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DEFENSA DEL MARXISMO |
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IV |
EL CASO Y LA TEOR�A DE FORD[1]
Una buena parte de la confianza de Maeztu en el porvenir del capitalismo norteamericano, y en sus recursos contra el socialismo, reposa en el experimento de Mr. Ford y en los resultados que este c�lebre fabricante de autom�viles ha obtenido en una rama de la industria, en el sentido de "racionalizar" la producci�n. Esto indica, entre otras cosas, que sin la pr�ctica de Ford no habr�a sido posible la teor�a de Maeztu. Ya hemos visto que lo mismo le pasa a Maeztu con Primo de Rivera. Pero sobre este hecho no vale la pena insistir, porque despu�s de todo no viene m�s que a confirmar el concepto marxista sobre el trabajo de los intelectuales, tan propensos a suponerse m�s o menos independientes de la historia. Ford, por otra parte, es mucho m�s importante y sustantivo que Maeztu para el capitalismo y, en consecuencia, tambi�n para el socialismo. No, ciertamente, porque Ford haya escrito dos libros (Mi Vida y Mi Obra y El Jud�o Internacional) que literariamente son sin duda inferiores a cualquiera de los libros de Maeztu, sino porque, como capit�n de industria, representa en forma mucho m�s espec�fica y considerable el genio del capitalismo. Mientras la acci�n de Ford puede inspirar los principios de muchos Maeztu, los principios del ilustre autor de La Crisis del Humanismo no puede inspirar la acci�n de ning�n Ford. El experimento de Ford demuestra, entre otras cosas, que Maeztu se equivoca gravemente cuando, dando por probada la tesis de los revisionistas alemanes, pretende que Marx se enga�� al predecir la concentraci�n del capital. La tesis de los revisionistas ha sufrido, a su vez, una revisi�n mucho m�s seria que la que impusieron a su tiempo al marxismo. Alg�n tiempo despu�s de que Bernstein y sus secuaces consideraron desmentido a Marx por las compa��as an�nimas y dem�s sistemas de asociar al capital una masa social cada vez m�s numerosa, Hilferding analiz� el car�cter y la funci�n del "capital financiero", fatalmente destinado a someter a su imperio todas las dem�s formas del capitalismo. Rudolf Hilferding no es pr�cticamente menos reformista que Bernstein. Como Bernstein milit� en el Partido Socialista Independiente, reabsorbido, despu�s de la revoluci�n alemana, por la vieja y gorda social-democracia. Pero su tesis, expuesta en un libro ya famoso Das Finanzkapital, adem�s de ser un buen arsenal del socialismo revolucionario, interesa a los economistas de hoy mucho m�s que la caduca tesis de Bernstein, en la cual se abastece todav�a, con sensible retraso, don Ramiro de Maeztu. Ya no es necesario ser un economista, y ni siquiera haber le�do a Hilferding, para estar enterado que los trusts, los carteles, los consorcios, constituyen la expresi�n caracter�stica del capitalismo contempor�neo. Y que, por consiguiente, lo esencial de la previsi�n de Marx la concentraci�n del capital y la industria se ha cumplido. El capitalismo no encuentra sino a trav�s de la cartelizaci�n, de la trustificaci�n, esto es del monopolio, el medio de organizar o "racionalizar", como ahora se dice, la producci�n. Pero importa, por ende, que una parte del capital de las empresas est� en poder de peque�os y medianos rentistas. Lo sustancial radica en que la cartelizaci�n coloca en pocas manos el manejo de las principales ramas de la producci�n. El capital financiero, en este per�odo que, con la ruina del principio de libre concurrencia, se define como un per�odo de decadencia capitalista domina y subyuga al capital industrial, transfiriendo el comando de la producci�n los banqueros, con la inevitable consecuencia de un retorno de la econom�a a formas usurarias, opuestas a la ley que, condenando todo parasitismo, exige que la producci�n sea gobernada por sus propios factores. En una naci�n de capitalismo vigoroso y progresivo a�n, como los Estados Unidos, Ford representa precisamente al capitalismo industrial, fuerte todav�a frente al capital financiero. Pero, aunque Ford no dependa de los bancos de Wall Street, ante los cuales se conserva en cierto estado de rebeli�n t�cita, y a pesar de que contin�a siendo el jefe absoluto de su empresa, �sta se presenta vaciada en los moldes del trust, por sus m�todos de producci�n en gran escala. Ford que es un vehemente propugnador de la unidad del comando, no s�lo considera exclusiva de la gran industria la capacidad de subordinar la producci�n misma, sino que se pronuncia abiertamente contra el esp�ritu de concurrencia. Uno de sus principios es el siguiente: "Desde�ar el esp�ritu de concurrencia. Quienquiera que hace una cosa mejor que los otros debe ser el �nico que la haga". Los m�todos que han permitido a Ford el colosal desarrollo de su empresa son dos: estandarizaci�n y taylorismo. Y ambos son aplicables s�lo por la gran industria, por los carteles o trusts, cuya irresistible y arrolladora fuerza proviene de su aptitud para la producci�n en serie, que consiente a la industria perfeccionar al extremo sus medios t�cnicos, conseguir la m�xima econom�a de tiempo y mano de obra, disponer de los equipos de obreros capaces de los m�s altos rendimientos, ofrecer a �stos los m�s altos salarios y garant�as y. obtener en su aprovisionamiento de materias primas los mejores precios. Ford anuncia la adquisici�n, en el Brasil, de tierras que dedicar� al cultivo del caucho, para sacudirse de una onerosa dependencia de los magnates ingleses que dominan el comercio de este producto. Esta nueva expansi�n de su empresa, indica su tendencia a asumir el car�cter m�s avanzado de la gran industria: el del trust vertical. Ford ataca, en nombre del capital industrial, al capital financiero. Su antisemitismo procede, fundamentalmente, de una emp�rica corriente de identificaci�n del banquero y el jud�o. Pero ya se ha anunciado su retractaci�n de los ataques al "jud�o internacional" escritos en su �ltimo libro, el de este nombre. Y su actitud es posible s�lo en pa�ses como Norteam�rica donde el capitalismo, por no haber terminado a�n su proceso de crecimiento, no ha llegado todav�a al per�odo de absoluto y absorbente predominio del capital bancario, La banca yanqui, adem�s, ha tenido una formaci�n distinta de la banca europea: el tipo financista aparece menos diferenciado del tipo industrial. El �xito de Ford del cual el recordman de la fabricaci�n de autom�viles se imagina deducir principios generales de felicidad y organi�zaci�n de la sociedad, basados simplemente en la estandarizaci�n, el taylorismo, etc. se explica, como penetrantes economistas lo observan, por el hecho de haber efectuado. Ford su experimento en una rama naciente de la industria, destinada a la producci�n de un articulo de consumo corriente, cada d�a m�s extendido. La democratizaci�n del autom�vil, he ah� el secreto de su fortuna y de su obra.
NOTA: 1 Publicado en Variedades: Lima, 24 de Diciembre de 1927. |