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Primera publicación: Este artículo se publicó en inglés, en
International Socialism Journal (Nº 144, otoño 2009).
Traducción: Por Alba Dedeu.
Edición en castellano: En Lucha,
2009.
Esta edición: Marzo 2012, por cortesía de En
Lucha.
El irrisorio mensaje del artículo de cuatro páginas que firmaba el periodista Andy Beckett en el suplemento G2 del periódico The Guardian de mediados de agosto era que la izquierda radical ha dejado pasar “la oportunidad política que ofrecía la crisis financiera”.1 Y hay muchos en esa izquierda radical que le dan la razón. Tariq Ali, por ejemplo, concluye, en una entrevista informativa en el Socialist Review, que “el ambiente en Europa es muy de derechas. El hecho de que los rescates de los bancos en Gran Bretaña hayan despertado tan pocas reacciones airadas es un buen indicador de los tiempos que corren”.2
Ciertamente, todos los que esperaban una revolución inmediata el otoño pasado estaban equivocados. François Sabado, del Nuevo Partido Anticapitalista (Nouveau Parti Anticapitaliste, NPA) en Francia, ha resumido con precisión el balance general de las elecciones europeas de junio:
Progreso de la derecha, flanqueada por la extrema derecha; un colapso de la socialdemocracia; un aumento en el voto a los partidos ecologistas; el estancamiento, sin ningún avance, de la izquierda radical, sea reformista o anticapitalista, excepto en Portugal e Irlanda.3
Pero esta explicación tan honesta no justifica el retroceso hacia el miserabilismo en el que ha caído gran parte de la izquierda marxista, de manera internacional, desde hace por lo menos dos décadas.
Las consecuencias sociales, políticas e ideológicas de una crisis económica raramente se desarrollan de manera inmediata: frecuentemente hay un lapso considerable. El devastador impacto político de 1929, por ejemplo, no se sintió del todo hasta 1933-36. Todas las grandes crisis tienen efectos contradictorios. Por una parte derrumban la unidad ideológica –y, a veces, política– de la clase dirigente. Cada sección culpa a otra de la gravedad de sus pérdidas y, al hacerlo, pone en duda muchos de los viejos métodos, con los cuales la clase dirigente ha mantenido colectivamente su hegemonía sobre el resto de la población. Y esto ocurre mientras los efectos de la crisis provocan que el resentimiento popular aumente rápidamente, aunque de forma desigual.
La crisis, al mismo tiempo, al destruir empleo, cerrar lugares de trabajo y generar una inseguridad generalizada, elimina los focos inmediatos de ese resentimiento, ya que mina la confianza de los trabajadores en su capacidad para luchar colectivamente.
Actitudes muy explosivas o insurreccionistas no son, de ninguna manera, un producto automático de las crisis. Esto ya lo explicó con detalle Leon Trotski hace casi noventa años cuando, como líder de la Internacional Comunista, asumía el fracaso de un alzamiento en Alemania Central:4
Los efectos políticos de una crisis (no sólo la extensión de su influencia sino también su dirección) están determinados por la situación política en su conjunto, y por los eventos que preceden y acompañan a dicha crisis; sobre todo las luchas, los éxitos o los fracasos de la propia clase trabajadora antes de la crisis. En unas condiciones dadas, la crisis dará un impulso fuerte a la actividad revolucionaria de los trabajadores; en unas condiciones distintas, paralizará completamente la ofensiva del proletariado y, si la crisis es larga y los trabajadores sufren demasiadas pérdidas, puede debilitar extraordinariamente no sólo el potencial ofensivo de la clase trabajadora, sino también su capacidad de defensa.
En tales circunstancias, los grupos que son especialmente maltratados pueden virar hacia las ideas y los métodos más radicales, mientras que la mayoría de trabajadores tendrán fe en que los líderes reformistas les protegerán de los peores efectos de la crisis: “Cuanto más dure la crisis, más peligro hay de nutrir las filas de los anarquistas y, al mismo tiempo, las de los reformistas”.5
Pero la falta de una respuesta inmediata y unánime de clase no suponía el final del asunto para Trotski. El resentimiento subyacente creado por la crisis persistía y eso podía proporcionar el combustible necesario para explosiones de lucha de clases en el momento en que pareciese que la acción unida podía tener posibilidades de éxito.6
Esto es lo que ocurrió con las crisis de los años treinta. No fue hasta el quinto año en crisis, 1934, que los alzamientos de resistencia en Francia, el Estado español y los Estados Unidos abrieron un nuevo ciclo de avance desde la izquierda. Esto sugiere que, aunque hay lecciones que aprender del desarrollo de los hechos durante el último año, éstos sólo proporcionan una capacidad limitada de entender lo que está por venir.
El impacto político de la crisis ha variado inmensamente de un país a otro. En los Estados Unidos hubo un vuelco de los trabajadores hacia Barack Obama, en los Estados bálticos hubo disturbios espontáneos, en Irlanda, grandes protestas sobre los recortes de los presupuestos, en Francia, tres grandes huelgas de un día, en Grecia, los disturbios de Atenas y, en Hungría, las movilizaciones masivas de la derecha radical contra los gitanos. Sólo en Islandia la izquierda fue realmente capaz de canalizar el sentimiento popular para derrocar al gobierno.
Estas enormes diferencias tienen mucho que ver con el impacto variable de la crisis en las condiciones materiales de la población. Mientras que en Irlanda, en los estados bálticos y en Hungría hubo enormes e inmediatos ataques a los trabajadores y a las prestaciones sociales, en Alemania, Gran Bretaña y Francia los paquetes de estímulos del gobierno disminuyeron el impacto inmediato que sufrieron importantes grupos de trabajadores, con pequeños aumentos en el pago de prestaciones y en reducciones en el pago de intereses de las hipotecas en Gran Bretaña; y en subsidios a los empresarios para que no despidieran a los trabajadores, en Alemania.
Además de todo esto, la respuesta de los sindicatos también ha sido variable. En los países en los que estaban sujetos, formal o informalmente, a partidos laboristas o socialdemócratas en el poder, los sindicatos han hecho todo lo posible por frenar las resistencias, como, por ejemplo, cuando los líderes sindicalistas de Gran Bretaña dijeron a la gente, cuando la crisis empezó el año pasado, que tuvieran fe en Gordon Brown, e incluso los líderes sindicales de izquierdas llamaron a suspender las movilizaciones para mejoras salariales. En contraste, en los lugares donde hay partidos de centroderecha en el poder, los líderes sindicales han llamado a emprender acciones limitadas, si bien con poco entusiasmo, y proporcionando un foco de expresión de la ira en la clase trabajadora. De ahí que se dieran huelgas generales de un día o algunos días de acciones en Francia, Grecia e Irlanda.
Hemos examinado la aparentemente pésima situación que predominó en Gran Bretaña a lo largo del pasado invierno y el inicio de la primavera en anteriores artículos de esta publicación.7 Pero incluso en países en los que el liderazgo de los sindicatos produjo algunos focos de resistencia, éstos fueron limitados. Como escriben dos activistas del NPA, en Francia:
Había la posibilidad de una lucha general, con millones de huelguistas y manifestantes en las calles en los días de movilizaciones del 29 de enero, el 19 de marzo y el 1 de mayo, y también de una dura huelga en contra de los planes de recortes de personal en el sector privado, justo en el momento en que el sector público estaba luchando (educación superior, hospitales o la industria energética).
Aun así, los líderes sindicales consiguieron paralizar el desarrollo de las luchas, de manera que no se dio una continuación de las movilizaciones después del 1 de mayo. Cada sector se quedó aislado de los otros, luchando por su cuenta. Las elecciones quedaron entonces desconectadas de la perspectiva de las luchas y la crisis de la socialdemocracia se confirmó sin traducirse en ningún avance significativo del NPA.8
Se dieron situaciones parecidas en Irlanda y Grecia. Pero de ninguna manera se puede considerar que la cuestión se quede ahí. En Gran Bretaña, tal como explican Michael Bradley y Charlie Kimber en esta revista, hay signos muy importantes de una nueva disposición a la resistencia militante entre algunos grupos de trabajadores, que podría extenderse como hace muchos años que no hemos visto. No está predestinado a ocurrir: el resultado de cada lucha concreta puede ser crucial, y el papel que juegan los socialistas intentando generalizar los nuevos métodos militantes de lucha puede ser un factor decisivo. En Francia:
Nosotros estamos oponiendo resistencia y nos está yendo bien. La generalización de las luchas ha sido paralizada, pero el movimiento no ha sufrido una derrota frontal. El ejemplo de la empresa de neumáticos Continental demuestra que las luchas más decididas obtienen los mejores resultados. En julio, un mes no muy propicio a las movilizaciones, se vio una multiplicación de duras luchas en Michelin, Nortel, SKF, JLG, New Frais y Simmons.9
Esta combinación de una hegemonía debilitada y el resentimiento popular significa que las clases dominantes todavía dudan de emprender acciones plenamente ofensivas. Martin Wolf expresa algunos de sus temores en un artículo acerca de “el resurgir de las finanzas”:
Los financieros están entrando otra vez en la dinámica de las altas ganancias, mientras decenas de millones de personas han perdido sus empleos, las economías están muy por debajo de su potencial y la deuda del sector público está subiendo vertiginosamente. No es de extrañar que los ataques a los pluses de los ejecutivos hayan vuelto a estar en el orden del día.10
Esto oculta miedos al posible resurgir de apoyo para el Partido de la Izquierda (Die Linke) en Alemania, en las elecciones federales del otoño.
Otros factores que no son inmediatamente económicos se añaden a sus preocupaciones. Afganistán hace que la agenda política esté ganando importancia. Lo que se presentó como una “buena guerra” se ha transformado, en poco tiempo, en “la guerra que se puede perder”. Hay ya algunos indicios de que este asunto podría dañar la presidencia de Obama en un momento en que el presidente está luchando por el apoyo del Congreso para su proyecto de reforma sanitaria:
Ya que durante la campaña Obama defendió seguir adelante con la guerra, ahora debe decidir hasta qué punto está realmente comprometido con el conflicto. Sus alternativas se reducen a enviar más tropas a Afganistán o a limitar los objetivos de Estados Unidos. Y esto ocurre en un momento en el cual el presidente está siendo asediado por su supuesta debilidad en la política interior, y mientras su popularidad y la de la guerra están declinando.11
Zbigniew Brzezinski, uno de los arquitectos de la política exterior estadounidense de los años setenta a los noventa, avisa: “Washington corre el peligro de verse empantanado en una escalada bélica”.12 Las preocupaciones de Estados Unidos no se verán reducidas por la reacción de sus aliados europeos en la OTAN, los cuales dan apoyo a la guerra formalmente pero –con la excepción de Gran Bretaña– son reticentes a enviar a sus tropas a la línea de fuego. Incluso había preocupaciones, en el momento en que entrábamos en prensa, de que el asunto jugaría un papel en las elecciones generales de Alemania. Todos estos factores añaden tensión dentro y entre los gobiernos que supuestamente trabajan para conseguir una estrategia de “salida” de la crisis económica.
Nadie puede predecir en detalle cómo interactuarán estos diferentes factores. Pero algunas cosas son seguras: no habrá un camino fácil y sin trabas hacia la recuperación de una estabilidad global de la economía. Esto significa volatilidad política y social, con crisis gubernamentales súbitas, ataques a las condiciones de los trabajadores, erupciones de resistencia y, por otra parte, intentos repetidos de desviar el resentimiento de la gente hacia cabezas de turco, sean de tipo racista o religioso (ataques que, con el tiempo, pueden producir nuevas formas de resistencia).
Hemos visto ejemplos limitados, aunque significativos, de cómo esto podría suceder en Gran Bretaña. Se vio, aunque fugazmente, en las manifestaciones militantes y las ocupaciones de estudiantes contra la matanza en Gaza en enero, y otra vez en las protestas contra los intentos del nazi British National Party de extender su influencia después de los logros en las elecciones europeas. Ambos movimientos han llevado a miles de personas, sobre todo jóvenes, a salir a la calle a manifestarse.
Lo que la izquierda debe hacer en esta situación es no lamentarse de su trayectoria durante el año pasado. Hay que intentar tejer redes de trabajadores que quieran luchar, creando lazos de solidaridad y vinculando los conflictos políticos, económicos y sociales. El resultado de las luchas que están ante nosotros dará forma al escenario político durante mucho tiempo en el futuro.
Notas
1: The Guardian, 17 de agosto de 2009. Ver también la respuesta de Alex Callinicos, Guardian, 21 de agosto de 2009. El artículo fue escrito después de una breve visita a las jornadas de verano Marxism del Socialist Workers Party.
2: Tariq Ali entrevistado por Judith Orr, Socialist Review, septiembre de 2009.
3: François Sabado, “Après les Résultats des Elections Européennes”, Imprecor 551-552, http://orta.dynalias.org/inprecor/article-inprecor?id=743
4: La “March Action” de 1921.
5: Leon Trotski, “Flood Tide”, www.marxists.org/archive/trotsky/1924/ffyci-2/06.htm
6: Ver, por ejemplo, Leon Trotsky, “Report on the World Economic Crisis and
the New Tasks of the Communist International”, www.marxists.org/archive/trotsky/1924/ffyci-1/ch19b.htm
7: Ver, en particular, Charlie Kimber, “In the Balance: The Class Struggle in Britain”, International Socialism 122, www.isj.org.uk/?id=529
8: Leila Soula y Rodolphe Juge, Que Faire, agosto-octubre de 2009. Que Faire se publica por una red de activistas del NPA que comparten muchos de nuestros análisis.
9: Leila Soula y Rodolphe Juge, Que Faire, agosto-octubre de 2009.
10: Financial Times, 8 de septiembre de 2009.
11: Financial Times, 8 de septiembre de 2009.
12: Financial Times, 8 de septiembre de 2009.