Edición impresa: José Díaz, Tres años de lucha,
Editions de la Librairie du Globe,
París 1970.
Versión digital: Koba, para http://bolchetvo.blogspot.com.
Transcripción/HTML para el MIA: Juan R. Fajardo, nov.
2009.
Formato alternativo: PDF por cortesía de http://bolchetvo.blogspot.com.
En el último pleno del Comité Central de nuestro Partido, que se celebró en Valencia en el mes de noviembre del año pasado, planteábamos, entre otros problemas de gran importancia, el de la necesidad de fortalecer nuestro régimen democrático mediante una consulta al pueblo. Debemos reconocer que la iniciativa tomada por nuestro Partido no ha tenido todavía el éxito que esperábamos. No es la primera vez que tal cosa nos ha ocurrido, ni esto nos descorazona. Hay muchas proposiciones e iniciativas nuestras, únicamente inspiradas en el interés del pueblo y en la mejor marcha de la guerra, que han sido acogidas con frialdad y que hasta han sido rechazadas, y sólo se han impuesto después de haber desarrollado nuestro Partido un gran trabajo de propaganda y de persuasión, y cuando los hechos mismos habían demostrado de manera irrebatible la justeza de nuestras posiciones. Hoy, como ayer y como siempre, lo único que nos mueve es la preocupación de ganar rápidamente la guerra y de consolidar las conquistas revolucionarias del pueblo; pero comprendemos que nuestra afirmación de la necesidad de una consulta popular puede dejar perplejos a algunos, ya que el problema es nuevo y no tan fácil de percibir inmediatamente, pues nuestra proposición está muy estrechamente relacionada, no sólo con la política de Frente Popular -que nosotros defendemos, que el pueblo aprueba y que precisamos para vencer-, sino también con la solución de muchas tareas prácticas de la guerra. Hasta en nuestras filas, en las filas de nuestro propio Partido y en los elementos que están más cerca de él, como son los socialistas, los afiliados y cuadros de la UGT, etc., me parece que existe a este propósito alguna incomprensión que hace necesario un trabajo de esclarecimiento. Lo que debemos explicar es que no se trata de una cuestión episódica, sino de un problema de carácter fundamental, que está ligado a toda la perspectiva de nuestra guerra y de la revolución. Y de un problema que habrán de resolver de común acuerdo todas las fuerzas del Frente Popular, si se quiere mantener y aumentar su ligazón con el pueblo.
El error más grave consistiría en pensar que el Partido Comunista propone una consulta al pueblo porque cree no tener en los órganos representativos del Estado un puesto correspondiente a su fuerza real y quiere modificar esta situación con las elecciones. No es así. El problema de que nuestro Partido tenga en todo el aparato del Estado posiciones tales que le permitan jugar el papel que le compete en la dirección y en el control de la vida política del país es un problema que existe y de cuya solución tenemos el deber de preocuparnos. Pero no nos fijamos en esto, cuando proponemos una consulta al pueblo. Nos fijamos en la suerte y en la perspectiva de la guerra, en la suerte y en la perspectiva de la revolución popular española. Dos cosas que están unidas muy estrechamente o, mejor dicho, que constituyen una sola cosa.
Muchas veces, en el curso de nuestra lucha, se hicieron tentativas no sólo para separar, sino hasta para oponer la guerra a la revolución, como cosas extrañas u opuestas entre sí. Estas tentativas siempre fueron enérgicamente rechazadas y condenadas por nuestro Partido. Siendo la consecuencia de una falsa posición teórica y política, sólo podían llevar a la clase obrera y al pueblo a engañarse y favorecer a nuestros enemigos. Así ocurrió, por ejemplo, con los elementos que, en los primeros meses de la guerra, se dedicaban a “profundizar” la revolución en la retaguardia, haciendo ensayos de “socialización”, etc., olvidando o despreciando las tareas de la organización de un Ejército popular regular, de la formación de reservas, de la creación de una industria de guerra, etc. No comprendían estos elementos, engañados a veces por una ideología falsa, que ponerse en condiciones de ganar la guerra significa hoy, para nuestro pueblo, ponerse en condiciones de que la revolución triunfe, porque una cosa es igual a la otra, en la situación en que nos ha colocado la insurrección de los generales facciosos, su tentativa de instaurar un régimen fascista en nuestro país y la invasión extranjera.
La cosa ha sido comprendida perfectamente por las masas, que, poco a poco, han abandonado a los que querían llevarlas por el camino de estos peligrosos en sayos llamados “revolucionarios” y han concentrado todas sus fuerzas en la solución del problema de ganar la guerra, derrotando a los facciosos y a los invasores.
Pero de la misma manera se engañaban y se engañan profundamente los que piensan o dicen que, hoy, no se puede hablar de la revolución porque estamos en guerra y hay que pensar en vencer. Los que adoptan esta posición no han comprendido todavía cuál es el carácter de nuestra guerra.
El punto de partida de la guerra que hoy se libra en España es la sublevación de las castas reaccionarias, dirigidas por los generales traidores contra la enorme mayoría del pueblo que, basándose en la Constitución y en la ley republicanas, quería resolver de una vez para siempre los problemas de la revolución democrática que la burguesía española no ha sido capaz de resolver en el curso del siglo pasado. Se trata de una guerra por la libertad, por la justicia, por el progreso social, por la tierra y por el pan, contra el fascismo, que, al vencer, haría de nuestro pueblo un pueblo de esclavos. Se trata, al mismo tiempo, de una guerra de independencia nacional, porque las castas reaccionarias, en busca de un apoyo en su lucha desesperada contra el progreso y la civilización, por la defensa de sus privilegios, han abierto las puertas del país al invasor extranjero que quiere esclavizar a nuestro pueblo, y es el pueblo quien ha tomado en sus manos los destinos de nuestra patria, que coinciden hoy completamente con sus propios destinos, con los destinos de la revolución. Nuestra guerra es, por consiguiente, una guerra nacional y revolucionaria. El pueblo, que hace la guerra, hace al mismo tiempo una revolución. Los objetivos que las armas de nuestros soldados persiguen en su lucha heroica no son, solamente, los mercenarios de los ejércitos de invasión, sino que son los enemigos tradicionales de nuestro pueblo, sus opresores de siempre, desde el gran terrateniente al gran capitalista, el cacique, el hombre político corrompido y desleal. El fascismo es la defensa de todo esto, y es aún más, porque si el fascismo triunfase no se podría hablar ya de ninguna forma de libertad en nuestro país, y se instauraría un régimen de esclavitud completa, asesinando a centenares de millares de obreros, de campesinos, de intelectuales, y la vida misma de nuestro pueblo se vería amenazada en su raíz. Todo esto quiere decir que nuestra lucha contra el fascismo, que la guerra misma, en su desarrollo, es una etapa de nuestra revolución democrática, que no hay problema de la guerra que pueda ser considerado separadamente de los problemas de la revolución y cuanto más rápida y seguramente vayamos adelante, desarrollando nuestra revolución, tanto más seguros estaremos de triunfar rápidamente en la guerra misma. Y, ¿qué significa ir desarrollando nuestra revolución si no aumentar la participación de las masas en la vida política del país?
Insistimos en este punto, que es el principal. Nuestra revolución conserva hoy, en su etapa actual, el carácter de revolución democrática y popular. Esto quiere decir que sus tareas fundamentales son la destrucción, en toda la vida del país, de los residuos malditos de un pasado de opresión y de miseria del pueblo, la liquidación de toda intención de instaurar en nuestro país un régimen fascista, y la creación de condiciones que abran al pueblo el camino del progreso social más avanzado. Se trata, concretamente, de aniquilar los residuos del feudalismo en la economía, en la organización política y en las costumbres; de hacer desaparecer todos los privilegios de casta; de solucionar el problema de la tierra, entregándosela a los campesinos trabajadores; de mejorar radicalmente el nivel de existencia de todos los trabajadores, de poner al fascismo fuera de la ley, y de apoyar a las masas populares con una ayuda que les permita dar los primeros pasos en el camino de la conquista de una educación, de una cultura, de un mundo nuevo, de una vida libre y feliz.
Así lo comprenden nuestros obreros, nuestros campesinos, nuestros soldados, nuestras mujeres, nuestra juventud. Se trata de destruir y, al mismo tiempo, de preparar y empezar una reconstrucción. Destruir la España feudal, caciquil y miserable, en la cual el pueblo no tenía participación en la vida política; preparar y empezar la construcción de la España en la que el pueblo será el dueño de sus propios destinos.
Pero, ¿cómo se puede resolver con mayor acierto y rapidez esta tarea histórica y grandiosa? De una sola manera: asegurando y organizando desde hoy la participación más amplia, más activa, más intensa y continua de las masas populares en la vida política, en la solución de todos los problemas de nuestro país. Es decir, dando a nuestro régimen el carácter de un verdadero régimen democrático y manteniendo este carácter, consolidándolo, en el curso mismo de la guerra.
Si volvemos nuestra mirada atrás, a la historia de nuestro país, nos será fácil comprender que la revolución democrática ha dado algún paso de avance, y que la reacción fue obligada a retroceder siempre que las masas de los obreros y campesinos y de la pequeña burguesía republicana se pusieron en movimiento y lograron imponer su voluntad. Así ocurrió con la proclamación de la República en 1931, con la lucha heroica de los mineros asturianos en 1934 y en el curso de esta guerra. Cuando los hombres políticos, más o menos reaccionarios y ligados todavía a la tradición de las viejas castas dirigentes, lograron alejar al pueblo de la participación directa en la vida política del país, principalmente dividiendo sus fuerzas o sometiéndolo a nuevas formas de tiranía caciquil, el proceso revolucionario del país dio siempre un paso atrás. Y cuando, después de la constitución y de la victoria del Frente Popular, en 1936, las castas reaccionarias vieron que no era posible cerrar el paso a la revolución con los métodos tradicionales, organizaron la rebelión militar, cuyo objetivo era poner término para siempre a la participación del pueblo en la vida política del país organizando una dictadura fascista.
En lo que se refiere al porvenir, para nosotros y para todos los que son enemigos verdaderos del progreso social, el despertar político de las masas y su participación activa en la vida política del país no es solamente una garantía de victoria en la guerra, sino más, mucho más. Es una garantía de que, cualquiera que sea el curso de los acontecimientos no se volverá nunca atrás, y nuestro país estará orientado y dirigido, firmemente, hacia un régimen político y económico de libertad y de justicia social mucho más amplio y completo.
En los países socialmente atrasados, especialmente como lo es el nuestro, la lucha consecuente de las masas por la democracia es la mejor preparación para la lucha por el socialismo.
Si examinamos ahora el problema desde un punto de vista no tan general, sino más concreto e inmediato, y nos preguntamos en qué medida participan hoy las masas en la vida política de nuestro país, y si nuestro régimen es verdaderamente un régimen democrático, claro es que debemos comprobar el progreso enorme que se ha hecho en este campo, y añadir que este progreso es lo que nos ha permitido derrotar la rebelión de los facciosos, resistir al invasor extranjero hasta hoy, y batirlo.
Se respira un aire diferente en España, un aire de libertad que nunca se había respirado. Es éste un aire que madura la victoria. Si hay gente que todavía no lo comprende, me parece que es gente que no ha meditado a fondo sobre el carácter de nuestra lucha y que quizá sienta una pequeña nostalgia del pasado. A nosotros, este despertar, tan amplio y grandioso, de un pueblo que estuvo oprimido durante siglos, el ingreso en los sindicatos de centenares de millares de trabajadores, la constitución de colectividades libres y de cooperativas en el campo, la incorporación de la mujer a la producción -que significa la verdadera iniciación de su emancipación social-, la lucha sistemática contra el analfabetismo, y, en fin, la creación de este Ejército maravilloso, donde las armas están en manos del pueblo, donde el pueblo discute, se organiza políticamente y aprende la defensa de sus intereses, todo esto es un espectáculo que nos llena de emoción y de orgullo, y cada vez nos convence más de que nuestro pueblo no puede ser y no será derrotado.
Los demócratas y socialistas de otros países, los amigos de la paz y del progreso social, todavía no han comprendido a fondo este proceso de transformación política que se está desarrollando aquí. Si lo comprendiesen bien, su entusiasmo por nuestra causa sería cien veces mayor de lo que lo es hoy.
Hay mucha gente, por ejemplo, en España y en el extranjero, que no comprende cómo hemos podido y podemos hacer la guerra sin proclamar el estado de guerra. Hay también quien piensa que este hecho es un hecho negativo que habría que corregir. Nuestra opinión es opuesta. Pensamos que, posiblemente, los que en España creen en la eficacia del estado de guerra, sufren la influencia de corrientes extrañas a los intereses del pueblo español. El pueblo español está tan profundamente convencido de la justeza de nuestra causa, que cuando se le habla y se le hace comprender lo que precisa para vencer, se obtiene de él lo que de ninguna manera se podría obtener con medidas de carácter administrativo. Tampoco durante la Revolución Francesa, en los momentos mismos en que el suelo de la patria era hollado por el invasor extranjero, se proclamó el estado de guerra, y la actividad de las asambleas populares y de los partidos revolucionarios no disminuía, sino que se hacía más intensa, movilizando y levantando a las masas para aplastar, con métodos de lucha populares, a los enemigos del pueblo. Esto fue lo que dio la victoria a los gloriosos ejércitos revolucionarios.
La proposición de fortalecer nuestro régimen democrático, mediante una consulta electoral al pueblo, está dentro de la mejor tradición democrática y no sé pueden encontrar argumentos de principio para rechazarla. Al contrario, un examen atento de nuestra situación nos ofrece una cantidad enorme de argumentos que demuestran su justeza.
En efecto, si es cierto que asistimos hoy a un magnífico despertar de energías populares, cierto es también que existen todavía, en este campo, debilidades, manchas negras y tendencias peligrosas que se deben contrarrestar y corregir. El pasado no ha desaparecido todavía completamente y algunas veces se ven resurgir, en formas nuevas e inesperadas, cosas muy viejas y malas que sólo nos pueden hacer daño, porque tienden a disminuir la actividad política de las masas y a poner una parte u otra del aparato del Estado fuera del control popular.
Tomemos, por ejemplo, los Ayuntamientos y la vida municipal, que siempre han tenido gran importancia en nuestro país. ¿Existe algún motivo contra la renovación de los Ayuntamientos por elección directa de nuevos consejeros? No. La actual manera de constituir los Ayuntamientos, mediante acuerdos, entre dirigentes de partidos y de sindicatos, sólo puede tolerarse como una excepción, y cuanto más pronto desparezca, tanto mejor. Que se pongan de acuerdo los partidos para atenuar la lucha entre ellos, para formar listas únicas de Frente Popular, pero que se consulte a las masas, que se les planteen todos los problemas de la vida municipal, que se haga comprender a los administradores locales que deben responder ante el pueblo de su gestión. Una movilización del pueblo, para elegir nuevos Ayuntamientos, sólo podrá tener como consecuencia avivar a estos organismos en la solución de los problemas de la guerra, como son el de la creación de nuevas reservas, la organización del abastecimiento, etc., etc. Y esto será tanto más importante, cuanto que muchas veces es precisamente en los municipios donde las masas ven resurgir formas intolerables de administración caciquil.
La tendencia del pasado a resurgir es tan fuerte, especialmente en el campo -donde el régimen de opresión tenia raíces más profundas-, que a veces se manifiesta en la misma organización sindical. ¿Qué significa el hecho de que haya todavía sindicatos que nieguen el voto a los trabajadores ingresados en sus filas después del 19 de julio? Significa una forma intolerable de supervivencia del pasado. En los organismos de la clase obrera, la democracia debe ser completa. Por esto ha hecho muy bien la ejecutiva de la UGT al proclamar que todos sus afiliados tienen plena igualdad de derechos. La clase obrera, fuerza dirigente, hoy, de la revolución democrática, debe dar a todos ejemplo de democracia y de justicia. Y debe luchar por la instauración de costumbres democráticas, especialmente en el campo, que siempre ha sido el punto más débil de la revolución en España, porque es en el campo donde han existido y todavía existen más caciques. Un campesino libre, dueño de sus organizaciones, políticamente desarrollado y fortalecido en el ejercicio de sus derechos democráticos, es uno de los puntales más firmes que puede tener nuestra República. En él siempre encontrará el fascismo un enemigo mortal.
La celebración de elecciones para renovar los Ayuntamientos y Consejos Provinciales, pondría ya bajo el control del pueblo una parte bastante grande del aparato gubernativo. El problema del control de este aparato es un problema muy grave, que nunca hay que olvidar. No es un secreto para nadie que en este aparato existen gran cantidad de elementos dudosos o abiertamente enemigos, que nos traicionan o que, por lo menos, no trabajan con entusiasmo por la victoria. No se explica de otra manera el funcionamiento defectuoso de una parte de nuestra industria de guerra. Pero lo que hay que comprender es que la depuración del aparato del Estado no es sólo cuestión de policía, de lucha contra la “Quinta Columna”. Se trata de poner este aparato, en la mayor proporción posible, bajo el control de las masas, sin que esto signifique, de ninguna manera, volver al período en que imperaban los comités de incontrolados, sino volver a una normalidad democrática; lo que quiere decir, ante todo, celebrar elecciones, renovar, por vía de una consulta al pueblo, todos los organismos representativos que están previstos por nuestra Constitución.
La resistencia más fuerte que se hace a esta proposición se refiere a las Cortes y, a otras representaciones de carácter nacional. Se dice que, habiendo sido elegidas las Cortes por todo el pueblo de España, el renovarlas hoy, mientras una parte del territorio nacional está en manos del invasor y de los fascistas, es imposible. A este argumento contestamos, primeramente, que existe una región nacional que está completamente libre de la invasión, y es Cataluña. ¿Por qué no se puede empezar con la reelección del Parlamento de Cataluña, que fue elegido en un período y situación que nada tiene de común con la actual y que, por consiguiente, no refleja ni de la más mínima manera, el estado de espíritu que existe hoy en las masas? Cataluña puede dar y dará el ejemplo. Pero, también en lo que concierne a las Cortes, nuestra opinión es que se pueden encontrar muchas maneras de resolver la dificultad de tener en las nuevas Cortes una representación de todas las regiones de España. Y, sin embargo, en la guerra actual, lo que decide es la resistencia del pueblo, su entusiasmo, su decisión de luchar hasta el fin, y todo esto sólo se aumentaría con una consulta popular, que obligara a todos a romper el silencio, a hablar claro a las masas de las dificultades que hay que vencer, de las tareas comunes y de la manera de cumplirlas.
Hay, además, las objeciones que conciernen al peligro de que en una consulta al pueblo se desencadene la lucha de partidos, rompiéndose la unidad del Frente Popular. Ya hemos contestado ampliamente a estas objeciones en el Pleno de nuestro Comité Central. Nosotros no concebimos la posibilidad de una consulta al pueblo y de elecciones más que bajo la bandera de la unidad. La causa de la democracia y la causa de la unidad no se pueden separar. Si existen todavía hombres políticos que ante la amenaza del fascismo no comprenden que su deber es fortalecer la unidad y no hacer nada contra ella, la mejor manera de obligarlos a cambiar de camino está en ponerlos a ellos mismos un poco más bajo el control de las masas. ¿No es interesante observar que las tendencias contrarias a la unidad, el recelo partidista y los residuos del viejo método político, que consistía en gobernar fomentando la división del pueblo, etc., se encuentran precisamente en los elementos que tienen miedo a gobernar de cara a las masas, y no quieren gobernar con un método y con formas democráticas? Los enemigos de la unidad son también los enemigos de la democracia. Una consulta al pueblo no sería solamente un fortalecimiento de la democracia, sino también un fortalecimiento de la unidad. Es un hecho que cada vez que nos acercamos al pueblo, nos sentimos más unidos. Y es porque en el pueblo, en la masa sin partido, lo que vive más fuerte es el odio al fascismo, la conciencia de que si se perdiese la guerra y triunfara el fascismo, se abriría para España una época de terror negro, de barbarie y de vergüenza sin fin. El pueblo no quiere esto. Para impedirlo, se ha unido y está dispuesto a unirse aún más y más, imponiendo una línea de unidad a todas las organizaciones antifascistas. Consultar al pueblo significa preparar, por encima de las contiendas de partidos, de grupos, etc., que no siempre encuentran en las circunstancias una justificación, nuevos triunfos de la unidad. El pueblo hará triunfar la unidad, porque no quiere la victoria del fascismo.
Unidad y democracia: ésta es la consigna de nuestro Partido y de todos los antifascistas. Con esta consigna hemos luchado en febrero del 36 y hemos vencido. Con ésta consigna hemos aplastado la rebelión facciosa en el mes de julio. Con esta consigna venceremos la guerra, eliminando todos los obstáculos y venciendo a todos los enemigos.