La Revoluci�n Peruana

Concepciones y perspectivas

 

Luis de la Puente Uceda

 


Escrito: En julio de 1964.
Primera vez publicado: En traducci�n al ingl�s, bajo el t�tulo de "The Peruvian Revolution: Concepts and Perspectives", en Monthly Review de noviembre de 1965 (vol. 17, n�m. 6), p�gs. 12-28, y en Chile en la versi�n castellana de la revista.
Edici�n digital: Marxists Internet Archive, 2006.
Fuente:
Obras de Luis de la Puente Uceda. Voz Rebelde Ediciones, (Lima?), 1980.


 

 

El Per� es uno de los pa�ses con ra�ces mas profundas en la historia de Am�rica, por los grandes niveles culturales y de organizaci�n econ�mico-social logrados por las civilizaciones prehisp�nicas, por haber sido el centro del poder colonial espa�ol en Am�rica Latina y por la supervivencia indiscutible de estructuras, sistemas y costumbres pertenecientes a las etapas de desarrollo aut�ctono y colonial del pa�s.

Sobre la base de un sistema colectivista agrario se transplant� el feudalismo a trav�s de la Conquista durante el siglo dieciocho.  El r�gimen feudal se consolida con la Independencia en las primeras d�cadas del siglo diecinueve al romperse los yugos coloniales de la metr�poli hispana.   Un capitalismo incipiente comienza a desarrollarse a partir de la segunda mitad del siglo pasado y la penetraci�n imperialista empieza en las primeras d�cadas del presente siglo y contin�a hasta nuestros d�as.

As� encontramos al Per� actual con sistemas h�bridos que podr�an caber dentro de la denominaci�n generica de r�gimen feudal-burgu�s-neocolonial, sin contar con las minor�as nacionales que atraviesan por estados de salvajismo o de barbarie en la Amazonia peruana.

Este pa�s, quiz� el mas contradictorio de Am�rica Latina, ha entrado en un proceso insurreccional, cuya trascendencia es muy grande y cuyas singularidades merecen ser conocidas y analizadas. Para este fin es indispensable delinear algunos aspectos esenciales y saltantes de la realidad nacional.

La Cordillera de los Andes que atraviesa longitudinalmente nuestro pa�s, constituy�ndose en una especie de columna vertebral que deja hacia el Oeste, como repisa junto al mar a la regi�n llamada Costa y hacia el Este a una inmensa extensi�n de territorio que va descendiendo hasta confundirse con la hoya amaz�nica continental.

La costa es una larga faja de territorio junto al mar, en un 95% des�rtica por la falta de lluvias originada por la presencia de la corriente fr�a de Humboldt frente al litoral, determinando tambi�n en clima templado pese a la ubicaci�n geogr�fica de nuestro pa�s en la zona t�rrida.  Peque�os valles formados por lo r�os que recogen las aguas de las lluvias en el flanco occidental de los Andes cruzan transversalmente esta faja des�rtica y son el asiento de las poblaciones.  Las principales ciudades del pa�s est�n en la Costa. Las tierras coste�as, que son muy f�rtiles, est�n acaparadas como en todo el resto del pa�s y dedicadas fundamentalmente a la producci�n de algod�n, ca�a de az�car y algunos frutos de pan llevar. La industria fabril peruana esta ubicada fundamentalmente en esta regi�n y en Lima se concentra, aproximadamente, el 80% de ella. Cerca de cuatro millones habitan esta zona. La costa podr�a ser considerada como la regi�n capitalista del Per�.

La regi�n cordillerana conocida como Sierra es un laberinto monta�oso, con cumbres nevadas y valles profundos, con inmensas planicies llamadas punas o jalcas, con zonas de m�nima vegetaci�n en las alturas y con florestas impenetrables en los valles andinos la mayor�a de los cuales se orientan hacia la selva amaz�nica y con climas fr�gidos y secos, templados y hasta tropicales, seg�n los accidentes y latitudes geogr�ficos. La Sierra es la regi�n mas poblada del pa�s. El latifundio con relaciones feudales y semifeudales, prima, Las comunidades ind�genas que son ayllus primitivos del incario sobreviven en una lucha permanente contra la usurpaci�n gamonalista y contra la divisi�n individualista en su seno. Dentro de las comunidades, fundamentalmente, y entre el campesinado en general funcionan normas colectivistas de trabajo y sentimientos de ayuda mutua y colaboraci�n. El empirismo, la extensividad y atraso, campean en esta regi�n, con caracteres mas agudos que en ninguna otra. La mayor parte de la tierra esta dedicada a la agricultura y a la ganader�a. Los m�s importantes asientos mineros est�n en esta regi�n y ocupan aproximadamente a 100 mil trabajadores, en su mayor�a temporales y provenientes del agro. La Sierra tiene una poblaci�n aproximadamente de 7 millones de habitantes, en su mayor�a indios y mestizos.  La Sierra representa al Per� real, al Per� feudal, al Per� indio.

La Selva es una extensa regi�n despoblada, donde los r�os son los caminos de acceso y donde la vegetaci�n es exuberante. La poblaci�n no pasa de los 300 mil habitantes, entre blancos, mestizos y salvajes. Las partes altas, es decir, la Ceja de Selva, en las estribaciones de la Cordillera, presentan grandes posibilidades de desarrollo a corto plazo, por la fecundidad de las tierras, la topograf�a y el clima, estando dedicadas en gran parte al cultivo de frutos tropicales y a la ganader�a. Las partes bajas, inundadas durante gran parte del a�o, son inmensas reservas forestales deshabitadas e inh�spitas: peque�as ciudades se ubican junto a los r�os y viven del comercio de maderas, hierbas medicinales, animales salvajes, pieles, etc. Las mejores tierras est�n tambi�n acaparadas �por nacionales o extranjeros, bajo el amparo de supuestos planes de colonizaci�n; como el caso de la empresa norteamericana Le Tourneau que controla mas de cuatrocientas mil hect�reas.[1]

Se podr�a hablar en el Per� de un colonialismo interior. Desde la conquista la Costa fue en asiento de los explotadores. All� se establecieron por la benignidad del clima y para poder huir con facilidad en caso de una sublevaci�n ind�gena, que siempre temieron, temor o presentimiento heredado por sus descendientes. La Sierra y la Selva han sido y siguen siendo considerados por la oligarqu�a peruana como territorios coloniales. Las riquezas de estas regiones que no salen al exterior, se concentran en la Costas y fundamentalmente en Lima. La Sierra provee de peones a las minas, braceros a las haciendas de la Costa y de obreros a las industrias de las ciudades. El 80% del ej�rcito y de la polic�a est�n formados por campesinos serranos arrancados de su medio a trav�s del Servicio Militar Obligatorio, y que son utilizados por la Oligarqu�a contra sus propios hermanos de clase. Los latifundistas, los grandes burgueses, el poder central y gran parte de su frondosa burocracia, est�n establecidos en la Costa. Varios millones de peruanos hablan el Quechua y el Aymara y otras lenguas abor�genes, comprendiendo y hablando muy defectuosamente el espa�ol.

Sin embargo, es bueno anotar que en las �ltimas d�cada se est� desarrollando un proceso de mestizaje y si se quiere de peruanizaci�n de las ciudades. Millares de campesinos huyen de la opresi�n latifundista serrana, de la miseria y del atraso, y emigran hacia las ciudades coste�as en busca de nuevas perspectivas. Se dir�a que los ind�genas cansados de tanta explotaci�n y de tantas promesas, se hacen presentes en los reductos de sus se�ores, con su miseria, su ignorancia, sus idiomas, sus costumbres, su m�sica. Las ciudades coste�as crecen a ritmo acelerado por las migraciones campesinas. La reconquista de la tierra que no pudieron hacer en sus lugares de origen, los indios campesinos la hacen en los arenales que circundan las ciudades. Asi van surgiendo, a trav�s de las invasiones masivas, las �barriadas marginales� o �barriadas clandestinas� que rodean paulatinamente las ciudades. Chozas miserables, construidas con ca�as, de esteras, cartones, latas, papeles, forman estas barriadas, donde habitan millones de campesinos emigrados que vegetan en la desocupaci�n o el subempleo debido al incipiente desarrollo del pa�s; y al aumentar desproporcionadamente la oferta de mano de obra, tiran hacia abajo los salarios de los trabajadores establecidos. Son verdaderos �cinturones de resentimiento y de miseria� que rodean las ciudades coste�as del Per�. Para dar una idea de este fen�meno, podemos decir, que una poblaci�n de un mill�n y medio de habitantes, Lima tiene 160 barriadas marginales con una poblaci�n total de 600 mil personas. Posporcentajes var�an entre 20 y 50 por ciento en otras ciudades importantes de la Costa, como Arequipa, Chimbote, Trujillo, Chiclayo y Piura, etc. La oligarqu�a se alarma. El temor a la invasi�n de los despose�dos de las barriadas sobre las zonas residenciales de Lima es permanente. Se ha proyectado hasta establecer una especie de pasaportes para campesinos serranos que pretendan radicarse en las ciudades, y por otro lado, desviar la corriente migratoria hacia la Selva para proveer de mano de obra a los latifundistas o concesionarios que tienen acaparadas esas tierras; y como formas reaccionarias de conjurar el mal que se�alamos y el peligro que la oligarqu�a vislumbra.

Para integrar este delineamiento de la realidad peruana, debemos decir que hay mas de seis millones de campesinos, en el pa�s, y aproximadamente medio mill�n de obreros, incluyendo a los braceros agr�colas y a los trabajadores mineros., Dada nuestra condici�n de pa�s oprimido y dependiente, la peque�a burgues�a es numerosa y pauperizada, constituyendo un importante sector social. Por las mismas consideraciones, la burgues�a nacional es peque�a y est� postrada. La gran burgues�a nacional y los latifundistas constituyen la oligarqu�a nacional y controlan las tierras, los capitales, el comercio de importaci�n y exportaci�n y algunas ramas del comercio interior y exterior. El imperialismo se sustenta en ellos para penetrar en nuestro pa�s y controlar la econom�a, especialmente extractiva, incursionando tambi�n en el comercio, la industria, la banca y los servicios.

El acaparamiento de la tierra y las riquezas en general, no tiene l�mites. Veamos el grado de concentraci�n de la tierra, por regiones, de acuerdo a las estad�sticas oficiales: en la Costa: el 10% de los propietarios poseen el 89% del �rea agr�cola; en la Sierra: el 3% de los propietarios poseen el 83%; y en la Selva: el 3% de los propietarios poseen el 93% del �rea adjudicada en concentraciones de colonizaci�n.

La gran burgues�a peruana est� �ntimamente ligada con el latifundismo y consecuentemente con el r�gimen semifeudal imperante en la mayor parte del agro. El cord�n umbilical que los une es muy fuerte. Los grandes latifundistas son, a la vez, grandes burgueses, es decir, que incursionan en la industria, en el comercio y en las finanzas.

Nuestras grandes riquezas mineras como el cobre, plomo, hierro, zinc petr�leo, plata, oro, vanadio, bismuto, tungsteno, etc�tera, est�n en manos de empresas imperialistas como la Cerro de Pasco Corporation, Southern Per� Mining, Northern Mining Co., Marcona Mining Co., Internacional Petroleum Company, etc�tera.[2]

La principal industria nacional de exportaci�n en la actualidad, es la harina de pescado, ocupando el Per� el primer lugar en el mundo al haber superado al Jap�n. Ella est� controlada por empresas extranjeras en m�s de 60%.

Los salarios son miserables y fluct�an en la regi�n de la Costa y las minas entre veinte y cuarenta soles diarios, lo que equivale a ochenta centavos de d�lar y un d�lar cincuenta centavos. En grandes zonas de la Sierra funciona el trabajo servil gratuito en forma de renta-trabajo por el usufructo de una parcela de tierras de los latifundios. Existen salarios de un sol al d�a. El r�gimen feudal es la fuente de mano de obra barata a trav�s de sistemas mixtos de renta-trabajo y salarios, para lo cual las grandes empresas mineras de la Sierra y las empresas agr�colas de la Costa poseen latifundios en la Sierra para satisfacer sus necesidades de mano de obra barata y enfeudada.

La miseria de nuestro pueblo llega a tales extremos que en algunas regiones las familias campesinas regalan o venden a sus hijos para que no mueran de hambre en su poder. En algunas barriadas coste�as es frecuente encontrar a mujeres y ni�os recogiendo los desperdicios arrojados a los basurales para poder alimentarse ellos, disput�ndolos con los cerdos y los perros.

Los �ndices alimenticios de la poblaci�n est�n entre los m�s bajos del mundo, con un promedio de mil novecientos veinte calor�as. La mortalidad infantil nos coloca entre los primeros del mundo. La tuberculosis, la silicosis, la parasitosis, el paludismo, la tifoidea y otras enfermedades tienen el car�cter de end�micas. Podemos decir que la mayor�a de nuestra poblaci�n se cubre con harapos y no usa zapatos. La vivienda es miserable.

El 62% de la poblaci�n es analfabeta y m�s de un mill�n de ni�os carecen de escuelas. La educaci�n secundaria, t�cnica, superior y hasta la primaria completa constituyen privilegios que est�n fuera del alcance de las mayor�as nacionales. El poder pol�tico est� en manos de la oligarqu�a feudal-burguesa pro-imperialista. La oligarqu�a peruana es muy fuerte y avesada. En ninguna �poca de nuestra historia ha perdido los controles del Poder. El actual r�gimen es un h�brido: el Ejecutivo representa a determinados sectores de la burgues�a nacional y de la gran burgues�a, mientras que el parlamento representa fundamentalmente a los latifundistas, a los grandes burgueses, sirvientes del imperialismo.

Los partidos de la burgues�a y de los latifundistas, APRA[i], Acci�n Popular y Uni�n Nacional Odri�sta[ii], controlan a las grandes masas, especialmente en la Costa. La izquierda representada por el Partido Comunista hoy dividido en dos fracciones: el Frente de Liberaci�n Nacional, dividido en tres fracciones; el Trotskismo, representado por tres peque�os grupos; el Ej�rcito de Liberaci�n Nacional (ELN) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

Hay que anotar que la mayor�a de la poblaci�n adulta nacional est� fuera del proceso pol�tico electoral por ser analfabeta.

Un ambiente de frustraci�n, de escepticismo, impregna la conciencia colectiva. La expresi�n; �Al Per� no lo salva nadie� es general y sentida. Las traiciones de que ha sido v�ctima nuestro pueblo por partidos como el APRA o demagogos como Bela�nde Terry[iii], para citar los mas recientes, y los fracasos que ha sufridos por falta de conducci�n revolucionaria, han generado el escepticismo y el temor generalizados.

Aunque en apretadas s�ntesis creemos haber delineado la triste y apasionante realidad de nuestra patria.

Frente a �sta realidad se plantea el problema de la Reforma o la Revoluci�n.

El imperialismo norteamericano y algunos sectores de la burgues�a y el latifundismo, ante el temor de la revoluci�n, pretenden realizar en Am�rica Latina u n esfuerzo de transformaci�n de reforma o de revoluci�n pac�fica que salvaguarde en lo fundamental sus intereses.

En el documento intitulado �Nuestra Posici�n�, publicado por el MIR en 1964, se sostiene: 

�hasta entonces, el imperialismo (nos referimos antes de la Revoluci�n Cubana) -que en todo esto es el gran componedor- se hab�a apoyado para resguardar sus intereses sobre sus c�mplices mas naturales: la oligarqu�a latifundista y la gran burgues�a. Mas la Revoluci�n Cubana ha revelado hasta que punto son ya inseguros estos soportes. Ha puesto en evidencia que, por ser ellos la expresi�n m�s escandalosa de la injusticia y de la represi�n, incuban una bomba de tiempo que amenaza hacer volar en a�icos todo el sistema. El imperialismo se ha alarmado y ha querido cambiar de puntos de apoyo. Este imperialismo alarmado es el �Kennedismo�.  Este acept� apoyarse m�s decididamente en otros sectores tambi�n poderosos de la burgues�a y en algunos sectores no latifundistas vinculados a la tierra. Sobre estas bases el prop�sito era construir una democracia representativa capaz de llevar a cabo la so�ada revoluci�n pac�fica, con abundante cr�dito del exterior y con sacrificio parcial de la oligarqu�a, imponi�ndole aunque no sea m�s que un remedo de Reforma Agraria.

�El esquema se ofrec�a magn�fico y dejaba amplio margen a la demagogia. Con �l se presentaban ante las masas y en efecto lograron atraer tras de s� muchas esperanzas. As�, con el visto bueno de Kennedy, apoy�ndose en poderosos sectores de la burgues�a, mas el equipo de militares en el poder y con el voto de una gran parte del electorado, ascendi� al gobierno, el abanderado de una nueva composici�n de fuerzas acu�adas en la Alianza Acci�n Popular-Democracia Cristiana, Fernando Bela�nde Terry.

�Como se desprende f�cilmente, el esquema para que siquiera comenzara a marchar necesitaba que se cumpliera ante todo un requisito indispensable: que la oligarqu�a entendiera razones y aceptara dejarse liquidar pac�ficamente. Pero, como dec�amos anteriormente y lo demuestra a cada paso la realidad, vano es apelar a los sentimientos y a la cordura de los enceguecidos oligarcas. Por el contrario, confirmando las ense�anzas del marxismo, tampoco quiere la oligarqu�a abandonar la escena de la historia sin antes dar la �ltima batalla. Desplazada del ejecutivo, la oligarqu�a comenz� a organizar su defensa. No le fue dif�cil lograrlo, alquilando y reconciliando viejos traidores. Ahora la tenemos en el Parlamento, domin�ndolo a trav�s de esa "c�pula contra natura" que es la Coalici�n APRA-UNO. As� la tenemos intransigente y no dej�ndose tocar uno de sus cabellos.

�Tal es primer engranaje que no ha querido funcionar dentro del esquema, el mas importante acaso, pero no el �nico.

�Estas mismas fuerzas que en el Parlamento se han erigido en defensores a muerte del latifundio, han asumido igualmente la defensa de los intereses del imperialismo �no alarmado� -o muy de otra manera alarmado- representado por el Pent�gono. Ese es el sector del imperialismo -el mas fuerte por ser el mas consecuente con la naturaleza agresiva del mismo- que no est� dispuesto a hacer ninguna concesi�n; que le mezquina los cr�ditos a la Alianza para el Progreso; que ha asesinado a Kennedy; que prefiere seguir apoy�ndose en las antiguas oligarqu�as; que conf�a mas en las dictadura militares y que no acepta, por supuesto, ni siquiera un decoroso arreglo sobre el petr�leo de la Brea y Pari�as. De este sector reciben sus consignas el APRA y la UNO. Nada m�s natural, siendo los representantes de la oligarqu�a cavernaria. Como tales colaboran tambi�n en privar al gobierno de sus bases fundamentales: los cr�ditos. Para ello no trepidan en hacerlo sospechoso de comunismo�

Sin embargo en el escaso tiempo transcurrido hemos visto que el kennedismo fue sepultado con su propugnador y que en forma cada vez mas evidente la pol�tica norteamericana se orienta por los dictados del Pent�gono, es decir, hacia las posiciones mas intransigentes en cuanto a la defensa de sus intereses y el sometimiento de nuestros pa�ses y hacia la indiscriminada selecci�n de sus t�teres, aceptando y propiciando, seg�n sus conveniencias, golpes militares, cuando la democracia representativa no es garant�a plena e sus intereses. Guatemala, El Salvador, Honduras, Ecuador, Brasil, y Bolivia, podr�an servir de ejemplo. Mas a�n, la "pol�tica Johnson� ha llegado, en el caso de la Rep�blica Dominicana, a la intervenci�n armada directa para detener un movimiento que no pasaba de reformismo, pese a sus indiscutibles matices populares y democr�ticos.

El saqueo de nuestros pueblos por el imperialismo norteamericano y sus aliados y la pauperizaci�n creciente de las mayor�as populares, hace inoperante las reformas dentro del marco cada vez mas estrecho, por ellos establecido, poniendo a nuestros pueblos sobre la �nica v�a que es la revoluci�n.

Pero al escoger el camino de la revoluci�n es indispensable determinar la clase o clases llamada a dirigirla.

El siete de febrero del a�o pasado, dec�amos en la Plaza San Mart�n de Lima, en un mitin convocado por la izquierda peruana:

�En otras etapas de la historia del mundo, la burgues�a cumpli� una tarea revolucionaria destruyendo el r�gimen feudal. La burgues�a como clase cumpli� su misi�n hist�rica con la revoluci�n liberal. Pero en la etapa actual hist�rica que vive el mundo y con las condiciones de pa�ses como el nuestro, la burgues�a est� incapacitada para conducir la lucha contra los explotadores de adentro y de afuera.

�Nuestra burgues�a, como todas las otras burgues�as de pa�ses semicoloniales como el Per�, es incapaz de cumplir su misi�n revolucionarias porque el desarrollo industrial capitalista exige un mercado nacional e internacional libres. Pero lo que sucede que lo que queda del mundo capitalista est� repartido entre las grandes potencias imperialistas, que fueron las primeras en realizar su revoluci�n burguesa. El Per� como Am�rica Latina ha sido objeto de ese reparto y como tal se encuentra bajo el dominio de los grandes monopolios imperialistas, principalmente los monopolios yanquis.

�Por otro lado, nuestro sector terrateniente se encuentra �ntimamente vinculado, por sus intereses con aquellos monopolios, pues la oligarqu�a latifundista, sacrificando cualquier otra clase de producci�n produce materias primas para ser exportadas a los pa�ses imperialistas. La importaci�n y exportaci�n de materias primas como az�car, algod�n, harina de pescado y minerales, etc., y la importaci�n de productos manufacturados son las principales fuentes de riqueza de la oligarqu�a y de sus amos imperialistas. Ya al mismo tiempo �sta relaci�n, ese maridaje, entre la oligarqu�a y los monopolios norteamericanos es el yugo que impide nuestro desarrollo independiente y nuestro progreso. La econom�a de nuestro pa�s ha sido deformada para servir mejor a aquellos intereses de la oligarqu�a y el imperialismo. L�gicamente esos intereses controlan el poder pol�tico y el poder militar.

�Como consecuencia de lo anterior, cualquier revoluci�n en el Per� tiene necesariamente que atentar contra esos intereses, tiene que ser al mismo tiempo, antioligarquica y anti-imperialista.

�En estas condiciones, la burgues�a peruana, incipiente, d�bil, subdesarrollada, est� incapacitada, es impotente para conducir esa revoluci�n anti-imperialista y antioligarquica. Para ello no tendr�a mas remedio que apelar a las masas, y la burgues�a sabe que si apela a las masas, �stas terminar�an pasando por encima de ella, hasta alcanzar plenamente todas sus reivindicaciones. Para la burgues�a las masas significan un peligro m�s grande a�n que la oligarqu�a y el imperialismo. Ante este peligro la burgues�a prefiere claudicar y acomodarse. Utiliza al pueblo a trav�s de la demagogia electoral para conseguir agruparse en el poder y luego lo traiciona, apoyandose en la oligarquia y el imperialismo para mantenerse en el poder.  La burgues�a no tiene mas remedio que traicionar para sobrevivir.

�Ha pasado la hora de la econom�a capitalista perfeccionadota de la explotaci�n del hombre por el hombre. La burgues�a peruana llega tarde a la historia. Ella no es due�a ni de su propio mercado. Tan solo las masas que no tienen inter�s en seguir manteniendo ning�n r�gimen de explotaci�n ser�n capaces de enfrentarse a la oligarqu�a y al imperialismo hasta las �ltimas consecuencias. Esta es la hora de los pueblos.  Esta es la hora de iniciar el camino hacia el socialismo�

Aun coincidiendo en todo lo anterior, que ha sido plenamente confirmado durante la actuaci�n gubernativa de Bela�nde, hay quienes llam�ndose integrantes de partidos de izquierda, revolucionarios y marxistas, sostienen que las condiciones objetivas y subjetivas no est�n dadas en el Per� para iniciar la insurrecci�n, y por ello, escogen caminos de transacci�n con la burgues�a, adaptan esquemas reformistas y llaman provocadores y aventureros a quienes sostenemos que sus puntos de vista son una aberraci�n.

No es necesario hablar de las condiciones objetivas, porque ellas, no s�lo est�n maduras, sino que lo han estado siempre. No creo que haya un pa�s en Am�rica Latina que presente condiciones infra y supraestructurales, tan injustas, tan carcomidas, tan arcaicas como las nuestras.

En cuanto a las condiciones subjetivas, partimos de la concepci�n de que ellas no est� plenamente dadas, pero que el inicio del proceso insurrecional ser� factor desencadenante para su perfecci�n e integraci�n, con caracteres tales que no es posible imaginar. Adem�s, hay que advertir que si esas condiciones subjetivas no han alcanzado la madurez requerida es, entre otras cosas, por la incapacidad de los partidos o grupos de izquierda para crearlas o integrarlas.

Para una mejor comprensi�n, es bueno anotar algunos aspectos de este problema que ponen en evidencia que la conciencia de lucha de nuestras masas, supera en mucho la capacidad conductora de quienes han pretendido o pretenden llamarse vanguardia revolucionaria del pueblo.

El a�o 1963, apoy�ndose en las demag�gicas promesas de Bela�nde sobre la entrega de la tierra a los campesinos, a trav�s de una Reforma Agraria radical y acelerada, los campesinos comuneros de la regi�n serrana del Centro del pa�s, iniciaron el 28 de Julio, d�a de la Patria, mientras Belaunde recib�a la banda presidencial entre boatos, loas, burocracia, la reconquista de la tierra por medio de invasiones a las haciendas vecinas, la mayor�a de las cuales son fruto de la usurpaci�n el robo a las comunidades ind�genas o a los n�cleos campesinos.  Esta ola de invasiones, que surgieron como un movimiento espont�neo, se extendi� por todo el pa�s, como un reguero de p�lvora y, por doquier, millares de campesinos, hombres, mujeres y ni�os, con banderas, con tambores, con pututos[iv], marcharon sobre los latifundios en un proceso sin precedentes en toda la historia del pa�s. La falta de una vanguardia capaza de dirigir este proceso determin� que Bela�nde, poniendo en juego sus dotes demag�gica,s una gran campa�a de propaganda y una represi�n desalojadora, sangrienta y gigantesca, que ha durado hasta el a�o pasado, pudiera controlar el fen�meno, hacer retroceder al campesinado y mantenerlo est�tico por un tiempo, tras vanas esperanzas de recibir por medios legales la tierra que siempre le perteneci� y que hoy vivifican los campesinos con su trabajo en calidad de siervos. Provincias enteras hab�an sido invadidas. En el Centro y en el Sur, este fen�meno fue arrollador, gigantesco, hist�rico, anuncio que ha de se�alar la singularidad de nuestro proceso revolucionario en el Continente y quiz� en el mundo.

La presencia de las comunidades ind�genas, que exceden de cinco mil, pese a que solo mil seiscientas est�n reconocidas oficialmente, agrupando aproximadamente a tres millones de campesinos, y el creciente proceso de sindicalizaci�n campesina dentro de los latifundios, esencialmente en el Sur, son factores de primer orden que dan luces sobre el problema y sus perspectivas.

Hemos hablado ya de las barriadas clandestinas, que surgen como encanto alrededor de las ciudades, a trav�s de la invasi�n de tierras eriazas o lotes por construir en las afueras de las ciudades por obra de los campesinos migrados de la Sierra. Muchos peruanos han ca�do en �stas luchas por conquistar un pedazo de tierra y levantar en �l su m�sera vivienda. Es frecuente desde hace varios a�os ver los desalojos de barriadas enteras surgidas al amparo de la noche, embanderadas con el rojo y blanco de nuestro emblema nacional, en medio del fuego, del tronar de los fusiles policiales, el llanto de mujeres y de ni�os, y la lucha inerme de todos, por mantener aquello que es todo su patrimonio.

En cuanto a la clase obrera, en su mayor�a est� todav�a controlada por los partidos burgueses, pero sin embargo, el proceso de conciencializaci�n avanza y muchos sectores obreros (mineros, azucareros, y fabriles) han producido movimientos de gran envergadura que solo han podido ser controlados a sangre y fuego.

Vale la pena recalcar que de las diecis�is universidades que funcionan en el pa�s doce est�n completamente controladas por la izquierda, y que tanto los estudiantes universitarios como los secundarios, protagonizan permanentemente acciones de masas en las ciudades y mantienen en jaque a las fuerzas policiales.

Por �ltimo, cabe mencionar un acontecimiento que hizo noticia el a�o pasado, cuando se produjo una masacre en la que murieron mas de mil personas en Lima, pese a que los informes policiales hac�an aparecer solo una tercera parte de esa cifra, como consecuencia de la bestial represi�n polic�aca por algunos desmanes producidos en el Estadio Nacional durante un partido internacional de f�tbol. En esa oportunidad, el pueblo lime�o combati� durante dos d�as contra las fuerzas de la polic�a y del ej�rcito, dando escape a su furia contenida y demostrando su indiscutible decisi�n de lucha. En analog�a a cualquier reclamo popular o estudiantil, en las ciudades especialmente en Lima, terminan con incendios a �mnibus, rotura de vitrinas y asaltos masivos a la propiedad burguesa y a las fuerzas policiales.

Todo lo anterior configura una realidad subjetiva indiscutible dentro de las masas y demuestra a las claras que lo que hace falta en nuestro pa�s es la vanguardia revolucionaria capaz de canalizar las ansias reivindicativas de nuestro pueblo, darle forma y organicidad y conducirlas a trav�s de caminos adecuados y valederos.

La afirmaci�n de que las condiciones objetivas y subjetivas no est�n dadas en el Per� para el inicio de la insurrecci�n, no pasa de ser un pretexto para detener la revoluci�n; o la prueba de la incapacidad directriz revolucionarias o de la minor�a de quienes utilizan la etiqueta de marxista-leninistas o de revolucionarios.

Felizmente para el Per�, las tesis anteriores van siendo descartadas y se abre paso el criterio de la insurrecci�n, la lucha armada debe estar en el orden del d�a y los explotados deben proponerse desde ya la captura del poder.

Surge sin embargo, la contraposici�n de concepciones y de esquemas. Hay todav�a quienes sostienen demag�gicamente los esquemas tradicionales de la Revoluci�n de Octubre, dirigida materialmente por el proletariado y teniendo como escenario las ciudades. Por otro lado existen sectores del trotskismo, como el FIR (Frente de Izquierda Revolucionario) que dirige Hugo Blanco, que sostiene la tesis del poder dual creado sobre la base de organizaciones campesinas que fueran arrebatando funciones a las autoridades del poder olig�rquico y que se fueran extendiendo y desarrollando en federaciones provinciales, departamentales, regionales, para llegar a controlar un gigantesco poder campesino popular, y siguiendo un proceso creciente de radicalizaci�n ir creando sus instrumentos armados milicianos, para culminar con el asalto al poder como un fen�meno fundamentalmente de masas.

Por nuestra parte, desde que surgimos a la vida pol�tica nacional el 12 de Octubre de 1959, sostuvimos la necesidad de encarar el fen�meno partiendo de la lucha armada en el campo, con la estrategia y t�ctica guerrilleras, para arrancar las vendas del enga�o, del temor, del escepticismo que cubren la conciencia de nuestro pueblo; para ir movilizando, organizando, concientizando e incorporando paulatinamente a la lucha a las grandes masas campesinas, estudiantiles, peque�o burguesas, de la clase obrera, para ir construyendo el Ej�rcito Rebelde; desintegrando con la propaganda y la lucha al Ej�rcito mercenario (integrado, como ya queda dicho, en su gran mayor�a por campesinos); y para capturar el poder dentro de un proceso militar estrechamente vinculado a las masas, es decir, de guerra del pueblo, que avance de los Andes a la Costa, del campo a las ciudades, de las provincias a la capital.

El esquema citadino de la Revoluci�n de Octubre no corresponde a nuestra realidad, ya que el poder olig�rquico est� intacto y no en descomposici�n, como en aquella gesta hist�rica, y solo es fruto del dogmatismo de algunos sectores trotskistas ortodoxos y de la generalizada debilidad de realizar transplantes mec�nicos de esquemas extra�os.

El esquema del poder dual debi� quedar descartado con el fracaso de Hugo Blanco[v], que pese a haber desarrollado un interesante proceso de organizaci�n y de lucha reivindicativa de las masas, se desmoron� a la primera embestida de las fuerzas represivas.

El esquema insurreccional del MIR se fundamenta en las concepciones siguientes:

- Las condiciones objetivas y subjetivas est�n dadas, y si las �ltimas no plenamente, ellas se integrar�n dentro del proceso.

- Los explotados deben plantearse desde ya la captura del poder por medio de la lucha armada.

- La estrategia y t�ctica guerrilleras, desde una primera etapa, y las correspondientes a la guerra de maniobras, y quiz� de posiciones, para las etapas posteriores, deben ser formas de lucha armada.

- Dada nuestra condici�n de pa�s predominantemente campesino y las caracter�sticas geogr�ficas ya anotadas, la insurrecci�n debe iniciarse en la sierra o en los contrafuertes orientales de la Cordillera.

- Teniendo en cuenta la extensi�n de nuestro pa�s y su falta de integraci�n geogr�fica, vial, ling��stica, racial, cultural, es requerible contar con varios focos guerrilleros para el inicio y desarrollo de las acciones.

- A trav�s el impacto de las acciones guerrilleras deber� ir desarroll�ndose la construcci�n del Partido, y en base a �ste, la movilizaci�n, organizaci�n, concientizaci�n e incorporaci�n de las masas a la lucha, en el campo y la ciudad.

- Considerando nuestra condici�n de pa�s subdesarrollado, que sufre la agresi�n conjunta de latifundistas, grandes burgueses e imperialistas. Es indispensable la unidad de los sectores explotados: campesinos, obreros, peque�a burgues�a y sectores progresistas de la burgues�a nacional, dentro de un frente �nico, con la hegemon�a de la alianza obrero-campesina, representada por el partido revolucionario, marxista-leninista.

- La Revoluci�n Peruana es parte del fen�meno continental y mundial, lo que exige formas progresivas de integraci�n en todos los aspectos y etapas, para poder derrotar a las fuerzas olig�rquicas e imperialistas continentalmente coaligadas.

Partiendo de �stas consideraciones fundamentales, el MIR ha venido realizando los trabajos previos que consideraba indispensable para iniciar y garantizar el desarrollo de un proceso hist�rico, como el que hoy vivimos.

Cabe hacer menci�n tambi�n a otro punto que ha sido y sigue siendo motivo de controversia, de pol�mica o de m�vil de actuaci�n dentro de la izquierda peruana y quiz� continental. Para algunos sectores, concordando en lo fundamental con las consideraciones señaladas en el p�rrafo anterior, era necesario contar con un gran partido de masas de estructura leninista, para conducir el proceso insurreccional. Para alcanzar aquella meta hab�a que realizar tareas pol�ticas dentro del concepto tradicional de la pol�tica en nuestros pa�ses que debe entenderse como politiquer�a, electoralismo, transacci�n con la burgues�a, oportunismo, burocratismo, etc�tera. etc�tera.. Por otro lado hab�a que desarrollar tareas de organizaci�n de las masas en fr�o, sin tener en cuenta su escepticismo, su temor y el enga�o de que son v�ctimas y, adem�s, sin considerar las consecuencias del reformismo, la intensidad y frecuencia de la represi�n y la habilidad indiscutible de la oligarqu�a peruana, que en ning�n momento de la historia republicana se ha dejado arrebatar el poder, como puede haber sucedido en otros pa�ses latinoamericanos, durante los movimientos �liberales� del siglo pasado o los movimientos burgueses de �ste siglo.

Nosotros consideramos que partiendo de m�nimos indispensables en cuanto a organizaci�n partidaria y a prestigio dentro de las masas hay que abocarse fundamentalmente al trabajo insurrecional, con la seguridad que durante la etapa preparatoria concreta de las zonas guerrilleras, y con mayor intensidad despu�s del inicio de las acciones, ser� posible construir el partido y movilizar, organizar, conciencializar e incorporar a las masas a la lucha armada. Lo anterior implica comenzar por el nivel mas alto de la lucha armada y a trav�s de �l construir el verdadero partido de la revoluci�n e incorporar las masas a la lucha.

La experiencia nos viene demostrando que est�bamos en lo justo al plantear el problema con esos criterios. Al establecernos los dirigentes y los principales cuadros del MIR en las zonas que llamamos de seguridad, era indispensable montar aparatos m�nimos de abastecimiento, informaci�n y de enlace con los campesinos de la zona, que impactados por la presencia de grupos armados en la monta�a y por medio de un trabajo ideol�gico intenso, han ido descartando su escepticismo, su temor y el enga�o que frenaba su ansia centenarias de lucha, constituy�ndose en c�lulas, las mismas que paulatinamente han ido creciendo y multiplic�ndose, fortaleci�ndose desde el punto de vista ideol�gico, y encarando bajo la direcci�n nuestra, nuevos aspectos de trabajo, como la propaganda clandestina, la organizaci�n de nuevas c�lulas y sindicatos campesinos y actuando dentro de las organizaciones de masas, con el m�todo de trabajo abierto.

Con el comienzo de nuestras acciones por una de las guerrillas del MIR, la Guerrilla "T�pac Amaru", en la Sierra Central del pa�s, la impactaci�n ha crecido a nivel nacional. De la propaganda armada secreta estamos pasando a la propaganda armada p�blica y a otras formas de propaganda y difusi�n. La acci�n armada radicaliza a las masas y la represi�n consiguiente produce los mismos resultados. En esta forma va desarroll�ndose el proceso integralmente, partiendo del catalizador de la lucha armada, Cuando las guerrillas �Atahualpa�, y �C�sar Vallejo� en la Sierra Norte, y las guerrillas "Manco Inca" y "Pachac�tec" en el Sur, comiencen las acciones, siguiendo una progresi�n planificada por el Comando del MIR, los alcances de nuestra impactaci�n y de nuestro trabajo de masas, ser�n inmensamente mayores.

Aunque es muy dif�cil prever el rumbo de los acontecimientos, es posible aventurar algunas ideas generales en cuanto a las perspectivas del proceso que se ha iniciado en el Per� con las acciones guerrilleras del MIR.

Creemos que nuestro proceso insurreccional adquirir� formas caracter�sticas de una verdadera revoluci�n agraria y que las acciones de las masas campesinas comenzar�n con las invasiones de los latifundios usurpados a las comunidades y a los n�cleos campesinos, bajo la direcci�n de las c�lulas y comit�s clandestinos del partido revolucionario y con el amparo de los grupos guerrilleros. Los propios campesinos organizar�n milicias de autodefensa y de acuerdo a su nivel ideol�gico y entusiasmo revolucionario, ir�n siendo incorporados a las guerrillas zonales o a las columnas del Ej�rcito Rebelde.

Las contradicciones sociales en el campo son en tal grado antag�nicas, que no podr�n ser resueltas con paliativos, con parches o con promesas y su car�cter centenario y nacional les da fuerza suficiente para generar un proceso sin precedentes.

La Sierra es la regi�n mas poblada del pa�s, como ya hemos dicho, y abastece a los mercados citadinos en gran proporci�n. La mayor�a de carreteras y ferrocarriles son transandinos, elev�ndose paulatinamente desde el nivel del mar para tramontar la Cordillera Occidental, y alguno de ellos las cordillera Central y Oriental de los Andes, cruzando abismos, valles, laderas y planicies en una sucesi�n impresionante. Las l�neas de abastecimiento de las fuerzas militares parten forzosamente de la Costa, mientras que las l�neas de abastecimiento de las poblaciones coste�as parten de la sierra. He ah� la ecuaci�n geogr�fica, econ�mica y militar que debe tenerse en cuenta y resolverse.

Hemos visto, tambi�n, que el Ej�rcito y la Polic�a est�n integrados en un ochenta por ciento por campesinos serranos, lo que hace muy discutible su solidez represiva, frente a un fen�meno social agrarista serrano.

No hay que olvidar que la peque�a burgues�a urbana y rural, sufren las consecuencias de la explotaci�n y el subdesarrollo originado por la oligarqu�a y el imperialismo, lo que hace de ella una clase muy importante para el desarrollo insurreccional y revolucionario en el pa�s, fundamentalmente a trav�s de los sectores estudiantiles, intelectuales, profesionales, t�cnicos, artesanales y propietarios de algunos medios de producci�n.

La clase obrera seguir� su proceso de radicalizaci�n comenzando por los sectores mineros, y de braceros agr�colas. Y, por �ltimo, la poblaci�n desocupada y subempleada de las barriadas, que sufren la desadaptaci�n y la miseria, y que est� en condiciones de comprender las diferencias sociales y econ�micas existentes en el pa�s, por el hecho mismo de vivir en las ciudades como sirvientes de los oligarcas, como obreros expoliados, como comerciantes ambulantes o como simples espectadores del boato olig�rquico, del lujo de sus residencias y de la insensibilidad y el desprecio del que hacen gala frente al pueblo, se ha de convertir f�cilmente, en determinada etapa del proceso, en una luz incontenible.

Las guerrillas constituyen, dentro de �sta concepci�n de guerra del pueblo, catalizadores de la explosi�n social, g�rmenes del Ej�rcito Rebelde, factores de propaganda y organizaci�n, escuelas ideol�gicas y militares.

Otro aspecto trascendental que se impone en la perspectiva es la unidad de la izquierda. Al respecto sostenemos que ella es indispensable para el desarrollo y culminaci�n de la lucha, estando condicionada a que se produzca en el proceso, en la lucha misma, descartando las formas de parlamentarismo intrascendente e insincero, y adem�s, que la unidad de la izquierda ha de significar todo un proceso. Tenemos confianza en que todos los verdaderos revolucionarios, todos los marxista-leninistas aut�nticos tendr�n que pasar por las puertas de la historia que el MIR est� abriendo en el Per�, sino quieren quedar una vez mas a la zaga en la historia de Am�rica.

Consideramos que el Partido de la Revoluci�n Peruana se ir� construyendo dentro del proceso insurreccional y que sus cuadros dirigentes surgir�n de la lucha misma. No usamos la etiqueta de Partido, sino que nos llamamos lo que somos, un Movimiento que pretende ser un factor de gestaci�n del Partido de la Revoluci�n Peruana.

Por otra parte, la Revoluci�n Peruana es parte de la revoluci�n continental y mundial. Obedece al impulso incontenible de la liberaci�n de los pueblos oprimidos y se dirige contra los enemigos de los pueblos del mundo: el imperialismo norteamericano, y sus lacayos olig�rquicos. La insurrecci�n en Am�rica Latina no es mercanc�a que se exporta de uno u otro pa�s, sino, fruto aut�ntico de las contradicciones inherentes al sistema imperante en nuestros pueblos. La insurrecci�n en Am�rica Latina se ha iniciado en Venezuela, Guatemala, Colombia y Per�, y muchos otros pa�ses est�n frente al umbral de las acciones armadas. Ninguna fuerza ser� capaz de detener este proceso revolucionario, m�s cuando est� vinculado al fen�meno mundial de la revoluci�n y cuando las contradicciones imperialistas se agudizan y sus frentes de lucha se multipliquen.

Consideramos que el imperialismo norteamericano en su desesperaci�n recurrir� a sus ingentes medios para detener y sofocar la guerra emancipadora continental. Estamos seguros que la intervenci�n armada norteamericana en nuestro territorio ha de producirse con mayor celeridad que en otros pa�ses, porque los capataces del Pent�gono saben bien de la trascendencia de una insurrecci�n triunfante en desarrollo en el coraz�n de Am�rica Latina. Pero, asimismo tenemos confianza en que la guerra nacional de liberaci�n en nuestro pa�s ser� un positivo factor polarizador de las conciencias contra el explotador e intervencionista extranjero.

Los imperialistas norteamericanos propician desde ya la fuerza interamericana de defensa, dirigida contra los movimientos de liberaci�n de nuestros pueblos; pero igualmente debe comprenderse que nuestra lucha nacional revolucionaria se convertir� a la corta o a la larga, en lucha continental revolucionaria, porque al fin de cuentas todos nuestros pueblos participan en la misma ansia de liberaci�n y el proceso de unos, ir� radicalizando a los otros, e incorporandolos a la lucha con los m�todos y formas correspondientes a sus propias realidades.

El proceso insurreccional iniciado por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) corresponde a una revoluci�n nacional popular, antioligarquica y anti-imperialista llamada a establecer el gobierno democr�tico que siente las bases para la instauraci�n del socialismo en nuestra patria.

Tenemos plena confianza en nuestro glorioso pueblo y tenemos fe en la revoluci�n.

Ello alienta nuestra decisi�n de continuar, a costa de cualquier sacrificio por el camino que hemos escogido y seguir haci�ndonos dignos de la condici�n de vanguardia revolucionaria del pueblo peruano.

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[1] En 1971 o 1972 a esta empresa norteamericana le fue cancelada la concesi�n por el Estado, debido a que no cumpli� con los planes de colonizaci�n concertados. La explotaci�n ganadera que logr� desarrollar pas� a manos del monopolio estatal Epsa.

[2] De �stas empresas quedan funcionando en el pa�s: la Southern y la Northern, las otras fueron expropiadas.

 

[i] Alianza Popular Revolucionaria Americana:  Movimiento social-democratico fundado en Mexico en 1924 por el entonces estudiante exiliado peruano Victor Raul Haya de la Torre.  En una epoca existieron celulas apristas en varios paises, pero a largo plazo solo subsistio el Partido Aprista Peruano.  Haya y el APRA inicialmente adoptaron poses y programas revolucionarios, incluso tratando de iniciar un alzamiento armado en el Peru en 1932, pero poco a poco su corte anti-comunista y reformista salio al frente.   Para mayor informacion ver Archivo Victor Raul Haya de la Torre. (Nota del MIA)

[ii] Se refiere al partido establecido para promover la re-eleccion a la Presidencia de la Republica del General Manuel A. Odria (1897-1974), quien goberno al Peru desde 1948 hasta 1956, periodo conocido como "el Ochenio".  (Nota del MIA)

[iii] Fernado Belaunde Terry (1912-2002): Arquitecto de profesion y jefe del partido centro-derechista Accion Popular.  Fue electo a la Presidencia de la Republica por dos periodos:  en 1963, siendo depuesto por un golpe militar en 1968, y  1980-1985. (Nota del MIA)

[iv] Trompeta tradicional, de origen precolombino, elaborada de la concha de un gran caracol marino. (Nota del MIA)

[v] En 1962, los campesinos de los valles de La Convenci�n y Lares en el departamento del Cusco realizaron tomas de tierras.   Ante la escalada represiva que result�, el sindicato de Chaupimayo, en el cual militaba Blanco, opt� por defenderse con las armas y se organiz� la columna guerrillera Brigada Remigio Huam�n, nombrada en honor a un campesino asesinado por la polic�a. Pero, el accionar de la guerrilla fue breve, ya que en mayo de 1963 se desbarat� la columna y Blanco fue capturado.   Cumpli� siete años en prisi�n, siendo liberado en 1970 por el gobierno reformista militar de Juan Velasco Alvarado.  Solo una campa�a internacional lo hab�a salvado de la pena de muerte.   Para mayor lectura ver: Hugo Blanco, 1972, Tierra o muerte: las luchas campesinas en Per�, Siglo XXI Eds., M�xico. (Nota del MIA)