Volver al Archivo Kollontai |
Escrito: En o antes de 1907.
Historial de publicaci�n: Publicado por vez primera en 1907.
Traducci�n al castellano: Traducida por Mar�a Teresa Garc�a Ban�s en 1931, y revisada por
Tamara Ruiz en 2011, para En Lucha.
Fuente de la presente versi�n: Tomado de la edici�n digital de
Alexandra Kollontai: Los fundamentos sociales de la cuesti�n femenina y otros escritos, Tamara Ruiz (ed.). En Lucha: Espa�a, 2011.
http://www.enlucha.org/site/?q=node/15895
Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2011.
Dejando a los estudiosos burgueses absortos en el debate de la
cuesti�n de la superioridad de un sexo sobre el otro, o en el peso de
los cerebros y en la comparaci�n de la estructura psicol�gica de hombres
y mujeres, los seguidores del materialismo hist�rico aceptan plenamente
las particularidades naturales de cada sexo y demandan s�lo que cada
persona, sea hombre o mujer, tenga una oportunidad real para su m�s
completa y libre autodeterminaci�n, y la mayor capacidad para el
desarrollo y aplicaci�n de todas sus aptitudes naturales. Los seguidores
del materialismo hist�rico rechazan la existencia de una cuesti�n de la
mujer espec�fica separada de la cuesti�n social general de nuestros
d�as. Tras la subordinaci�n de la mujer se esconden factores econ�micos
espec�ficos, las caracter�sticas naturales han sido un factor secundario
en este proceso. S�lo la desaparici�n completa de estos factores, s�lo
la evoluci�n de aquellas fuerzas que en alg�n momento del pasado dieron
lugar a la subordinaci�n de la mujer, ser�n
capaces de influir y de hacer que cambie la posici�n social que ocupa
actualmente de forma fundamental. En otras palabras, las mujeres pueden
llegar a ser verdaderamente libres e iguales s�lo en un mundo organizado
mediante nuevas l�neas sociales y productivas.
Sin embargo, esto no significa que la mejora parcial de la vida de la mujer dentro del marco del sistema actual no sea posible. La soluci�n radical de la cuesti�n de los trabajadores s�lo es posible con la completa reconstrucci�n de las relaciones productivas modernas. Pero, �debe esto impedirnos trabajar por reformas que sirvan para satisfacer los intereses m�s urgentes del proletariado? Por el contrario, cada nuevo objetivo de la clase trabajadora representa un paso que conduce a la humanidad hacia el reino de la libertad y la igualdad social: cada derecho que gana la mujer le acerca a la meta fijada de su emancipaci�n total�
La socialdemocracia fue la primera en incluir en su programa la demanda de la igualdad de derechos de las mujeres con los de los hombres. El partido demanda siempre y en todas partes, en los discursos y en la prensa, la retirada de las limitaciones que afectan a las mujeres, es s�lo la influencia del partido lo que ha forzado a otros partidos y gobiernos a llevar a cabo reformas en favor de las mujeres. Y, en Rusia, este partido no es s�lo el defensor de las mujeres en relaci�n a su posici�n te�rica, sino que siempre y en todos lados se adhiere al principio de igualdad de la mujer.
�Qu� impide a nuestras defensoras de los �derechos de igualdad�, en este caso, aceptar el apoyo de este partido fuerte y experimentado? El hecho es que por �radicales� que pudieran ser las igualitaristas, siguen siendo fieles a su propia clase burguesa. Por el momento, la libertad pol�tica es un requisito previo esencial para el crecimiento y el poder de la burgues�a rusa. Sin ella resultar� que todo su bienestar econ�mico se ha construido sobre arena. La demanda de igualdad pol�tica es una necesidad para las mujeres que surge de la vida en s� misma.
La consigna de �acceso a las profesiones� ha dejado de ser suficiente, y s�lo la participaci�n directa en el gobierno del pa�s promete contribuir a mejorar la situaci�n econ�mica de la mujer. De ah� el deseo apasionado de las mujeres de la mediana burgues�a por obtener el derecho al voto, y por lo tanto, su hostilidad hacia el sistema burocr�tico moderno.
Sin embargo, en sus demandas de igualdad pol�tica nuestras feministas son como sus hermanas extranjeras, los amplios horizontes abiertos por el aprendizaje socialdem�crata permanecen ajenos e incomprensibles para ellas. Las feministas buscan la igualdad en el marco de la sociedad de clases existente, de ninguna manera atacan la base de esta sociedad. Luchan por privilegios para ellas mismas, sin poner en entredicho las prerrogativas y privilegios existentes. No acusamos a las representantes del movimiento de mujeres burgu�s de no entender el asunto, su visi�n de las cosas mana inevitablemente de su posici�n de clase�
En primer lugar debemos preguntarnos si un movimiento unitario s�lo de mujeres es posible en una sociedad basada en las contradicciones de clase. El hecho de que las mujeres que participan en el movimiento de liberaci�n no representan a una masa homog�nea es evidente para cualquier observador imparcial.
El mundo de las mujeres est� dividido �al igual que lo est� el de los hombres� en dos bandos. Los intereses y aspiraciones de un grupo de mujeres les acercan a la clase burguesa, mientras que el otro grupo tiene estrechas conexiones con el proletariado, y sus demandas de liberaci�n abarcan una soluci�n completa a la cuesti�n de la mujer. As�, aunque ambos bandos siguen el lema general de la �liberaci�n de la mujer�, sus objetivos e intereses son diferentes. Cada uno de los grupos inconscientemente parte de los intereses de su propia clase, lo que da un colorido espec�fico de clase a los objetivos y tareas que se fija para s� mismo�
A pesar de lo aparentemente radical de las demandas de las feministas, uno no debe perder de vista el hecho de que las feministas no pueden, en raz�n de su posici�n de clase, luchar por aquella transformaci�n fundamental de la estructura econ�mica y social contempor�nea de la sociedad sin la cual la liberaci�n de las mujeres no puede completarse.
Si en determinadas circunstancias las tareas a corto plazo de las
mujeres de todas las clases coinciden los objetivos finales de los dos
bandos, que a largo plazo determinan la direcci�n del movimiento y las
estrategias a seguir, difieren mucho. Mientras que para las feministas
la consecuci�n de la igualdad de derechos con los hombres en el marco
del mundo capitalista actual representa un fin lo suficientemente
concreto en s� mismo, la igualdad de derechos en el momento actual para
las mujeres proletarias, es s�lo un medio para avanzar en la lucha
contra la esclavitud econ�mica de la clase trabajadora. Las feministas
ven a los hombres como el principal enemigo, por los hombres que se han
apropiado injustamente de todos los derechos y privilegios para s�
mismos, dejando a las mujeres solamente cadenas y obligaciones. Para
ellas, la victoria se gana cuando un privilegio que antes disfrutaba
exclusivamente el sexo masculino se concede al �sexo d�bil�. Las mujeres
trabajadoras tienen una postura diferente. Ellas
no ven a los hombres como el enemigo y el opresor, por el contrario,
piensan en los hombres como sus compa�eros, que comparten con ellas la
monoton�a de la rutina diaria y luchan con ellas por un futuro mejor. La
mujer y su compa�ero masculino son esclavizados por las mismas
condiciones sociales, las mismas odiadas cadenas del capitalismo oprimen
su voluntad y les privan de los placeres y encantos de la vida. Es
cierto que varios aspectos espec�ficos del sistema contempor�neo yacen
con un doble peso sobre las mujeres, como tambi�n es cierto que las
condiciones de trabajo asalariado, a veces, convierten a las mujeres
trabajadoras en competidoras y rivales de los hombres. Pero en estas
situaciones desfavorables, la clase trabajadora sabe qui�n es el
culpable�
La mujer trabajadora, no menos que su hermano en la adversidad, odia a ese monstruo insaciable de fauces doradas que, preocupado solamente en extraer toda la savia de sus v�ctimas y de crecer a expensas de millones de vidas humanas, se abalanza con igual codicia sobre hombres, mujeres y ni�os. Miles de hilos la acercan al hombre de clase trabajadora. Las aspiraciones de la mujer burguesa, por otro lado, parecen extra�as e incomprensibles. No simpatizan con el coraz�n del proletariado, no prometen a la mujer proletaria ese futuro brillante hacia el que se tornan los ojos de toda la humanidad explotada�
El objetivo final de las mujeres proletarias no evita, por supuesto, el deseo que tienen de mejorar su situaci�n incluso dentro del marco del sistema burgu�s actual. Pero la realizaci�n de estos deseos est� constantemente dificultada por los obst�culos que derivan de la naturaleza misma del capitalismo. Una mujer puede tener igualdad de derechos y ser verdaderamente libre s�lo en un mundo de trabajo socializado, de armon�a y justicia. Las feministas no est�n dispuestas a comprender esto y son incapaces de hacerlo. Les parece que cuando la igualdad sea formalmente aceptada por la letra de la ley ser�n capaces de conseguir un lugar c�modo para ellas en el viejo mundo de la opresi�n, la esclavitud y la servidumbre, de las l�grimas y las dificultades. Y esto es verdad hasta cierto punto. Para la mayor�a de las mujeres del proletariado, la igualdad de derechos con los hombres significar�a s�lo una parte igual de la desigualdad, pero para las �pocas elegidas�, para las mujeres burguesas, de hecho, abrir�a las puertas a derechos y privilegios nuevos y sin precedentes que hasta ahora han sido s�lo disfrutados por los hombres de clase burguesa. Pero, cada nueva concesi�n que consiga la mujer burguesa ser�a otra arma con la que explotar a su hermana menor y continuar�a aumentando la divisi�n entre las mujeres de los dos campos sociales opuestos. Sus intereses se ver�an m�s claramente en conflicto, sus aspiraciones m�s evidentemente en contradicci�n.
�D�nde, entonces, est� la �cuesti�n femenina� general? �D�nde est� la unidad de tareas y aspiraciones acerca de las cuales las feministas tienen tanto que decir? Una mirada fr�a a la realidad muestra que esa unidad no existe y no puede existir. En vano, las feministas tratan de convencerse a s� mismas de que la �cuesti�n femenina� no tiene nada que ver con aquella del partido pol�tico y que �su soluci�n s�lo es posible con la participaci�n de todos los partidos y de todas las mujeres�. Como ha dicho una de las feministas radicales de Alemania, la l�gica de los hechos nos obliga a rechazar esta ilusi�n reconfortante de las feministas�
Las condiciones y las formas de producci�n han subyugado a las mujeres durante toda la historia de la humanidad, y las han relegado gradualmente a la posici�n de opresi�n y dependencia en la que la mayor�a de ellas ha permanecido hasta ahora.
Ser�a necesario un cataclismo colosal de toda la estructura social y econ�mica antes de que las mujeres pudieran comenzar a recuperar la importancia y la independencia que han perdido. Las inanimadas pero todopoderosas condiciones de producci�n han resuelto los problemas que en un tiempo parecieron demasiado dif�ciles para los pensadores m�s destacados. Las mismas fuerzas que durante miles de a�os esclavizaron a las mujeres ahora, en una etapa posterior de desarrollo, las est� conduciendo por el camino hacia la libertad y la independencia�
La cuesti�n de la mujer adquiri� importancia para las mujeres de las clases burguesas aproximadamente en la mitad del siglo XIX: un tiempo considerable despu�s de que la mujer proletaria hubiera llegado al campo del trabajo. Bajo el impacto de los monstruosos �xitos del capitalismo, las clases medias de la poblaci�n fueron golpeadas por olas de necesidad. Los cambios econ�micos hicieron que la situaci�n financiera de la peque�a y mediana burgues�a se volviera inestable, y que las mujeres burguesas se enfrentaran a un dilema de proporciones alarmantes, o bien aceptar la pobreza o conseguir el derecho al trabajo. Las esposas y las hijas de estos grupos sociales comenzaron a golpear a las puertas de las universidades, los salones de arte, las casas editoriales, las oficinas, inundando las profesiones que estaban abiertas para ellas. El deseo de las mujeres burguesas de conseguir el acceso a la ciencia y los mayores beneficios de la cultura no fue el resultado de una necesidad repentina, madura, sino que provino de esa misma cuesti�n del �pan de cada d�a�.
Las mujeres de la burgues�a se encontraron, desde el primer momento, con una dura resistencia por parte de los hombres. Se libr� una batalla tenaz entre los hombres profesionales, apegados a sus �peque�os y c�modos puestos de trabajo�, y las mujeres que eran novatas en el asunto de ganarse su pan diario. Esta lucha dio lugar al �feminismo�: el intento de las mujeres burguesas de permanecer unidas y medir su fuerza com�n contra el enemigo, contra los hombres. Cuando estas mujeres entraron en el mundo laboral se refer�an a s� mismas con orgullo como la �vanguardia del movimiento de las mujeres�. Se olvidaron de que en este asunto de la conquista de la independencia econ�mica, como en otros �mbitos, fueron recorriendo los pasos de sus hermanas menores y recogiendo los frutos de los esfuerzos de sus manos llenas de ampollas.
Entonces, �es realmente posible hablar de las feministas como las pioneras en el camino hacia el trabajo de las mujeres, cuando en cada pa�s cientos de miles de mujeres proletarias hab�an inundado las f�bricas y los talleres, apoder�ndose de una rama de la industria tras otra, antes de que el movimiento de las mujeres burguesas ni siquiera hubiera nacido? S�lo gracias al reconocimiento del trabajo de las mujeres trabajadoras en el mercado mundial las mujeres burguesas han podido ocupar la posici�n independiente en la sociedad de la que las feministas se enorgullecen tanto�
Nos resulta dif�cil se�alar un solo hecho en la historia de la lucha de las mujeres proletarias por mejorar sus condiciones materiales en el que el movimiento feminista, en general, haya contribuido significativamente. Cualquiera que sea lo que las mujeres proletarias hayan conseguido para mejorar sus niveles de vida es el resultado de los esfuerzos de la clase trabajadora en general, y de ellas mismas en particular. La historia de la lucha de las mujeres trabajadoras por mejorar sus condiciones laborales y por una vida m�s digna es la historia de la lucha del proletariado por su liberaci�n.
�Qu� fuerza a los propietarios de las f�bricas a aumentar el precio del trabajo, a reducir horas e introducir mejores condiciones de trabajo, si no el temor a una grave explosi�n de insatisfacci�n del proletariado? �Qu�, si no el miedo a los �conflictos laborales�, persuade al gobierno de establecer una legislaci�n para limitar la explotaci�n del trabajo por el capital?�
No hay un solo partido en el mundo que haya asumido la defensa de las mujeres como lo ha hecho la socialdemocracia. La mujer trabajadora es ante todo un miembro de la clase trabajadora, y cuanto m�s satisfactoria sea la posici�n y el bienestar general de cada miembro de la familia proletaria, mayor ser� el beneficio a largo plazo para el conjunto de la clase trabajadora�
En vista a las crecientes dificultades sociales, la devota luchadora por la causa debe pararse en triste desconcierto. Ella no puede si no ver lo poco que el movimiento general de las mujeres ha hecho por las mujeres proletarias, lo incapaz que es de mejorar las condiciones laborales y de vida de la clase trabajadora. El futuro de la humanidad debe parecer gris, apagado e incierto a aquellas mujeres que est�n luchando por la igualdad pero que aun no han adoptado la perspectiva mundial del proletariado o no han desarrollado una fe firme en la llegada de un sistema social m�s perfecto. Mientras el mundo capitalista actual permanezca inalterado, la liberaci�n debe parecerles incompleta e imparcial. Que desesperaci�n deben abrazar las m�s pensativas y sensibles de estas mujeres. S�lo la clase obrera es capaz de mantener la moral en el mundo moderno con sus relaciones sociales distorsionadas. Con paso firme y acompasado avanza firmemente hacia su objetivo. Atrae a las mujeres trabajadoras a sus filas. La mujer proletaria inicia valientemente el espinoso camino del trabajo asalariado. Sus piernas flaquean, su cuerpo se desgarra. Hay peligrosos precipicios a lo largo del camino, y los crueles predadores est�n acechando.
Pero s�lo tomando este camino la mujer es capaz de lograr ese lejano pero atractivo objetivo: su verdadera liberaci�n en un nuevo mundo del trabajo. Durante este dif�cil paso hacia el brillante futuro la mujer trabajadora, hasta hace poco una humillada, oprimida esclava sin derechos, aprende a desprenderse de la mentalidad de esclava a la que se ha aferrado, paso a paso se transforma a s� misma en una trabajadora independiente, una personalidad independiente, libre en el amor. Es ella, luchando en las filas del proletariado, quien consigue para las mujeres el derecho a trabajar, es ella, la �hermana menor�, quien prepara el terreno para la mujer �libre� e �igual� del futuro.
�Por qu� raz�n, entonces, debe la mujer trabajadora buscar una uni�n con las feministas burguesas? �Qui�n, en realidad, se beneficiar�a en el caso de tal alianza? Ciertamente no la mujer trabajadora. Ella es su propia salvadora, su futuro est� en sus propias manos. La mujer trabajadora protege sus intereses de clase y no se deja enga�ar por los grandes discursos sobre el �mundo que comparten todas las mujeres�. La mujer trabajadora no debe olvidar y no olvida que si bien el objetivo de las mujeres burguesas es asegurar su propio bienestar en el marco de una sociedad antag�nica a nosotras, nuestro objetivo es construir, en el lugar del mundo viejo, obsoleto, un brillante templo de trabajo universal, solidaridad fraternal y alegre libertad�
Dirijamos la atenci�n a otro aspecto de la cuesti�n femenina, el problema de la familia. Es bien conocida la importancia que tiene para la aut�ntica emancipaci�n de la mujer la soluci�n de este problema ardiente y complejo. La aspiraci�n de las mujeres a la igualdad de derechos no puede verse plenamente satisfecha mediante la lucha por la emancipaci�n pol�tica, la obtenci�n de un doctorado u otros t�tulos acad�micos, o un salario igual ante el mismo trabajo. Para llegar a ser verdaderamente libre, la mujer debe desprenderse de las cadenas que le arroja encima la forma actual, trasnochada y opresiva, de la familia. Para la mujer, la soluci�n del problema familiar no es menos importante que la conquista de la igualdad pol�tica y el establecimiento de su plena independencia econ�mica.
Las formas actuales, establecidas por la ley y la costumbre, de la estructura familiar hacen que la mujer est� oprimida no s�lo como persona sino tambi�n como esposa y como madre. En la mayor parte de los pa�ses civilizados, el c�digo civil coloca a la mujer en una situaci�n de mayor o menor dependencia del hombre, y concede al marido, adem�s del derecho de disponer de los bienes de su mujer, el de reinar sobre ella moral y f�sicamente�
Y all� donde acaba la esclavitud familiar oficial, legalizada, empieza la llamada �opini�n p�blica� a ejercer sus derechos sobre la mujer. Esta opini�n p�blica es creada y mantenida por la burgues�a con el fin de proteger la �instituci�n sagrada de la propiedad�. Sirve para reafirmar una hip�crita �doble moral�. La sociedad burguesa encierra a la mujer en un intolerable cepo econ�mico, pag�ndole un salario rid�culo por su trabajo. La mujer se ve privada del derecho que posee todo ciudadano de alzar su voz para defender sus intereses pisoteados, y tiene la inmensa bondad de ofrecerle esta alternativa: o bien el yugo conyugal, o bien las asfixias de la prostituci�n, abiertamente menospreciada y condenada, pero secretamente apoyada y sostenida.
�Ser� preciso insistir acerca de los sombr�os aspectos de la vida conyugal de hoy, acerca de los sufrimientos de la mujer que se ligan estrechamente a las actuales estructuras familiares. Ya se ha escrito y se ha dicho mucho sobre este tema. La literatura est� llena de negros cuadros que pintan nuestro desorden conyugal y familiar. En este campo, �cu�ntas tragedias psicol�gicas, cu�ntas vidas mutiladas, cu�ntas existencias envenenadas! Por ahora, s�lo nos importa resaltar que la estructura actual de la familia oprime a las mujeres de todas las clases y condiciones sociales. Las costumbres y las tradiciones persiguen a la madre soltera de id�ntico modo, cualquiera que sea el sector de la poblaci�n a la que pertenezca, las leyes colocan bajo la tutela del marido tanto a la burguesa como a la proletaria y a la campesina.
�No hemos descubierto por fin ese aspecto de la cuesti�n femenina sobre el cual las mujeres de todas las clases pueden unirse? �No pueden luchar conjuntamente contra las condiciones que las oprimen? �Acaso los sufrimientos comunes, el dolor com�n borran el abismo del antagonismo de clases y crean una comunidad de aspiraciones y de tareas para las mujeres de diferentes planos? �Acaso es realizable, en cuanto a los deseos y objetivos comunes, una colaboraci�n de burguesas y proletarias? Despu�s de todo, las feministas luchan a la vez por conseguir formas m�s libres de matrimonio y por el �derecho a la maternidad�, levantan su voz en defensa de la prostituta a la que todo el mundo acosa. Observad c�mo la literatura feminista es rica en b�squedas de nuevos estilos de uni�n del hombre y la mujer y de audaces esfuerzos encaminados a la �igualdad moral� entre los sexos. �No es cierto que, mientras en el terreno de la liberaci�n econ�mica las burguesas se sit�an en la cola del ej�rcito de millones de proletarias que allanan la senda a la �mujer nueva�, en la lucha por resolver el problema de la familia los reconocimientos son para las feministas?
Aqu� en Rusia, las mujeres de la mediana burgues�a �es decir, este ej�rcito de mujeres que, poseedoras de una situaci�n independiente, se encontraron de golpe, en la d�cada de 1860, arrojadas al mercado de trabajo� han resuelto en la pr�ctica, a t�tulo individual, multitud de aspectos embarazosos de la cuesti�n matrimonial, saltando valientemente por encima del matrimonio religioso tradicional y reemplazando la forma consolidada de la familia por una uni�n f�cil de romper, que se corresponde mejor con las necesidades de esa capa intelectual, m�vil, de la poblaci�n. Pero las soluciones individuales, subjetivas, de esta cuesti�n no cambian la situaci�n y no mitigan el triste panorama general de la vida familiar. Si alguna fuerza est� destruyendo la forma actual de familia, no es el tit�nico esfuerzo de los individuos m�s o menos fuertes por separado, sino las fuerzas inanimadas y poderosas de la producci�n, que est�n intransigentemente construyendo vida, sobre nuevos cimientos�
La heroica lucha de las j�venes mujeres individuales del mundo burgu�s, que arrojan el guante y demandan de la sociedad el derecho a �atreverse a amar� sin �rdenes ni cadenas, debe servir como ejemplo a todas las mujeres que languidecen bajo el peso de las cadenas familiares: esto es lo que predican las feministas extranjeras m�s emancipadas y tambi�n nuestras modernas defensoras de la igualdad aqu�. En otros t�rminos, seg�n el esp�ritu que anima a las feministas, la cuesti�n del matrimonio se resolver� independientemente de las condiciones ambientales, independientemente de un cambio en la estructura econ�mica de la sociedad, sencillamente merced a los esfuerzos heroicos individuales y aislados. Basta con que la mujer �se atreva�, y el problema del matrimonio caer� por su propia inercia.
Pero las mujeres menos heroicas mueven la cabeza con aire dubitativo: �est� todo muy bien para las hero�nas de las novelas que un previsor autor ha dotado de una c�moda renta, as� como de amigos desinteresados y de un extraordinario encanto. Pero, �qu� pueden hacer quienes carecen de rentas, de salario suficiente, de amigos, de atractivo extraordinario?� Y, en cuanto al problema de la maternidad, que se alza ante la ansiosa mirada de la mujer sedienta de libertad, �qu� hay? El �amor libre�, �es posible, realizable no como hecho aislado y excepcional, sino como hecho normal en la estructura econ�mica de la sociedad de hoy, es decir, como norma imperante y reconocida por todos? �Puede ser ignorado el elemento que determina la actual forma del matrimonio y de la familia, la propiedad privada? �Se puede, en este mundo individualista, abolir por entero la reglamentaci�n del matrimonio sin que padezcan por ello los intereses de la mujer? �Puede abolirse la �nica garant�a que posee de que no todo el peso de la maternidad caer� sobre ella? En caso de llevar a efecto tal abolici�n, �no ocurrir�a con la mujer lo que ha ocurrido con los obreros? La supresi�n de las trabas causadas por los reglamentos corporativos, sin que nuevas obligaciones hayan sido instituidas para los patronos, ha dejado a los obreros a merced del poder incontrolado capitalista, y la seductora consigna de �libre asociaci�n del capital y del trabajo� se ha trocado en una forma desvergonzada de explotaci�n del trabajo a manos del capital. El �amor libre�, introducido sistem�ticamente en la sociedad de clases actual, en lugar de liberar a la mujer de las penurias de la vida familiar, �no la lastrar� seguramente con una nueva carga: la tarea de cuidar, sola y sin ayuda, de sus hijos?
�nicamente una serie de reformas radicales en el �mbito de las relaciones sociales, reformas mediante las cuales las obligaciones de la familia recaer�an sobre la sociedad y el Estado, crear�a la situaci�n favorable para que el principio del �amor libre� pudiera en cierta medida realizarse. Pero, �podemos contar seriamente con que el Estado clasista actual, por muy democr�tica que sea su forma, est� dispuesto a asumir todas las obligaciones referentes a la madre y, a la joven generaci�n, es decir, aquellas obligaciones que ata�en de momento a la familia en cuanto c�lula individualista? Tan s�lo una transformaci�n radical de las relaciones productivas puede crear las condiciones sociales indispensables para proteger a la mujer de los aspectos negativos derivados de la el�stica f�rmula del �amor libre�. �Realmente no vemos qu� confusi�n y qu� des�rdenes de las costumbres sexuales se esconden, en las actuales circunstancias, a menudo en semejante f�rmula? Observad a todos esos se�ores, empresarios y administradores de sociedades industriales: �no se aprovechan frecuentemente a su manera del �amor libre� al obligar a obreras, empleadas y criadas a someterse a sus caprichos sexuales, bajo la amenaza de despido? Esos patronos que envilecen a su doncella y despu�s la ponen en la calle cuando ha quedado embarazada, �acaso no est�n aplicando ya la f�rmula del �amor libre�?
�Pero no estamos hablando de ese tipo de �libertad�, objetan las defensoras de la uni�n libre. Por el contrario, exigimos la instauraci�n de una �moral �nica�, igualmente obligatoria para el hombre y la mujer. Nos oponemos al desorden de las costumbres sexuales de hoy, proclamamos que s�lo es pura una uni�n libre fundamentada sobre un amor verdadero�. Pero, �no pens�is, queridas amigas, que vuestro ideal de �uni�n libre �, llevado a la pr�ctica en la situaci�n econ�mica y social actual, corre el riesgo de dar resultados que difieren muy poco de la forma distorsionada de la libertad sexual? El principio del �amor libre� no podr� entrar en vigor sin traer nuevos sufrimientos a la mujer m�s que cuando ella se haya librado de las cadenas materiales que hoy la hacen doblemente dependiente: del capital y de su marido. El acceso de las mujeres a un trabajo independiente y a la autonom�a econ�mica ha hecho aparecer una cierta posibilidad de �amor libre�, sobre todo para las intelectuales que ejercen las profesiones mejor retribuidas. Pero la dependencia de la mujer con respecto al capital sigue ah�, e incluso se agrava a medida que crece el n�mero de mujeres de proletarios empujadas a vender su fuerza de trabajo. La consigna del �amor libre� �puede mejorar la triste suerte de estas mujeres que ganan justo lo m�nimo para no morir de hambre? Y, adem�s, el amor libre �no se practica ya ampliamente en la clase obrera, hasta tal punto que m�s de una vez la burgues�a ha elevado la voz de alarma y ha denunciado la �depravaci�n� y la �inmoralidad� del proletariado? Cabe se�alar que cuando las feministas hablan con entusiasmo de nuevas formas de uni�n extramatrimoniales para las burguesas emancipadas, les dan el bonito nombre de �amor libre�. Pero cuando se trata de la clase obrera, esas mismas uniones extramatrimoniales son vituperadas con el t�rmino despectivo de �relaciones sexuales desordenadas�. Es bastante caracter�stico.
No obstante, para la proletaria, habida cuenta de las condiciones actuales, las consecuencias de la vida en com�n, ya sea �sta de origen libre o consagrada por la Iglesia, siguen siendo siempre igual de penosas. Para la esposa y la madre proletarias, la clave del problema conyugal y familiar no reside en sus formas exteriores, rituales o civiles, sino en las condiciones econ�micas y sociales que determinan esas complejas relaciones familiares a las que debe hacer frente la mujer de clase obrera. Por supuesto, tambi�n para ella es importante conocer si su marido puede disponer del salario que ella ha ganado, si como marido posee el derecho de obligarla a vivir con �l aun en contra de su voluntad, si le puede quitar a los hijos por la fuerza, etc. Pero no son tales p�rrafos del c�digo civil los que determinan la situaci�n real de la mujer en la familia, y tampoco se resolver� en ellos el dif�cil problema familiar. Sea legalizada la uni�n ante notario, consagrada por la Iglesia o fundamentada en el principio de libre consentimiento, la cuesti�n del matrimonio llegar�a a perder su relevancia para la mayor�a de las mujeres si �y �nicamente si tal ocurre� la sociedad les descargara de las mezquinas preocupaciones caseras, inevitables hoy en este sistema de econom�as dom�sticas individuales y dispersas. Es decir, si la sociedad asumiera el cuidado de la generaci�n m�s joven, si estuviese capacitada para proteger la maternidad y dar una madre a cada ni�o, al menos durante los primeros meses.
Las feministas luchan contra un fetiche: el matrimonio legalizado y consagrado por la Iglesia. Las mujeres proletarias, por el contrario, arriman el hombro contra las causas que han ocasionado la forma actual del matrimonio y de la familia, y cuando se esfuerzan en cambiar estas condiciones de vida, saben que tambi�n est�n ayudando, por ende, a reformar las relaciones entre los sexos. Ah� es donde estriba la principal diferencia entre el enfoque de la burgues�a y el del proletariado al abordar el complejo problema familiar.
Al creer ingenuamente en la posibilidad de crear nuevas formas de relaciones conyugales y familiares sobre el sombr�o tel�n de fondo de la sociedad de clases contempor�nea, las feministas y los reformadores sociales pertenecientes a la burgues�a buscan penosamente tales formas nuevas. Y, puesto que la vida misma a�n no las ha suscitado, precisan inventarlas a toda costa. Deber�an ser, a su juicio, formas modernas de relaciones sexuales que sean capaces de resolver el complejo problema de la familia bajo el sistema social actual. Y los ide�logos del mundo burgu�s �periodistas, escritores, y destacadas mujeres que luchan por la emancipaci�n� proponen, cada cual por su lado, su �panacea familiar�, su nueva �f�rmula de matrimonio�.
�Qu� ut�picas suenan estas f�rmulas de matrimonio! �Qu� d�biles estos paliativos, cuando se considera a la luz de la penosa realidad de nuestra estructura moderna de familia! �La �uni�n libre�, el �amor libre�! Para que tales f�rmulas puedan nacer, es preciso proceder a una reforma radical de todas las relaciones sociales entre las personas. A�n m�s, es preciso que las normas de la moral sexual, y con ellas toda la psicolog�a humana, sufran una profunda evoluci�n, una evoluci�n fundamental. �Acaso la psicolog�a humana actual est� realmente dispuesta a admitir el principio del �amor libre�? �Y los celos, que consumen incluso a las mejores almas humanas? �Y ese sentimiento, tan hondamente enraizado, del derecho de propiedad no s�lo sobre el cuerpo, sino tambi�n sobre el alma del compa�ero? �Y la incapacidad de inclinarse con simpat�a ante una manifestaci�n de la individualidad de la otra persona, la costumbre bien de �dominar� al ser amado o bien de hacerse su �esclavo�? �Y ese sentimiento amargo, mortalmente amargo, de abandono y de infinita soledad que se apodera de uno cuando el ser amado ya no nos quiere y nos deja? �D�nde puede encontrar consuelo la persona solitaria, individualista? La �colectividad�, en el mejor de los casos, es �un objetivo� hacia el cual dirigir las fuerzas morales e intelectuales. Pero, �es capaz la persona de hoy de comulgar con esa colectividad hasta el punto de sentir las influencias de interacci�n mutuamente? �La vida colectiva puede por s� sola sustituir las peque�as alegr�as personales del individuo? Sin un alma que est� cerca, una ��nica� alma gemela, incluso un socialista, incluso un colectivista est� infinitamente solo en nuestro mundo hostil, y �nicamente en la clase obrera podemos vislumbrar el p�lido resplandor que anuncia nuevas relaciones, m�s armoniosas y de esp�ritu m�s social, entre las personas. El problema de la familia es tan complejo, embrollado y m�ltiple como la vida misma, y no ser� nuestro sistema social quien permita resolverlo.
Otras f�rmulas de matrimonio se han propuesto. Varias mujeres progresistas y pensadores sociales consideran la uni�n matrimonial s�lo como un m�todo de producir descendencia. El matrimonio en s� mismo, sostienen, no tiene ning�n valor especial para la mujer: la maternidad es su prop�sito, su objetivo sagrado, su misi�n en la vida. Gracias a tales inspiradas defensoras como Ruth Bray y Ellen Key, el ideal burgu�s que reconoce a la mujer como hembra antes que como persona ha adquirido una aureola especial de progresismo. La literatura extranjera ha aceptado con entusiasmo el lema propuesto por estas mujeres modernas. E incluso aqu�, en Rusia, en el per�odo anterior a la tormenta pol�tica (de 1905), antes de que los valores sociales fueron objeto de revisi�n, la cuesti�n de la maternidad hab�a atra�do la atenci�n de la prensa diaria. El lema �el derecho a la maternidad� no puede evitar producir una viva respuesta en los c�rculos m�s amplios de la poblaci�n femenina. As�, a pesar del hecho de que todas las propuestas de las feministas en este contexto fueran de �ndole ut�pico, el problema era demasiado importante y de actualidad como para no atraer a las mujeres.
El �derecho a la maternidad� es el tipo de cuesti�n que afecta no s�lo a las mujeres de la clase burguesa, sino tambi�n, en mayor medida a�n, a las mujeres proletarias. El derecho a ser madre -estas son bellas palabras que van directamente al �coraz�n de cualquier mujer� y que hacen que le lata m�s r�pido. El derecho a alimentar al �propio� hijo con su leche, y asistir a las primeras se�ales del despertar de su conciencia, el derecho a cuidar su diminuto cuerpo y a proteger su delicada alma tierna de las espinas y los sufrimientos de los primeros pasos en la vida: �Qu� madre no apoyar�a estas demandas?
Parece que nos hemos topado de nuevo con un problema que podr�a servir como un momento de unidad entre mujeres de diferentes estratos sociales: podr�a parecer que hemos encontrado, por fin, el puente de uni�n entre las mujeres de los dos mundos hostiles. Echemos un vistazo m�s minucioso, para descubrir lo que las mujeres burguesas progresistas entienden como �el derecho a la maternidad�. Entonces podremos ver si las mujeres proletarias, de hecho, pueden estar de acuerdo con las soluciones al problema de la maternidad previstas por las igualitaristas burguesas. A los ojos de sus entusiastas apologistas, la maternidad tiene un car�cter casi sagrado. Luchando por romper los falsos prejuicios que marcan a una mujer por dedicarse a una actividad natural �el dar a luz a un hijo� porque la actividad no ha sido santificada por la ley, las luchadoras por el derecho a la maternidad han doblado el palo en la otra direcci�n: para ellas, la maternidad se ha convertido en el objetivo de la vida de una mujer�
La devoci�n de Ellen Key por las obligaciones de la maternidad y la familia le obliga a ofrecer una garant�a de que la unidad familiar aislada seguir� existiendo incluso en una sociedad transformada en t�rminos socialistas. El �nico cambio, tal y como ella lo ve, ser� que todos los elementos accesorios que supongan una ventaja o un beneficio material ser�n excluidos de la uni�n matrimonial, que se celebrar� conforme a las inclinaciones mutuas, sin ceremonias ni formalidades: el amor y el matrimonio ser�n verdaderamente equivalentes. Sin embargo, la c�lula familiar aislada es el resultado del mundo individualista moderno, con su lucha por la supervivencia, sus presiones, su soledad, la familia es un producto del monstruoso sistema capitalista. �Y Key espera legarle la familia a la sociedad socialista! La sangre y los lazos de parentesco en la actualidad sirven a menudo, es cierto, como el �nico sost�n en la vida, como el �nico refugio en tiempos de penuria y desgracia. �Pero ser� moral o socialmente necesaria en el futuro? Key no responde a esta pregunta. Ella tiene demasiado en consideraci�n a la �familia ideal�, esta unidad ego�sta de la burgues�a media a la que los devotos de la estructura burguesa de la sociedad miran con tal admiraci�n.
Pero la talentosa aunque imprevisible Ellen Key no es la �nica que pierde el norte en las contradicciones sociales. Probablemente no haya otra cuesti�n como la del matrimonio y la familia sobre la que haya tan poco de acuerdo entre los socialistas. Si organiz�semos una encuesta entre los socialistas, los resultados probablemente ser�an muy curiosos. �Se marchita la familia? �O hay motivos para creer que los problemas de la familia en la actualidad son s�lo una crisis transitoria? �Se conservar�a la forma actual de la familia en la futura sociedad, o ser� enterrada junto con el sistema capitalista moderno? Estas son preguntas que bien podr�an recibir respuestas muy diferentes�
El paso de la funci�n educativa desde la familia a la sociedad har� desaparecer los �ltimos lazos que manten�an unida la c�lula familiar aislada. La vieja familia burguesa empezar� a desintegrarse a�n m�s r�pidamente y, en la atm�sfera de cambio, veremos dibujarse con una nitidez cada vez mayor las siluetas todav�a indefinidas de las futuras relaciones conyugales. �Qu� siluetas confusas son esas, a�n sumergidas en las brumas de las influencias actuales?
�Hace falta repetir que la forma opresiva actual del matrimonio dejar� sitio a la uni�n libre de individuos que se aman? El ideal del amor libre, que se presenta a la hambrienta imaginaci�n de las mujeres que luchan por su emancipaci�n, se corresponde sin duda hasta cierto punto con la pauta de relaciones entre los sexos que instaurar� la sociedad colectivista. Sin embargo, las influencias sociales son tan complejas y sus interacciones tan diversas, que ahora mismo es imposible imaginar con precisi�n c�mo ser�n las relaciones del futuro, cuando se haya cambiado todo el sistema radicalmente. Pero la lenta evoluci�n de las relaciones entre los sexos que tiene lugar ante nuestros ojos atestigua claramente que el ritual del matrimonio y la familia cerrada y constrictiva est�n abocados a la desaparici�n.
Las feministas responden a nuestras cr�ticas diciendo: incluso si os parecen equivocados los argumentos que est�n detr�s de nuestra defensa de los derechos pol�ticos de las mujeres, �puede rebajarse la importancia de la demanda en s�, que es igual de urgente para las feministas y para las representantes de la clase trabajadora? �No pueden las mujeres de ambos bandos sociales, por el bien de sus aspiraciones pol�ticas comunes, superar las barreras del antagonismo de clase que las separan? �No ser�n capaces seguramente de librar una lucha com�n contra las fuerzas hostiles que los las rodean? La divisi�n entre la burgues�a y el proletariado es tan inevitable como otras cuestiones que nos ata�en, pero en el caso de este asunto particular las feministas creen que las mujeres de las distintas clases sociales no tienen diferencias.
Las feministas contin�an volviendo a estos argumentos con amargura y desconcierto, viendo nociones preconcebidas de lealtad partidista en la negativa de las representantes de la clase trabajadora a unir sus fuerzas con ellas en la lucha por los derechos pol�ticos de las mujeres. �Es realmente �ste el caso? �Existe una identificaci�n total de las aspiraciones pol�ticas o, en este caso, al igual que en todos los dem�s, el antagonismo la creaci�n de un ej�rcito de mujeres indivisible, por encima de las clases? Tenemos que responder a esta cuesti�n antes de que podamos definir las t�cticas que las mujeres proletarias utilizar�n para obtener derechos pol�ticos para su sexo.
Las feministas declaran estar del lado de la reforma social, y algunas de ellas incluso dicen estar a favor del socialismo �en un futuro lejano, por supuesto� pero no tienen la intenci�n de luchar entre las filas de la clase obrera para conseguir estos objetivos. Las mejores de ellas creen, con ingenua sinceridad, que una vez que los asientos de los diputados est�n a su alcance ser�n capaces de curar las llagas sociales que se han formado, en su opini�n, debido a que los hombres, con su ego�smo inherente, han sido los due�os de la situaci�n. A pesar de las buenas intenciones de grupos individuales de feministas hacia el proletariado, siempre que se ha planteado la cuesti�n de la lucha de clases han dejado el campo de batalla con temor. Reconocen que no quieren interferir en causas ajenas, y prefieren retirarse a su liberalismo burgu�s que les es tan c�modamente familiar.
Por mucho que las feministas burguesas traten de reprimir el verdadero objetivo de sus deseos pol�ticos, por mucho que aseguren a sus hermanas menores que la participaci�n en la vida pol�tica promete beneficios inconmensurables para las mujeres de clase trabajadora, el esp�ritu burgu�s que impregna todo el movimiento feminista da un colorido de clase incluso a la demanda de igualdad de derechos pol�ticos con los hombres, que podr�a parecer una demanda general de las mujeres. Diferentes objetivos e interpretaciones de c�mo deben usarse los derechos pol�ticos crea un abismo insalvable entre las mujeres burguesas y las proletarias. Esto no contradice el hecho de que las tareas inmediatas de los dos grupos de mujeres coincidan en cierta medida, puesto que los representantes de todas las clases que han accedido al poder pol�tico se esfuerzan sobre todo en lograr una revisi�n del C�digo Civil, que en cada pa�s, en mayor o menor medida, discrimina a las mujeres. Las mujeres presionan por conseguir cambios legales que creen condiciones laborales m�s favorables para ellas, se mantienen unidas contra las regulaciones que legalizan la prostituci�n, etc. Sin embargo, la coincidencia de estas tareas inmediatas es de car�cter puramente formal. As�, el inter�s de clase determina que la actitud de los dos grupos hacia estas reformas sea profundamente contradictoria�
El instinto de clase �digan lo que digan las feministas� siempre demuestra ser m�s poderoso que el noble entusiasmo de las pol�ticas �por encima de las clases�. En tanto que las mujeres burguesas y sus �hermanas menores� son iguales en su desigualdad, las primeras pueden, con total sinceridad, hacer grandes esfuerzos en defender los intereses generales de las mujeres. Pero, una vez que se hayan superado estas barreras y las mujeres burguesas hayan accedido a la actividad pol�tica, las actuales defensoras de los �derechos de todas las mujeres� se convertir�n en defensoras entusiastas de los privilegios de su clase, se contentar�n con dejar a las hermanas menores sin ning�n derecho. As�, cuando las feministas hablan con las mujeres trabajadoras acerca de la necesidad de una lucha com�n para conseguir alg�n principio �general de las mujeres�, las mujeres de la clase trabajadora est�n naturalmente recelosas.