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ay corrientes revisionistas trotskistas que sostienen que —dada el carácter burocrático contrarrevolucionario del partido dirigente— en la URSS, en China o en los demás estados obreros no existe la dictadura del proletariado.
la dictadura de clase tiene distintas expresiones políticas y de sectores de la propia clase. En el régimen burgués existe dictadura de la burguesía, tanto bajo un gobierno militar como bajo uno parlamentario o de terratenientes feudales. Un análisis similar hizo Trotsky respecto de la URSS al definirla como estado obrero degenerado.
Mientras exista la expropiación de la burguesía, todo estado obrero, burocrático o no, es una dictadura de la clase obrera desde el punto de vista social. Como fenómeno económico–social es una dictadura proletaria, aunque se exprese en forma distorsionada a través de la burocracia y a pesar de que la clase obrera no goce de ningún tipo de democracia.
Esto en definitiva, tiene que ver con el carácter de la revolución en nuestra época. Sólo hay dos polos: revolución obrera y contrarrevolución burguesa, imperialista. Todos los fenómenos contemporáneos están atravesados por esta realidad. No hay terceras variantes: en todos los países del mundo hay dictaduras burguesas (de las más variadas formas) o dictaduras obreras aunque sean burocráticas. No hay posibilidades de una dictadura pequeñoburguesa porque no puede haber una economía dominante, relaciones de producción pequeñoburguesas. Es por eso que a la dictadura hay que definirla por la clase dominante.
Decir que no hay dictadura del proletariado en la URSS o en cualquiera de las demás dictaduras burocráticas significaría afirmar que allí hay dictaduras burguesas. Afirmamos rotundamente que la burocracia es un sector pequeñoburgués y agente del imperialismo, pero dentro de los estados obreros. No podemos caer en la confusión de negar el carácter obrero de las dictaduras existentes en los estados burocráticos. No existe burguesía en la URSS como para que pueda haber dictadura burguesa. La dictadura es ejercida, siempre y de mil maneras, por la clase económicamente dominante; y en las dictaduras burocráticas la clase que domina en el sentido económico–social es el proletariado.
Pero además de la definición social, hay una definición política ligada a la lucha de clases a nivel nacional e internacional. El objetivo de la burocracia gobernante de desmovilizar al movimiento obrero y de masas es parte esencial de su programa de fortificar su estado nacional construyendo el socialismo en su país y practicando la coexistencia pacífica con el imperialismo. Tiene que aplastar la movilización para el logro de esos objetivos ultrarreacionarios. Entiéndase bien que cuando decimos que fortificar su estado nacional es un objetivo reaccionario, no nos referimos al objetivo sumamente progresivo que es la defensa del estado, su fortalecimiento como parte supeditada a la revolución socialista mundial.
Esta política de desmovilización redobla la presión de la contrarrevolución imperialista sobre el país. Esto provoca una contradicción aguda entre la contrarrevolución y el movimiento de masas. Debido a ello, el dominio del aparato gubernamental por parte de la burocracia adquiere la forma de un gobierno bonapartista contrarrevolucionario, con un régimen totalitario de control total del movimiento obrero y de resistencia a la presión redoblada de la contrarrevolución imperialista. Es bonapartista porque trata de arbitrar entre contradicciones insoportables, como cualquier otro gobierno bonapartista totalitario. En última instancia ese gobierno burocrático es árbitro, pero al mismo tiempo correa de transmisión de la presión imperialista sobre el estado obrero. La existencia y fortaleza del Kremlin fortalece aún más este carácter bonapartista de los gobiernos de todos los estados obreros actuales ya que hace un paralelogramo de fuerzas contrarrevolucionarias con el propio imperialismo sobre el estado obrero burocratizado.
Todo este proceso político tiene por supuesto una base social. Este tipo de gobierno, al igual que los partidos comunistas gobernantes, refleja los intereses privilegiados de la burocracia y la aristocracia obrera y popular. Por su carácter pequeñoburgués puede jugar su papel bonapartista oscilante. Estos fenómenos políticos se combinan con el carácter social de la dictadura para originar dictaduras proletarias burocráticas bonapartistas. Son dictaduras de partidos burocráticos contrarrevolucionarios.
Las dictaduras revolucionarias del proletariado, la de Lenin y Trotsky, la que originó la Revolución de Octubre, son lo opuesto desde el punto de vista político y del sector social. Antes que nada, se asientan en la democracia revolucionaria y no en el bonapartismo: sus órganos son los soviets revolucionarios y democráticos o cualquier otra organización revolucionaria de masas. Son la expresión de la base obrera y popular, aunque con hegemonía del proletariado industrial. Y, lo que es decisivo, a su frente está un partido revolucionario que tiene como objetivo supremo desarrollar la revolución socialista dentro y fuera de sus fronteras, lograr una movilización permanente, destruir su estado nacional con tal de desarrollar la federación de estados socialistas y extender la revolución a todo el mundo. En una palabra, a su frente estuvo ayer un partido bolchevique y estará en un mañana próximo el único partido que lucha hay por las banderas del bolchevismo: un partido trotskista.
no de los hechos más espectaculares de las últimas décadas en relación a las dictaduras proletarias existentes ha sido la invasión de un estado obrero por otro. De la URSS a Hungría en los cincuenta, de la URSS a Checoslovaquia en los sesenta, de China a Vietnam (antecedida por la invasión de Vietnam a Camboya) a fines de los setenta. Desgraciadamente, ésta es una realidad de la época y muy posiblemente se vuelva a repetir.
Estas posibles guerras entre estados obreros y ocupaciones de unos por otros adquirirán una nueva dimensión apenas surja la próxima dictadura revolucionaria del proletariado. Hasta ahora hemos visto dos invasiones de estados obreros por la URSS, provocadas por el temor de la casta burocrática soviética a que estos estados se transformen en revolucionarios como consecuencia del comienzo de la revolución política y del surgimiento embrionario de formas concejistas o soviéticas. Para nosotros es muy lícito pensar que estas burocracias obreras entrarán en estado de desesperación cuando vean surgir dictaduras revolucionarias del proletariado que auguren su liquidación como casta privilegiada.
Sin necesidad de entrar en la discusión sobre el carácter de clase del estado camboyano, la invasión a Vietnam por parte de China poso sobre el tapete el hecho nuevo de la guerra entre estados obreros, ninguno de los cuales se asienta en una dictadura revolucionaria. Y por otra parte, no está descartada la posibilidad de una guerra entre los dos superestados obreros burocratizados, China y la URSS.
Este grave problema teórico y político de guerra o invasión entre estados obreros burocráticos, o entre un estado obrero burocrático y un estado obrero revolucionario, tiene importancia capital y nos obligue a darnos un curso de acción marxista ante las distintas situaciones.
Una variante de esta posibilidad es el inevitable levantamiento armada de las nacionalidades oprimidas contra estos gobiernos dictatoriales burocráticos —levantamiento que nosotros apoyaremos incondicionalmente—.
Si la guerra o la ocupación se da entre uno de los dos estados obreros gigantes contra uno pequeño (como fue el caso último de China contra Vietnam), creemos que en principio se establece una lucha que entra dentro del derecho a la auto determinación de las pequeñas naciones proletarias y que esa guerra es provocada por el afán hegemónico de tipo nacionalista de la gran nación contra la pequeña nación obrera. En ese caso, creemos que hay que luchar contra el chovinismo gran ruso o chino, por el derecho a la autodeterminación nacional del pequeño estado obrero.
Supongamos por el contrario el caso de una guerra entre dos estados obreros burocratizados de fuerzas relativamente parejas. Digamos por ejemplo Camboya y Vietnam, suponiendo que sean estados obreros. Nuestra política más general será de fraternidad entre todos los estados obreros y por el arreglo pacífico y democrático de la dispute. Esta posición debe ser acompañada de una campaña permanente por la federación democrática de las repúblicas obreras existentes.
Pero esta línea es esencialmente propagandística y no podemos quedarnos allí en el caso concrete de una guerra o de choques militares. En principio, estudiando cuidadosamente si alguno de los estados tiene ambiciones de hegemonía sobre el otro, tendremos una política de defensa del estado obrero que fue agredido y en contra del responsable de haber comenzado la agresión.
Cuando la guerra se produzca ante un estado obrero burocratizado y uno revolucionario, los trotskistas apoyaremos incondicionalmente al revolucionario, sea o no el que comenzó la guerra.
a revolución política, que Trotsky planteó para la URSS como estado obrero degenerado y que tenía una importancia limitada dentro del Programa de Transición , ha adquirido en esta postguerra una importancia decisivo en cuanto a su extensión y a su carácter. Ahora su necesidad ya no se circunscribe a la URSS, sino que abarca a la tercera parte de la humanidad y al país más poblado de la tierra, China.
La revolución política se ha transformado posiblemente en la tarea específica más inmediata e importante que enfrenta la Cuarta Internacional, que es la única capaz de llevarla a cabo. Es actualmente un proceso más amplio que la mera lucha revolucionaria contra las burocracias gobernantes; es parte de la superación de la crisis de dirección del proletariado mundial en todos los países. En primer lugar, si la base de sustentación más poderosa que tienen los aparatos contrarrevolucionarios del movimiento de masas son la URSS y el stalinismo, es lógico que si logramos abatir allí a la burocracia, esto provocará un cataclismo en todos los aparatos burocráticos del movimiento de masas del mundo entero. Pero no sólo en este sentido la revolución política es decisiva para superar la crisis de dirección del proletariado mundial; es más que eso, ya que nos plantea una tarea concreta: la lucha contra los aparatos burocráticos nacionales que no son stalinistas, ni gobernantes, ni están ligados al stalinismo, como la socialdemocracia y las burocracias sindicales de los países occidentales. Estas burocracias son tan totalitarias como la stalinista, aunque su campo de acción sea mucho más restringido ya que no dominan países sino sectores, organizaciones del movimiento obrero de tipo nacional, fundamentalmente los sindicatos. Pero igual que la burocracia de la URSS —aunque a un nivel muy inferior son sectores que gozan de todo tipo de privilegios. Destruir la fuerza de estos aparatos contrarrevolucionarios, arrancar a las masas de su control, será una lucha que tendrá muchas características similares a la que debe llevarse a cabo contra la burocracia stalinista en la URSS: tendrán que emplearse métodos revolucionarios e incluso habrá lucha física.
Es que la revolución política es una verdadera revolución porque refleja la lucha encarnizada, mortal, entre distintos sectores sociales, no clases pero sí sectores sociales. La revolución política es la revolución de la base obrera y popular contra la aristocracia obrera y sus funcionarios, es decir sus burocracias. Es política porque es la lucha encarnizada de un sector de la clase obrera contra otro sector o contra sus funcionarios. Y decimos que es una verdadera revolución porque el movimiento obrero tendrá que movilizarse masivamente para sacar de la dirección de sus organizaciones a este sector, que luchará a muerte para defender sus privilegios.
El retroceso que han originado en todos los estados obreros burocratizados la burocracia y la aristocracia obrera para mantenerse en el poder y aumentar sus privilegios instaurando un régimen totalitario, más la inmadurez de la dirección del proletariado debido a este régimen totalitario, indican que la revolución política tendrá que pasar (aparentemente) por dos etapas revolucionarias que grosso modo serán semejantes a la revolución de febrero y a la de octubre. Es lo que hasta aquí indica la experiencia. Si tomamos en cuenta Hungría y Checoslovaquia, vemos que la revolución política comienza como un movimiento obrero y popular por la conquista de la democracia en general, uniendo a todos los sectores disconformes. Va a ser un movimiento obrero y popular por la democracia: todos unidos contra el gobierno bonapartista y totalitario de la burocracia. Surgirán por eso corrientes pequeñoburguesas que tendrán poca claridad sobre si corresponde o no colaborar con el imperialismo en su afán de voltear a la burocracia totalitaria. Lo que caracterizará a esta primera revolución de febrero antiburocrática será que a su frente no tendrá un partido trotskista, pares no habrá tenido tiempo de madurar y de formarse.
Vemos por eso muy difícil que la revolución política se dé en una solo revolución. Creemos que comenzará con esta primera revolución de febrero, la que dará paso a la democracia en general; y en este proceso surgirán órganos de poder obrero, seguramente los soviets o los comités de fábrica, y paralelamente se fortalecerá el partido trotskista, el único que puede llevar a cabo la verdadera revolución política, la de octubre, que imponga una dictadura revolucionaria del proletariado. Este partido trotskista luchará contra todas las corrientes pequeñoburguesas restauracionistas que se habrán unido —seguramente a sectores mayoritarios de la burocracia en crisis y al imperialismo, para establecer vínculos económicos estrechos con el imperialismo con el argumento del librecambio y otras series de consignas al servicio de la burguesía, tratando de hacernos retroceder al capitalismo. Estas corrientes pequeñoburguesas se opondrán ferozmente a que se imponga la dictadura revolucionaria del proletariado en este interregno entre febrero y octubre de la revolución política, con argumentos democratistas —como que cada empresa sea controlada por los trabajadores y se transformen en cooperativas o alguna variante por el estilo— que les permitan demagógicamente volver a las leyes del mercado tanto interno como externo, combinados con el planteo de democracia burguesa. Tras este planteo democratista absoluto se esconderá la mano de la restauración capitalista, aunque con demagogia obrerista. La revolución de octubre del trotskismo se hará muy posiblemente contra ese frente restauracionista.
Teóricamente, no están descartadas a más largo plazo otras variantes de revolución política. Hay una cierta posibilidad de que, a medida que el trotskismo se fortalezca tanto en los estados obreros burocratizados como en los países capitalistas, el proletariado pueda hacer una única revolución, la de octubre, dirigida por el partido trotskista de masas y ahorrarse la de febrero. Seguiría siendo, eso sí, una revolución violenta.
ebido al dominio burocrático los estados obreros enfrentan dos graves problemas que ponen en peligro históricamente su existencia: una crisis económica crónica y una rivalidad creciente entre todos ellos. Esto es una consecuencia directa del control burocrático que impone un criterio pequeñoburgués en la conducción de la economía y en la defensa competitiva del propio estado nacional frente a los otros estados obreros, en lugar de la solidaridad internacional de clase. Debido a la crisis económica y a la rivalidad creciente, nos encontramos con que se ha roto definitivamente el frente único de todos ellos frente al imperialismo, abriéndole un campo de maniobras que éste está utilizando a todo vapor.
Estos hechos hacen que la existencia de los estados obreros (las más grandes conquistas del proletariado mundial en esta postguerra) se vea históricamente amenazada. Y no decimos que lo esté en forma inmediata porque la crisis del imperialismo le impide utilizar hasta el fin la de sus enemigos.
Nosotros consideramos que la defensa y el desarrollo de los estados obreros sigue siendo una tarea fundamental. En lugar de alegrarnos, lamentamos profundamente sus crisis y su creciente rivalidad y denunciamos a la burocracia como la única culpable de este estado de cosas. La principal culpable de esta degradación de los estados obreros y de esta rivalidad es la burocracia del Kremlin. Es ella quien se aferra —junta con las burocracias stalinistas nacionales— a mantener la independencia de cada estado nacional. Para la burocracia del Kremlin, esta división entre los estados obreros es fuente de mayor enriquecimiento, ya que utiliza el mercado mundial capitalista para explotar económicamente a los estados obreros menos desarrollados a través del intercambio comercial. Es ella quien hay día vende su petróleo a los otros estados obreros con precios próximos a los mundiales. El estado obrero más desarrollado utiliza la división mundial del trabajo y el mercado mundial para oprimir a los menos desarrollados.
Como si esto fuera poco, la burocracia soviética ha originado la rivalidad hay creciente con China y ha facilitado el proceso de entrega de la burocracia china al imperialismo yanqui. Al mismo tiempo, es quien ha hecho las dos intervenciones armadas más contrarrevolucionarias contra otro estado obrero: Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968. Estos ataques militares de unos estados obreros contra otros han continuado, como hizo China contra Vietnam, agravando la crisis general de los estados obreros, desarrollando la producción armamentista, entrando en el juego mundial del imperialismo.
Frente a esta crisis económica, a la rivalidad creciente y a los ataques o amenazas de ataques armadas y de guerras entre estados obreros, debemos levantar una clara consigna transicional: Federación democrática inmediata de los estados obreros existentes .
Esta consigna tiende a unir políticamente a todos los estados obreros en un solo bloque frente al imperialismo, eliminando así la rivalidad creciente y la amenaza de guerra entre ellos, y a superar por la unidad y la planificación de la economía de la tercera parte de la humanidad la crisis económica actual de los estados obreros. Es la única consigna que puede permitir la superación de estos gravísimos problemas. Sin duda, a partir de la invasión de Vietnam por China, esta consigna adquiere una importancia decisivo y debe ser una de las más destacadas de nuestro programa y de nuestra Internacional. Esta consigna, que debe ser acompañada de una campaña permanente, apunta a resolver la necesidad más urgente para el proletariado mundial y de los estados obreros. Su objetivo es defensivo. La Cuarta Internacional se coloca así, con esta consigna, como la única que da una respuesta revolucionaria a los gravísimos problemas que enfrentan en este momento los estados obreros. Tiende a superar el atraso actual en el desarrollo de las fuerzas productivas y la crisis económica y pegarle así un golpe mortal al imperialismo. Sirve también para impedir que el imperialismo maniobre con las diferencias entre los estados obreros oponiéndole una férrea unidad. Evitará al mismo tiempo los enfrentamientos de un estado obrero contra otro, puesto que desaparecerán las fronteras nacionales y existirá un solo estado obrero organizado como federación. Y, al transformar en una solo la economía de los estados obreros, hará que desaparezca la opresión de unos por otros a través del intercambio comercial.
Esta consigna de Federación de los estados obreros existentes, que se combina íntimamente con la de Federación de repúblicas socialistas soviéticas europeas, sólo se puede lograr por media de una revolución política, porque los actuales gobiernos burocráticos jamás aceptarán liquidar sus fronteras ni sus aduanas para aceptar esta federación, ya que si así lo hicieran perderían la fundamental fuente de sus privilegios y de su independencia pequeñoburguesa en su estado nacional. Cada burocracia defiende su país y sus fronteras y ante nuestro planteo de federación de estados obreros se preguntará: ¿Quién tendrá el gobierno? ¿Quién nos garantiza que seremos nosotros? Justamente aquí surge el planteo trotskista de revolución política como la única posibilidad cierta de lograr esa federación, pares somos los únicos que tenemos una respuesta categórica al problema de quién gobernará esta federación de estados obreros existentes: la base obrera y campesina organizada democráticamente en soviets y a través de la más amplia democracia interna. Por eso esta consigna está íntimamente ligada —es parte de la revolución política en todos los estados obreros existentes. Nunca subrayaremos lo suficiente el hecho de que esta consigna se transforma en una de las más importantes —si no la más importante de la Cuarta Internacional en esta etapa concrete de la lucha de clases mundial. Somos la única Internacional que puede luchar por la federación de estados obreros y, a medida que surjan estados obreros revolucionarios, será tarea esencial de éstos el plantear la federación de los estados obreros existentes. Sobre la base de la democracia obrera y revolucionaria —única forma de lograr esa federación— habrá que comenzar, desde luego, por plantear el frente único entre ellos para luchar contra el imperialismo.
emos definido a esta postguerra como la época más revolucionaria que ha conocido la humanidad, la etapa de las grandes victorias y de la expropiación de la burguesía en muchos países. Debido a esta característica, corresponde definir a la etapa como de revolución inminente , categoría ésta que se extiende con cada período del ascenso revolucionario.
Hasta 1953 la revolución política no estaba planteada como posibilidad inmediata. Empieza a adquirir ese carácter con el gran ascenso de las masas en Alemania Democrática, pasando a Europa capitalista, desde el final de las grandes movilizaciones de la inmediata postguerra (1947) no se produjo ninguna situación revolucionaria. Pero eso cambió con la colosal victoria de las masas portuguesas en 1974. Este es el significado de la categoría de revolución inminente, que abarca a todos los países del mundo, sean capitalistas u obreros.
Esto nos lleva a un importante problema teórico: ¿Qué es una situación revolucionaria? Trotsky basó su clásica definición de las situaciones revolucionarias y prerrevolucionarias en el análisis del Octubre ruso. Según él, una situación prerrevolucionaria reunía tres condiciones, a la que consideraba premisas o prerrequisitos para un octubre: crisis y confusión de la clase dominante, radicalización de la pequeña burguesía —factor al cual le atribuía una importancia enorme—, disposición revolucionaria del proletariado. Existía una situación revolucionaria cuando a las tres condiciones se sumaba una cuarta de carácter subjetivo: la existencia de un partido proletario revolucionario con influencia de masas.
El problema teórico que se nos plantea consiste en que se han producido revoluciones que tuvieron las mismas consecuencias económicas de Octubre —la expropiación de la burguesía pero fueron dirigidas por partidos oportunistas pequeñoburgueses, no obreros revolucionarios. Como hemos visto, en ciertas circunstancias excepcionales (China, Cuba), la ausencia de un partido bolchevique fue compensada por la agudización de los tres factores objetivos a un grado tal que obligaron a las direcciones pequeñoburguesas (Mao, Castro) a romper con la burguesía por la presión revolucionaria del movimiento de masas.
Reconociendo el hecho de que ha habido un solo Octubre, y que los demás fueron febreros, podemos enriquecer el clásico análisis de Trotsky y afirmar que existen dos tipos de situaciones revolucionarias: pre–octubre y pre–febrero. Cada una posee características claramente definidas que la diferencian de la otra. Llamamos pre–febrero a la situación que Trotsky definía como prerrevolucionaria, cuando los tres factores objetivos se combinan con la crisis de la dirección revolucionaria del proletariado. En caso de triunfar, será —como lo demuestra la teoría y lo confirma la historia— una revolución incompleta, con objetivos limitados nacionales, en fin, un febrero que expropia a la burguesía y allí se detiene.
En cambio, en el pre–octubre , se agrega la presencia dirigente de un partido bolchevique con influencia de masas; si se produce la victoria revolucionaria de octubre, entonces no se detiene en la expropiación de la burguesía de su propio país, sino que avanza en la organización y movilización del proletariado mundial, en la extensión de la revolución a todo el orbe.
Este análisis no sólo nos permite explicar los procesos de l as revoluciones de febrero y cómo actuar durante e inmediatamente después de ellas, sino que plantea nuevas posibilidades teóricas en la medida en que los partidos trotskistas se fortalezcan, adquieran influencia de masas y con ello se transformen en un factor objetivo de la situación. Estas variantes son fundamentalmente dos, a saber:
Que, debido a la fuerza del partido trotskista, se rompa la secuencia que caracterizó a la Revolución Rusa, produciéndose un octubre sin un febrero previo.
Que, a caballo de una revolución de febrero, lleguen los partidos oportunistas pequeñoburgueses al poder pero, debido a la fuerza del movimiento de masas y del partido revolucionario, la transición de febrero a octubre se lleve a cabo en forma pacífica, incruenta, por una vía reformista.
Se trata de dos posibilidades teóricas que hasta el momento no se han materializado. Que esto pueda ocurrir depende —insistimos de la fuerza y la influencia de masas que haya adquirido el partido trotskista.
uestros partidos tienen que reconocer la existencia de una situación revolucionaria pre–febrero para sacar consignas democráticas adecuadas a la existencia de direcciones pequeñoburguesas que controlan el movimiento de masas y a la necesidad de establecer una unidad de acción lo más pronto posible para hacer la revolución de febrero. Debemos comprender que es inevitable hacerla y no tratar de saltarnos esa etapa, sino sacar todas las conclusiones estratégicas y tácticas necesarias, ser la vanguardia de esa revolución de febrero, ser los campeones de la intervención en ella. Pero esto no significa capitular a las direcciones pequeñoburguesas que, si se ven obligadas a hacer la revolución de febrero, querrán limitarla y darle un carácter democrático y nacionalista. Toda revolución de febrero, por ser una revolución obrera y popular inconsciente, origina órganos de poder distintos a los órganos de la burguesía (estado, ejército y policía). Es decir, toda revolución de febrero lleva inevitablemente, en las etapas previas a su triunfo e inmediatamente después, a un poder dual más o menos desarrollado potencial o real, pero a un inevitable poder dual. Es decir, origina el desarrollo de un polo de poder obrero y popular. Nuestra tarea fundamental en todo proceso de revolución de febrero, previo y posterior, es el desarrollo permanente de este poder obrero y popular. Sin desconocer la unidad de acción para hacer la revolución de febrero, sin desconocer la necesidad de la presión sobre las organizaciones oportunistas que dirigen al movimiento de masas para que rompan con la burguesía, sin perder la amplitud de mires que nos permita lograr y profundizar la revolución de febrero, debemos seguir distinguiéndonos tajantemente de esas direcciones oportunistas en el hecho de que el eje fundamental de nuestra política es desarrollar la movilización y los órganos de poder obrero y popular revolucionarios. Esta política de desarrollo de los órganos de autodeterminación democrática revolucionaria de las masas es el eje esencial de nuestra política en toda situación revolucionaria, ya sea pre–febrero o pre–octubre. Este es, también, el eje que nos delimita claramente de las direcciones oportunistas, que tratan de evitar por todos los medios la autodeterminación democrática revolucionaria del movimiento de masas, su organización y su movilización permanente, así como la creación de organismos de acción revolucionaria directa de las masas.
Si abandonamos este eje fundamental de nuestra política capitulamos a las direcciones oportunistas, dejamos abandonada a su suerte a la clase obrera. Sólo con la política de desarrollo de los órganos de poder obrero y popular (donde no existen debemos llamar a crearlos) podremos tender un puente hacia la revolución de octubre, nuestro verdadero objetivo.
as consignas y tareas democráticas adquieren cada vez mayor importancia debido a las tendencias más profundas, tanto del imperialismo como de los monopolios y la burocracia. Todos ellos tienen una tendencia permanente a los estados totalitarios. Es la única forma de frenar el curso permanentemente ascendente del movimiento de masas. La influencia estatal de los monopolios en los países capitalistas e imperialistas, así como la identificación del estado con la burocracia en los estados obreros burocratizados, lleva al totalitarismo. Por eso las grandes consignas y tareas democráticas para todo el pueblo se actualizan cada vez más. Esto explica el carácter democrático general de las revoluciones de febrero contemporáneas.
En cuanto al carácter de las tareas, recuerdan el planteo de la revolución democráticoburguesa; pero, por estar planteada contra la burocracia, el imperialismo, los monopolios y los estados que responden a estos sectores, forma parte de la revolución socialista nacional y mundial. Esto es lo que explica el hecho de que las direcciones pequeñoburguesas y burocráticas insistan en el carácter populardemocrático de sus revoluciones, tratando de darles un carácter no antiburgués sino antimonopólico y, en los países atrasados, antifeudal. No reconocen que, a pesar de ser tareas democráticas, van contra el régimen capitalista e imperialista y contra el régimen burocrático, y que eso le da una nueva dimensión a las tareas democráticas que retomamos. Por el carácter de las tareas es una revolución francesa, pero por las clases a las que combate es una revolución socialista. Tiene que destruir al capitalismo en los países capitalistas o a la burocracia en los estados obreros burocratizados, para imponer estas consignas y tareas democráticas.
De ahí la enorme importancia que ha adquirido la consigna de Asamblea Constituyente o variantes parecidas en casi todos los países del mundo. Pero esta tarea, antes de la revolución de febrero, es relativizada por una mucho más importante y decisivo de tipo obrero y popular: Abajo el gobierno bonapartista o dictatorial de turno. La revolución de febrero se hace alrededor de una consigna fundamental que no es primordialmente la de Asamblea Constituyente , sino Abajo las dictaduras. Esta consigna se aplica tanto en Francia, en Inglaterra, en España, en la Italia demócratacristiana, como en su momento se aplicó contra Caetano en Portugal y contra los coroneles griegos, como también en los países atrasados, como lo demuestra el planteo de ¡Abajo Somoza! También se aplica contra los gobiernos bonapartistas burocráticos: ¡Abajo la dictadura de Breznev! Esta consigna que llama no sólo a la clase obrera sino a todo el pueblo a derrocar a estos gobiernos totalitarios, dictatoriales o, como mínimo, bonapartistas o ultrarreaccionarios es la fundamental. Pero, tan pronto se logra este objetivo, en muchos países (sobre todo en los que han tenido regímenes totalitarios), se combina inmediatamente con la de Asamblea Constituyente , como la máxima expresión de lucha democrática. Sin olvidar ni por un solo minuto que es una consigna burguesa, pares llama a una Constituyente donde cada hombre es un voto, hay que reconocer que es una consigna movilizadora que tiene unas consecuencias distintas —muchas veces— a su carácter democrático burgués. Esto último sobre todo en los países donde hay una numerosa clase media, principalmente campesina.
Se torna una consigna para oponer a la burguesía, para educar al movimiento de masas y para desarrollar la unidad de la clase obrera con el campesinado. Pero esta consigna de Asamblea Constituyente debe ser parte de un conjunto. Por ejemplo, planteamos Asamblea Constituyente para que se le de la tierra a los campesinos y para que en ella se vote el armamento del proletariado, la escala móvil de salarios y de horas de trabajo, tanto como la expropiación de los monopolios. Planteamos Asamblea Constituyente , pero diciendo: somos los más grandes demócratas, que se le dé la radio y la televisión a todas las corrientes políticas que voltearon al dictador de turno. Ninguna de estas consignas opaca el eje y la consigna esencial de toda etapa revolucionaria pre–febrero o postfebrero, que es la del desarrollo del poder obrero y popular. Todo intento de plantear en una etapa revolucionaria la consigna de Asamblea Constituyente como la esencial, es una traición directa a la política trotskista que no tiene como objetivo hacer una revolución democrática, sino hacer una revolución que lleve a la clase obrera y a sus aliados, organizados revolucionariamente, al poder. Por eso, todas las consignas deben combinarse entre sí con el objetivo supremo de desarrollar el poder obrero y popular. Así lo planteamos y lo aplicamos ante el movimiento obrero.
ebido a la supervivencia del imperialismo y como parte esencial del conjunto de consignas democráticas nuestra lucha por el derecho a la autodeterminación de las naciones y nacionalidades oprimidas ha adquirido una importancia fundamental. Luchamos por la independencia de una nación geográficamente independiente. Por ejemplo, estamos por la independencia de Angola, Mozambique, la India o Martinica. Es decir, no sólo estamos por el derecho a la autodeterminación nacional sino por la autodeterminación nacional de toda colonia de su imperio. De la misma manera, estamos por la liberación nacional de las semicolonias, es decir por la ruptura de los pactos colonizantes que cualquier país independiente atrasado tiene con el imperialismo —como, por ejemplo, la OEA o los pactos colonizantes del imperialismo francés con sus ex–colonias que hay día lograron la independencia política—. Estamos por la independencia nacional en las colonias y por la liberación nacional en las semicolonias.
Pero esta política con respecto a los países geográficamente independientes no la tenemos respecto a las nacionalidades oprimidas dentro de un país geográficamente unido. Nuestra política en estos lugares es por el derecho a la autodeterminación nacional y no por la independencia nacional y la liberación nacional. Porque en este caso no se trata de una colonia o semicolonia, sino de una nacionalidad oprimida. El derecho a la autodeterminación nacional es una consigna algebraica que se llena de distintos contenidos de acuerdo al proceso de la lucha de clases dentro del estado nacional.
Defendemos el derecho del pueblo vasco a independizarse si así lo quiere, pero esto es distinto a que nosotros luchemos por su independencia. Defendemos el derecho a la autodeterminación nacional de toda nacionalidad oprimida porque defendemos a todo sector explotado de sus explotadores, aunque no coincidan con nuestra política. De la misma manera defendemos a los campesinos, sean cuales fueran sus consignas, de la explotación del terrateniente. Por eso defendemos toda nacionalidad oprimida de la explotación del imperialismo y del capitalismo nacional. Pero no hay que confundir esa defensa con nuestra política. Consideramos la existencia de todo estado nacional como un gran progreso histórico y no queremos retroceder a la balcanización de los actuales estados nacionales, a su división en múltiples estados nacionales liliputienses de cada nacionalidad oprimida. Nuestra política estratégica es lograr la unidad del proletariado español y su independencia política, para que enfrente a la burguesía. El derecho a la autodeterminación nacional está supeditado a esa lucha nuestra por lograr la unidad y la independencia política del proletariado español. Estamos por la unidad del proletariado canadiense y por su independencia política para enfrentar y derrotar a la burguesía canadiense en el gobierno. Esa unidad hay que lograrla cualquiera sea la lengua que hablen los obreros. Esa era la política de Lenin en la Rusia de los zares. Luchaba por el derecho a la autodeterminación nacional, pero supeditaba la lucha por este derecho a la unidad de todo el proletariado de Rusia, independientemente de la lengua que hablaba, la religión en la que creía o la cultura que tenía. Nuestra lucha en Canadá es contra el capitalismo canadiense en su conjunto —hable francés o inglés y por la unidad de toda la clase obrera canadiense. Esta es la tarea suprema de un partido trotskista, y la lucha por el derecho a la autodeterminación nacional queda supeditada a ella.
En circunstancias excepcionales, por ejemplo si hay un gran movimiento de masas que lucha por la independencia, apoyamos críticamente esa lucha de masas, como apoyamos críticamente toda movilización de masas contra los explotadores, la burguesía y el estado opresor. Pero críticamente significa que ni bien derrotemos al poder central continuaremos en la lucha sistemática por la unidad del proletariado de esos países planteando la Federación Estadual.
Nuestra lucha histórica es por la destrucción de los estados nacionales para lograr naciones mucho más poderosas que las que logró el capitalismo y por último la unidad de los continentes y el mundo. Por eso nunca podemos estar por ese tremendo retroceso de las fuerzas productivas que significaría el surgimiento de nuevos estados nacionales con fronteras y aduanas independientes. Nuestra gran consigna es Por el derecho a la autodeterminación nacional dentro de federaciones de estados obreros socialistas que formen naciones cada vez más amplias. Esta es nuestra gran consigna, en la que combinamos la necesidad de la destrucción de los estados nacionales de la burguesía opresora con el derecho a la autodeterminación nacional, y con la necesidad de lograr naciones más extensas y poderosas que faciliten el desarrollo de las fuerzas productivas. Aunque podemos llegar a aceptar la formación de estos nuevos miniestados nacionales como un fenómeno coyuntural y como un retroceso momentáneo del desarrollo de las fuerzas productivas y de la marcha de la revolución contra el poder burgués central, seguiríamos insistiendo en que hay que restablecer la unidad en un solo estado a través de la federación de repúblicas socialistas.
a palabra frente y su identidad con la expresión frente obrero ha provocado en nuestro movimiento una confusión que ha sido hábilmente utilizada por el revisionismo para contrabandear sus posiciones dentro de nuestras filas. Este contrabando ha sido el de poner un signo igual en cuanto a su importancia y su carácter entre el frente obrero —que es un frente para lograr una acción de independencia de clase— con los distintos frentes', que se pueden llegar a constituir para acciones antiimperialistas, democráticas, feministas.
No es casual que en ninguno de sus trabajos de la década del 30 Trotsky llamara a la constitución de frentes antiimperialistas o de cualquier otro tipo. La célebre formulación de las Tesis de Oriente sobre el frente antiimperialista es el único antecedente cierto de este planteo dentro de la literatura marxista revolucionaria. Aunque esas Tesis señalan como paralelos al frente obrero en los países occidentales y al frente antiimperialista en los países orientales, el texto mismo señala cómo la gran tarea sigue siendo lograr una total independencia política y organizativa de la clase obrera, y no formar frentes estables con la burguesía. La gran tarea de la Cuarta Internacional es independizar a los trabajadores de toda relación y organización estable con las otras clases. La más grande tarea de la Cuarta Internacional es independizar políticamente a la clase obrera. Pero esto no quiere decir ignorar las luchas progresivas de cualquier sector de clase de la población contra el imperialismo, los capitalistas, los terratenientes feudales, el machismo o los gobiernos burocráticos totalitarios y dictatoriales. El trotskismo tiene que combinar su lucha permanente y sistemática por independizar a la clase obrera separándola de todo otro sector de clase y organizándola independientemente, con la promoción e intervención en toda lucha progresiva aunque no sea obrera. Si no actuamos así la clase obrera nunca será el caudillo de todo el pueblo explotado y —lo que es más grave— nuestros partidos no serán los caudillos de la clase obrera. El partido soluciona esta contradicción promoviendo todas las unidades de acción que sean positivas para el desarrollo de cualquier lucha de clases progresiva. Pero la unidad de acción es lo opuesto al frente, es lo opuesto en el tiempo, en la estructura y en el objetivo. Un frente crea organismos relativamente permanentes, plantea la organización de comités de frente único y un funcionamiento relativamente democrático de los mismos, así como una permanencia en la acción la unidad de acción en cambio es momentánea, no crea ningún organismo con funcionamiento más o menos democrático, sino que funciona por acuerdos y manteniendo la más total independencia de los organismos que acuerdan. A diferencia del frente, la unidad de acción es fugaz.
Por eso nosotros estamos por la unidad de acción antiimperialista; por la unidad de acción de las mujeres por el aborto, el divorcio o el derecho al voto, por la unidad de acción con cualquier partido político para pedir espacios iguales en radio y televisión; por una manifestación con quien fuere para solicitar esos derechos democráticos contra el gobierno bonapartista y totalitario y aún democráticoburgués Pero no confundimos la unidad de acción con la formación de un frente. Estamos en contra de hacer frentes con los partidos burgueses o pequeñoburgueses para defender la democracia, aún cuando concordemos con ellos en la defensa de determinados puntos democráticos. Con el nombre de frente se estructuran organizaciones que son frentepopulistas (aunque en determinados casos pueden jugar un papel relativamente progresivo, como los movimientos nacionalistas), por intervenir distintas clases —sobre todo la burguesía y pequeñoburguesía— y por sus objetivos, que no son los de la independencia política de la clase obrera. Estas variantes frentepopulistas pueden tener un carácter alga más progresivo en los países atrasados cuando se plantean luchas contra el imperialismo o los terratenientes, pero a la larga son tan funestas como el frentepopulismo metropolitano. Cuando ese frente (que jamás debemos promover nosotros porque lo consideramos una variante del frentepopulismo) se da, y en él interviene la clase obrera o un sector importante de ella, podemos intervenir en él ya que objetivamente existe, pero para romperlo, para denunciarlo desde adentro y para independizar política y organizativamente a la clase obrera que está en él. Esto significa que podemos intervenir en un movimiento nacionalista pero con un claro sentido de denuncia de la colaboración de clases y planteando la independencia de la clase obrera.
Sistemáticamente, para demostrar que no somos sectarios y que estamos por toda tarea antiimperialista o democrática precise, concrete, debemos plantear la unidad de acción (por ejemplo, manifestaciones conjuntas) para exigir la ruptura de un pacto colonizante, la expropiación de las empresas imperialistas, la libertad de presos por el régimen totalitario, etcétera. Pero debemos denunciar sistemáticamente el frente como contrario a nuestra política de unidad de acción, porque enfeuda a la clase obrera a organismos de clase que no son los de ella.
Esta aclaración de que nosotros no estamos por un frente único antiimperialista, ni antifeudal, ni feminista antimachista, ni democrático antidictatorial, sino por acciones antiimperialistas, feministas, democráticas y antiterratenientes es muy importante porque ha habido una tendencia a camuflar la política frentepopulista con estos nombres.
Aunque durante una etapa esos frentes puedan ser relativamente progresivos, históricamente sirven a la burguesía y frenan el proceso de independencia política del proletariado. Por eso es indispensable eliminar definitivamente de nuestra política el llamado a frentes de cualquier tipo que no sea el frente obrero, y levantar en su lugar la línea de la unidad de acción. El frente obrero es distinto, porque no apunta a la colaboración permanente con otras clases o sectores distintos a la clase obrera, sino a la independencia de nuestra propia clase respecto a todos esos sectores. No confunde a las distintas clases en una organización común, sino que tiende a separar a la clase obrera de las otras clases.
ada demuestra mejor el carácter ultrarreaccionario del imperialismo y de la burocracia soviética que la partición de Alemania y la consiguiente división de su proletariado. El verdadero objetivo del frente único contrarrevolucionario imperialismo–burocracia en Alemania fue dividir al proletariado, para evitar que retomara su tradición histórica que lo hacía el más organizado del mundo y el de mayor tradición marxista.
Aunque realizada como un ajuste desde el gobierno, la unidad de Alemania había sido una gran conquista histórica. Si bien no había sido completa, ya que Austria había quedado afuera, esta unidad de todos los pequeños estados alemanes permitió un gran desarrollo de las fuerzas productivas y de la cultura. Su liquidación significó un retroceso no sólo para nosotros, sino también para la burguesía. La crisis definitiva del régimen capitalista se manifiesta en esta pérdida de las conquistas de su época de ascenso. En este caso, la burocracia soviética, como aliada del imperialismo, está acabando no sólo con una conquista de la burguesía en su etapa progresiva, sino con una conquista del proletariado.
En Alemania está sintetizada la revolución europea; en el Este se plantea la revolución política y en el Oeste la revolución obrera y socialista. La unidad de la nación es la unidad de las dos revoluciones. Por eso, sin unidad del proletariado de ambos lados no hay posibilidad de una nueva Alemania unificada.
Esta lucha revolucionaria adquiere por eso una importancia especial, debido a que el conjunto del proletariado europeo —el de oriente y el de occidente— tiene planteada, al igual que Alemania, la tarea de unir a todas las naciones europeas a través de una Federación de Repúblicas Socialistas Soviéticas de Europa, que sólo se podrá lograr por la combinación de la revolución política en el Este con la revolución socialista en el Oeste.
Por eso, cuando el proletariado alemán retome su lugar de vanguardia, tendrá que sintetizar y será el centro del proceso de la revolución socialista europea.