin ser considerado. La acción del lumpenproletariado, que sólo puede saquear y destruir sin un objetivo propio, la acción de los pequeñoburgueses que subieron a las barricadas en París, la acción de los modernos asalariados que, a través de una huelga general, obligan a reformas políticas, las acciones de los campesinos en paises económicamente atrasados -como en 1808 en Espafía o en el Tirol-[1], todos estos movimientos son diferentes y pueden ser comprendidos en la particularidad de sus métodos y efectos considerando su situación de clase y los sentimientos de clase que se dan en ellos. Si los arrojamos a todos juntos sin distinción bajo la calificación de "acción de masa", sólo puede resultar de ello un guiso que produce precisamente lo contrario de la claridad. La descripción de la guerra de guerrillas española como una acción de masas reaccionaria que, a diferencia de los franceses, entregó el timón nuevamente al "desecho reaccionario" de "curas, terratenientes y cortesanos", puede que resulte muy simpático en los días de lucha contra el bloque azul-negro[2], pero no corresponde a los métodos históricos que emplea Kautsky en otros trabajos. Cuando él alude al combate de junio como un ejemplo disuasivo para la utilidad y edificación de la actual generación de una acción de masas provocada por el gobierno y ahogada en sangre, le falta señalar el hecho esencial: que estuvieron frente a frente dos masas, una proletaria y otra burguesa. Asi, todo acontecimiento histórico tiene que caer bajo una luz distorsionante si se intenta subsumirlo bajo el concepto general y vacío de acción de masa, sin considerar su carácter esencial y específico.
Esta falla también está presente en el tercer artículo de Kautsky, en el que se considera "la transformación histórica de las acciones de masas". Aquí, donde se tratan las condiciones y efectos de movimientos masivos proletarios, nos ofrece Kautsky una cantidad de valiosas e importantes descripciones: Pero, a pesar de ello, el fundamento general de sus exposiciones nos obliga a criticarlo. Kautsky visualíza que las acciones de masas contemporáneas habrán de tener otro carácter que las antiguas; pero él busca la razón de las diferencias, ante todo en la organización y en el esclarecimiento. Pero por más poderosas que puedan ser imaginadas las acciona de masas que pudieran surgir de esa situación, no podrán tener nunca más el carácter que antes tenían. Los cuarenta años de derechos políticos populares y organización proletaria no pueden haber transcurrido sin dejar huellas. El número de individuos conscientes y organizados en la masa se ha hecho demasiado grande para que no se haga notar aún en explosiones espontáneas, aunque éstas surjan en forma imprevista, aunque la agitación sea enorme, aunque en ellas falte por completo una dirección planificada.
Aquí es dejada de lado la principal diferencia entre las acciones de masas antiguas y las actuales y futuras: la composición de clase completamente distinta de las masas modernas. También las masas desorganizadas de hoy dia deben actuar en forma totalmente distinta a las de antes, pues unas eran burguesas mientras las otras son proletarias. Los movimientos de masa históricos eran acciones de masas burguesas; participaban en ellos artesanos, campesinos y trabajadores de pequeños talleres, con sentimientos pequeñoburgueses. Como esas clases eran individualistas a causa de la naturaleza de su economía, tenían que dispersarse de inmediato en individuos aislados no bien la acción hubiera pasado. Hoy dia, las grandes masas capaces de acción están compuestas por proletarios, por trabajadores al servicio del gran capital, que poseen un carácter de clase fundamentalmente distinto y son, en su pensar, su sentir y su ser, completamente distintos de la vieja pequeña burguesía.
No es que ante esta diferencia en el carácter fundamental, la contraposición entre una masa organizada y una desorganizada resulte sin significado, pues estudio y experiencia significan mucho en miembros de la clase obrera con igual capacidad, pero pasa a segundo plano. Ha sido señalado repetidamente que no todos los sectores de la clase obrera pueden ser organizados en la misma medida. Precisamente, los trabajadores en las fábricas capitalistas mas desarrolladas y concentradas, en los complejos de la industria pesada, en las empresas ferroviarias, en parte también en las minas, ofrecen más dificultades para la organización sindical que la gran industria menos concentrada. La causa es evidente: el poder del capital -o del estado como empresario- aparece ante los trabajadores como tan monstruosamente grande y aplastante que cualquier resistencia, aún por medio de la organización, parece no tener perspectiva. Esas masas son, en su más profunda esencia tan proletarias como ninquna otra, el trabajo al servicio del capital ha interiorizado en ellos una disciplina intuitiva. Las luchas han mostrado hasta ahora los signos de erupciones espontáneas pero en ellos mostraron una extraordinaria disciplina y solidaridad y una inconmovible firmeza en la lucha, de ello dan fe y son hermosos ejemplos los levantamientos en América en los últimos años de las masas que sirven a los trusts capitalistas. Por cierto, les faltó la experiencia, la comprensión, la persistencia, que pueden ser adquiridas recién luego de una larga práctica de lucha. Pero en ellas nada queda del viejo individualismo de la pequeña burguesía desorganizada. Su situación de clase hace que comprendan rápidamente las enseñanzas de la organización de la lucha de clases socialista y aprendan a aplicarlas. Cuando se los califica de no organizables o difíciles de organizar es sólo en relación a la forma de organización social actual, no a la disciplina de lucha y espíritu de organización, no a la capacidad de participar en las acciones de masas proletarias. No bien el poder del capital, a causa de algún acontecimiento pierde su carácter de aplastante e intocable, se integrarán a la lucha y no está descartado que jugarán un papel mayor en las acciones de masas, formarán batallones más valiosos aún que los de las masas actualmente organizadas.
Así se ensamblará la acción de las masas desorganizadas con la acción de las masas organizadas que analizábamos. Las acciones de masas, decididas por los trabajadores organizados, arrastran consigo círculos cada vez más grandes del proletariado y crecen asi para realizar acciones de la clase proletaria en su conjunto.
La contraposición entre organizados y no-organizados que aparece hoy tan grande, desaparece -no porque éstos últimos se hagan admitir en los núcleos de las organizaciones existentes, pues no es del todo seguro que ellas se mantendrán sin modificaciones en la forma que hoy tienen-, sino en el sentido de que en estas formas de lucha todos han de poder ejercitar por igual su disciplina, su solidaridad, su conciencia socialista y su entrega a los intereses de la clase. La tarea de la socialdemocracia -en la forma de las organizaciones partidarias actuales o en cualquier otro organismo en el que tome cuerpo- es la de ser la expresión espiritual de aquello que vive en la masa, conducir su acción y darle forma unitaria.
La imagen que se obtiene de las explicaciones de Kautsky es muy distinta. Enlazando con el resultado de sus investigaciones históricas -que nada preciso se puede decir de una acción de masa-, él ve también en las futuras acciones de masas violentas erupciones que, completamente imprevisibles, irrumpirán sobre nosotros como catástrofes naturales, por ejemplo, como un terremoto. Hasta ese momento, el movimiento obrero habrá de continuar simplemente con su práctica actual: elecciones, huelgas, trabajo parlamentario, esclarecimiento. Todo continúa del viejo modo, ampliándose paulatinamente, sin cambiar nada esencial en este mundo hasta que, de pronto, despertado por una motivación externa crece un poderoso levantamiento de masas y quizás echa por tierra al régimen dominante. Exactamente de acuerdo con el viejo modelo de las revoluciones burguesas, con la sola diferencia de que ahora la organización del partido está lista para tomar el poder en sus manos, fijar los frutos del triunfo y, en lugar de las castañas, sacar a las masas del fuego para, como nueva capa dominante, consumirla preparando con ellas un banquete para todos. Es la misma teoría que hace dos años, durante el debate sobre la huelga de masas, fue sostenida por Kautsky -la teoría de la huelga de masas como un acto revolucionario único, hecho para derrocar la dominación capitalista de un solo golpe- que aparece aqui en nueva forma. Es la teoria de la espera inactiva; inactiva no en el sentido de que no se continúe con las formas ordinarias del trabajo parlamentario y sindical, sino en el sentido de que deja pasivamente que las grandes acciones de masas se aproximen como fenómenos naturales, en lugar de realizarlas activamente e impulsarlas cada vez en el momento justo.
Es la teoría que corresponde y que permite comprender la práctica de la dirección del partido, a menudo criticada, de mantenerse inactiva en los grandes momentos en los que era necesaria la acción del proletariado, y que en los periodos de lucha electoral la impulsa a acabar lo más pronto posible con las manifestaciones callejeras para que impere nuevamente el orden. En contraposición con nuestra concepción de la actividad revolucionaria del proletariado, el cual, en un período de acciones de masas en crecimiento, construye su poder desgastando cada vez más el poder del estado de clases, tenemos esa teoría del radicalismo pasivo que no espera ninguna transformación proveniente de la actividad consciente del proletariado. Kautsky coincide con el revisionismo en que nuestra actividad consciente se agota en la lucha sindical y parlamentaria. Por eso no es extraño que su práctica, demasiado a menudo -como hace poco en el acuerdo sobre el balotage- se aproxime a la táctica revisionista. Se diferencia del revisionismo en que éste espera la transición al socialismo por las mismas actividades impulsadas para el logro de las reformas, mientras Kautsky no comparte esas expectativas, sino que preve explosiones con carácter de catástrofes que irrumpen imprevistamente como venidas de otro mundo sin intervención de nuestra voluntad y que liquidarán al capitalismo. Es "la vieja y probada táctica" en su reverso negativo erigida en sistema.
Es la teoría de la catástrofe, conocida por nosotros hasta ahora sólo como un malentendido burgués, elevada a la categoría de enseñanza del partido. Para finalizar, dice Kautsky:
"Si vemos que en el período próximo la situación política y social está grávida de catástrofes, ello surge de nuestra concepción de esta situación particular y no de una teoria general. Pero, ¿surge de la peculiaridad de la situación la necesidad de una táctica particular y nueva? Algunos de nuestros amigos así lo afirman. Tienen la intención de revisar nuestras tácticas. Al respecto podría hablarse con mayor detenimiento si presentasen proposiciones concretas. Ello no ha ocurrido hasta la fecha. Ante todo habría que saber si lo que se exige son nuevos fundamentos tácticos o nuevas medidas tácticas."
A esto es fácil responder que nosotros no necesitamos hacer propuestas. La táctica que nosotros consideramos como correcta ya es la táctica del partido. Ella se ha impuesto prácticamente en las manifestaciones de masas sin que fuera necesario para ello propuestas concretas. Teóricamente el partido las ha aceptado en las Resoluciones de jena, donde se habla de la huelga de masas como medio para la conquista de nuevos derechos políticos. Esto no quiere decir que nosotros estemos contentos con la práctica de los últimos años, pero no se puede sugerir como nueva táctica que la dirección del partido deba considerar como tarea suya frenar en lo posible las acciones de masa del proletariado o prohibir las discusiones sobre la táctica. Si nosotros, a menudo, hablamos de una nueva táctica, lo hacemos no en el sentido de proponer nuevos principios o medidas -que se actue cada vez como lo exija la situación es para nosotros, por supuesto, condición previa- sino para aportar una comprensión teórica clara sobre aquello que realmente ocurre. La táctica del proletariado se transforma, o mejor, se amplía en la medida en que incluye nuevos y más poderosos medios de lucha. Nuestra tarea como partido es despertar en las masas una clara conciencia de este hecho, de sus causas y también de sus consecuencias. Nosotros debemos aclarar exhaustivamente que la situación que deriva del aumento de las luchas de masas no es casual, de la cual no se puede decir nada, sino que es una situación persistente y normal para el último período del capitalismo. Nosotros debemos señalar que las acciones de masa realizadas hasta el momento son el comienzo de un período de la lucha de clases revolucionaria, en el cual el proletariado, en lugar de esperar pasivamente que catástrofes exteriores estremezcan al mundo, él mismo, en constante ataque y avanzando por medio de su trabajo sacrificado, debe ir construyendo su poder y su libertad.
Esta es la "nueva táctica" que, con toda razón, podría ser llamada la continuación natural de la vieja táctica en su lado positivo.
Describíamos más arriba la lucha constitucional como una lucha en la cual las armas de ambas clases se median para debilitarse mutuamente. Pero es claro que el objetivo, los derechos políticos fundamentales, son sólo la forma externa, la ocasión, mientras que el contenido esencial de la lucha consiste en que las clases van a la batalla con sus armas para buscar el aniquilamiento de las del enemigo. Por eso la misma lucha puede encenderse también por otros motivos; no es seguro que sólo por el derecho del voto en Prusia o en el Reichstag surgirán estas grandes luchas por el poder, aunque, por supuesto, la destrucción del poder de la burguesía por sí misma traería consigo una constitución democrática. El desarrollo imperialista crea siempre nuevos motivos para violentos levantamientos de las clases explotadas contra el dominio del capital, en los cuales todo su poderío salta hecho pedazos. El más importante de estos motivos es el peligro de la guerra.
A menudo se encuentra el concepto de que en tal caso no se debe hablar simplemente de un peligro. La s guerras han sido siempre fuerzas productoras de grandes transformaciones en el mundo, que han preparado el camino a las revoluciones. Mientras las masas populares tolerarían largo tiempo y pacientemente la dominación del capital, sin energía para levantarse en su contra por considerar intocable a ese dominio, la guerra, sobre todo cuando transcurre desfavorablemente, los incita a la acción, debilita la autoridad del régimen dominante, desenmascara sus debilidades y se desmorona fácilmente bajo el ataque de las masas. Esto es correcto sin lugar a dudas, y ahí reside la razón por la cual la existencia de una clase trabajadora con sentido revolucionario en los últimos decenios conforma la fuerza más poderosa para el mantenimiento de la paz. La indiferencia y la no participación de las masas, los dos pilares más sólidos para el dominio del capital, desaparecen en las épocas de guerra; el apasionamiento creciente de un proletariado en el cual están firmemente enraizadas las enseñanzas del socialismo, no se ha de volcar en agitación nacionalista, como masas no esclarecidas, sino en decisión revolucionaria que se ha de volver en la primera oportunidad contra el gobierno. Eso lo sabe también el gran capital y por eso se ha de cuidar de conjurar con ligereza una guerra europea que ha de significar simultáneamente una revolución europea. De esto no se deduce en absoluto que nosotros debamos desear en silencio que venga una guerra. Aún sin guerra el proletariado ha de estar en condiciones, por el conocimiento constante de sus acciones, de arrojar por la borda la dominación del capital.
Solamente quien desespera que el proletariado sea capaz de acciones autónomas puede considerar que una guerra ha de crear las condiciones previas necesarias para una revolución. El asunto es justamente al revés. Nosotros no debemos contar con demasiada seguridad que la conciencia del peligro revolucionario en los gobernantes ha de alejar de nosotros la amenaza de una guerra. Las ansias imperialistas por el botín y las peleas que de ello se derivan pueden conducirlos a una guerra que ellos no han querido directamente. Y cuando el movimiento revolucionario en un país se ha vuelto tan peligroso que amenaza muy de cerca el dominio capitalista, entonces no tiene éste nada peor que temer de una guerra y tratará con facilidad de apartar de sí aquel peligro desencadenándola. Pero para la clase obrera una guerra significa el peor de los males. En nuestro mundo moderno capitalista una guerra es una terrible catástrofe que en medida mucho mayor que en guerras anteriores habrá de aniquilar el bienestar y la vida de masas innumerables. Es la clase obrera la que ha de probar todos los sufrimientos de esta catástrofe y de ahí se desprende que habrá de poner todos sus esfuerzos en impedir la guerra. La pregunta que debe ocupar sus pensamientos no es ¿qué pasará después de la guerra? Aquí reside una de las cuestiones tácticas más importantes para la socialdemocracia internacional, que ha ocupado ya a varios congresos y donde ha recibido algunas respuestas. Kautsky se ocupa del tema en su artículo del mayo del año pasado: "Krieg un Frieden" [La guerra y la paz] (Neue Zeit, XXIX, 2, 1911, p.97).
Él se plantea allí la cuestión de si los trabajadores, a través de una huelga general ("una huelga de toda la masa de los trabajadores") podría impedir o asfixiar en germen a una guerra y responde: bajo ciertas condiciones esto es ciertamente posible. Donde un gobierno frívolo y estúpido prepara las condiciones para una guerra y donde no amenaza ninguna invasión enemiga -como por ejemplo en la guerra española contra Marruecos-[3], allí puede una huelga general contra el gobierno forzar la paz, (lástima que el proletariado español fue demasiado débil para eso). Ahora bien, resulta claro que ese caso corresponde solamente a relaciones capitalistas muy subdesarrolladas, donde no es toda la masa de la burguesía la que está interesada en la aventura de la guerra, sino un pequeño grupo, y donde por tanto hay un partido burgués presto a tomar el lugar del gobierno derrocado y por otra parte el proletariado es débil y no significa un peligro. Donde el proletariado es suficientemente fuerte para realizar una huelga general de tal magnitud faltan por lo general esas condiciones. Kautsky no considera sin embargo estas relaciones de clases, sino que plantea otra contradicción:
"La cosa es muy distinta donde una población con razón o sin razón se siente amenazada por su vecino, cuando ella ve en él y no en su propio gobierno la causa de la guerra y cuando el vecino no es tan inofensivo como, por ejemplo, en Marruecos -quien no podría jamás hacer la guerra a España- sino que se trata de alguien que realmente amenaza con penetrar en el territorio. Nada teme más un pueblo que a una invasión extranjera. Los horrores de una guerra en la actualidad son terribles para cada una de las partes en litigio, aún para el vencedor. Pero para el más débil, a cuyos territorios es llevada la guerra, se tornan el doble o el triple de penosos. El pensamiento que tortura hoy día a los franceses e ingleses en la misma medida , es el temor de una invasión del superpoderoso vecino alemán. Se ha llegado tan lejos que la población no ve la causa de la guerra en el propio gobierno sino en la maldad del vecino. ¡Y que gobierno no ha de intentar hacer creer a las masas de la población estos puntos de vista con ayuda de la prensa, sus parlamentarios y sus diplomáticos! Bajo tales condiciones se llega al estado de guerra, entonces se enciende en la población entera, unánimemente, la ardiente necesidad de asegurar la frontera ante el malvado enemigo, de protegerse contra su invasión. Todos, en un primer momento, se transforman en patriotas, aun aquellos con sentimientos internacionalistas, y si algunos aisladamente tienen la valentía sobrehumana de oponerse a esto y querer impedir que los militares corran hasta la frontera y sean aprovisionados abundantemente con material de guerra, en tal caso el gobierno no necesitará mover un solo dedo para hacerlo inofensivo. La multitud enfurecida lo despedazaría con sus propias manos."
Si nosotros no hubiéramos conocido, a través de la observación de la acción de masa, una prueba muy distinta de la que aporta ese tipo de apreciación histórica, apenas se podría creer que esas frases provienen de la pluma de Karl Kautsky. La más poderosa realidad de la vida social, el hecho fundamental de la conciencia socialista, la existencia de clases con sus intereses y concepciones específicos y contrapuestos han desaparecido completamente para él. Entre proletarios, capitalistas, pequeñoburgueses no hay diferencias. Todos en conjunto se han transformado en la "población entera" que "unánimemente" está unida contra el maligno enemigo. Y no solamente la instintiva intuición de clase se ha disuelto en la nada sino también las enseñanzas del socialismo, transmitidas durante decenios. Los socialdemócratas -aquí sugeridos con la tímida expresión "aquellos con sentimientos internacionalistas"- se han transformado todos, salvo algunas excepciones, en patriotas. Todo lo que ellos sabían hasta ahora sobre los intereses del capital como causa de las guerras, ha sido olvidado. La prensa socialdemócrata, que aclara a más de un millón de lectores sobre las fuerzas impulsoras de la guerra, parece haber desaparecido completamente o haber perdido su influencia como por arte de magia. Los trabajadores socialdemócratas que, en las grandes ciudades forman la mayoría de la población, se han transformado en una "multitud" que asesina enfurecida a todo aquel que osa oponerse a la guerra. Así como es superfluo demostrar que toda esa explicación nada tiene que ver con la realidad, es de primordial importancia el investigar cómo es posible que se dé, cuales son los fundamentos de los que surge esa explicación.
Esta tiene su origen en una concepción de la guerra que refleja antiguas condiciones y efectos de la guerra, pero que no concuerdan con las condiciones que se dan en la actualidad. Desde la última gran guerra europea, la estructura de la sociedad ha cambiado completamente. Durante la guerra franco-alemana, Alemania era, tanto como Francia, un país agrario con sólo algunas áreas industriales distribuidas en sus territorios. Pequeños campesinos y pequeña burguesía dominaban el carácter de la población. Los efectos de la guerra, tal cual perviven en el recuerdo de las gentes, vuelven a aparecer en cada descripción y son también determinantes en las explicaciones de Kautsky: se trata de sus efectos sobre la economía agraria y sobre la pequeña burguesía. Para estas clases, el horror de la guerra consiste -fuera del peligro vital para los que hacer servicio militar obligatorio-, ante todo, en la invasión enemiga que pisotea sus tierras de cultivo, destruye viviendas, les impone los más pesados impuestos y contribuciones y de esa manera destruye su bienestar logrado con tanto sacrificio. Las regiones donde la guerra tiene lugar son arrasadas de la peor manera; donde no llega la guerra se sufre menos. La vida económica transcurre allí en sus cauces acostumbrados; las mujeres, los jóvenes y los ancianos pueden, en caso de necesidad, hacer los trabajos de la tierra y sólo la pérdida o la mutilación de los que ha ido a la guerra puede golpear duramente a las familias aisladas.
Así fue en 1790. Hoy la cosa es muy distinta para los grandes Estados, sobre todo Alemania. El capitalismo, altamente desarrollado, ha hecho de la vida económica un organismo entrelazado y altamente sofisticado en el cual cada parte depende estrechamente del todo. Pasó la época en la que el pueblo y la ciudad eran casi autosuficientes. Campesinos y pequeñoburgueses han sido atraídos al ámbito de la producción de mercancías capitalista. Cada interrupción de ese sensible mecanismo de producción arrastra consigo a toda la masa de la población. De este modo, los efectos de la guerra, sus efectos para el proletariado y para todos los que son dependientes del capitalismo, se han hecho de naturaleza muy distinta que los tradicionales. Sus horrores no consisten más en algunas tierras devastadas y pueblos quemados, sino en la detención de la vida económica entera. Una guerra europea, sea una guerra territorial que llama a campos de batalla a varios millones de jóvenes, o una guerra marítima que impide el comercio y con ello el abastecimiento de materias primas y alimentos para la industria, significa una crisis económica de enorme impacto, una catástrofe que llega hasta los más apartados rincones del país, que ciega las fuentes de la vida de los más amplios sectores del pueblo. Nuestro organismo altamente desarrollado se paraliza, mientras monstruosas cantidades de hombres armados con las más modernas y perfectas armas de guerra se lanzan como máquinas a destruirse unos a otros. En esta crisis son destinados valores de capital frente a los cuales el valor de las casas quemadas y los sembradíos pisoteados son bagatelas y superan quizás los costos de guerra directos. El horror de una guerra semejante no está limitado y apenas concentrado en las zonas donde tienen lugar las batallas, sino que se extiende por todo el país. Aun cuando el enemigo se mantenga fuera, la catástrofe en el propio país no es menos grande. Para un país capitalista moderno, la gran desgracia no consiste en la invasión de un enemigo sino en la guerra misma, ella es la que empuja a la clase obrera, que es la que más debe sufrir por la crisis, a realizar acciones en su contra. El objetivo de esa acción, capaz de conmover a las masas al máximo, no es tener a distancia al enemigo, como en los viejos tiempos agrarios, sino impedir la guerra.
Ese objetivo ha sido siempre para la clase obrera el decisivo. En los congresos internacionales la cuestión no era nunca si se debía tratar de impedir la guerra o bien se debía correr a las fronteras como buenos patriotas, sino cuál sería la mejor manera de impedir la guerra. En el análisis de las acciones específicas para realizarlo domina demasiado a menudo un concepto mecánico, como si se las pudiera decidir a priori, ponerlas a funcionar y que todo transcurriera como sobre rieles. La socialdemocracia, en lugar de aparecer aquí como expresión consciente del apasionamiento de las masas proletarias acuciadas por los más profundos intereses de clases, aparece como una "sexta potencia" que, cual una gigantesca sociedad secreta, en el instante en que los cañones comiencen a disparar, aparece en escena y trata de hacer fracasar las operaciones militares de las otras grandes potencias por medio de sus maniobras inteligentemente ideadas. Esta concepción mecánica está en la base de la idea, anteriormente sostenida por los anarquistas y hace poco nuevamente levantada en Copenhague por los franceses e ingleses[4], de que, por medio de una huelga de los trabajadores del transporte y de las fábricas de municiones, se podría jugar a los gobiernos belicistas una mala pasada. Con plena razón se opone Kautsky a esa idea y subraya que sólo una acción de la clase obrera entera puede ejercer presión sobre un gobierno.
Pero también en sus propias reflexiones se transparenta esa concepción mecánica en la medida en que él trata de descubrir bajo qué condiciones puede alcanzar sus objetivos una huelga general para impedir la guerra. El proletariado, entonces, tiene que decidir: o bien la cosa es favorable a nosotros, realizamos la huelga general y le arruinamos el plan al gobierno, o bien la situación para una acción de ese tipo es desfavorable, entonces no tenemos nada que hacer, haremos lo que los berlineses en 1848 que arruinaron con astucia los planes violentistas de la reacción dejando entrar a las tropas en la ciudad sin oponer resistencia y dejándose desarmar. Entonces no pongamos ningún obstáculo al gobierno y dejémonos enviar voluntariamente a las fronteras. Puede ser entonces que los hechos se desarrollen así en alguna teoría o en la cabeza de los dirigentes que creen que su sabiduría está llamada a preservar al proletariado de cometer tonterías. Pero, en la realidad de la lucha de clases, donde se impone la voluntad apasionada de las masas, no se presenta tal alternativa. En un país altamente capitalista, donde la masa proletaria siente su fuerza como la gran fuerza popular, tiene que actuar cuando vea que la peor de las catástrofes está por caer sobre su cabeza. Ella debe hacer el intento de impedir la guerra por todos los medios. Si piensa que puede evitar la decisión con astucias, tal actitud sería una entrega sin lucha y la peor de las derrotas; y recién cuando sea derrotada y abatida en el intento podrá reconocer su debilidad.
Por supuesto, no se trata de si esto es recomendable o bueno. El objeto de estas reflexiones no es cómo los trabajadores podrían actuar sino cómo ellos deben actuar. Las decisiones o resoluciones de presidentes, cuerpos burocráticos o aún de las mismas organizaciones no son las decisivas sino los profundos efectos que los acontecimientos tienen sobre las masas. Si nosotros hablamos arriba de deber no significa que en nuestra opinión, no pueda ocurrir otra cosa, sino que ello ha de imponerse con la fuerza de una necesidad natural. En tiempos ordinarios existe siempre en las concepciones partidarias un tanto de tradición "que oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos"[5]. Épocas de guerra son como épocas de revoluciones, tiempos de la más grande tensión espiritual, se rompe la incuria cotidiana y pierden su fuerza los pensamientos rutinarios ante los intereses de clase que, con claridad de fuerza elemental, entran a la conciencia de las masas violentamente sacudidas. Junto a estas nuevas concepciones y objetivos surgidos espontáneamente de los enormes efectos de las grandes transformaciones, palidecen los programas partidarios tradicionales y los partidos y grupos salen del crisol de esos períodos críticos totalmente transformados. Un ejemplo instructivo de esto lo ofrecen los efectos de la guerra de 1866 sobre la burguesía europea. Ella reconoció allí que el bello programa progresista no correspondía a sus más profundos intereses de clase. Una parte de los electores abandonó a los parlamentarios liberales y una parte de los parlamentarios abandonaron el programa y se declararon por el nacionalismo y la reacción gubernamental.
Esto no quiere decir que las decisiones del partido sean algo que no deba tenerse en cuenta. Ellas comprometen ciertamente el futuro y expresan con qué grado de claridad el partido es capaz de preverlo. Pero cuanto mejor pronostique el partido el inevitable proceso de desarrollo y sus propias tareas en él, tanto más exitosas y compactas serán las acciones del proletariado. La tarea del partido consiste en dar forma unitaria a la acción de las masas proletarias haciendo clara conciencia en ellas de lo que motiva a esas masas con pasión, reconociendo con justeza lo que ellas necesitan en cada instante, colocándose a la vanguardia y dando así a la acción un poderoso impulso. Si no llegara a estar a la altura de esta tarea, no llegaría, por cierto, a impedir explosiones de las masas que lo sobrepasarán, pero a través del conflicto entre disciplina de partido y energía de la lucha proletaria, a causa de la falta de unidad entre conducción y masa, las grandes acciones se habrían de hacer confusas, desordenadas, atomizadas y disminuirían extraordinariamente su fuerza y efecto. Decisiones del partido, programas y resoluciones no determinan el desarrollo histórico, sino que son determinados por nuestra comprensión del inevitable desarrollo histórico. Esta verdad debe ser planteada siempre a aquellos que creen que el partido puede hacer o impedir un movimiento revolucionario; me refiero a los adversarios burgueses que denuncian con gran escándalo a la socialdemocracia como si ésta tuviera los planes para impedir una guerra, al mismo tiempo que una orden de movilización lista y guardada en un cajón secreto. Pero aquí no debe pasarse por alto que el partido, con sus decisiones, como es natural, conforma, al mismo tiempo, una parte viviente, activa, del desarrollo histórico. Él no puede ser otra cosa que el núcleo combativo de toda acción proletaria y por eso se gana, con razón, todo el odio con el que los defensores del capitalismo persiguen a cada movimiento revolucionario.
Desde distintas procedencias -por sus propios portavoces como defensa contra ataques nacionalistas, por camaradas extranjeros como reproche- ha sido puesto a menudo de relieve como especialmente importante el hecho de que los trabajadores alemanes han renunciado hasta ahora a decidirse en la aplicación de ciertas medidas para evitar la guerra. Se puede citar en contra de esta afirmación a la Resolución de Stuttgart[6], que deja abierta la aplicación de cualquier medida que sirva al objetivo. Pero de todos sería incorrecto dar a esto demasiada importancia, poner sobre ello demasiado peso. Más que de las decisiones del partido, depende esto del espíritu que llena a las masas. Hasta el momento, sin embargo, la posición retraida al respecto correspondió al prudente espíritu de las masas que sentían instintivamente que ellas no estaban preparadas para una lucha contra el poder entero del estado militar más fuerte. Pero con el constante crecimiento del poder proletario tiene que darse en un momento dado un cambio cuyos síntomas ya se han podido observar en repetidas ocasiones. Una clase obrera que ha pasado por cuarenta años de un intensivo esclarecimiento socialista, no se ha de dejar arrastrar a los campos de batalla con un sentimiento de total impotencia. El proletariado alemán, que es el primero en el mundo en cuando a su fuerza de organización, no puede estar ni tranquilo ni inactivo frente a las maquinaciones del capital internacional, ni confiarse en pretendidas tendencias pacifistas del mundo burgués. No podrá hacer otra cosa que intervenir no bien surja el peligro de guerra y contraponer a los medios de poder del gobierno su propio poder.
Qué formas habrán de adoptar esas acciones depende esencialmente de la magnitud del peligro y de las acciones del enemigo, de la clase dominante. Ellas se basan, en su forma más simple, en el hecho de que el capital ha de contener sus deseos de lanzarse a una guerra por temor al proletariado. Si el proletariado es impotente, indiferente, inmóvil, entonces la burguesía estima que por ese lado el peligro no es muy grande y se animará más fácilmente a una guerra. Las acciones de protesta del proletariado tienen, por eso, en su primera forma, el carácter de un llamado de atención para que la clase dominante se haga consciente del peligro y se sienta convocada a la prudencia. Contra la propaganda de guerra de los círculos capitalistas interesados se debe ejercer, mediante manifestaciones internacionales, una presión intimidatoria contra los gobiernos. Sin embargo, cuanto más amenazante se torne el peligro de guerra, con tanto más énfasis se debe sacudir al os más amplios sectores populares, tanto más enérgicas y duras se deben organizar las manifestaciones, sobre todo cuando se intente desde la parte adversaria reprimirlas por la violencia. Pues se trata en ese caso de una cuestión vital para el proletariado que habrá de recurrir finalmente al medio más fuerte, por ejemplo, la huelga general. Así se desarrolla la lucha entre la voluntad de la burguesía de hacer la guerra y la voluntad de paz del proletariado, formando parte de una gran lucha de clases en la que es válido todo lo que se dijo antes sobre las condiciones y efectos de las acciones de masas para conquistar el derecho al voto. Las acciones contra la guerra harán conscientes a los más amplios sectores, los movilizarán y los arrastrarán a la lucha, debilitarán el poder del capital y aumentarán el poder del proletariado. Impedir la guerra que, en la concepción mecánica aparecía como un plan inteligentemente elucubrado con anterioridad, en el momento crucial, sólo podrá ser el resultado final de una lucha de clases que crezca de una acción a otra hasta su más alto nivel de intensidad para que de ella emerja el poder estatal sensiblemente debilitado y el poder del proletariado acrecentado hasta su máxima expresión.
Kautsky plantea la contradicción: sólo cuando nosotros dominamos desaparece el peligro de guerra. Mientras el capitalismo ejerza su dominio, no será posible evitar una guerra. En esa tajante contraposición de dos formaciones sociales que, sin transición y al mismo tiempo, por un vuelco imprevisto, se transforman la una en la otra, no ve Kautsky el proceso de la revolución, en el cual el proletariado, por su intervención activa, construye paulatinamente su poder y el dominio del capital se desmorona pedazo a pedazo. Por eso, frente a su contraposición, el concepto intermedio de la "praxis transformadora": justamente la lucha por la guerra, el intento inevitable del proletariado de impedir la guerra, se transforma en un episodio en el proceso de la revolución, en una parte esencial de la lucha proletaria por la conquista del poder.
[1*] Dejamos de lado el mostrar cómo esos factores crecen sin interrupción por medio de las luchas parlamentarias y sindicales y nos remitimos a nuestro trabajo: "Die taktischen Differenzen in der Arbeiterbewe". [Las diferencias tácticas en el movimiento obrero], donde hemos tratado el tema ampliamente.
[1] Se trata de la insurrección de los campesinos tiroleses, encabezados por Andreas Hofer, y de la guerra de liberación contra las tropas napoleónicas en 1809.
[2] Con la designación de "bloque azul-negro" se hace referencia a la coalición de fuerzas conservadoras que luchavan por imponer un régimen clerical-camperisno basado en la proscripción de los socialdemócratas alemanes.
[3] Se refiera a la guerra colonialista llevada a cabo por España contra los marroquíes, utilizando el pretexto de la construcción del ferrocarril Melilla-Desulam, desde 1910 hasta 1914.
[4] Se refiere al Congreso Socialista Internacional de Copenhague, reunido desde el 28 de agosto hasta el 3 de septiembre de 1910 y la solución propugnada por Keir Hardie (delegado inglés) y Vaillant (delegado francés) para frenar una eventual guerra mundial. La propuesta, que exortaba al proletariado a realizar una huelga general en las industrias de armamento, las minas y los transportes, tropezó con la oposición de los delegados alemanes y fue rechazada por una fuerte mayoría.
[5] La frase es de Marx, en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.
[6] El Congreso Socialista Internacional de Stuttgart se celebró del 18 al 24 de agosto de 1907. La Resolución que menciona Pannekoek versa sobre el problema de la guerra y dice:
"El Congreso declara: Ante una guerra inminente, es deber de la clase obrera en los países involucrados, así como de sus representantes en el parlamento con la ayuda del Buró Internacional, fuerza de acción y de coordinación, hacer todos los esfuerzos para impedir la guerra con todos los medios que les parezcan más apropiados y que varían naturalmente según la situación de la lucha de clases y la situación política general.
No obstante, en el caso de que la guerra estallara, tienen el deber de intervenir para hacerla cesar prontamente y utilizar con todas sus fuerzas la crisis económica y política creada por la guerra para agitar las capas más profundas y precipitar la caída de la dominación capitalista."