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José Carlos Mariátegui


Aniversario y balance



Escrito: Por JCM con motivo del 3er aniversario de la revista Amauta que �l dirig�a.
Primera edición: Amauta A�o III, No 17. Lima, setiembre de 1928.
Preparado para el Internet: Por Jaime F. Quino G., julio de 2003 (Texto corregido, enero 2015).



Amauta llega con este n�mero a su segundo cumplea�os. Estuvo a punto de naufragar al noveno n�mero, antes del primer aniversario. La admonici�n de Unamuno -"revista que envejece, degenera"- habr�a sido el epitafio de una obra resonante pero ef�mera. Pero Amauta no hab�a nacido para quedarse en episodio, sino para ser historia y para hacerla. Encarar con esperanza el porvenir. De hombres y de ideas, es nuestra fuerza.

La primera obligaci�n de toda obra, del g�nero de la que Amauta se ha impuesto, es esta: durar. La historia es duraci�n. No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la pr�dica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y m�vil; vale la idea germinal, concreta, dial�ctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento. Amauta no es una diversi�n ni un juego de intelectuales puros: profesa una idea hist�rica, confiesa una fe activa y multitudinaria, obedece a un movimiento social contempor�neo. En la lucha entre dos sistemas, entre dos ideas, no se nos ocurre sentirnos espectadores ni inventar un tercer t�rmino. La originalidad a ultranza, es una preocupaci�n literaria y an�rquica. En nuestra bandera inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo. (Con este lema afirmamos nuestra absoluta independencia frente a la idea de un Partido nacionalista, peque�o burgu�s y demag�gico.)

Hemos querido que Amauta tuviese un desarrollo org�nico, aut�nomo, individual nacional. Por esto, empezamos por buscar su t�tulo en la tradici�n peruana. Amauta no deb�a ser un plagio, ni una traducci�n. Tom�bamos una palabra incaica, para crearla de nuevo. Para que el Per� indio, la Am�rica ind�gena, sintieran que esta revista era suya. Ypresentamos a Amauta como la voz de un movimiento y de una generaci�n. Amauta ha sido, en estos dos a�os, una revista de definici�n ideol�gica, que ha recogido en sus p�ginas las proposiciones de cuantos con t�tulos de sinceridad y competencia, han querido hablar a nombre de esta generaci�n y de este movimiento.

El trabajo de definici�n ideol�gica nos parece cumplido. En todo caso, hemos o�do ya las opiniones categ�ricas y sol�citas en expresarse. Todo debate se abre para los que opinan, no para los que callan. La primera jornada de Amauta ha concluido. En la segunda jornada, no necesita ya llamarse revista de la "nueva generaci�n", de la "vanguardia", de las "izquierdas". Para ser fiel a la revoluci�n, le basta ser una revista socialista.

"Nueva generaci�n", "nuevo esp�ritu", "nuevaa sensibilidad", todos estos t�rminos han envejecido. Lo mismo hay que decir de estos otros r�tulos: "vanguardia", "izquierda", "renovaci�n", Fueron nuevos y buenos en su hora. Nos hemos servido de ellos para establecer demarcaciones provisionales, por razones contingentes de topograf�a y orientaci�n. Hoy resultan ya demasiado gen�ricos y anfibol�gicos. Bajo estos r�tulos, empiezan a pasar gruesos contrabandos. La nueva generaci�n no ser� efectivamente nueva sino en la medida en que sepa ser, en fin, adulta, creadora.

La misma palabra revoluci�n, en esta Am�rica de las peque�as revoluciones, se presta bastante al equ�voco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La revoluci�n latinoamericana ser� nada m�s y nada menos que una etapa, una fase de la revoluci�n mundial. Ser� simple y puramente la revoluci�n socialista. A esta palabra agregad, seg�n los casos, todos los adjetivos que quer�is: "antiimperialista", "agrarista", "nacionalista-revolucionaria". El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos.

A Norteam�rica capitalista, plutocr�tica, imperialista, s�lo es posible oponer eficazmente una Am�rica latina o �bera, socialista. La �poca de la libre concurrencia en la econom�a capitalista ha terminado en todos los campos y todos los aspectos. Estamos en la �poca de los monopolios, vale decir de los imperios. Los pa�ses latinoamericanos llegan con retardo a la competencia capitalista. Los primeros puestos est�n ya definitivamente asignados. El destino de estos pa�ses, dentro del orden capitalista, es de simples colonias. La oposici�n de idiomas, de razas, de esp�ritus no tiene ning�n sentido decisivo. Es rid�culo hablar todav�a del contraste entre una Am�rica sajona materialista y una Am�rica latina idealista, entre una Roma Rubia y una Grecia p�lida. Todos estos son t�picos irremisiblemente desacreditados. El mito de Rod� no obra ya -no ha obrado nunca- �til y fecundamente sobre las almas. Descartemos, inexorablemente, todas estas caricaturas y simulacros de ideolog�as y hagamos las cuentas, seria y francamente, con la realidad.

El socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ning�n sistema contempor�neo lo es ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco espec�fico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial, al cual no sustrae ninguno de los pa�ses que se mueven dentro de la �rbita de la civilizaci�n occidental. Esta civilizaci�n conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilizaci�n dispuso, a la universalidad. Indoam�rica en este orden mundial, puede y debe tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares. Hace cien, a�os debimos nuestra independencia como naciones al ritmo de la historia de Occidente, que desde la colonizaci�n nos impuso ineluctablemente su comp�s. Libertad, Democracia, Parlamento, Soberan�a del Pueblo, todas las grandes palabras que pronunciaron nuestros hombres de entonces proced�an del repertorio europeo. La historia, sin embargo, no mide la grandeza de esos hombres por la originalidad de estas ideas, sino por la eficacia y genio con que las sirvieron. Y los pueblos que m�s adelante marxhan en el continente son aquellos donde arraigaron mejor y m�s pronto. La interdependencia, la solidaridad de los pueblos y de los continentes, eran sin embargo, en aquel tiempo, mucho menores que en �ste. El socialismo, en fin, est� en la tradici�n americana. La m�s avanzada organizaci�n comunista, primitiva, que registra la historia, es la incaica.

No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en Am�rica calco y copia. Debe ser creaci�n her�ica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aqu� una misi�n digna de una generaci�n nueva.

En Europa, la degeneraci�n parlamentaria y reformista del socialismo ha impuesto, despu�s de la guerra, designaciones espec�ficas. En los pueblos donde ese fen�meno no se ha producido, porque el socialismo aparece reci�n en su proceso hist�rico, la vieja y grande palabra conserva intacta su grandeza. Lo guardar� tambi�n en la historia, ma�ana, cuando las necesidades contingentes y convencionales de demarcaci�n que hoy distinguen pr�cticas y m�todos, hayan desaparecido.

Capitalismo o socialismo. �ste es el problema de nuestra �poca. No nos antisipamos a la s�ntesis, a las transacciones, que s�lo pueden operarse en la historia. Pensamos y sentimos como Gobetti que la historia es un reformismo mas a condici�n de que los revolucionarios operen como tales. Marx, Sorel, Lenin, he ah� los hombres que hacen la historia.

Es posible que muchos artistas e intelectuales apunten que acatamos absolutamente la autoridad de maestros irremisiblemente comprendidos en el proceso por la trahison des clercs. Confesamos sin escr�pulo, que nos sentimos en los dominios de lo temporal, de lo hist�rico, y que no tenemos ninguna intenci�n de abandonarlos. Dejemos con sus cuitas est�riles y sus lacrimosas metaf�sicas a los esp�ritus incapaces de aceptar y comprender la �poca. El materialismo socialista encierra todas las posibilidades de ascenci�n espiritual, �tica y filos�fica. Y nunca nos sentimos m�s rabiosa y eficaz y religiosamente idealistas que al asentar bien la idea y los pies en la materia.




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