OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

LA CASA DE LOS CIEGOS DE GUERRA1

 

Desde mi ventana veo cotidianamente una vie�ja casona. Esta casona blanca, misteriosa y dra�m�tica como un pante�n, es un monasterio. Y en ese monasterio est�n los ciegos de guerra.

El paisaje es un paisaje de �gloga, de epope�ya y de tarjeta postal iluminada. Hay aqu� un cielo muy azul, un sol muy italiano, una campi��a muy jocunda. En las colinas alinean militarmente sus pabellones los gayos vi�edos latinos. M�s all�, arriba, limitan el paisaje montes gra�ciosos y decorativos que son, adem�s, montes cargados de leyenda y mitolog�a. En la cima de uno de ellos se alzaba el Tusculum, la ciudad de Cicer�n y de Cat�n el Viejo. En la cima de otro se alzaba el templo de J�piter Lacial.

Abajo, del lado del mar, envuelto en las muse�linas de su atm�sfera h�meda, brilla el panora�ma dorado de Roma la Eterna.

Todo es, en este paisaje, risue�o como el vino de Frascati o elocuente como los discursos de Cicer�n. Y todo es teatral. Todo es espec�tacular. Todo es ret�rico. Nada es sombr�o. Na�da es triste.

Se respira unas veces el ambiente festivo de esos "recreos" con juegos de bochas y con m�si�ca de mandolinas bajo el emparrado; y se respira otras veces el ambiente arqueol�gico de las ruinas ilustres.

Aqu� vienen las gentes de Roma a beber en las hoster�as de los Castelli Romani el dulce vino latino. Aqu� viven un episodio de su nove�la todas las coplas de enamorados y de amantes. Aqu� vagan, discurren y curiosean ingleses, americanos, rusos, turistas de todas las clases y todas las naciones que peregrinan por Italia con su m�quina fotogr�fica, su vocabulario y su "Baedecker". Aqu�, en fin, no hay campo para la tragedia. La �nica tragedia posible es la tra�gedia del amor. La tragedia de amor que es una tragedia de rev�lver, de cuchillo o de su�blimado; que es tan vulgar, tan animal y tan mon�tona; y que resulta, al lado de la tragedia de los ciegos de guerra, una cosa c�mica y rid�cula.

Sin embargo, aqu� est�n los ciegos de gue�rra. �Qu� hace en este teatro de farsa cl�sica y de fiesta dionis�aca su tragedia terrible, su aut�ntica tragedia?

Estos ciegos no son los ciegos de Maeterlinck. Estos ciegos no van por los bosques, con su pas�tor y su perro, como una manada melanc�lica. Estos ciegos son un doliente regimiento de inv�lidos. Estos ciegos vienen de una guerra tre�menda. Estos ciegos vuelven del campo de bata�lla. Su presencia transforma el monasterio en un cuartel de soldados atormentados e impotentes.

De las tragedias de estos ciegos, las gentes no conocen, generalmente, sino la optimista ver�si�n confeccionada para uso y consumo univer�sal por la man�a ret�rica de la humanidad. Esa versi�n dice que los ciegos de guerra son una legi�n de gloriosos inv�lidos, orgullosos de sus medallas, cintas y condecoraciones, contentos de su sacrificio, ufanos de su victoria, resignados con su desventura.

En tanto, seguramente, los ciegos no recuer�dan siquiera que son benem�ritos en grado he�roico a la patria y a la civilizaci�n. Y as� como no les importa el panorama romano, ni la pri�mavera, ni el Tusculum, ni Cicer�n, tampoco les importa su gloria ni sus m�ritos. Ninguna litera�tura es capaz de consolar su coraz�n. Para ellos no existe la visi�n de este escenario de turistas. La visi�n que dura en sus ojos in�tiles es la visi�n de la trinchera horrible.

En este paisaje anacre�ntico no concibo, pues, la casa de los ciegos de guerra. La concebir�a en San Gimignano, la ciudad doliente de la Divi�na Comedia. Aqu� no. Aqu� no hay ambiente pa�ra comprender ni para percibir el dolor ence�rrado en el inmenso asilo. Cuando se pasa y se pregunta, se�al�ndolo, "�qu� es eso?", la respues�ta de que es el asilo de los ciegos de guerra parece una respuesta absurda. No es posible con-vencerse de que aqu� tanto dolor se concentre. Es necesario cerrar los ojos, olvidar el lugar, sustraerse al ambiente para pensar en este dolor.

Nadie lo siente, nadie lo ve, nadie lo conoce por esto. Ni a�n las madres de caridad, que viven en medio de �l. Yo estoy seguro de que estas madres de caridad son infinitamente bue�nas y santas. Pero estoy seguro tambi�n de que son como el paisaje, el sol, la campi�a y la tra�dici�n quieren que sean todas las gentes en es-te sitio. Yo estoy seguro, por ejemplo, de que aman apasionadamente el vino y los macarrones. Y de que prefieren �ntimamente los versos pa�ganos de Horacio a la prosa asc�tica de Kem�pis. Y de que querr�an a veces tener, como las dem�s mujeres de la campi�a, su casita, su ma�rido y sus "bambinos". Y de que, todos los d�as, despu�s de haber almorzado romanamente, duer�men, despreocupadas, gordas y felices, una sies�ta beat�sima.

 


NOTA:

1 Fechado en Frascati, 1� de junio de 1921; publicado en El Tiempo, 10 de setiembre de 1921.