Edición impresa: José Díaz, Tres años de lucha,
Editions de la Librairie du Globe,
París 1970.
Versión digital: Koba, para http://bolchetvo.blogspot.com.
Transcripción/HTML para el MIA: Juan R. Fajardo, nov.
2009.
Formato alternativo: PDF por cortesía de http://bolchetvo.blogspot.com.
En todos los momentos agudos, difíciles o de confusión que ha habido en el curso de nuestra guerra, ha sido preocupación fundamental de las organizaciones obreras, y en primer lugar de nuestro Partido, examinar la situación objetivamente, con frialdad y espíritu crítico, destacando los factores positivos de nuestra resistencia, así como los defectos y los peligros, y esto no con el fin de sembrar pánico o desconfianza, sino para precisar bien el punto hacia el cual habían de ir dirigidos los esfuerzos de todos para corregir una situación peligrosa. Hoy, después de la traición a Checoslovaquia, no por parte de Francia e Inglaterra, sino de los señores Chamberlain y Daladier, después de la entrega del pueblo checo a los bandidos fascistas, hecho que crea en Europa una situación profundamente diferente de la que existía, me parece que uno de los puntos en el cual se debe concentrar nuestra atención es precisamente esta nueva situación internacional.
No nos hagamos ilusiones ni cerremos los ojos ante la realidad. Lo que ha ocurrido con Checoslovaquia es una derrota del proletariado internacional, una derrota de las fuerzas democráticas y de la paz. El fascismo ha obtenido una victoria. La ha obtenido gracias al descarado apoyo de la burguesía reaccionaria inglesa y francesa, a la orientación falsa, la desunión y la cobardía de las fuerzas democráticas y a la ausencia de una acción enérgica y unida de la clase obrera internacional. Ha ocurrido hoy, en el campo internacional, lo mismo que sucedía en Italia, en Austria, en Alemania durante el período en que el fascismo luchaba por el poder en cada uno de estos países. El apoyo abierto de la gran burguesía y el encubierto de los jefes reaccionarios demócratas y socialdemócratas, y la consiguiente desorientación y desunión de las masas antifascistas, y en primer lugar de la clase obrera, permitieron al fascismo realizar, por etapas y casi sin combatir, sus criminales objetivos y dar el asalto supremo al poder, cuando ya sus enemigos estaban desmoralizados, desunidos, desarmados, incapaces de combatir. El sofisma que utilizaban para justificar sus traiciones los que abrían el camino al fascismo era el mismo que se ha utilizado ahora. Afirmaban que capitulando se desarmaba a los fascistas, así como hoy dicen que entregándole a Hitler Checoslovaquia han salvado la paz. ¡Esto es mentira; lo cierto es lo contrario! Europa y el mundo entero están hoy mucho, mucho más cerca de la guerra que lo estaban antes. Lo que los señores Chamberlain y Daladier han conseguido es únicamente salvar a los agresores fascistas y al fascismo en general de la grave situación en que se encontraban, pues los pueblos habían empezado a unirse ante las amenazas de Hitler y Mussolini, en un frente de defensa de la paz y de la independencia de los pueblos, que, extendiéndose desde Francia e Inglaterra hasta la Unión Soviética y los Estados Unidos, ofrecía una barrera inatacable e inexpugnable. Para salvar al fascismo de una derrota y quizá de una catástrofe, estos hombres, sobre los cuales ha de caer muy en breve la acusación de todos los pueblos, han traicionado la fe en los tratados y los compromisos solemnemente contraídos por sus propios Estados, la causa de la paz, la causa de la democracia, la causa de la libertad. Han sido, en suma, los verdaderos artífices del triunfo que el fascismo ha conseguido.
Lo que no se ha comprendido, o mejor dicho, la verdad que la burguesía reaccionaria aliada del fascismo, y preocupada, sobre todo, en salvar de una catástrofe a los dictadores fascistas y a los regímenes de terror que existen en Alemania e Italia y en la España invadida, ha hecho todo lo posible por enmascarar ante los ojos de las masas populares, difundiendo en ellas el pánico ante una guerra inminente; la verdad que nosotros, los comunistas, y otros verdaderos amigos de la paz, no hemos sabido hacer penetrar profundamente en la conciencia de estas masas y, sobre todo, de la clase obrera, es que no hacía falta hoy ninguna guerra para hacer retroceder al fascismo, que sólo hacía falta unidad y energía en la defensa de la independencia del pueblo checo y de la paz. La guerra no era necesaria hoy, pero si será inevitable mañana o pasado mañana, cuando el fascismo, aprovechando sus nuevas conquistas, decida lanzarse a nuevos ataques, y ya las posiciones sobre las cuales los pueblos atacados tendrán que defenderse serán más débiles y más grande la insolencia del enemigo.
Será necesario examinar, y muy pronto, y en toda su amplitud, por qué todo esto ha podido producirse. Será necesario señalarlo sin piedad alguna y corregir todos los errores. En la historia de las luchas sociales hay muchas derrotas que no han ido seguidas de una desmoralización de las masas, ni de una caída del movimiento obrero, porque han servido para abrir los ojos a las clases explotadas, mostrándoles el camino de la resistencia y de una nueva lucha victoriosa. Tal ocurrió, por ejemplo, después de la toma del poder por Hitler en Alemania, que impulsó, internacionalmente, a la clase obrera por el camino de la unidad. Y lo mismo sucedió en España después de octubre del 34. Pero, para que se produzcan estas saludables reacciones, que hacen reconquistar en poco tiempo, a la clase obrera y al pueblo, todo o gran parte del terreno perdido, es necesaria la acción enérgica de la vanguardia de la clase obrera.
Las fuerzas obreras, las fuerzas de la democracia y de la paz que hoy están desorientadas, acobardadas, en parte, por el golpe que les han dado los señores Chamberlain y Daladier, en alianza con Hitler y Mussolini, deben rehacerse rápidamente, reorganizar sus filas y establecer una nueva línea de resistencia y de lucha activa contra los agresores y sus cómplices.
Hoy, esta línea no puede ser otra que la de la defensa de España, la de la lucha para que se haga justicia al pueblo español. No solamente como españoles, que combatimos por la independencia de nuestro país, como internacionalistas, como antifascistas y como defensores de la paz, debemos ayudar a que se organice y se defienda esta línea, sin ceder un paso. Es decir, que incumbe al proletariado de España y a sus organizaciones un deber urgente: ayudar al proletariado del mundo entero a reconstruir rápidamente su frente de lucha contra los agresores fascistas por la paz y a mantener este frente mejor que se ha mantenido hasta ahora, sin dejarse arrastrar y engañar por capituladores y traidores; con la firmeza con que nosotros, los obreros y trabajadores de España, estamos defendiendo desde hace dos años el suelo de nuestra patria.
Se engañan profundamente y engañan al pueblo quienes pretenden que la entrega de Checoslovaquia al fascismo podría tener consecuencias favorables para nosotros, porque habiéndose cedido a la prepotencia de los agresores en un punto, sería lógico resistirles en otro. No; desgraciadamente, la experiencia de los últimos años nos ha enseñado que la “lógica” de los señores que apoyan al fascismo en sus criminales empresas, no es ésta. Los que han capitulado en Múnich no lo han hecho casualmente, ni por error. El plan de la gran burguesía reaccionaria, que estos señores representan y a la que sirven, es entregar todos los pueblos al fascismo antes que permitir que los obreros, los campesinos, la pequeña burguesía productora, los demócratas sinceros y honrados, marchen unidos en un amplio y sólido movimiento de Frente Popular, por el camino del progreso social, de la libertad y de la paz. Quieren entregar el mundo entero al fascismo, por miedo a que el pueblo les obligue algún día a renunciar a sus privilegios de clase y de casta. Para ellos, el fascismo es un aliado natural, un hermano, y nosotros, que luchamos unidos, porque no queremos que se nos reduzca a la condición de esclavos, somos sus enemigos, como lo son también los obreros que en todos los países aspiran a mejorar sus propias condiciones de existencia y luchan por sus reivindicaciones de clase.
Hablaré muy claro, porque quiero que se me entienda bien. Afirmo que los cuatro de Múnich -y el hecho de que exista en nuestro país una cuidadosa censura de prensa me exime de aplicarles el calificativo que merecen- están dispuestos a traicionar y entregar otros pueblos independientes y libres, de igual manera que han traicionado y entregado a Checoslovaquia. Pero afirmo al mismo tiempo que los cuatro no pueden, no podrán hacer todo lo que quisieran y está en sus planes. Y esto porque existe una opinión pública, porque en las filas de la burguesía misma hay hombres que comprenden lo que está ocurriendo y lo que se prepara y están horrorizados ante ello; porque existe una masa de pequeña burguesía demócrata y liberal, y sobre todo y ante todo, porque existe una clase obrera, un proletariado internacional, que no solamente debe comprender lo que significa para su propio porvenir los planes del fascismo y sus cómplices, sino que, además, tiene sus métodos propios y probados de lucha y está en condiciones de mostrar el camino, con su propia acción decidida, a todas las fuerzas democráticas y de paz y de romper las maniobras de la burguesía reaccionaria.
No creo que la gran burguesía de Francia –cuyo agente y servidor es el gobierno del señor Daladier- estuviera de acuerdo en conceder a los obreros franceses, hace dos años, las cuarenta horas de trabajo, las vacaciones pagadas por el patrono, el reconocimiento de los derechos de los consejos obreros de fábrica y las demás grandes conquistas sociales. Pero las organizaciones obreras y el Frente Popular supieron imponer a la gran burguesía la voluntad de las masas. Comprendo que cuando se trata de problemas de política internacional y no de reivindicaciones económicas inmediatas les es más fácil a la gran burguesía y a los jefes socialdemócratas reaccionarios engañar a las masas; pero aquí ya se plantea un problema de nuestro trabajo, de la insistencia, energía y eficacia de nuestra agitación, de nuestra capacidad para ampliar el frente de la lucha hasta que se hallen comprendidos en él todos los posibles aliados sin que se pierda la iniciativa de combate de la vanguardia más consciente; de reaccionar a tiempo en las situaciones graves y de criticar también a nuestros aliados y amigos para poner en guardia a las masas contra los capituladores, los vacilantes y los cobardes.
Además, no creo que el problema de la lucha contra el fascismo en el campo internacional se pueda aislar del problema de la defensa de las reivindicaciones y conquistas económicas obreras. La entrega de Checoslovaquia a Hitler ha sido para la gran burguesía francesa condición y premisa para su próxima ofensiva contra las conquistas sociales del Frente Popular, y es ridículo pensar que en una Europa sojuzgada por el fascismo, en una Europa en la cual los invasores de España hubieran logrado realizar sus criminales intentos, los obreros de Francia podrían mantener esas conquistas sociales, de las que tan justamente se sienten orgullosos. Ni una hora se podrían mantener estas conquistas el día en que -por hipótesis que todos rechazamos- en Barcelona, Valencia y Madrid no continuara desplegando sus colores la bandera republicana.
Desde cualquier punto de vista que escojamos para juzgar la actual situación europea -sobre todo si elegimos, como es natural, el punto de vista de clase obrera- el problema de España está en el centro de todo.
Defender a España significa hoy defender todas las conquistas del proletariado y las libertades de los pueblos. Quizá sea España el último baluarte de la democracia y de la paz, en la Europa capitalista. Este baluarte no puede caer y no puede perderse, porque ello sería la catástrofe segura para todos los países libres de Europa, y en primer lugar para la clase obrera.
¿Lo comprenderán así los obreros y los trabajadores de Francia, de Inglaterra, de Bélgica, de los países escandinavos, de América? ¿Comprenderán que lo que hacen algunos de los jefes socialdemócratas del movimiento obrero internacional, poniéndose a la cola de la prensa reaccionaria para presentar la actuación de Chamberlain y Daladier como una “defensa de la paz”, es un engaño, una traición a los intereses del proletariado y del pueblo? ¿Comprenderán que hay que imponer a estos jefes una política eficaz de defensa de la paz contra los agresores fascistas y que el eje de esta política debe ser la acción unida del proletariado internacional y de sus organizaciones? ¿Comprenderán que, cuando falta esta acción unida del proletariado, es difícil y casi imposible organizar en un frente de lucha común a todos los restantes amigos de la paz? ¿Comprenderá el pueblo de Francia que lo acontecido en Checoslovaquia significa para él una derrota nacional y que si se perdiera la independencia de España el destino del pueblo francés estaría ya resuelto sin combate, y por un largo período de tiempo no existiría para los franceses ni independencia ni libertad?
No soy pesimista. Creo que todas estas cosas serán comprendidas por el proletariado y por los pueblos interesados. Creo, además, que a la peligrosa depresión que hoy existe en los países democráticos sucederá en breve una potente reacción de las masas populares, que barrerán a todos estos Chamberlains y Daladiers, a todos los capituladores y cobardes, e impondrán una acción que haga retroceder a los agresores. Pero para que así suceda, hace falta que las fuerzas de vanguardia de la clase obrera desarrollen una formidable labor de esclarecimiento y agitación y se apresten, con todas sus fuerzas, al combate contra la burguesía reaccionaria, y sus agentes. Y hace falta que un espíritu nuevo y una decisión inquebrantable de frenar y hacer retroceder al fascismo y a sus cómplices en todo el mundo, penetre en todas las organizaciones obreras y que éstas unan su esfuerzo para una lucha suprema, de la que depende el destino del mundo.
Nosotros, españoles, ayudaremos con toda energía.
Ayudaremos, en primer lugar, declarando claramente y haciendo comprender a todos, por todos los medios posibles, que no somos ni Austria ni Checoslovaquia y que se engañan los que piensan poder arreglar los problemas de España sin tener en cuenta nuestra voluntad o en contra de ella. Queremos ser libres e independientes; queremos que se marchen de España los invasores extranjeros y no aceptaremos ni transacción ni pacto de ningún género con ellos, y defenderemos la independencia y la integridad de España, cueste lo que cueste y contra todos.
Ayudaremos también manteniendo y fortaleciendo nuestra unidad, la unidad de todo el pueblo en el Frente Popular y alrededor del gobierno de Unión Nacional. Esta unidad será un ejemplo para los obreros y los pueblos de todas las latitudes, así como debería ser un ejemplo para todos los partidos socialistas la actuación del Partido Socialista Obrero Español, que, a pesar de que haya en sus filas algunos elementos adversarios de la unidad, ha contribuido y contribuye de manera eficaz, manteniendo con los comunistas una colaboración fraternal desde hace dos años, al fortalecimiento del Frente Popular y a la resistencia de todo el pueblo.
Ayudaremos asimismo, haciendo comprender a los capituladores y cobardes que puedan existir en nuestro país y quisieran aprovechar la nueva situación internacional para sembrar desórdenes y confusión en nuestro campo, que el pueblo español, todo unido, está decididamente frente a ellos y no tolerará ninguna maniobra, ninguna vacilación que pueda mermar nuestra resistencia y poner en peligro la independencia nacional.
Ayudaremos, en fin, trabajando todos: comunistas, socialistas, anarquistas, republicanos y masas sin partido, bajo la dirección del gobierno, a resolver rápidamente los problemas militares y económicos de hoy, que conciernen al fortalecimiento de nuestra resistencia y a la preparación de las condiciones que han de permitirnos emprender, a su tiempo, las acciones necesarias para expulsar para siempre de nuestro suelo a los invasores italianos y alemanes.
Ayudaremos a la clase obrera internacional a unir sus esfuerzos contra el fascismo y la guerra; por la defensa de sus intereses, de la libertad y de la paz.
Ayudaremos a las fuerzas democráticas a oponer una resistencia activa a los agresores fascistas, mediante el aislamiento de los agentes fascistas que en todos los países trabajan para sacrificar las conquistas de la civilización y del progreso en el altar de los privilegios de la gran burguesía parasitaria.
Y salvaremos nuestra independencia, haciendo una vez más de nuestra España el país que señala al mundo el camino de la dignidad y de la libertad.