Proyecto de �Tesis pol�ticas�, elaboradas por Nin, para presentarla al Congreso nacional del POUM, el 19 de junio de 1937. Dicho Congreso no lleg� a celebrarse a causa de la represi�n.
Escrito: Junio de 1937.
Digitalizaci�n: Martin Fahlgren, 2012.
Esta edici�n: Marxists Internet Archive, febrero de 2012.
Los acontecimientos que se han desarrollado en Espa�a despu�s del Congreso de constituci�n del POUM, celebrado en Barcelona el 29 de septiembre de 1935, han confirmado que la posici�n fundamental de nuestro partido, al afirmar que la lucha no estaba planteada entre la democracia burguesa y el fascismo, sino entre el fascismo y el socialismo, y al calificar de democr�tica socialista nuestra revoluci�n, era completamente justa.
La experiencia de 1931-1935 hab�a demostrado sobradamente la impotencia de la burgues�a para resolver los problemas fundamentales de la revoluci�n democr�tica burguesa y la necesidad de que la clase obrera se pusiera decididamente al frente del movimiento de emancipaci�n para realizar la revoluci�n democr�tica e iniciar la revoluci�n socialista. La persistencia de las ilusiones democr�ticas y de la alianza org�nica con los partidos republicanos, hab�a de conducir fatalmente al reforzamiento de las posiciones reaccionarias y, en un pr�ximo porvenir, al triunfo del fascismo como �nica salida de un r�gimen capitalista incapaz de resolver sus contradicciones internas dentro del marco de las instituciones democr�ticas burguesas.
La lecci�n de Asturias, donde el proletariado, al tomar decididamente la direcci�n del movimiento en octubre de 1934, asest� un golpe mortal a la reacci�n, y la de Catalu�a, donde en los mismos d�as se evidenci� una vez m�s la incapacidad y la inconsciencia de los partidos peque�o-burgueses, no fue debidamente aprovechada, como resultado de la ausencia de un gran partido revolucionario. Los partidos socialista y comunista, en vez de aprovechar la lecci�n de Octubre impulsando la Alianza obrera, que tan espl�ndidos resultados hab�a dado en Asturias, y canalizando todos los esfuerzos en el sentido de asegurar la hegemon�a de la clase obrera, infeudaron nuevamente el proletariado, a trav�s del Frente Popular, a los partidos republicanos burgueses, fracasados estrepitosamente en octubre y desaparecidos virtualmente de la escena pol�tica.
El per�odo que precedi� inmediatamente a las elecciones del 16 de febrero se caracteriza por la galvanizaci�n de los partidos republicanos, por obra y gracia de socialistas y comunistas oficiales, y por un cierto renacer de las ilusiones democr�ticas entre las masas, las cuales, sin embargo, parecen moverse m�s bien por el vehemente deseo de obtener la amnist�a de los presos y condenados de octubre que por confianza en los partidos republicanos. Este deseo era tan un�nime y el movimiento tan avasallador, que nuestro partido no tuvo m�s remedio que sumarse al mismo, pero conservando �ntegramente su personalidad e independencia, y ejerciendo una cr�tica dura y despiadada de la pol�tica republicana. Esta t�ctica, que nos salv� del aislamiento, nos permiti� acercarnos a grandes masas, hasta entonces inasequibles para nosotros, entre las cuales difundimos nuestros principios.
La gesti�n de los republicanos de izquierda en el poder, despu�s del 16 de febrero, fue la confirmaci�n absoluta de nuestras previsiones. Desde el primer momento, se estableci� un divorcio profundo entre el gobierno y el poderoso impu1so de las masas, que obligaba a aqu�l a dictar el decreto de amnist�a e iniciaba un vasto y profundo movimiento de huelgas. Desde abajo se reclamaba una actuaci�n r�pida y en�rgica, una pol�tica de realizaciones revolucionarias y de medidas rigurosas contra la reacci�n, cada d�a m�s insolente. Desde arriba, se efectuaba una pol�tica de pasividad, de contemplaciones funestas; una pol�tica cuyo lema parec�a ser el no variar nada, no asustar a nadie ni lesionar los intereses de las clases explotadoras. El resultado de esta pol�tica fue el levantamiento militar-fascista del 19 de julio de 1936. El estampido de los ca�ones y el crepitar de las ametralladoras aquella madrugada de julio, despert� de su sue�o a los trabajadores que manten�an a�n ilusiones democr�ticas. La victoria electoral del 16 de febrero no hab�a zanjado el problema planteado en nuestro pa�s. La reacci�n fascista recurr�a a argumentos m�s contundentes que la papeleta electoral. Vali�ndose de la situaci�n privilegiada que el propio gobierno de la Rep�blica le hab�a concedido al mantenerla en los puestos estrat�gicos m�s importantes, la inmensa mayor�a de la oficialidad del ej�rcito, al servicio de las clases reaccionarias, desencadenaba la guerra civil.
El levantamiento militar-fascista provoca una formidable reacci�n en la clase trabajadora, que se lanza resueltamente al combate y, a pesar de la pasividad, en unos casos, y de la traici�n, en otros, de los partidos republicanos, cuyos representantes oficiales se niegan a entregar las armas a los trabajadores, aplasta la insurrecci�n en los centros industriales m�s importantes del pa�s.
Esta intervenci�n resuelta de los trabajadores tiene consecuencias pol�ticas inmensas. Los �rganos del poder burgu�s quedan, en realidad, deshechos. Se crean comit�s revolucionarios por doquier. El ej�rcito permanente se derrumba, y es remplazado por las milicias. Los obreros toman posesi�n de las f�bricas. Los campesinos se apoderan de las tierras. Conventos e iglesias son destruidos por el fuego purificador de la revoluci�n. En pocas horas, o a lo sumo en pocos d�as, los obreros y campesinos resuelven, por la acci�n directa revolucionaria, los problemas que la burgues�a republicana no ha podido resolver en cinco a�os � es decir, los problemas de la revoluci�n democr�tica � e inician la revoluci�n socialista por medio de la expropiaci�n de la burgues�a.
Durante un cierto per�odo, los �rganos del poder burgu�s no son m�s que una sombra. El poder real lo ejercen los comit�s revolucionarios, que forman una tupida red en todas las regiones no ocupadas por los facciosos.
Sin embargo, en este primer per�odo el impulso revolucionario es mucho m�s vigoroso en Catalu�a que en Espa�a. Catalu�a va, indudablemente, a la cabeza de la revoluci�n, porque gracias a la influencia del POUM, de la CNT y de la FAI, que no se incorporaron al Frente Popular, el oportunismo democr�tico republicano ha penetrado menos en la masa trabajadora.
La insurrecci�n fascista, pues, destinada principalmente a ahogar el movimiento obrero revolucionario, lo acelera vertiginosamente, dando a la lucha de clases una violencia inaudita, y planteando claramente el problema del poder: o fascismo o socialismo. Lo que se propon�a ser una contrarrevoluci�n preventiva se convierte en revoluci�n proletaria, con todas las caracter�sticas distintivas de la misma: relajamiento del mecanismo estatal burgu�s, descomposici�n del ej�rcito, de las fuerzas coactivas del Estado y de las instituciones judiciales, armamento de la clase trabajadora, que ataca y vulnera el derecho de propiedad privada; intervenci�n directa de los campesinos que expropian a los terratenientes, y finalmente la convicci�n, por parte de las clases explotadoras, de que su dominio ha terminado.
En las primeras semanas que siguen al 19 de julio, el convencimiento de que el pasado no puede volver, de que la Rep�blica democr�tica est� superada, es general. Y el impulso de la revoluci�n es tan poderoso que los propios partidos de la peque�a burgues�a proclaman la caducidad del r�gimen capitalista y la necesidad de emprender la transformaci�n socialista de la sociedad espa�ola.
La �nica salida inmediata de la situaci�n era coordinar el empuje de las masas a instituir un poder vigoroso, basado en los organismos salidos de las entra�as de la revoluci�n, como expresi�n directa de la voluntad de los que desempe�aban un papel predominante en la lucha contra el fascismo. Ese poder vigoroso no pod�a ser otro que un gobierno obrero y campesino. Esta posici�n, sostenida por el POUM desde el momento en que el car�cter de la lucha apareci� con claridad, tropez� con la oposici�n de todos los partidos del Frente Popular, y en primer lugar del Partido Comunista, y con la indecisi�n de la CNT, cuya ideolog�a anarquista le imped�a darse cuenta de la importancia fundamental y decisiva del problema del poder.
Entre tanto, con ayuda de una campa�a tenaz y sistem�tica, iban abri�ndose paso dos concepciones de consecuencias funestas para el desarrollo victorioso de la lucha de la clase obrera. La primera de estas concepciones se expresaba en los t�rminos: �Primero ganar la guerra, despu�s se har� la revoluci�n�. De acuerdo con la segunda, consecuencia directa de la primera, en la guerra actual los obreros y campesinos luchan por el mantenimiento de la rep�blica democr�tica parlamentaria, y por tanto no se puede hablar de revoluci�n proletaria. M�s tarde, esta concepci�n tuvo una derivaci�n insospechada: la de que la dram�tica contienda que ensangrienta y arruina al pa�s, es �una guerra por la independencia nacional y la defensa de la patria�.
Nuestro partido adopta desde el primer momento una actitud de oposici�n decidida frente a estas concepciones contrarrevolucionarias.
La f�rmula �primero ganar la guerra, despu�s se hacer la revoluci�n�, es fundamentalmente falsa. En la contienda que se desarrolla actualmente en Espa�a, guerra y revoluci�n son, no s�lo dos t�rminos inseparables, sino sin�nimos. La guerra civil, estado m�s o menos prolongado del conflicto directo entre dos o m�s clases de la sociedad, es una de las manifestaciones, la m�s aguda, de la lucha entre el proletariado, por una parte, y por otra la gran burgues�a y los terratenientes, que atemorizados por el avance revolucionario del proletariado, intentan instituir un r�gimen de dictadura sangrienta, que consolide sus privilegios de clase. La lucha en los frentes de batalla no es m�s que una prolongaci�n de la lucha en la retaguardia. La guerra es una forma de la pol�tica. Esta pol�tica es la que gu�a la guerra en todos los casos. Los ej�rcitos defienden siempre los intereses de una clase determinada. Se trata de saber si los obreros y campesinos de los frentes se baten por el orden burgu�s o por una sociedad socialista. Guerra y revoluci�n son tan inseparables en el momento actual en Espa�a como la eran en Francia en el siglo XVIII y en Rusia en 1917-1920. �C�mo podemos separar la guerra de la revoluci�n, cuando la guerra no es m�s que la culminaci�n violenta del proceso revolucionario que se est� desarrollando en nuestro pa�s desde el a�o 1930 ac�?
En realidad, la f�rmula: �primero ganar la guerra [...]� encubre el prop�sito efectivo de frustrar la revoluci�n. Las revoluciones hay que hacerlas cuando existen circunstancias favorables para ello, y estas circunstancias la historia nos las ofrece excepcionalmente. Si no se aprovechan los momentos de m�xima tensi�n revolucionaria, el enemigo de clase va reconquistando posiciones y acaba por estrangular la revoluci�n. La historia del siglo XIX y la m�s reciente de la posguerra (Alemania, Austria, Italia, China, etc.), nos ofrece abundantes ejemplos en este sentido. Aplazar la revoluci�n para despu�s de ganada la guerra, equivale a dejar las manos libres a la burgues�a para que, aprovech�ndose del descenso de la tensi�n revolucionaria, vaya restableciendo su mecanismo de opresi�n a fin de preparar, sistem�tica y progresivamente, la restauraci�n del r�gimen capitalista. La guerra � ya lo hemos dicho � es una forma de la pol�tica. El r�gimen pol�tico sirve siempre a una clase determinada, de la cual es la expresi�n y el instrumento. Mientras dure la guerra hay que hacer una pol�tica: �al servicio de qui�n?, �de qu� intereses de clase? Toda la cuesti�n radica aqu�. Y la garant�a de una victoria r�pida y segura en los frentes estriba en una pol�tica revolucionaria firme en la retaguardia, capaz de inspirar a los combatientes el br�o y la confianza indispensables para la lucha; capaz tambi�n de impulsar la solidaridad revolucionaria del proletariado internacional, la �nica con que podemos contar, de crear una s�lida industria de guerra, de reconstituir sobre bases socialistas la econom�a desquiciada por la guerra civil, de forjar un ej�rcito eficiente al servicio de la causa proletaria, que es la de la humanidad civilizada. El instrumento de esta pol�tica revolucionaria no puede ser m�s que un gobierno obrero y campesino.
Como en Rusia en 1917, en toda Europa despu�s de la guerra imperialista, el obst�culo m�s considerable que se opone al avance victorioso de la revoluci�n proletaria es el reformismo, agente de la burgues�a en el movimiento obrero. Pero se da el caso parad�jico de que, en nuestro pa�s, el exponente m�s caracter�stico del reformismo castrador sea precisamente el Partido Comunista de Espa�a, y su filial el Partido Socialista Unificado de Catalu�a, afiliados a una internacional, la Internacional Comunista, surgida como consecuencia de la ruptura ideol�gica y org�nica con el reformismo. Prisionero de la burocracia sovi�tica, que se 'ha vuelto de espaldas a la revoluci�n proletaria internacional para cifrar todas sus esperanzas en los pa�ses �democr�ticos� y la Sociedad de Naciones, el comunismo oficial ha abandonado definitivamente la pol�tica revolucionaria de clase para orientarse hacia la alianza con los partidos burgueses democr�ticos (Frente Popular) y preparar psicol�gicamente a las masas para la pr�xima guerra mundial. De aqu� la consigna: �Lucha por la independencia nacional�, que traducida al lenguaje de la pol�tica internacional significa: �sujeci�n de la Espa�a revolucionaria a los intereses del bloque imperialista franco-brit�nico�, del cual forma parte asimismo la URSS. Las consecuencias nefastas de esta pol�tica no han tardado en dejarse sentir: especulando con las dificultades de la guerra y las posibles complicaciones internacionales, el reformismo, apoyado eficazmente por los representantes de la burocracia estalinista, los cuales, a su vez, han especulado con la ayuda prestada por la URSS, ha logrado socavar sistem�ticamente las conquistas revolucionarias, preparando el terreno a la contrarrevoluci�n. Nuestra eliminaci�n del gobierno de la Generalidad, las tentativas de formaci�n de un ej�rcito popular �democr�tico�, �neutral�, la supresi�n de las milicias de retaguardia y la reconstituci�n del orden p�blico a base del restablecimiento del antiguo mecanismo, la censura period�stica, son las etapas m�s importantes de este proceso contrarrevolucionario, que continuar� inflexiblemente hasta el total aplastamiento del movimiento revolucionario si la clase trabajadora espa�ola no se decide a reaccionar, r�pida y vigorosamente, reconquistando las posiciones logradas en las jornadas de julio e impulsando la revoluci�n socialista hacia adelante.
En la situaci�n presente, inequ�vocamente revolucionaria, la consigna �lucha por la rep�blica democr�tica parlamentar�a� no puede servir m�s que los intereses de la contrarrevoluci�n burguesa. Hoy m�s que nunca �la palabra �democracia� no es m�s que una tapadera con la que se quiere impedir al pueblo revolucionario que se levante y acometa, libre, intr�pidamente y por su cuenta, la edificaci�n de la sociedad nueva� (Lenin). Como nos ha ense�ado el marxismo revolucionario, la rep�blica democr�tica no es m�s que una forma enmascarada de la dictadura burguesa. En el per�odo de apogeo del capitalismo, cuando �ste representaba un factor progresivo, la burgues�a pod�a permitirse el lujo de conceder una serie de libertades �democr�ticas� � considerablemente limitadas, condicionadas, por el hecho de su dominaci�n econ�mica y pol�tica � a la clase trabajadora. Hoy, en la �poca del imperialismo, ��ltima etapa del capitalismo�, la burgues�a, para superar sus contradicciones internas, se ve precisada a recurrir a la instauraci�n de reg�menes de dictadura brutal (fascismo), que destruyen incluso las mezquinas libertades democr�ticas. En estas circunstancias, el mundo se halla ante un dilema fatal: o socialismo o fascismo. Los reg�menes �democr�ticos� han de ser forzosamente fugaces, inconsistentes, con la agravante de que al adormecer y desarmar a los trabajadores con sus ilusiones, preparan eficazmente el terreno para la reacci�n fascista.
Para justificar su monstruosa traici�n al marxismo revolucionario, los estalinistas arguyen que la rep�blica democr�tica que preconizan ser� una rep�blica democr�tica distinta de las dem�s, una rep�blica �popular�, de la que habr� desaparecido la base material del fascismo. Es decir, que dejan escandalosamente de lado la teor�a marxista del Estado como instrumento de dominaci�n de una clase para caer en la utop�a del Estado democr�tico �por encima de las clases�, al servicio del pueblo, con objeto de mistificar a las masas y preparar la consolidaci�n pura y simple del r�gimen burgu�s. Una rep�blica de la cual ha desaparecido la base material del fascismo, no puede ser m�s que una rep�blica socialista, por cuanto la base material del fascismo es el capitalismo.
El antifascismo en abstracto, h�bilmente manejado por los reformistas � que preparan pol�tica y psicol�gicamente las condiciones favorables para una intervenci�n en la pr�xima guerra imperialista mundial, presentada como una contienda entre los pa�ses fascistas y los pa�ses democr�ticos � es el ant�doto de la revoluci�n proletaria, la expresi�n de la pol�tica de �unidad nacional�, a la cual el marxismo ha opuesto siempre la lucha de clases.
Si el dilema ante el cual la historia ha colocado al proletariado espa�ol es �fascismo o socialismo�, el problema fundamental de la hora presente es el problema del poder. Todos los dem�s � el de la organizaci�n militar, el de la industria de guerra, el de los abastos, el de la reconstrucci�n econ�mica del pa�s, el de la seguridad interior, etc. � est�n subordinados a ese problema fundamental, cuya soluci�n depende de la clase en cuyas manos est� el poder.
�Cu�l es la actitud de los distintos sectores del movimiento obrero ante este problema?
El Partido Comunista, el Partido Socialista Obrero y el Partido Socialista Unificado de Catalu�a preconizan la pol�tica del Frente popular, que presupone el ejercicio del poder por gobiernos �antifascistas�, de coalici�n con la burgues�a y con un programa democr�tico burgu�s.
La CNT y la FAI, se declaran resueltamente partidarias de la revoluci�n social y, por tanto, adversarios ac�rrimos de la restauraci�n de la rep�blica democr�tica; pero su tradici�n antiestatal y la propaganda sistem�tica a favor del comunismo libertario, realizada durante largos a�os, dificulta su evoluci�n hacia la concepci�n del poder proletario.
Nuestra actitud frente a esOS distintos sectores se halla determinada por el papel que desempe�an o pueden desempe�ar en el curso del desarrollo de los acontecimientos actuales.
El Partido Comunista de Espa�a y el Partido Socialista Unificado de Catalu�a, por su posici�n pol�tica presente, inspirada directamente por la Internacional Comunista, instrumento a su vez de la burocracia sovi�tica, deben ser considerados como organizaciones ultra oportunistas y ultrarreformistas. Por su pol�tica de colaboraci�n de clases, por su renuncia total a los principios ya la t�ctica fundamentales del marxismo revolucionario, por su auxilio declarado y activo a los planes de estrangulaci�n de la revoluci�n espa�ola, tramados por el capitalismo nacional e internacional, el Partido Comunista y el PSUC desempe�an el papel de agentes de la burgues�a en el movimiento obrero, m�s peligrosos para la revoluci�n que la propia burgues�a. por cuanto la etiqueta marxista con que se adornan facilita su penetraci�n en las filas proletarias.
Los intereses supremos de la revoluci�n exigen una cr�tica constante e implacable de las posiciones pol�ticas de dichos partidos, cr�tica que contribuir� eficazmente a acentuar la diferenciaci�n en el seno de los mismos, atrayendo a las posiciones revolucionarias a los elementos proletarios. Los acontecimientos actuales han puesto de manifiesto la inconsistencia ideol�gica de la llamada �izquierda� del Partido Socialista Espa�ol, cuya fraseolog�a revolucionaria hab�a hecho nacer tantas esperanzas entre una buena parte de la vanguardia de la clase trabajadora. De las tendencias que exist�an en v�speras del 19 de julio no queda virtualmente nada. Entre las tendencias de �derecha�. �izquierda� y �centro� no hay ninguna diferencia fundamental; todas ellas est�n unidas por una denominaci�n com�n, la pol�tica del Frente Popular, que las lleva a renunciar a las posiciones revolucionarias del proletariado para hacer el juego de la burgues�a democr�tica. Pero en la base del partido se nota un profundo malestar, producido principalmente por las tentativas del estalinismo para absorber al partido � como lo ha conseguido ya con las juventudes � y someterlo a la pol�tica de la burocracia de la Tercera Internacional. Muchos de los viejos militantes asisten con dolor y con un sentimiento de protesta sorda a la obra de destrucci�n, sistem�ticamente llevada a cabo, de la organizaci�n que con tanto esfuerzo levantaran, ya la introducci�n de m�todos que repugnan a su conciencia socialista ya las tradiciones del partido. Por otra parte, la pol�tica escandalosamente oportunista del Partido Comunista, caracterizada por una monstruosa deformaci�n del marxismo, suscita viva y justificada inquietud entre los millones de trabajadores sinceramente revolucionarios que se han incorporado al PSOE, y que se dan cuenta, alarmados, de la labor de penetraci�n que los estalinistas, vali�ndose de todos los medios, realizan en sus filas.
La misi�n de nuestro partido debe consistir en ayudar a esos elementos a ver claro en la situaci�n, tratando fraternalmente de guiarles por el buen camino, es decir, hacerles comprender la necesidad de una clara pol�tica de intransigencia proletaria, servida por un fuerte partido revolucionario.
Son deseables los acuerdos temporales con los elementos que, sin aceptar plenamente nuestras posiciones revolucionarias, est�n dispuestos a luchar contra la burocracia estalinista y sus m�todos de corrupci�n.
La CNT y la FAI han coincidido con nosotros, desde el primer momento, en reconocer que la guerra y la revoluci�n son inseparables, han coincidido asimismo con nosotros en la apreciaci�n de algunos de los problemas fundamentales que se han planteado, tales como el del ej�rcito, del orden p�blico, etc. Pero las vacilaciones de las organizaciones mencionadas con respecto a la cuesti�n del poder, as� como su posici�n estrictamente �sindical�, que tiende a eliminar los partidos, lo que no obsta para que, al amparo de esta posici�n se establezca, a trav�s de la UGT, una colaboraci�n efectiva con socialistas y comunistas oficiales, ha hecho que esa coincidencia no diera los resultados fruct�feros apetecidos.
El anarcosindicalismo ha rectificado notablemente sus posiciones anteriores, pero el peso de la tradici�n le ha impedido llevar esa rectificaci�n hasta sus �ltimas consecuencias. As�, ha renunciado a su apoliticismo inveterado, entrando a participar en el gobierno de la rep�blica y en el de Catalu�a, es decir, en gobiernos de colaboraci�n con los partidos republicanos burgueses, sin atreverse a adoptar una actitud afirmativa, m�s f�cilmente comprensible para las masas trabajadoras encuadradas en la CNT, con respecto a la formaci�n de un gobierno obrero y campesino. Si la CNT y la FAI adoptaran esta actitud, el destino victorioso de nuestra revoluci�n estar�a garantizado. S�lo la conquista del poder permitir�a la soluci�n r�pida y eficaz de todos los problemas que la revoluci�n y la guerra han planteado.
Sin renunciar a una labor tenaz y paciente encaminada a llevar a las masas confederales a esta posici�n, impuesta imperiosamente por la situaci�n actual, debemos orientar todo nuestro esfuerzo en el sentido de estrechar las relaciones de nuestro partido con las organizaciones de la CNT y la FAI, nuestros aliados naturales en las circunstancias presentes. Las coincidencias important�simas que ya se han manifestado y la necesidad de defender la revoluci�n en peligro, imponen una alianza efectiva, que no presupone, ni mucho menos, la renuncia a la cr�tica rec�proca, ni a la defensa de las posiciones respectivas.
El deber imperioso del momento, pues, es la conquista del poder por el proletariado, aliado con los campesinos, y la formaci�n consiguiente de un gobierno obrero y campesino, �nico capaz de organizar, de acuerdo con las necesidades de la poblaci�n y de la guerra, la econom�a desquiciada, y de establecer un orden revolucionario en el pa�s.
Este gobierno, para que tenga toda su eficacia revolucionaria, no puede ser designado desde arriba, como resultado de combinaciones m�s o menos diplom�ticas, ni surgir de un parlamento constituido seg�n las normas democr�ticas burguesas.
Un gobierno formado por delegados de organizaciones obreras nombrados por los comit�s superiores de las mismas, representar�a, indudablemente, un paso adelante con respecto a la situaci�n actual, pero no ser�a el gobierno que las circunstancias exigen. Elegido en estas condiciones, seguramente no ir�a mucho m�s all� de las posiciones del Frente popular.
El gobierno obrero y campesino ha de ser la expresi�n directa de la voluntad revolucionaria de las masas obreras y campesinas del pa�s, y por lo tanto no puede surgir del Parlamento del 16 de febrero, completamente superado por los acontecimientos, ni del que pudiera resultar de unas elecciones efectuadas a base del sufragio universal. El Parlamento burgu�s ha de ser disuelto, y en su lugar debe convocarse un congreso que siente las bases econ�micas, sociales y pol�ticas de la Espa�a libre de la dominaci�n capitalista, que se est� forjando en los campos de batalla, y elija el gobierno obrero y campesino. Esa asamblea no puede ser de tipo democr�tico burgu�s, es decir, no puede basarse en el derecho de representaci�n para todas las clases, sino que ha de reflejar la nueva situaci�n creada por la guerra civil y la revoluci�n, concediendo todos los derechos a los que las sostienen con las armas en la mano o con el trabajo creador. En una palabra, el congreso debe estar formado por los delegados de los sindicatos obreros y campesinos, y de los combatientes.
Esos mismos �rganos deben constituir la base de la transformaci�n de todo el mecanismo del poder, empezando por los ayuntamientos, Con las modificaciones de detalle que las circunstancias impongan.
La orientaci�n que propugna el POUM puede resumirse en estas dos consignas fundamentales: a) conquista del poder por la clase obrera; b) instauraci�n de un r�gimen socialista.
En la etapa actual de la revoluci�n, la conquista del poder por el proletariado no presupone forzosamente la insurrecci�n armada. Las posiciones que, a pesar del retroceso sufrido por la revoluci�n, sigue manteniendo la clase trabajadora, el peso espec�fico de la misma y de sus organizaciones, y sobre todo el hecho de que siga teniendo una gran parte de las armas en sus manos, permiten la conquista pac�fica del poder. Basta para ello que el proletariado recobre la confianza en su fuerza y se decida a afirmar intransigentemente su voluntad imponi�ndola. De �l depende enteramente que se restablezca la correlaci�n de fuerzas del 19 de julio y que sepa utilizarla en beneficio propio, o, lo que es la mismo, de la revoluci�n.
La conquista del poder por el proletariado significa la hegemon�a absoluta de la clase trabajadora a fin de ahogar implacablemente toda tentativa contrarrevolucionaria y aplastar a la burgues�a. Esta hegemon�a de la clase no puede identificarse en ning�n caso con la dictadura de un partido, sino que presupone la m�s amplia democracia obrera, el derecho �de cr�tica m�s absoluto para todos los sectores proletarios, la participaci�n de todos en la obra com�n. S�lo las clases �explotadoras quedan privadas de todo derecho pol�tico. Cuando las clases hayan desaparecido completamente, los �rganos de coacci�n resultar�n superfluos y desaparecer� el Estado.
Al conquistar el poder, la clase obrera no se limitar� a utilizar el antiguo mecanismo del Estado � como lo ha hecho la burgues�a democr�tica � sino que lo destruir� de ra�z. Con ayuda de los comit�s de obreros, campesinos y combatientes, transformar� de abajo arriba todo el mecanismo gubernamental e instituir� un gobierno barato y verdaderamente democr�tico. El gobierno barato ser� posible por la destrucci�n del viejo y costoso sistema burocr�tico, la supresi�n de los sueldos elevados, estableciendo como norma que nadie pueda percibir un sueldo superior al de un obrero calificado, el control vigilante y activo de las masas trabajadoras. La verdadera democracia quedar� garantizada por la participaci�n efectiva de la inmensa mayor�a del pa�s en la administraci�n de la cosa p�blica, la elegibilidad de todos los cargos y su revocaci�n en cualquier momento. En fin, el gobierno obrero y campesino ser� el gobierno de la victoria militar, pues s�lo un gobierno de esa naturaleza es capaz de crear la moral indispensable para el triunfo, organizar una s�lida industria de guerra, nacionalizar los Bancos, acabar con la especulaci�n, concentrar y movilizar todos los recursos econ�micos del pa�s para la guerra.
Uno de los argumentos a que recurren con mayor frecuencia los reformistas para justificar su pol�tica colaboracionista y contrarrevolucionaria, es la necesidad de mantener el bloque con los partidos peque�o burgueses, con el fin de asegurar el concurso de una masa importante de la poblaci�n.
La peque�a burgues�a constituye, en efecto, un factor de la mayor importancia en todos los pa�ses, y muy particularmente en los que, como el nuestro, se han incorporado con gran retraso al proceso capitalista. Pero por su car�cter de clase intermedia, equidistante de la gran burgues�a y del proletariado, por su dependencia econ�mica, no puede desempe�ar un papel independiente en la vida pol�tica. Vacilante e indecisa, se mueve siempre entre las dos clases fundamentales, haciendo, en definitiva, la pol�tica de la una o de la otra. Los partidos peque�o burgueses mantienen vivo el equ�voco de una pol�tica independiente � ni burguesa, ni proletaria �, pero, en realidad, son siempre un instrumento en roanos del gran capital, y, por lo tanto, un instrumento contra los intereses de la peque�a burgues�a, cuya representaci�n ostentan. Su pol�tica conduce indefectiblemente a la consolidaci�n de las posiciones econ�micas del gran capital, y por consiguiente a la asfixia efectiva de la peque�a burgues�a. La alianza con los partidos peque�o burgueses no representa la alianza con la peque�a burgues�a, sino contra ella. La experiencia espa�ola, desde el 14 de abril ac�, es muy elocuente a este respecto. La peque�a burgues�a, y en primer lugar los campesinos, no ha visto satisfecha ninguna de sus reivindicaciones fundamentales. Todo lo conseguido lo debe a la acci�n independiente de la clase obrera.
La peque�a burgues�a, potencialmente, no es revolucionaria ni reaccionaria. Quiere un orden, sea el que fuere, pero un orden. Y este orden no lo puede establecer m�s que el proletariado o la burgues�a. Cuando la clase obrera act�a resueltamente, dando la sensaci�n neta de su fuerza y de que sabe lo que quiere y ad�nde va, la peque�a burgues�a queda neutralizada e incluso, en gran parte, sigue al proletariado, o para decirlo con m�s propiedad, es arrastrada por �l. Pero si en el momento decisivo la clase obrera falla, la peque�a burgues�a pierde la fe en ella, le vuelve la espalda y pone nuevamente los ojos en la gran burgues�a. Si en aquel momento aparece un caudillo m�s o menos demag�gico, no le ser� dif�cil aprovecharse del desencanto de las masas peque�o burguesas, para convertirlas en la base social de un movimiento (fascismo), destinado a aplastar a la clase trabajadora e instaurar un r�gimen de dictadura sangrienta del gran capital.
La peque�a burgues�a ha hecho la experiencia de la rep�blica democr�tica. Repetirla, equivale a preparar nuevos fracasos, a crear las premisas necesarias de una incorporaci�n de las masas peque�o burguesas al campo reaccionario. Por el contrario, si la clase obrera aparece a los ojos de las masas populares del pa�s como el verdadero gu�a de la revoluci�n, como la �nica fuerza capaz de crear un r�gimen fuerte, un orden nuevo, la peque�a burgues�a seguir� a aqu�lla como la sigui� despu�s de las jornadas gloriosas de julio.
La pol�tica de atracci�n de la peque�a burgues�a no consiste, pues, en contener el ritmo de la revoluci�n, sino en acelerarlo. Cuando m�s audaz y decidido se muestra el proletariado, m�s seguro puede estar de la colaboraci�n de la peque�a burgues�a, o por lo menos de su neutralizaci�n.
La divisi�n de la clase obrera es, indudablemente, uno de los factores que se Oponen m�s poderosamente a que se cree entre las masas peque�o burguesas la sensaci�n de fuerza invencible del proletariado. La unidad sindical � cuya ausencia, por otra parte, repercute desfavorablemente en la obra de organizaci�n socialista de la producci�n � constituir�a un gran paso adelante en este sentido. Pero la burocracia reformista la sabotea sistem�ticamente, por cuanto presiente que el movimiento sindical unificado le escapar�a de las manos para pasar a las de los elementos revolucionarios. Impulsarla e imponerla constituye el deber ineludible de la clase trabajadora.
En el terreno pol�tico, deben surgir los �rganos de unidad adecuados a las circunstancias. A fines de 1933 aparecieron las Alianzas obreras, destinadas a desempe�ar en nuestro pa�s el mismo papel que desempe�aran los soviets en la revoluci�n rusa. Dichas Alianzas demostraron su magn�fica eficacia revolucionaria durante la insurrecci�n asturiana de octubre de 1934. Formada por todos los partidos y organizaciones obreras sin excepci�n, la Alianza obrera de Asturias demostr� palmariamente al mundo los prodigios de hero�smo y de iniciativa de que es capaz el proletariado unido. Pero la pol�tica del Frente popular frustr� aquellos espl�ndidos inicios, y nuevamente la clase trabajadora march� a la zaga de los partidos republicanos. Si las Alianzas obreras no hubiesen sido liquidadas por los paladines de la colaboraci�n de clases, los acontecimientos habr�an tomado un giro completamente distinto del que tomaron, y la hegemon�a del proletariado habr�ase afirmado indiscutiblemente.
Resucitarlas hoy ser�a un error, por cuanto corresponden a una etapa ya superada. Los congresos de delegados de los sindicatos obreros y campesinos, y de los combatientes, son sustancialmente lo mismo que eran las Alianzas obreras en la etapa anterior. En ellos debe basarse el gobierno de la clase trabajadora, de ellos deben surgir los �rganos del poder; �ellos deben encarnar la unidad de acci�n de los trabajadores por encima de las diferencias que les separan en el terreno de la organizaci�n sindical y pol�tica. En ellos se basar� la futura Uni�n Ib�rica de Rep�blicas Socialistas.
Ni la unidad sindical, ni las asambleas de delegados obreros, campesinos y combatientes, excluyen la posibilidad de la formaci�n de alianzas entre los sectores de la clase obrera que coincidan en la concepci�n del momento y la actitud de la clase trabajadora. Al contrario, estas alianzas est�n claramente dictadas por la situaci�n.
En el caso concreto de nuestra revoluci�n, se impone la constituci�n de un Frente Obrero Revolucionario, formado por la CNT, la FAI y el POUM, organizaciones que coinciden en el reconocimiento de la necesidad de cerrar el paso al reformismo, evitar el retorno a la situaci�n anterior al 19 de julio y de impulsar la revoluci�n proletaria, llev�ndola hasta sus �ltimas consecuencias. Un programa de realizaciones claras y concretas � hoy perfectamente posible � deber�a ser la base del Frente Obrero Revolucionario, cuya formaci�n determinar�a, indiscutiblemente, un cambio fundamental en la correlaci�n de fuerzas e imprimir�a un poderoso empuje a la revoluci�n.
Uno de los argumentos predilectos empleados por 1os reformistas contra la revoluci�n proletaria, es el de que ser�a fatalmente ahogada por los pa�ses capitalistas.
La clase trabajadora cometer�a un profundo error si no contase con la probabilidad de una intervenci�n armada extranjera contra la revoluci�n espa�ola. Pero si el proletariado no pudiera lanzarse a la lucha revolucionaria decisiva m�s que en el caso de estar seguro de que dicha intervenci�n no iba a producirse, tendr�a que renunciar de antemano a toda esperanza de emancipaci�n. Porque es evidente que el capitalismo internacional no podr� asistir pasivamente, por esp�ritu de conservaci�n, a la victoria del proletariado en ning�n pa�s del mundo.
El peligro de la intervenci�n existe, y si el factor decisivo fuera la. superioridad t�cnico-militar, la derrota del proletariado podr�a considerarse como descontada. Pero hay un factor real infinitamente m�s eficaz: la fuerza expansiva de la revoluci�n. Triunfante en Espa�a, tendr�a una repercusi�n inmediata en los dem�s pa�ses, y muy particularmente en Italia y Alemania, a cuyos reg�menes fascistas asestar�a un golpe mortal.
La revoluci�n rusa fue la causa inmediata del hundimiento de los imperios centrales, hizo tambalear el r�gimen capitalista en toda Europa, y provoc� un movimiento tan intenso de solidaridad proletaria internacional, que contribuy� poderosamente al fracaso de la intervenci�n. Las consecuencias de la revoluci�n espa�ola pueden ser no menos trascendentales. La victoria de la clase obrera de nuestro pa�s modificar�a inmediatamente, en favor del proletariado, la correlaci�n de fuerzas en el mundo entero, dando un impulso decisivo a la revoluci�n proletaria internacional.