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V. I. Lenin

 

DISCURSO SOBRE EL ANIVERSARIO DE LA REVOLUCION

pronunciado ante el VI Congreso Extraordinario de los Soviets de Toda Rusia de Diputados Obreros, Campesinos, Cosacos y Soldados Rojos

 

 


Pronunciado: El 6 de noviembre de 1918.
Primera publicación: Informaci�n period�stica se public� el 9 de noviembre de 1918, en el n�mero 242 de �Pravda� y en el n�mero 244 de �Izvestia� del CEC de toda Rusia".
Fuente: Tomado de V. I. Lenin. Obras Completas, tomo 37, Editorial Progreso, Mosc�, 1981, pp. 137-152
Digitalizado para el MIA: Julio Rodr�guez, abril de 2012.
HTML: Juan Fajardo, mayo de 2012.


 


(La aparici�n del camarada Lenin es acogida por una prolongada ovaci�n. Todos se ponen en pie y saludan al camarada Lenin.) Camaradas: Conmemoramos el aniversario de nuestra revoluci�n en momentos de important�simos acontecimientos del movimiento obrero internacional, cuando hasta los m�s esc�pticos, hasta los que m�s dudaban entre la clase obrera y los trabajadores ven claro que la guerra mundial no acabar� en convenios o violencias del viejo gobierno y de la vieja clase dominante, la burgues�a, que la guerra lleva no s�lo a Rusia, sino a todo el mundo, a la revoluci�n proletaria mundial, a la victoria de los obreros sobre el capitalismo, que ha anegado en sangre la Tierra y muestra, despu�s de todas las violencias y atrocidades del imperialismo alem�n, la misma pol�tica por parte del imperialismo anglo-franc�s, apoyado por Austria y Alemania.

El d�a en que celebramos el aniversario de la revoluci�n se debe lanzar una mirada al camino recorrido. Hubimos de empezar nuestra revoluci�n en condiciones de inusitada dificultad, en las que no se encontrar� ninguna de las siguientes revoluciones obreras del mundo, y por eso es de singular importancia que intentemos verter luz sobre todo el camino que hemos recorrido y ver qu� hemos alcanzado en este tiempo y en qu� medida nos hemos preparado en este a�o para nuestra tarea principal, para nuestra tarea verdadera, decisiva y fundamental. Debemos ser una parte de los destacamentos, una parte del ej�rcito proletario y socialista de todo el mundo. Nos hemos dado siempre cuenta de que si hemos tenido que empezar la revoluci�n, que dimanaba de la lucha de todo el mundo, no ha sido en virtud de m�ritos algunos del proletariado ruso o en virtud de que �l estuviera delante de todos; antes al contrario, s�lo la debilidad peculiar, el atraso del capitalismo y, sobre todo, las agobiadoras circunstancias estrat�gicas y militares nos hicieron ocupar, por la l�gica de los acontecimientos, un lugar delante de otros destacamentos, sin esperar que �stos se acercasen, se alzasen. Ahora hacemos el balance a fin de enterarnos de la medida en que nos hemos preparado para acercarnos a las batallas que nos esperan en nuestra futura revoluci�n.

Y bien, camaradas, al preguntarnos qu� hemos hecho de importancia en este a�o, debemos decir que hemos hecho lo siguiente: del control obrero, estos primeros pasos de la clase obrera, del manejo de todos los recursos del pa�s hemos llegado al umbral de la creaci�n de la administraci�n obrera de la industria; de la lucha de todos los campesinos por la tierra, de la lucha de los campesinos contra los terratenientes, de la lucha de car�cter nacional, democr�tico y burgu�s hemos llegado a que en el campo se destaquen los elementos proletarios y semiproletarios, se destaquen los que m�s trabajan, los explotados, y se comience a edificar la nueva vida; la parte m�s oprimida del campo ha empezado la lucha hasta el fin contra la burgues�a, incluida su propia burgues�a rural, los kulaks.

Sigamos: como ha dicho acertadamente el camarada Sverdlov, al inaugurar el congreso, de los primeros pasos de la organizaci�n sovi�tica hemos llegado al punto en que en Rusia no hay un solo rinc�n donde no se haya consolidado esta organizaci�n, donde no forme un todo con la Constituci�n sovi�tica, redactada teniendo en cuenta la larga experiencia de lucha de todos los trabajadores y oprimidos.

De nuestra completa incapacidad defensiva, de la �ltima guerra de cuatro a�os, que ha dejado en las masas no s�lo el odio de los oprimidos, sino la repulsa, un cansancio tremendo y una extenuaci�n que conden� la revoluci�n a un per�odo de lo m�s dif�cil y pesado, cuando est�bamos indefensos ante los golpes del imperialismo alem�n y austriaco, de esa incapacidad defensiva hemos pasado a tener un poderoso Ej�rcito Rojo. Por �ltimo, y esto es lo m�s importante, hemos llegado del aislamiento internacional, del que padec�amos en Octubre y al principio del a�o en curso, a una situaci�n en la que nuestro �nico, pero firme aliado, los trabajadores y oprimidos de todos los pa�ses, se han alzado al fin, cuando dirigentes del proletariado euroccidental, como Liebknecht y Adler, dirigentes que han pagado con largos meses de presidio sus audaces y heroicos intentos de levantar la voz contra la guerra imperialista, vemos que estos dirigentes est�n en libertad porque ha obligado a ponerlos en libertad la revoluci�n obrera de Viena y Berl�n, que crece por instantes. Del aislamiento hemos llegado a la situaci�n de estar codo con codo y hombro a hombro con nuestros aliados internacionales. Eso es lo fundamental que hemos alcanzado este a�o. Y me permitir� detenerme brevemente a hablar de este camino, a hablar de esta transici�n.

Camaradas, al principio, nuestra consigna era el control obrero. Dec�amos: a pesar de todas las promesas del gobierno de Kerenski, el capital contin�a saboteando la producci�n del pa�s y destruy�ndola cada vez m�s. Vemos ahora que las cosas marchaban hacia la disgregaci�n, y el primer paso fundamental obligatorio para todo gobierno socialista, obrero, debe ser el control obrero. No decretamos en el acto el socialismo en toda nuestra industria porque el socialismo puede formarse y afianzarse �nicamente cuando la clase obrera aprenda a dirigir, cuando se afiance el prestigio de las masas obreras. Sin eso, el socialismo no pasa de ser un deseo. De ah� que implant�ramos el control obrero, sabiendo que es un paso contradictorio, un paso incompleto, pero es necesario que los propios obreros emprendan la gran obra de crear la industria de un inmenso pa�s sin explotadores y contra los explotadores. Y, camaradas, quien ha participado directa e incluso indirectamente en esa obra, quien ha sufrido toda la opresi�n, todas las atrocidades del viejo r�gimen capitalista ha aprendido much�simo. Sabemos que es poco lo conseguido. Sabemos que en el pa�s m�s atrasado y arruinado, en el que tantas trabas y dificultades se ha puesto a la clase obrera, esta clase necesita un plazo largo para aprender a dirigir la industria. Estimamos que lo m�s importante y valioso consiste en que los propios obreros han tomado en sus manos esta direcci�n, en que del control obrero, que deb�a seguir siendo ca�tico, desmembrado, artesano e incompleto en todas las ramas b�sicas de la industria, hemos llegado a la direcci�n obrera de la industria a escala nacional.

La situaci�n de los sindicatos ha cambiado. Su tarea principal consiste ahora en enviar a representantes suyos a todas las Direcciones Generales y organismos centrales, a todas las nuevas organizaciones que han heredado del capitalismo una industria arruinada y premeditadamente saboteada y que han puesto manos a la obra sin la ayuda de todas esas fuerzas intelectuales que se plantearon desde el principio el objetivo de utilizar los conocimientos y la instrucci�n superior -resultado del acervo de conocimientos adquiridos por la humanidad- para frustrar la causa del socialismo, en vez de poner la ciencia al servicio de las masas en la organizaci�n de la econom�a p�blica, nacional, sin explotadores. Esa gente se ha planteado el objetivo de utilizar la ciencia para poner obst�culos, para estorbar a los obreros que han tomado en sus manos la direcci�n, siendo los menos preparados para ello. Y podemos decir que el obst�culo fundamental ha sido vencido. La tarea ha resultado extraordinariamente dif�cil. El sabotaje de todos los elementos que se inclinan hacia la burgues�a ha sido roto. A pesar de los enormes impedimentos, los obreros han conseguido dar este paso fundamental que ha echado los cimientos del socialismo. No exageramos ni tememos lo m�s m�nimo decir la verdad. S�, se ha hecho poco para alcanzar el objetivo final; pero se ha hecho mucho, much�simo, para consolidar esos cimientos. Al hablar del socialismo, no se puede hablar de la edificaci�n consciente de los cimientos entre las m�s amplias masas obreras en el sentido de que esas masas hayan tomado los libros y le�do un folleto; la conciencia consiste en este caso en que han emprendido con su propia energ�a, con sus propias manos una obra de extraordinaria dificultad, han cometido millares de errores y han sufrido ellos mismos las consecuencias de cada uno de ellos, en que cada error les templaba y forjaba en la organizaci�n de la direcci�n de la industria, hoy ya realidad con firme base. Han llevado su labor hasta el fin. Esta labor no se efectuar� ahora como antes; ahora, toda la masa obrera, no s�lo los jefes y los trabajadores de vanguardia, sino verdaderamente los m�s amplios sectores saben que ellos mismos edifican el socialismo con sus propias manos, que han colocado ya sus cimientos y que no hay en el interior del pa�s fuerza capaz de impedirles llevar a t�rmino esta obra.

Si en lo que se refiere a la industria hemos encontrado tan grandes dificultades, si en ese terreno hemos debido recorrer un camino que a muchos les parece largo, pero que en realidad es corto, y que nos ha llevado del control obrero a la administraci�n obrera, en el campo, que es el m�s atrasado, hemos debido realizar una labor preparatoria mucho mayor. Y quienes han observado la vida rural, quienes han tenido contacto con las masas campesinas en las propias aldeas dicen: la Revoluci�n de Octubre en las ciudades se ha convertido en verdadera Revoluci�n de Octubre para el campo s�lo durante el verano y el oto�o de 1918. Y en esta cuesti�n, camaradas, cuando el proletariado petrogradense y los soldados de la guarnici�n de esta ciudad tomaron el poder, sab�an perfectamente que la organizaci�n de la nueva vida en el campo presentar�a grandes dificultades; que en esta labor ser�a necesario avanzar de manera m�s gradual, que constituir�a el mayor absurdo intentar imponer por decreto y por ley el laboreo colectivo de la tierra; que eso podr�a ser aceptado por un insignificante n�mero de campesinos conscientes, pero que la inmensa mayor�a de los campesinos no se planteaba esa tarea. Y por eso nos limitamos a lo que era absolutamente indispensable para el desarrollo de la revoluci�n: no adelantarse en modo alguno al desarrollo de las masas, sino esperar que el avance dimane de la propia experiencia de esas masas, de su propia lucha. En Octubre nos limitamos a barrer de un solo golpe al enemigo secular de los campesinos, al terrateniente feudal, al propietario de los latifundios. Eso era la lucha campesina general. Entonces a�n no exist�a en el seno del campesinado la divisi�n entre proletariado, semiproletariado, campesinado pobre y burgues�a. Nosotros, socialistas, sab�amos que sin esa lucha no existir�a el socialismo; pero sab�amos tambi�n que no bastaba que lo supi�ramos nosotros, que era necesario que lo comprendieran millones de seres, no a trav�s de la propaganda, sino como resultado de su propia experiencia, y por eso, cuando todo el campesinado en su conjunto se imaginaba la revoluci�n basada exclusivamente en el usufructo igualitario de la tierra, dijimos abiertamente en nuestro decreto del 26 de octubre de 1917 que tom�bamos como base el mandato campesino sobre la tierra.

Dijimos claramente que ese mandato no respond�a a nuestros puntos de vista, que eso no era comunismo; mas no impusimos a los campesinos lo que no respond�a a sus puntos de vista y respond�a exclusivamente a nuestro programa. Declaramos que march�bamos con ellos como con camaradas trabajadores, seguros de que el desarrollo de la revoluci�n habr�a de conducir a la misma situaci�n a que hemos llegado y, como resultado, vemos el movimiento campesino. La reforma agraria se inici� con esa socializaci�n de la tierra que hemos aprobado nosotros mismos, con nuestros votos, diciendo francamente que no coincide con nuestras opiniones, sabiendo que la inmensa mayor�a comparte la idea del usufructo igualitario de la tierra y no queriendo imponerle nada a aqu�lla, esperando que el campesinado se desembarazara de eso por s� mismo y marchara adelante. Hemos esperado todo lo necesario y hemos sabido preparar nuestras fuerzas.

La ley que aprobamos entonces se basaba en los principios democr�ticos generales, en lo qu� une al campesino rico, al kulak, con el campesino pobre; el odio al terrateniente; se basaba en la idea general de la igualdad, que era, sin duda alguna, una idea revolucionaria contra el viejo r�gimen de la monarqu�a. Y de esa ley deb�amos pasar a la divisi�n en el seno del campesinado. Aplicamos la ley de socializaci�n de la tierra con el asentimiento general. Esa ley fue aprobada un�nimemente por nosotros y por los que no compart�an los puntos de vista de los bolcheviques. En la soluci�n del problema de qui�n debe poseer la tierra concedimos prioridad a las comunas agr�colas. Dejamos abierto el camino para que la agricultura pudiera desarrollarse, basada en los principios socialistas, sabiendo perfectamente que entonces, en octubre de 1917, no estaba en condiciones de emprender ese camino. Con nuestra preparaci�n hemos esperado hasta conseguir un gigantesco paso de importancia hist�rica universal, que no ha sido dado a�nen ninguno de los Estados republicanos m�s democr�ticos. Ese paso lo ha dado este verano toda la masa campesina, incluso en las aldeas rusas m�s apartadas. Cuando las cosas llegaron al desorden en el abastecimiento, al hambre; cuando como consecuencia de la vieja herencia y de los cuatro a�os malditos de guerra, cuando con los esfuerzos de la contrarrevoluci�n y de la guerra civil nos fue arrebatada la zona m�s cerealista; cuando todo eso alcanz� el punto culminante y el peligro del hambre amenaz� a las ciudades, el �nico baluarte de nuestro poder, el m�s fiel y seguro, el obrero avanzado de las ciudades y de las zonas industriales march� un�nime al campo. Calumnian quienes dicen que los obreros marcharon al campo para dar principio a la lucha armada entre los obreros y los campesinos. Los acontecimientos refutan esa calumnia. Los obreros marcharon para oponer resistencia a los elementos explotadores del campo, a los kulaks, que han amasado riquezas inauditas especulando con el trigo mientras el pueblo se mor�a de hambre. Marcharon para ayudar a los campesinos trabajadores pobres, a la mayor�a de la aldea. Y que no fueron en vano, que tendieron su mano de alianza, que su trabajo preparatorio se fundi� con la masa, lo ha demostrado plenamente julio, la crisis de julio, cuando la sublevaci�n de los kulaks se extendi� por toda Rusia. La crisis de julio termin� en que en las aldeas se levantaron por doquier los elementos trabajadores explotados, se levantaron junto con el proletariado de las ciudades. El camarada Zin�viev me ha comunicado hoy por tel�fono que al Congreso regional de comit�s de campesinos pobres1, que se est� celebrando en Petrogrado, asisten 18.000 personas y que en �l reinan entusiasmo y animaci�n extraordinarios. A medida que lo que ocurre en toda Rusia va adoptando una forma m�s evidente, los pobres del campo, al alzarse, han visto la lucha con los kulaks por propia experiencia, han visto que para abastecer de v�veres la ciudad, que para restablecer el intercambio de mercanc�as -sin el cual no puede vivir el campo- no se puede marchar con la burgues�a rural y con los kulaks. Hay que organizarse aparte. Y nosotros hemos dado ahora el primer paso grandioso de la revoluci�n socialista en el campo. En Octubre no pod�amos darlo. Comprendimos ese momento cuando pudimos ir a las masas, y ahora hemos logrado que haya empezado la revoluci�n socialista en el campo, que no exista una sola aldea apartada en la que no sepan que si el hermano rico, el hermano kulak especula con trigo, enfoca todos los acontecimientos actuales desde el viejo punto de vista retr�grado.

Y bien, la econom�a rural, los pobres del campo, uni�ndose estrechamente a sus jefes, los obreros urbanos, s�lo ahora proporcionan los cimientos definitivos y firmes para la verdadera edificaci�n socialista. S�lo ahora empezar� en el campo la edificaci�n socialista. S�lo ahora se organizar�n los Soviets y haciendas que tiendan sistem�ticamente al laboreo colectivo de la tierra a gran escala, al aprovechamiento de los conocimientos, de la ciencia y de la t�cnica, sabiendo que, en el terreno de la �poca vieja, reaccionaria y oscurantista es imposible hasta la cultura humana m�s simple y elemental. En este terreno, la labor es m�s dif�cil que en la industria. En este terreno son mayores a�n las equivocaciones de nuestros comit�s locales y de los Soviets rurales. Aprenden en las equivocaciones. Nosotros no tememos las equivocaciones cuando las cometen las masas, que tienen una actitud consciente ante la edificaci�n, porque s�lo confiamos en la propia experiencia y en el propio trabajo.

Pues bien, la mayor revoluci�n que nos ha tra�do en plazo tan breve al socialismo en el campo muestra que toda esta lucha ha sido coronada por el �xito. Lo muestra de la manera m�s evidente el Ej�rcito Rojo. Sab�is en qu� situaci�n hemos estado en la guerra imperialista mundial, cuando Rusia se vio en una situaci�n en la que las masas populares no pod�an soportarla. Sabemos que entonces nos vimos en la situaci�n m�s desamparada. Dijimos abiertamente toda la verdad a las masas obreras. Denunciamos los tratados imperialistas secretos de la pol�tica que sirve de instrumento m�s grande de enga�o, pol�tica que ahora, en Norteam�rica, la rep�blica democr�tica del imperialismo burgu�s m�s avanzada, enga�a a las masas como nunca y les toma el pelo. Cuando el car�cter imperialista de la guerra qued� claro para todos, el �nico pa�s que desmoron� hasta los cimientos la pol�tica exterior secreta de la burgues�a fue la Rep�blica Sovi�tica de Rusia. Denunci� los tratados secretos y dijo por boca del camarada Trotski, dirigi�ndose a los pa�ses de todo el mundo; os llamamos a que termin�is esta guerra por v�a democr�tica, sin anexiones ni contribuciones, y decimos abiertamente y con orgullo la dura verdad, pero la verdad al fin y al cabo, que para acabar esta guerra hace falta la revoluci�n contra los gobiernos burgueses. Nuestra voz qued� sola. Por ello hubimos de pagar con una paz de inveros�miles dureza y sacrificio que nos impuso el tir�nico Tratado de Brest, que sembr� el abatimiento y la desesperaci�n entre muchos simpatizantes. Eso fue porque est�bamos solos. Pero cumplimos con nuestro deber y dijimos a todos. �Tales son los fines de la guerra! Y si se desbord� sobre nosotros el alud del imperialismo alem�n fue porque hac�a falta un gran lapso para que nuestros obreros y campesinos llegasen a una organizaci�n s�lida. Entonces carec�amos de ej�rcito; ten�amos el viejo ej�rcito desorganizado de los imperialistas, que llevaban a la guerra por fines que los soldados no compart�an y con los que no simpatizaban. Result� que hubimos de pasar por un per�odo muy doloroso. Fue un per�odo en el que las masas deb�an descansar de la atormentadora guerra imperialista y comprender que empezaba otra guerra. Tenemos derecho a llamar guerra nuestra la guerra en que defendamos nuestra revoluci�n socialista. Eso ten�an que comprenderlo por experiencia propia millones y decenas de millones. Se tardaron meses en ello. Esa conciencia se fue abriendo paso durante mucho tiempo y a duras penas. Pero en el verano de este a�o qued� claro para todos que se hab�a abierto paso al fin, que el viraje se hab�a empezado, que el ej�rcito, producto de la masa popular, el ej�rcito, que se sacrifica, que despu�s de la sangrienta matanza de cuatro a�os va otra vez a la guerra, para que ese ej�rcito combata por la Rep�blica Sovi�tica necesita nuestro pa�s que el cansancio y la desesperaci�n de la masa, que va a esa guerra, sean sustituidos por una conciencia clara de que van a morir verdaderamente por su causa: por los Soviets obreros y campesinos, por la rep�blica socialista. Eso lo hemos logrado.

Las victorias que este verano obtuvimos sobre el cuerpo de ej�rcito checoslovaco y las noticias de las victorias que se reciben y alcanzan enormes proporciones demuestran que se ha dado un viraje y que la tarea m�s dif�cil, la de formar unas masas socialistas organizadas y conscientes, se ha cumplido despu�s de una dolorosa guerra de cuatro a�os. Esa conciencia ha calado hondo en las masas. Decenas de millones han comprendido que est�n dedicados a una obra dif�cil. Y en ello est� la garant�a de que, aunque se proponen atacarnos las fuerzas del imperialismo mundial, que son m�s vigorosas que nosotros ahora, que aunque nos rodeen ahora los soldados de los imperialistas, que han comprendido el peligro del Poder sovi�tico y arden en deseos de asfixiarlo, a pesar de que decimos la verdad, de que no ocultamos que son m�s fuertes que nosotros, no nos dejamos llevar por la desesperaci�n.

Nosotros decimos: �Avanzamos, la Rep�blica Sovi�tica avanza! La causa de la revoluci�n proletaria avanza con m�s rapidez de lo que se acercan las fuerzas de los imperialistas. Estamos llenos de esperanza y seguridad en que defendemos los intereses no s�lo de la revoluci�n socialista rusa, sino en que hacemos la guerra en defensa de la revoluci�n socialista mundial. Nuestras esperanzas en la victoria crecen con m�s rapidez porque crece la conciencia de nuestros obreros. �Qu� era la organizaci�n sovi�tica en octubre del a�o pasado? Eran los primeros pasos. No pod�amos amoldarla, hacerla llegar a una situaci�n determinada, a la situaci�n actual, y ahora tenemos la Constituci�n sovi�tica. Sabemos que esta Constituci�n sovi�tica fue aprobada en julio, que no ha sido inventada por una comisi�n cualquiera, que no ha sido redactada por jurisconsultos ni copiada de otras constituciones. En el mundo no ha habido otras constituciones como la nuestra. En ella est� refrendada la experiencia de lucha y organizaci�n de las masas proletarias contra los explotadores as� dentro del pa�s como en todo el mundo. Tenemos en nuestro haber experiencia de lucha. (Aplausos) Y esta experiencia es una confirmaci�n evidente de que los obreros organizados han creado el Poder sovi�tico sin funcionarios, sin ej�rcito permanente, sin privilegios concedidos de hecho en beneficio de la burgues�a y han colocado en las f�bricas los cimientos de la nueva edificaci�n. Nos ponemos manos a la obra, incorporando a los nuevos colaboradores que nos hacen falta para aplicar la Constituci�n sovi�tica. Para ello tenemos listo personal reci�n reclutado, j�venes campesinos que debemos incorporar al trabajo y nos ayudar�n a llevar la obra hasta el fin.

Hablar� ahora del �ltimo punto en que quiero detenerme: de la situaci�n internacional. Estamos hombro a hombro con nuestros camaradas internacionales y nos hemos convencido de cu�nta resoluci�n y energ�a ponen en expresar la seguridad en que la revoluci�n proletaria rusa seguir� con ellos como una revoluci�n internacional.

En la medida en que ha venido creciendo la importancia internacional de la revoluci�n, ha venido creciendo y reforz�ndose la rabiosa cohesi�n de los imperialistas de todo el mundo. En octubre de 1917 consideraban nuestra rep�blica un caso curioso al que no val�a la pena conceder atenci�n; en febrero la consideraban un experimento socialista que no merec�a tenerse en cuenta. Pero el ej�rcito de la Rep�blica ha ido creciendo y fortaleci�ndose: ha cumplido la misi�n m�s dif�cil de crear el Ej�rcito Rojo socialista. En virtud del avance y el �xito de nuestra causa ha venido aumentando la resistencia y el odio rabiosos de los imperialistas de todos los pa�ses, los cuales han hecho a los capitalistas anglo-franceses, que pregonaban a voz en grito su enemistad a Guillermo, estar a punto de unirse con ese mismo Guillermo en la lucha por asfixiar a la Rep�blica Sovi�tica Socialista, ya que han visto que ha dejado de ser un caso curioso y un experimento socialista y se ha convertido en un foco verdadero, en un foco efectivo de la revoluci�n socialista mundial. Por eso, en la medida en que han sido mayores los �xitos de nuestra revoluci�n, ha venido aumentando el n�mero de nuestros enemigos. Debemos darnos cuenta, sin ocultar lo m�s m�nimo la gravedad de nuestra situaci�n, de lo que tenemos que hacer en adelante. Pero iremos a ello, y no vamos ya solos, sino con los obreros de Viena y Berl�n, que se alzan a la misma lucha y aportar�n, quiz�s, mayores disciplina y conciencia a nuestra causa com�n.

Camaradas, para mostraros c�mo se echa encima de nuestra Rep�blica Sovi�tica el nublado y qu� peligros nos acechan, os leer� el texto completo de una nota que el Gobierno alem�n nos ha hecho llegar por mediaci�n de su consulado:

�Al Comisario del Pueblo para las Relaciones Exteriores, G. V. Chicherin, Mosc�, 5 de noviembre de 1918.

�Por encargo del Gobierno imperial alem�n, el Consulado Imperial Alem�n tiene el honor de comunicar a la Rep�blica Federativa de Rusia lo que sigue: el Gobierno alem�n se ha visto obligado a elevar por segunda vez una protesta con motivo de las declaraciones hechas por entidades oficiales rusas, las cuales, a pesar de las disposiciones del art�culo 2 del Tratado de Paz de Brest, llevan a cabo una campa�a intolerable contra las instituciones p�blicas alemanas. Adem�s, no considera posible limitarse a protestar contra dicha campa�a, la cual no s�lo viola las disposiciones indicadas en el tratado, sino que entra�a una trasgresi�n de las habituales pr�cticas internacionales. Cuando despu�s de haber concluido el Tratado de Paz, el Gobierno sovi�tico estableci� su representaci�n diplom�tica en Berl�n, se indic� en forma clara al representante de Rusia, se�or Ioffe, que deb�a abstenerse de hacer en Alemania agitaci�n o propaganda algunas. La respuesta de �ste fue que conoc�a el art�culo 2 del Tratado de Brest y que sab�a que, como representante de una potencia extranjera, no deb�a inmiscuirse en los asuntos internos de Alemania. Por ello, tanto el se�or Ioffe como los organismos que de �l dependen, gozaban en Berl�n de la habitual atenci�n y confianza que se otorga a las representaciones extranjeras que tienen derechos de extraterritorialidad. Sin embargo, esta confianza ha sido defraudada. De un tiempo a esta parte ha quedado claro ya que la representaci�n diplom�tica rusa ha mantenido estrecho contacto con determinados elementos que act�an para derrocar el r�gimen estatal de Alemania y, utilizando dichos elementos, ha mostrado inter�s en el movimiento orientado a derrocar el r�gimen existente en Alemania. Merced al incidente ocurrido el 4 del mes en curso, se ha puesto en claro que la representaci�n rusa introduce en el pa�s hojas volantes que exhortan a la revoluci�n, tomando as� incluso parte activa en los movimientos que tienen como objetivo derribar el r�gimen existente y abusando con ello del privilegio de utilizar correos diplom�ticos. Debido al deterioro causado durante el transporte a uno de los cajones del equipaje oficial del correo ruso que lleg� ayer a Berl�n, se ha comprobado que conten�a hojas volantes revolucionarias impresas en alem�n y destinadas a ser distribuidas en Alemania. La actitud adoptada por el Gobierno sovi�tico ante la manera de resarcir el asesinato del Embajador imperial, conde de Mirbach, es un motivo m�s de queja para el Gobierno alem�n. El Gobierno ruso prometi� solemnemente hacer cuanto estuviera a su alcance para castigar a los culpables. Sin embargo, el Gobierno alem�n no ha podido registrar indicio alguno de que se haya iniciado la b�squeda o el castigo de los culpables o de que se haya propuesto hacerla. Los asesinos huyeron del edificio, el cual estaba acordonado por agentes de la seguridad p�blica del Gobierno ruso. Los instigadores del crimen, que han reconocido p�blicamente haberlo planeado y preparado, siguen hasta el d�a de hoy gozando de impunidad, y a juzgar por las noticias recibidas, incluso han sido amnistiados. El Gobierno alem�n protesta contra esta violaci�n del tratado y del derecho p�blico y ha de exigir del Gobierno ruso garant�as de que en adelante se evitar� toda agitaci�n y propaganda que vulnere el Tratado de Paz. Ha de insistir, adem�s, en que se purgue el asesinato del Embajador, conde de Mirbach, castigando a los homicidas y quienes los instigaron. El Gobierno alem�n ha de solicitar del Gobierno de la Rep�blica Sovi�tica que retire a sus representantes diplom�ticos y otros que tenga en Alemania mientras no se hayan satisfecho estos requerimientos. Hoy se ha comunicado al representante de Rusia en Berl�n que se pondr� a su disposici�n un tren expreso para que pueda salir del pa�s el personal diplom�tico y consular, as� como los dem�s representantes oficiales de Rusia que se encuentran en la capital alemana; el tren partir� ma�ana por la tarde, y se tomar�n todas las medidas pertinentes para que todo el personal pueda llegar sin obst�culos hasta la frontera rusa. Se ruega al Gobierno sovi�tico que se preocupe a la vez de dar a los representantes alemanes que se encuentran en Mosc� y Petrogrado la posibilidad de abandonar el pa�s, observando todos los requisitos que impone el deber de cortes�a. Se pondr� en conocimiento de los otros representantes de Rusia que se encuentren en Alemania, as� como de los representantes oficiales alemanes que se hallen en otros lugares de Rusia, que deben emprender el viaje en el plazo de una semana, los primeros para Rusia, y los segundos para Alemania. El Gobierno alem�n se permite manifestar que conf�a en que su personal oficial mencionado en �ltimo orden gozar� tambi�n, en el momento de partir, de las debidas atenciones que impone la cortes�a, y en que a los s�bditos alemanes o personas acogidas a la jurisdicci�n alemana, en caso de que lo solicitaran, se les permitir� abandonar el pa�s sin inconvenientes�.

Camaradas, todos estamos al cabo de la calle de que el Gobierno alem�n sab�a de sobra que en la Embajada rusa eran bien recibidos los socialistas alemanes, y no los partidarios del imperialismo alem�n, gente que nunca traspuso los umbrales de la Embajada rusa. Sus amigos eran los socialistas adversarios de la guerra que simpatizaban con Carlos Liebknecht. Desde que se estableci� la Embajada, ellos fueron sus visitantes, y s�lo con ellos mantuvimos relaciones. De todo eso estaba muy bien enterado el Gobierno alem�n, que vigila a cada representante de nuestro Gobierno con tanto celo como lo hac�a Nicol�s II con nuestros camaradas. Y si el Gobierno alem�n adopta ahora esa actitud no es porque haya cambiado algo, sino porque antes se cre�a m�s fuerte y no tem�a que las llamas de una casa incendiada en las calles de Berl�n se propagaran a toda Alemania. El Gobierno alem�n ha perdido la cabeza y piensa apagar el incendio, que abarca a todo el pa�s, dirigiendo sus extintores polic�acos a una sola casa. (Clamorosos aplausos)

Esto es simplemente rid�culo. Si el Gobierno alem�n se dispone a anunciar la ruptura de las relaciones diplom�ticas, declaramos que nosotros lo sab�amos y que orienta todos sus esfuerzos a concertar una alianza con los imperialistas anglo-franceses. Sabemos que el gobierno de Wilson ha recibido numerosos telegramas con la petici�n de que no se retiren las tropas alemanas de Polonia, Ucrania, Estlandia y Liflandia, pues, aunque esos imperialistas son enemigos del imperialismo alem�n, dichas tropas cumplen una misi�n de ellos: la de reprimir a los bolcheviques. Podr�n retirarse s�lo cuando lleguen all� �tropas liberadoras� de la Entente para estrangular a los bolcheviques.

Eso lo sabemos de sobra: por ese lado nada nos pillar� por sorpresa. Dec�amos s�lo que ahora, cuando Alemania est� en llamas y toda Austria arde, cuando se han visto obligados a poner en libertad a Liebknecht y permitirle ir a la Embajada rusa, donde se celebraba una reuni�n general de socialistas rusos y alemanes encabezada por Liebknecht, el paso dado por el Gobierno alem�n no es tanto una prueba de que quiere luchar, sino m�s bien de que ha perdido totalmente la cabeza y que va, desesperado, de un lado a otro en busca de una soluci�n, porque contra Alemania avanza el enemigo m�s encarnizado, el imperialismo anglo-norteamericano, un enemigo que aplast� a Austria con una paz cien veces m�s expoliadora que la paz de Brest. Alemania comprende que estos liberadores tambi�n quieren aplastarla a ella, despedazarla y martirizarla. Al mismo tiempo, se alza el obrero alem�n. El ej�rcito alem�n no result� ineficaz y sin capacidad de combatir porque se hubiera relajado su disciplina, sino porque los soldados, que se negaban a pelear fueron trasladados del frente oriental al occidental de Alemania y llevaron con ellos lo que la burgues�a llama bolchevismo mundial.

Esa es la causa de que el ej�rcito alem�n no tuviese capacidad de combate y de que este documento sea la mejor prueba del desconcierto del Gobierno de Alemania. Afirmamos que dicho documento motivar� la ruptura de las relaciones diplom�ticas, y quiz�s lleve incluso a la guerra si dicho gobierno cuenta con fuerzas para dirigir tropas de guardias blancos. Por eso hemos enviado a todos los Soviets de diputados un telegrama que termina en una exhortaci�n a estar alerta, a prepararse y poner en tensi�n todas las fuerzas, pues esto es otra prueba de que el imperialismo internacional se propone el objetivo principal de dar al traste con el bolchevismo. Ello significa vencer no s�lo a Rusia, sino tambi�n, en cada pa�s, a los obreros propios. Mas no lo conseguir�n, aunque empleen las mayores brutalidad y violencia en alcanzar su prop�sito. Estas fieras se preparan, preparan una campa�a contra Rusia desde el Sur, a trav�s de los Dardanelos, o por Bulgaria y Rumania; negocian para formar un ej�rcito de guardias blancos en Alemania y lanzarlo contra Rusia. Nos damos perfecta cuenta de este peligro y decimos con franqueza: camaradas, el a�o de trabajo que hemos realizado no ha sido en vano; hemos colocado los cimientos y nos hallamos ante batallas decisivas que lo ser�n de verdad. Pero no avanzamos solos: el proletariado de Europa Occidental se ha alzado y no ha dejado piedra sobre piedra en Austria- Hungr�a. El gobierno de ese pa�s es tan flojo, est� tan desconcertado y ha perdido tanto la cabeza como el gobierno de Nicol�s Rom�nov a fines de febrero de 1917. Nuestra consigna debe ser: �poned una vez m�s todas las fuerzas en la lucha, sin olvidar que nos aproximamos a la batalla final, a la batalla decisiva en aras de la revoluci�n socialista mundial, y no s�lo de la rusa!

Sabemos que las fieras del imperialismo son todav�a m�s fuertes que nosotros, que pueden volcar sobre nosotros y nuestro pa�s las violencias, las atrocidades y tormentos m�s desenfrenados, pero no pueden vencer a la revoluci�n mundial. Est�n posesos de un odio cerril, y por ello nos decimos a nosotros mismos: pase lo que pase, cada obrero y cada campesino de Rusia cumplir� con su deber y entregar� la vida si as� lo exige la defensa de la revoluci�n. Decimos: pase lo que pase, cualesquiera que sean las calamidades que nos env�en los imperialistas, no se salvar�n. �El imperialismo sucumbir�, y la revoluci�n socialista internacional triunfar� contra viento y marea! (Clamorosos aplausos que se transforman en prolongada ovaci�n.)