Salvador Allende

�Basta de desigualdad social! Discurso en el Estadio Nacional de Santiago al asumir como Presidente de la Rep�blica 


Pronunciado: El 5 de noviembre de 1970.
Versi�n digital: Eduardo Rivas, 2015.
Esta edici�n: Marxists Internet Archive, 2 de febrero de 2016.


Dijo el pueblo: “Venceremos”, y vencimos.

Aqu� estamos hoy, compa�eros, para conmemorar el comienzo de nuestro triunfo.

Pero alguien m�s vence hoy con nosotros. Est�n aqu� Lautaro y Caupolic�n, hermanados en la distancia de Cuauht�moc y T�pac Amaru.

Hoy, aqu� con nosotros, vence O’Higgins, que nos dio la independencia pol�tica, celebrando el paso hacia la independencia econ�mica.

Hoy, aqu� con nosotros, vence Manuel Rodr�guez, v�ctima de los que anteponen sus ego�smos de clase al progreso de la comunidad.

Hoy, aqu� con nosotros, vence Balmaceda, combatiente en la tarea patri�tica de recuperar nuestras riquezas del capital extranjero.

Hoy, aqu� con nosotros, tambi�n vence Recabarren con los trabajadores organizados tras a�os de sacrificios.

Hoy, aqu� con nosotros, por fin, vencen las v�ctimas de la poblaci�n Jos� Mar�a Caro; aqu� con nosotros, vencen los muertos de El Salvador y Puerto Montt, cuya tragedia atestigua por qu� y para qu� hemos llegado al poder.

De los trabajadores es la victoria.

Del pueblo sufrido, que soport� por siglo y medio, bajo el nombre de Independencia, la explotaci�n de una clase dominante incapaz de asegurar el progreso, y de hecho, desentendida de �l.

La verdad, lo sabemos todos, es que el atraso, la ignorancia, el hambre de nuestro pueblo y de todos los pueblos del Tercer Mundo, existen y persisten porque resultan lucrativos para unos poco privilegiados.

Pero ha llegado por fin el d�a de decir basta. �Basta a la explotaci�n econ�mica! �Basta a la desigualdad social! �Basta a la opresi�n pol�tica!

Hoy con la inspiraci�n de los h�roes de nuestra Patria, nos reunimos aqu� para conmemorar nuestra victoria, la victoria de Chile; y tambi�n para se�alar el comienzo de la liberaci�n. El pueblo, al fin hecho Gobierno, asume la direcci�n de los destinos nacionales.

Pero �cu�l es el Chile que heredamos? Exc�senme, compa�eros, que en esta tarde de fiesta y ante las delegaciones de tantos pa�ses que nos honran con su presencia, me refiera a temas tan dolorosos. Es nuestra obligaci�n y nuestro derecho denunciar sufrimientos seculares, como dijo el Presidente peruano Velasco Alvarado: “Una de las grandes tareas de la revoluci�n es romper el cerco del enga�o que a todos nos ha hecho vivir de espaldas a la realidad”.

Ya es tiempo de decir que nosotros los pueblos subdesarrollados fracasamos en la historia.

Fuimos colonias en la civilizaci�n agrario-mercantil. Somos apenas naciones neocoloniales en la civilizaci�n urbano-industrial. Y en la nueva civilizaci�n que emerge, amenaza continuar nuestra dependencia.

Hemos sido los pueblos explotados. Aquellos que no existen para s�, sino para contribuir a la prosperidad ajena.

�Y cu�l es la causa de nuestro atraso? �Qui�n es responsable del subdesarrollo en que estamos sumergidos?

Tras muchas deformaciones y enga�os, el pueblo ha comprendido. Sabemos bien, por experiencia propia, que las causas reales de nuestro atraso est�n en el sistema.

En este sistema capitalista dependiente, que, en el plano interno, opone las mayor�as necesitadas a minor�as ricas; y en el plano internacional, opone los pueblos poderosos a los pobres; y los m�s costean la prosperidad de los menos.

Heredamos una sociedad lacerada por las desigualdades sociales.

Una sociedad dividida en clases antag�nicas de explotadores y explotados.

Una sociedad en que la violencia est� incorporada a las instituciones mismas, y que condena a los hombres a la codicia insaciable, a las m�s inhumanas formas de crueldad e independencia frente al sufrimiento ajeno.

Nuestra herencia es una sociedad sacrificada por el desempleo, flagelo que lanza a la cesant�a forzosa y a la marginalidad a masas crecientes de la ciudadan�a; masas que no son un fen�meno de superpoblaci�n, como dicen algunos, sino las multitudes que testimonian, con su tr�gico destino, la incapacidad del r�gimen para asegurar a todos el derecho elemental al trabajo.

Nuestra herencia es una econom�a herida por la inflaci�n, que mes tras mes va recortando el m�sero salario de los trabajadores y reduciendo a casi nada -cuando llegan a los �ltimos a�os de su vida- el ingreso de una existencia de privaciones. Por esta herida sangra el pueblo trabajador de Chile; costar� cicatrizarla, pero estamos seguros de conseguirlo, porque la pol�tica econ�mica del Gobierno ser� dictada desde ahora por los intereses populares.

Nuestra herencia es una sociedad dependiente, cuyas fuentes fundamentales de riquezas fueron enajenadas por los aliados internos de grandes empresas internacionales. Dependencia econ�mica, tecnol�gica, cultural y pol�tica.

Nuestra herencia es una sociedad frustrada en sus aspiraciones m�s hondas de desarrollo aut�nomo. Una sociedad dividida, en que se niega a la mayor�a de las familias los derechos fundamentales al trabajo, a la educaci�n, a la salud, a la recreaci�n, y hasta la misma esperanza de un futuro mejor.

Contra todas estas formas de existencia se ha alzado el pueblo chileno. Nuestra victoria fue dada por la convicci�n, al fin alcanzada, de que s�lo un Gobierno aut�nticamente revolucionario podr�a enfrentar el poder�o de las clases dominantes, al mismo tiempo movilizar a todos los chilenos para edificar la Rep�blica del pueblo trabajador.

�sta es la gran tarea que la historia nos entrega. Para acometerla, les convoco hoy, trabajadores de Chile. S�lo unidos hombro a hombro, todos los que amamos a esta Patria, los que creemos en ella, podremos romper el subdesarrollo y edificar la nueva sociedad.

Vivimos un momento hist�rico: la gran transformaci�n de las instituciones pol�ticas de Chile. El instante en que suben al poder, por la voluntad mayoritaria, los partidos y movimientos portavoces de los sectores sociales m�s postergados.

Si nos detenemos a meditar un momento y miramos hacia atr�s en nuestra historia, los chilenos estamos orgullosos de haber logrado imponernos por v�a pol�tica, triunfando sobre la violencia.

�sta es una noble tradici�n. Es una conquista imperecedera. En efecto, a lo largo de nuestro permanente combate por la liberaci�n, de la lenta y dura lucha por la igualdad y por la justicia, hemos preferido siempre resolver los conflictos sociales con los recursos de la persuasi�n, con la acci�n pol�tica.

Rechazamos, nosotros los chilenos, en lo m�s profundo de nuestras conciencias, las luchas fratricidas. Pero sin renunciar jam�s a reivindicar los derechos del pueblo.

Nuestro escudo lo dice: “Por la raz�n o la fuerza”. Pero dice primero por la raz�n.

Esta paz c�vica, esta continuidad del proceso pol�tico, no es la consecuencia fortuita de un azar.

Es el resultado de nuestra estructura socioecon�mica, de una relaci�n peculiar de las fuerzas sociales que nuestro pa�s ha ido construyendo de acuerdo con la realidad de nuestro desarrollo.

Ya en nuestros primeros pasos como pa�s soberano, la decisi�n de los hombres de Chile y la habilidad de sus dirigentes nos permitieron evitar las guerras civiles.

Ya en 1845, Francisco Antonio Pinto escrib�a al general San Mart�n: “Me parece que nosotros vamos a solucionar el problema de saber c�mo ser republicanos y continuar hablando la lengua espa�ola”. Desde entonces, la estabilidad institucional de la Rep�blica fue una de las m�s consistentes de Europa y Am�rica.

Esta tradici�n republicana y democr�tica llega as� a formar parte de nuestra personalidad, impregnando la conciencia colectiva de los chilenos.

El respeto a los dem�s, la tolerancia hacia el otro, es uno de los bienes culturales m�s significativos con que contamos.

Y, cuando dentro de esta continuidad institucional y de las normas pol�ticas fundamentales, surgen los antagonismos y contradicciones entre las clases, esto ocurre en forma esencialmente pol�tica. Nunca nuestro pueblo ha roto esta l�nea hist�rica.

Las pocas quiebras institucionales fueron siempre determinadas por las clases dominantes.

Fueron siempre los poderosos quienes desencadenaron la violencia, los que vertieron la sangre de chilenos, interrumpiendo la normal evoluci�n del pa�s. As� como cuando Balmaceda, consciente de sus deberes y defensor de los intereses nacionales, actu� con la dignidad y el patriotismo que la posteridad ha reconocido.

Las persecuciones contra los sindicatos, los estudiantes, los intelectuales y los partidos obreros, son la respuesta violenta de quienes defienden privilegios. Sin embargo, el combate ininterrumpido de las clases populares organizadas, ha logrado imponer progresivamente el reconocimiento de las libertades civiles y sociales, p�blicas e individuales.

Esta evoluci�n particular de las instituciones en nuestro contexto estructural es lo que ha hecho posible la emergencia de este momento hist�rico en que el pueblo asume la direcci�n pol�tica de pa�s.

Las masas, en su lucha para superar el sistema capitalista que las explota, llegan a la presidencia de la Rep�blica integradas, fundidas en la Unidad Popular, y en lo que constituye la manifestaci�n m�s relevante de nuestra historia: la vigencia y el respeto de los valores democr�ticos, el reconocimiento de la voluntad mayoritaria.

Sin renunciar a sus metas revolucionarias, las fuerzas populares han sabido ajustar su actuaci�n a la realidad concreta de las estructuras chilenas, contemplando los reveses y los �xitos, no como derrotas o victorias definitivas, sino como hitos en el duro y largo camino hacia la emancipaci�n.

Sin precedentes en el mundo, Chile acaba de dar una prueba extraordinaria de desarrollo pol�tico, haciendo posible que un movimiento anticapitalista asuma el poder por el libre ejercicio de los derechos ciudadanos. Lo asume para orientar al pa�s hacia una nueva sociedad, m�s humana, en que las metas �ltimas son la racionalizaci�n de la actividad econ�mica, la progresiva socializaci�n de los medios productivos y la superaci�n de la divisi�n de clases.

Desde el punto de vista te�rico-doctrinal, como socialistas que somos, tenemos muy presente cu�les son las fuerzas y los agentes del cambio hist�rico. Y, personalmente, s� muy bien, para decirlo en los t�rminos textuales de Engels, que: “Puede concebirse la evoluci�n pac�fica de la vieja sociedad hacia la nueva, en los pa�ses donde la representaci�n popular concentra en ella todo el poder, donde de acuerdo con la Constituci�n, se puede hacer lo que se desee, desde el momento en que se tiene tras de s� a la mayor�a de la naci�n”.

Y �ste es nuestro Chile. Aqu� se cumple, por fin, la anticipaci�n de Engels. Sin embargo, es importante recordar que en los sesenta d�as que han seguido a los comicios del 4 de septiembre, el vigor democr�tico de nuestro pa�s ha sido sometido a la m�s dura prueba por la que jam�s haya atravesado.

Tras una dram�tica sucesi�n de acontecimientos, ha prevalecido de nuevo nuestra caracter�stica dominante: la confrontaci�n de las diferencias por la v�a pol�tica.

El Partido Dem�crata Cristiano ha sido consciente del momento hist�rico y de sus obligaciones para con el pa�s, lo que merece ser destacado.

Chile inicia su marcha hacia el socialismo sin haber sufrido la tr�gica experiencia de una guerra fratricida. Y este hecho, con toda su grandeza, condiciona la v�a que seguir� este Gobierno en su obra transformadora.

La voluntad popular nos legitima en nuestra tarea. Mi Gobierno responder� a esta confianza haciendo real y concreta la tradici�n democr�tica de nuestro pueblo.

Pero en estas sesenta d�as decisivos que acabamos de vivir, Chile y el mundo entero han sido testigos, en forma inequ�voca, de los intentos confesados para conculcar fraudulentamente el esp�ritu de nuestra Constituci�n; para burlar la voluntad del pueblo; para atentar contra la econom�a del pa�s, y, sobre todo, en actos cobardes de desesperaci�n, para provocar un choque sangriento, violento, entre nuestros conciudadanos.

Estoy personalmente convencido de que el sacrificio heroico de un soldado, el comandante en jefe del Ej�rcito, general Ren� Schneider, ha sido el acontecimiento imprevisible que ha salvado a nuestra Patria de una guerra civil.

Perm�taseme, en esta solemne ocasi�n, rendir en su persona el reconocimiento de nuestro pueblo a las Fuerzas Armadas y al Cuerpo de Carabineros, fieles a las normas constitucionales y al mandato de la ley.

Este episodio incre�ble, que la historia registrar� como una guerra civil larvada, que dur� apenas un d�a, demostr� una vez m�s la demencia criminal de los desesperados. Ellos son los representantes, los mercenarios de las minor�as que, desde la colonia, tienen la agobiante responsabilidad de haber explotado en su provecho ego�sta a nuestro pueblo; de haber entregado nuestras riquezas al extranjero. Son estas minor�as las que, en su desmedido af�n de perpetuar sus privilegios, no vacilaron en 1891 y no han titubeado en 1970 en colocar a la naci�n ante una tr�gica disyuntiva.

�Fracasaron en sus designios antipatri�ticos! �Fracasaron frente a la solidez de las instituciones democr�ticas, ante la firmeza de la voluntad popular, resuelta a enfrentarlos y a desarmarlos, para asegurar la tranquilidad, la confianza y la paz de la naci�n, desde ahora bajo la responsabilidad del poder popular!

�Pero qu� es el poder popular? Poder popular significa que acabaremos con los pilares donde se afianzan las minor�as que, desde siempre, condenaron a nuestro pa�s al subdesarrollo.

Acabaremos con los monopolios, que entregan a unas pocas docenas de familias el control de la econom�a.

Acabaremos con un sistema fiscal puesto al servicio del lucro, y que siempre ha gravado m�s a los pobres que a los ricos; que ha concentrado el ahorro nacional en manos de los banqueros y su apetito de enriquecimiento.

Vamos a nacionalizar el cr�dito para ponerlo al servicio de la prosperidad nacional y popular.

Acabaremos con los latifundios, que siguen condenando a miles de campesinos a la sumisi�n, a la miseria, impidiendo que el pa�s obtenga de sus tierras todos los alimentos que necesitamos.

Una aut�ntica Reforma Agraria har� esto posible.

Terminaremos con el proceso de desnacionalizaci�n, cada vez mayor, de nuestras industrias y fuentes de trabajo, que nos somete a la explotaci�n for�nea.

Recuperaremos para Chile sus riquezas fundamentales. Vamos a devolver a nuestro pueblo las grandes minas de cobre, de carb�n, de hierro, de salitre. Conseguirlo est� en nuestras manos, en las manos de quienes ganan su vida con su trabajo y que est�n hoy en el centro del poder.

El resto del mundo podr� ser espectador de los cambios que se produzcan en nuestro pa�s, pero los chilenos no podemos conformarnos con eso solamente, porque nosotros debemos ser protagonistas de la transformaci�n de la sociedad.

Es importante que cada uno de nosotros se compenetre de la responsabilidad com�n.

Es tarea esencial del Gobierno Popular, o sea de cada uno de nosotros, repito, crear un Estado justo, capaz de dar el m�ximo de oportunidades a todos los que convivimos en nuestro territorio.

Yo s� que esta palabra Estado infunde cierta aprensi�n. Se ha abusado mucho de ella, y en muchos casos se la usa para desprestigiar un sistema social justo.

No le tengan miedo a la palabra Estado, parque dentro del Estado, en el Gobierno Popular, est�n ustedes, estamos todos. Juntos debemos perfeccionarlo, para hacerlo eficiente, moderno, revolucionario. Pero enti�ndase bien que he dicho justo, y esto es precisamente lo que quiero recalcar.

Se ha hablado mucho de la participaci�n popular. Esta es la hora de que ella se haga efectiva.

Cada habitante de Chile, de cualquier edad, tiene una tarea que cumplir.

En ella se confundir� el inter�s personal con la generosa conducta del quehacer colectivo. No hay dinero suficiente en ning�n Estado del mundo para atender todas las aspiraciones de sus componentes, si �stos no adquieren primero conciencia de que junto a los derechos est�n los deberes y que el �xito tiene m�s valor cuando ha surgido del propio esfuerzo.

Como culminaci�n del desarrollo de la conciencia del pueblo, surgir� espont�neamente el trabajo voluntario, el que ya ha sido propuesto por la juventud.

Con raz�n escriben en las murallas de Par�s: “La revoluci�n se hace primero en las personas y despu�s en las cosas”.

Justamente, en esta ocasi�n solemne, quiero hablar a los j�venes: No ser� yo, como rebelde estudiante del pasado, quien critique su impaciencia, pero tengo la obligaci�n de llamarlos a serena reflexi�n.

Tienen ustedes la hermosa edad en que el vigor f�sico y mental hace posible pr�cticamente cualquier empresa.

Tienen por eso el deber de dar impulso a nuestro avance. Conviertan el anhelo en m�s trabajo.

Conviertan la esperanza en m�s esfuerzo.

Conviertan el impulso en realidad concreta.

Miles y miles de j�venes reclamaron un lugar en la lucha social. Ya lo tienen. Ha llegado el momento de que todos los j�venes se incorporen.

A los que a�n est�n marginados de este proceso les digo: vengan, hay un lugar para cada uno en la construcci�n de la nueva sociedad.

El escapismo, la decadencia, la futilidad, la droga, son el �ltimo recurso de muchachos que viven en pa�ses notoriamente opulentos, pero sin ninguna fortaleza moral. No es �se nuestro caso.

Sigan los mejores ejemplos. Los de aquellos que lo dejan todo por construir un futuro mejor.

�Cu�l ser� nuestra v�a, nuestro camino chileno de acci�n para triunfar sobre el subdesarrollo?

Nuestro camino ser� aquel construido a lo largo de nuestra experiencia, el consagrado por el pueblo en las elecciones, el se�alado en el programa de la Unidad Popular: el camino al socialismo en democracia, pluralismo y libertad.

Chile re�ne las condiciones fundamentales que, utilizadas con prudencia y flexibilidad, permitir�n edificar la sociedad nueva, basada en la nueva econom�a. La Unidad Popular hace suyo este lema no como una consigna, sino como su v�a natural.

Chile, en su singularidad, cuenta con las instituciones sociales y pol�ticas necesarias para materializar la transici�n del atraso y de la dependencia, al desarrollo y a la autonom�a, por la v�a socialista. La Unidad Popular es constitutivamente el exponente de esta realidad. Que nadie se llame a enga�o. Los te�ricos del marxismo nunca han pretendido, ni la historia demuestra, que un partido �nico sea una necesidad en el proceso de transici�n hacia el socialismo.

Son circunstancias sociales, son vicisitudes pol�ticas internas e internacionales las que pueden conducir a esta situaci�n.

La guerra civil, cuando es impuesta al pueblo como �nica v�a hacia la emancipaci�n, condena a la rigidez pol�tica.

La intervenci�n for�nea, en su af�n de mantener a cualquier precio su dominaci�n, hace autoritario el ejercicio del poder.

La miseria y el atraso generalizado dificultan el dinamismo de las instituciones pol�ticas y el fortalecimiento de las organizaciones populares.

En la medida que en Chile no se dan, o no se den estos factores, nuestro pa�s a partir de sus tradiciones, dispondr� y creara los mecanismos que, dentro del pluralismo apoyado en las grandes mayor�as, hagan posible la transformaci�n radical de nuestro sistema pol�tico. �ste es el gran legado de nuestra historia. Y es tambi�n la promesa m�s generosa para nuestro futuro.

De nosotros depende que sea un d�a realidad.

Este hecho decisivo desaf�a a todos los chilenos, cualesquiera sean sus orientaciones ideol�gicas, a contribuir con su esfuerzo al desarrollo aut�nomo de nuestra Patria.

Como Presidente de la Rep�blica, puedo afirmar, ante el recuerdo de quienes nos han precedido en la lucha y frente al futuro que nos ha de juzgar, que cada uno de mis actos ser� un esfuerzo para alcanzar la satisfacci�n de las aspiraciones populares dentro de nuestras tradiciones.

El triunfo popular marc� la madurez de la conciencia de un sector de nuestra ciudadan�a.

Necesitamos que esa conciencia se desarrolle a�n m�s. Ella debe florecer en miles y miles de chilenos que si bien no estuvieron junto a nosotros son una parte del proceso, est�n ahora resueltos a incorporarse a la gran tarea de edificar una nueva naci�n con una nueva moral.

Esta nueva moral, junto con el patrimonio y el sentido revolucionario, presidir�n los actos de los hombres de Gobierno.

En el inicio de la jornada debo advertir que nuestra administraci�n estar� marcada par la absoluta responsabilidad, a tal punto, que lejos de sentirnos los prisioneros de organismos controladores, les pediremos que operen como la conciencia constante para corregir los errores y para denunciar a los que abusen dentro o tuera del Gobierno. A cada uno de mis compatriotas que tiene sobre sus hombros una parte de la tarea para realizar, le digo que hago m�a la frase de Fidel Castro: “En este Gobierno se podr�n meter los pies, pero jam�s las manos”.

Ser� inflexible en custodiar la moralidad del r�gimen.

Nuestro programa de Gobierno, refrendado por el pueblo, es muy expl�cito en que nuestra democracia ser� tanto m�s real cuanto m�s popular, tanto m�s fortalecedora de las libertades humanas, cuanto m�s dirigida por el pueblo mismo.

El pueblo llega al control del Poder Ejecutivo en un r�gimen presidencial para la construcci�n del socialismo en forma progresiva, a trav�s de la lucha consciente y organizada en partidos y sindicatos libres.

Nuestra v�a, nuestro camino, es el de la libertad.

Libertad para la expansi�n de las fuerzas productivas, rompiendo las cadenas que hasta ahora han sofocado nuestro desarrollo.

Libertad para que cada ciudadano, de acuerdo con su conciencia y sus creencias, aporte su colaboraci�n a la tarea colectiva.

Libertad para que los chilenos que viven de su esfuerzo obtengan el control y la propiedad social de sus centros de trabajo.

Sim�n Bol�var intuy� para nuestro pa�s: “Si alguna rep�blica permanece largo tiempo en Am�rica, me inclino a pensar que ser� la chilena. Jam�s se ha extinguido all� el esp�ritu de la libertad”.

Nuestra v�a chilena ser� tambi�n la de la igualdad.

 

 

 

Dentro de estas directrices, fieles a estos principios, avanzaremos hacia la construcci�n de un nuevo sistema.

La nueva econom�a que edificaremos tiene como objetivo rescatar los recursos de Chile para el pueblo chileno. As� como los monopolios ser�n expropiados porque lo exige el inter�s superior del pa�s, por la misma raz�n aseguramos totales garant�as para las empresas medianas y peque�as que contaran con la �ntegra colaboraci�n del Estado para el buen desarrollo de sus actividades.

El Gobierno Popular tiene ya elaborados los proyectos de ley que permitir�n el cumplimiento del programa.

Los trabajadores, obreros, empleados, t�cnicos, profesionales e intelectuales tendr�n la direcci�n econ�mica del pa�s y tambi�n la direcci�n pol�tica.

Por primera vez en nuestra historia, cuatro obreros forman parte del Gobierno como ministros de Estado.

S�lo avanzando por esta v�a de transformaciones esenciales, en el sistema econ�mico y en el sistema pol�tico, nos acercamos cada d�a m�s al ideal que orienta nuestra acci�n.

Crear una nueva sociedad en que los hombres puedan satisfacer sus necesidades materiales y espirituales, sin que ello signifique la explotaci�n de otros hombres.

Crear una nueva sociedad que asegure a cada familia, a cada hombre o mujer, a cada joven y a cada ni�o: derechos, seguridades, libertades y esperanzas. Que a todos infunda un hondo sentimiento de que est�n siendo llamados a construir la nueva Patria, que ser� tambi�n la construcci�n de vidas m�s bellas, m�s pr�speras, m�s dignas y m�s libres para ellos mismos.

Crear una nueva sociedad capaz de progreso continuado en lo material, en lo t�cnico y en lo cient�fico. Y tambi�n capaz de asegurar a sus intelectuales y sus artistas las condiciones para expresar en sus obras un verdadero renacer cultural.

Crear una nueva sociedad capaz de convivir con todos los pueblos: de convivir con las naciones avanzadas, cuya experiencia puede ser de gran utilidad en nuestro esfuerzo de autosuperaci�n.

Crear, en fin, una nueva sociedad capaz de convivir con las naciones dependientes de todas las latitudes, hacia las cuales queremos volcar nuestra solidaridad fraternal.

Nuestra pol�tica internacional est� hoy basada, como lo estuvo ayer, en el respeto a los compromisos internacionales libremente asumidos, en la autodeterminaci�n y en la no intervenci�n.

Colaboraremos resueltamente al fortalecimiento de la paz, a la coexistencia de los Estados.

Cada pueblo tiene el derecho a desarrollarse libremente, marchando por el camino que ha elegido.

Pero bien sabemos que, por desventura, como claramente denunci� Indira Gandhi en las Naciones Unidas: “El derecho de los pueblos a elegir su propia forma de gobierno se acepta s�lo sobre el papel. En lo real -afirma Indira Gandhi- existe una considerable intromisi�n en los asuntos internas de muchos pa�ses. Los poderosos hacen sentir su influencia de mil maneras”.

Chile, que respeta la autodeterminaci�n y practica la no intervenci�n, puede leg�timamente exigir de cualquier Gobierno que act�e hacia �l en la misma forma.

El pueblo de Chile reconoce en s� mismo al �nico due�o de su propio destino. Y el Gobierno de la Unidad Popular, sin la menor debilidad, velar� para asegurar este derecho.

Quiero saludar especialmente a todas las delegaciones oficiales que nos honran con su presencia.

Quiero, igualmente, saludar a las delegaciones de pa�ses con los que a�n no tenemos relaciones diplom�ticas. Chile les har� justicia al reconocer sus gobiernos.

Se�ores representantes de gobiernos, pueblos e instituciones: este acto de masas es un fraterno y emocionado homenaje a ustedes.

Soy un hombre de Am�rica Latina, que me confundo con los dem�s habitantes del continente, en los problemas, en los anhelos y en las inquietudes comunes. Por eso en esta hora, entrego mi saludo de gobernante a los hermanos latinoamericanos esperanzado en que alg�n d�a el mandato de nuestros pr�ceres se cumpla y tengamos una sola y gran voz continental.

Aqu� est�n tambi�n, reunidos con nosotros, representantes de organizaciones obreras, venidos de todas partes del mundo; intelectuales y artistas de proyecci�n universal, que han querido solidarizar con el pueblo de Chile y celebrar con �l una victoria que, siendo nuestra, es sentida coma propia por todos los hombres que luchan por la libertad y la dignidad.

A todos los que se encuentran aqu�, embajadores, artistas, trabajadores, intelectuales, soldados, Chile les extiende la mano de su amistad.

Perm�tanme, hu�spedes ilustres, decirles, que ustedes son testigos de la madurez pol�tica que Chile est� demostrando.

A ustedes, que han contemplado por sus propios ojos la miseria en que viven muchos de nuestros compatriotas.

A ustedes, que han visitado nuestras poblaciones marginales -las callampas- y han podido observar c�mo se puede degradar la vida a un nivel infrahumano en una tierra fecunda y llena de riquezas potenciales, habr�n recordado la reflexi�n de Lincoln: “Este pa�s no puede ser mitad esclavo y mitad libre”.

A ustedes, que han escuchado c�mo la Unidad Popular llevar� a cabo el programa respaldado por nuestro pueblo. A ustedes formulo una petici�n: lleven a sus Patrias esa imagen del Chile que es, y esta segura esperanza del Chile que ser�. Digan que aqu� la historia experimenta un nuevo giro. Que aqu� un pueblo entero alcanz� a tomar en sus manos la direcci�n de su destino para caminar por la v�a democr�tica hacia el socialismo.

Este Chile que empieza a renovarse, este Chile en primavera y en fiesta, siente como una de sus aspiraciones m�s hondas el deseo de que cada hombre del mundo sienta en nosotros a su hermano.